Después de semanas de preparación y de actividades previas tan diversas como el Seminario académico de género y diversidad sexual, el festival Llamale H y numerosas marchas en el interior; y después de horas de charlas, feria y espectáculos en la plaza Independencia, la multitud escuchó finalmente el viernes, sobre las 20.00 los bajos de la música electrónica del camión que se acercaba doblando por Ciudadela. Con el agite de sus ya clásicas y extravagantes bailarinas a bordo, daba inicio una vez más la Marcha de la Diversidad, que terminaría cuadras después con la lectura de una proclama (que incluyó una manifestación del colectivo Mizangas ante la agresión sufrida por una de sus integrantes) y el toque en un enorme y luminoso escenario en el que, durante horas, sonaron desde las melodías de la Sinfónica hasta los ritmos de cumbia.
La marcha es convocada por una coordinadora integrada por el Colectivo Ovejas Negras, Mujeres en el Horno, Mizangas Mujeres Afrodescendientes, Proderechos, la Unión Trans del Uruguay, el Área Académica Queer, la FEUU, la Secretaría-Departamento de Género PIT-CNT, la Red Uruguaya de Jóvenes y Adolescentes Positivos, Llamale H Uruguay y Multimostro Colectivo; y 65.000 personas respondieron a la convocatoria, atiborrando una avenida 18 de Julio transformada en un túnel de arcoíris.
Ronda de chupones
La Marcha de la Diversidad es una institución, un acto político y una fiesta al mismo tiempo. Las formas de participación son variadas. Los protagonistas de la comunidad, sus voceros y “estrellas” obtienen desde los camiones y la calle la visibilidad que les es negada cotidianamente. Otros asisten entendiendo que la celebración convoca a todos los géneros y degéneros, y otros más se transforman con disfraces y máscaras. Decenas de organizaciones con sus carteles, señoras de balcón, gays viejos, lesbianas, indefinidos, rondas de chupones, Abba y Thalía; tambores compitiendo con los parlantes, alcohol y droga, gremios estudiantiles desacatados, las clásicas Hermanas de la Perpetua Indulgencia; DJ, drag queens, bandas, mucha “gente normal”, miles de cámaras (incluyendo una en un drone), borrachos interrumpiendo los shows que son recibidos con alegría, respeto, risas y gritos.
Las afirmaciones de identidad, las performances de desidentificación, la solidaridad con la causa y la posibilidad de travestirse por una noche sacándose los prejuicios y los guetos hacen que el evento combine las demandas de la diversidad con la declaración de los cuerpos: nos gusta coger, nos gusta gozar, drogarnos, estar con otros, sentirnos parte de. La celebración del amor debe politizarse, y la potencia liberadora de la alegría no puede ser propiedad privada de “la gente bien”.
En su tránsito desde la plaza Independencia hacia la explanada municipal la marcha hace ruido y mugre, y la alegría se mezcla con otras emociones: el dolor por la discriminación, por el asesinato de tantas, el recuerdo de las demasiadas veces que alguien es golpeado o excluido por “raro”, la conmoción de ver a un movimiento transformarse y transformar su lugar en la sociedad.
Diferentes voces suenan desde los escenarios: “te pasás la vida viendo quién es raro o no, para mí el raro sos vos”; “es hora de soltar los miedos”; “nuestra transformación será siempre su derrota”; “el enemigo no está preparado para la ternura”; “soy puto, no lo lamentes”; “basta de obligarnos a tener nuestros cuerpos en resistencia”. La celebración como táctica política no implica olvidar cuánto falta aún, ni qué compleja es la lucha por la igualdad. Tampoco significa olvidar que una noche es una noche y que la de la marcha es una entre muchas otras formas de movilización. Fiesta nocturna de los desviados, de los putos y las putas, también de “los correctos”, más allá del bien y del mal, más allá de las diferencias de clase entre quienes organizan, asisten, financian, hacen hate-watching por Tevé Ciudad, más allá de que celebremos la diversidad otros días, y más acá de que sea necesario cotidianizar las banderas y las consignas.
