La historia no es, como se enseña en las escuelas, una simple sucesión de batallas y natalicios, fechas y biografías. Hay procesos económicos y sociales subyacentes que la guían e impulsan, los cuales suelen verse plasmados en negociaciones y acuerdos, muchas veces no documentados. Pero empecemos desde el principio.
En la época de Gondwana -aquel increíble continente plagado de dinosaurios que consistía en la yuxtaposición de las actuales América del Sur, África, y más- todavía faltaba algún tiempo para la creación de los estados modernos. No se había formado, obviamente, el océano Atlántico, que hoy nos separa del viejo mundo. Una persona, por ejemplo, podía ir a caballo desde Montevideo a Johannesburgo, salvo que esas ciudades no existían, así como los caballos, ni las personas. No sólo no estaba Montevideo: tampoco sus playas, su cerro ni su bahía. Nada. Resultaba imposible ubicarse sin un buen GPS, o uno malo.
Después vino la separación (imaginen las dramáticas despedidas entre integrantes de especies, géneros y familias de bestias prehistóricas: “Adiós, ya no nos veremos, porque cuando esto se vuelva a juntar, nos habremos extinguido”). La convulsionada historia del tercer mundo nació con ese adiós desgarrador. Y podemos afirmar que en el origen de nuestras taciturnas y mugientes penillanuras, suavemente onduladas y de pómulos salientes, hubo terremotos y volcanes, mientras los Andes y todas sus ruidosas manifestaciones actuales -como la hinchada chilena- todavía no existían ni en la imaginación más frondosa.
El Atlántico se fue ensanchando, hasta el punto en que, para cuando los humanos ya habían aparecido y evolucionado lo suficiente como para intentar cruzarlo, la cosa se había puesto complicada. Vinieron los vikingos, después los españoles y afines, y ahí se pudrió todo. Los vikingos, tan bárbaros como los pintan, eran mucho menos invasivos: no pretendían que todos llevaran sus cuernos, por ejemplo.
Pero no nos apresuremos, porque unas decenas de miles de años antes, ¿quiénes se habían adelantado? ¡Los chinos! No los chinos-chinos, que hablan mandarín y pretenden que nosotros lo aprendamos, porque aún no estaban; pero sí sus ancestros, ya un poco amarilleados por su historia milenaria. La cosa es que cuando los ibéricos llegaron a estas tierras, las encontraron pobladas por unas gentes de pelo lacio y negro y piel cobriza, que no practicaban kung-fu ni comían arroz.
Cuando se iba a firmar el acuerdo que nos creó (en la llamada Convención Preliminar de Paz, con sede en Río de Janeiro, la misma del Maracanazo), el representante de Brasil le pasó a Lord Ponsonby un mate con yerba Flor Verde, al tiempo que le preguntaba hasta dónde llegaría el territorio del nuevo Estado.
-Amargou! -dijo el Lord, con cara de asco y un poco quemado con la bombilla.
-Hasta Cerro Largu- anotó el brasileño.
El delegado porteño pensó en protestar y reclamar que entonces todas las eventuales plantas de celulosa deberían instalarse en Entre Ríos, pero no pudo, porque estaba atorado desde hacía rato con ese talco fluorescente al que nuestros hermanos del norte llaman “yerba”. Y ta, así nació nuestro país. “Vocês se quedan con la zamba, nosotros con el samba; con Gardel y el dulceleche arréglense entre ustedes. A nosotros nos tocan Pelé y Neymar, a vocês Maradona y Messi, y a los orientais les damos al maestro Tabárez y, pelas dudas, al Toto da Silveira”, dijo el norteño, en un perfecto portuñol de la época. Hay quien afirma que incluso la suspensión de Luis Suárez fue prevista (el propio Lord Ponsonby habría insistido en ese punto) y registrada en secretos documentos.
En lo que los técnicos nunca se pusieron de acuerdo fue en lo del grosor de la ya mencionada yerba, y ahí ligamos.
Ta, es sabido que al principio nuestros límites eran más generosos para con nosotros, pero finalmente prevaleció lo anotado por aquel brasileño en su libreta. En cuanto a la opinión del delegado uruguayo, obviamente no contaba, ya que ni él ni Uruguay existían; esto inició una tradición que se mantiene viva hasta hoy en las cumbres del Mercosur.
Ya que mencionamos al Mercosur, no podemos dejar de mencionar la Guerra de la Triple Alianza; se comenta que todo comenzó cuando un canciller oriental comprometió nuestro apoyo a Argentina y Brasil en su justa guerra contra el terrorismo paraguayo.
Bueno, éstos son sólo algunos datos sueltos, que espero que enriquezcan la visión que los lectores puedan tener acerca de cómo se arma el rompecabezas de nuestra historia. Habrán notado que el nuevo rompecabezas, más o menos tan realista como el que aprendimos en la escuela, es más entretenido, y con menos fechas para memorizar.