Esta historia arranca lejos. En setiembre de 1924, el diario El País publicó una entrevista al filósofo español Miguel de Unamuno, realizada por su entonces corresponsal en París -que unos años después se convertiría en faro del periodismo latinoamericano-, Carlos Quijano. No fue la única personalidad destacada del mundo intelectual que conoció Quijano en Francia, adonde viajó después de recibirse de abogado, y con honores, en nuestra Facultad de Derecho, para completar estudios en ciencia política y en economía. Quien luego fundaría Marcha coincidió en ese país con personalidades como el peruano Raúl Haya de la Torre, los guatemaltecos Juan José Arévalo y Miguel Ángel Asturias, el venezolano Rómulo Bentancourt y el argentino José Ingenieros, entre otros. Teniendo en cuenta lo que significarían estos nombres en la historia latinoamericana de las décadas siguientes -incluyendo a Quijano, claro- es posible concluir que la capital francesa alojó en esos años debates intensos y fermentales para este continente.
La conversación entre Quijano y Unamuno -por aquellos días, además, recién destituido de la Universidad de Salamanca, por sus críticas al dictador Primo de Rivera- tuvo ese telón de fondo, ese aire de época. No es un reportaje tan conocido; lo rescató hace unos años el periodista César di Candia en el libro Grandes entrevistas uruguayas, y vale la pena leerlo completo. Primero, porque Unamuno demuestra ser un gran conocedor de la cultura rioplatense (hay menciones a Carlos Vaz Ferreira, José Enrique Rodó, Juana de Ibarbourou, Domingo Sarmiento, y hasta un aporte sobre la presencia de los modismos extremeños en el Martín Fierro), pero también por otras reflexiones filosóficas, más universales. Una de ellas me pareció oportuna para esta última columna de la serie que publicamos en la diaria por los festejos de los 25 años de la Facultad de Ciencias.
En un pasaje de la entrevista, Unamuno hace referencia a los cruces entre disciplinas -su planteo original es que tanto la Lógica de Hegel como El capital de Marx son epopeyas, al igual que La odisea- y se detiene especialmente en el caso del biólogo Claude Bernard (1813-1878), un investigador francés, reconocido por sus contribuciones a la ciencia médica y también por sus incursiones en la literatura y en la filosofía de las ciencias. A propósito de estos vínculos, dice Unamuno, desde su faceta más temperamental y vasca: “La ciencia debe estar llena de pasión. Que le pregunten a Bernard, por ejemplo, si no la tenía. Lo otro, lo que no tiene pasión, no es ciencia: es una cochinada de los que llaman y se llaman sabios”.*
Al realizar este trabajo con la Facultad de Ciencias, en la diaria descubrimos algo que quizá sospechábamos y que afortunadamente pudimos confirmar: dentro de ese edificio enorme de Malvín Norte hay un grupo de gente que le pone mucha pasión a lo que hace. Y no solamente eso, que puede ser una condición necesaria pero no suficiente, sino que además lo hacen muy bien. En estos meses -las columnas fueron publicadas entre junio y noviembre- comprobamos que en Uruguay se hace ciencia de calidad, que se publica en destacadas revistas internacionales, y que se genera conocimiento propio en áreas fundamentales para el desarrollo del país. No vale la pena enumerarlas; algunas de esas investigaciones están esbozadas en las columnas y en estos días sale un libro que las recopila.
En esta etapa logramos transitar un interesante camino de doble vía. El periodismo y la ciencia, si logran llevarse bien, pueden andar juntos, y, en algún punto, es necesario que esa relación funcione. Sería bueno para todos. Otra sorpresa fue la buena respuesta que tuvieron los artículos entre los lectores. Antecedentes como la buena concurrencia a las actividades que organiza la Facultad de Ciencias eran pistas interesantes, pero esto también lo pudimos confirmar: hay una avidez creciente en la sociedad por estos temas, y ésa sí que es una buena noticia.
En definitiva, esta experiencia marca un camino; ojalá que en el futuro logremos nuevas articulaciones que permitan divulgar qué están haciendo los científicos uruguayos. Resta agradecer a la comunidad de la Facultad de Ciencias (autoridades, comisión editora de las columnas y responsables de comunicación) por la calidad de los contenidos que aportaron y por la confianza que tuvieron en la diaria. Pero, sobre todo, por enseñarnos algo importante: sin pasión por lo que hacemos no hay transformaciones posibles, en ningún laboratorio.
- Para ser justos: Unamuno también es responsable de otra expresión vinculada a la relación entre ciencia y sociedad, bastante menos feliz, por cierto. En una polémica con José Ortega y Gasset, dijo “¡Que inventen ellos!”, como forma de defender determinadas cualidades de España (el arte, la literatura, la música, la danza) frente al poderío de otras naciones más avanzadas en su desarrollo tecnológico, como Inglaterra. Unamuno argumentaba, y en esto más vale no tomarlo como referencia, que la luz eléctrica alumbraba en su casa con la misma intensidad que en el lugar donde la habían inventado.