El tiempo pasa, pero no todos nos vamos poniendo igual de tecnos. Las desigualdades en el uso de internet no se terminan con el acceso a una computadora o a conectividad; lo que sabemos hacer con las tecnologías y la forma en que las usamos puede darnos ventajas o exponernos a desventajas y riesgos, entre ellos el de ser víctimas de un delito en internet.
El término “ciberdelito” puede parecer bastante alejado de nuestra realidad, como salido de una película de ciencia ficción de los 90, o un tema de preocupación de grandes empresas que protegen sus secretos del espionaje comercial. Sin embargo, los usuarios comunes y corrientes podemos ser víctimas a diario, debido a un virus u otros programas maliciosos, de robo de tarjetas de crédito, fraudes en línea, phishing (suplantación de identidad) o ciberacoso.
En Uruguay aún no hay estudios específicos, pero podemos encontrar datos en algunas encuestas generales sobre usos de internet. Según WIP+UY 2013 (GIUSI-UCU, 2014), en 2013 37% de los usuarios uruguayos había recibido un virus en su computadora en los últimos 12 meses, a casi 10% de los internautas los había contactado en línea alguien que les pidió datos personales o información bancaria, y 3% fueron acosados en línea. Los porcentajes de robo de código de tarjeta de crédito fueron significativamente menores (0,5%), algo esperable en una sociedad comparativamente poco asidua a las transacciones electrónicas.
Más allá de algunas dificultades de medición (por ejemplo, los encuestados pueden no saber que son o fueron víctimas de un virus o un robo), es esperable que, a medida que más población ingrese a la red, el peso del fenómeno aumente. En el mismo sentido, debemos recordar que la sociedad uruguaya aún está escasamente bancarizada, y que -aunque parezca tautológico- la pérdida de dinero en internet casi siempre requiere tenerlo accesible mediante medios digitales.
Lo interesante es preguntarse qué podemos hacer para evitar riesgos o daños, y cómo se distribuyen los recursos preventivos entre diferentes grupos sociales. Desconectarse por completo del mundo digital o guardar toda la plata en el colchón no sólo son malas soluciones a largo plazo, sino que además privan de ventajas asociadas con el uso de internet.
Utilizar antivirus, no abrir archivos adjuntos extraños, chequear que los sitios de compra sean seguros (por ejemplo, que su dirección comience con https en vez de http), no responder correos electrónicos que piden datos personales aunque parezcan venir de empresas con las que se está vinculado, usar contraseñas con números y caracteres, no tener una sola para todas las cuentas, gestionar la privacidad en redes sociales, desconectarse de las cuentas personales al usar máquinas de otras personas y no introducir contraseñas o datos financieros al usar redes públicas son algunas precauciones contra el ciberdelito. El problema es que requieren hábitos, conocimientos y habilidades que no todo el mundo posee y que, según las pocas investigaciones existentes, tanto en Estados Unidos como en Reino Unido son más comunes entre los más educados y los internautas más asiduos o experimentados, lo cual replica desigualdades previas. La Encuesta de Usos de TIC 2013, sin ser un estudio específico sobre ciberdelito, mostró algo similar en Uruguay: 44% de la población internauta de seis y más años sabía instalar o actualizar un antivirus, pero entre quienes residían en hogares del quintil más bajo de ingresos la proporción era 28%, y entre residentes en hogares del quintil más alto, 56%. Asimismo, era uno de los pocos casos en que las brechas de género permeaban el mundo digital: dijeron que sabían hacerlo 46% de los varones y sólo 33% de las mujeres.
Dada la novedad de la temática, pocos países trabajan la cuestión desde una perspectiva que contemple la desigualdad en la distribución de los recursos. Uruguay aún no lo hace, pero afortunadamente ha tomado precauciones. Iniciativas como “Seguro te conectás”, del Centro Nacional de Respuesta a Incidentes de Seguridad Informática del Uruguay (CERTuy), van -creo yo- por el camino correcto. Ese proyecto busca fomentar un vínculo responsable entre los usuarios y las tecnologías digitales, educando acerca de los riesgos de internet y las buenas prácticas de ciberseguridad. Utiliza un lenguaje atractivo y entendible para un usuario estándar, y sus campañas están enfocadas en las redes sociales.
Sin embargo, la temática parece requerir -por lo menos- mayor difusión y recursos, dado que se están impulsando los trámites en línea, el acceso a tecnologías y la inclusión financiera (con especial énfasis en la población de bajos recursos). Estas iniciativas, junto con los planes Ceibal e Ibirapitá, introducirán a cada vez más personas en el mundo digital, y comenzar a pensar la cuestión en términos de política pública se vuelve fundamental. Brindar capacitación específica con las entregas de tablets y tarjetas de crédito/débito, así como realizar campañas focalizadas en los grupos de mayor riesgo, podrían ser alternativas sensatas a considerar antes de que se desarrolle un nuevo foco de inequidad.
Una versión previa de esta columna se publicó en el blog Razones y Personas.