La diversidad y sus críticos
La Marcha de la Diversidad, sus organizadores y, en general, quienes levantan las banderas del feminismo y la diversidad vienen siendo atacados con una intensidad creciente desde hace unos cuantos meses. Su cooperación con un Frente Amplio que desde el gobierno se corre a la derecha les hizo perder credibilidad en una parte de la izquierda, haciendo más visibles muchas críticas que vienen de antes. Vimos en estos meses que la supuesta hegemonía conquistada por estos movimientos era mucho más débil y frágil de lo que pensábamos.
La manija en las redes, una vieja izquierda que nunca compró la “nueva agenda” y algunas columnas en Voces o en Interruptor muestran cada vez más abiertamente a sectores (cuyo tamaño es difícil saber) de la izquierda y la intelectualidad abandonando la causa o sospechando de ella. No es para nada obvio que por formar parte de la izquierda uruguaya alguien vaya a simpatizar con los reclamos feministas o de la diversidad (y no hablamos acá de las necesarias discusiones o la autocrítica, sino de los ataques).
El despliegue de apoyo estatal a la marcha no ayuda a disipar la sensación de que esta es una marcha oficialista. Los logos de la Intendencia de Montevideo en cada una de las banderas arcoíris colocadas en las columnas del alumbrado público, el logo del Ministerio de Desarrollo Social estampado en miles de folletos, los anuncios desde el estrado de que ministerios declararon a la marcha “de interés”, y el presidenciable intendente Daniel Martínez apareciendo en primer plano en una pantalla gigante sobre la multitud parecen confirmar todas las sospechas.
Pero este mismo apoyo estatal es el que las organizaciones trabajan para lograr no por capricho, sino para poder hacer frente a los enormes problemas que afrontan las comunidades aglutinadas como “de la diversidad”. Se crean talleres de sensibilización con la Policía, oficinas especializadas, censos, leyes y políticas que intervienen en la vida de gente real, y realmente jodida. Y se crean porque son conquistados por movilizaciones y por la acción política de militantes que están en “diferentes lados del mostrador” respecto del Estado.
Un Estado que no es algo abstracto ni dado, sino en disputa y penetrado por sectores de la sociedad que buscan moldearlo según sus ideas e intereses. En las oficinas en las que hoy hay diversos podría haber evangélicos. De hecho, si por izquierda se critica cómo la diversidad es cooptada por el Estado, por derecha se critica cómo el Estado es cooptado por la diversidad. Además, atribuir la fuerza de una movilización al Estado por apoyarla es hacerle el juego a este, invisibilizando bajo el rótulo de oficialista a las numerosas personas y organizaciones que trabajaron con, contra, alrededor y más allá del Estado para organizarla.
Resulta coherente con el oficio del indignado enojarse por lo que deberíamos celebrar: el hecho, inimaginable hace algunas décadas, de que un oficialismo se vea obligado a ser promotor de la diversidad sexual, de la inclusión y del respeto a elegir o no el propio género y a decidir sobre la propia sexualidad. Reconocer esto y aliarse a quienes desde el Estado y el partido defienden estas políticas (que, por cierto, no son la totalidad de ninguno de los dos) no es lo mismo que apoyar al gobierno, sin más.
El Estado instrumentaliza a quienes buscan instrumentalizarlo, pero ¿por qué esto es malo sólo cuando lo hacen subalternos?, ¿por qué cuando el hombre hetero administra lo público en nombre de todos le creemos, mientras que cuando lo hacen representantes de grupos subalternos los acusamos de gobernar para ellos mismos o de ser cooptados?, ¿por qué los museos estatales que muestran a hombres pintores y mujeres pintadas son más legítimos que un ciclo municipal de arte trans? Son más respetables las acusaciones al “poder rosa” en los casos en los que los mismos dedos señalan al poder blanco o al poder machista. Y, por otra parte, sería justo que alguna vez nos gobiernen los gays, nos eduquen las trans.
Reducir toda esta política, toda esta subjetivación, todas estas conquistas a avances de la “corrección política” llevada adelante por almas bellas a quienes sólo les importa que se use el término técnico correcto para referirse a cada identidad sólo es posible desde la subjetividad de otra alma bella, cuya única preocupación es mostrarse más puramente radical que todos los demás, especialmente que quienes están haciendo cosas.
Lo político de la diversidad
Vimos a Susy Shock, una maravillosa performer trans, denunciar el capitalismo con su canción de protesta a los pies de Artigas, mientras arengaba a una marcha que comenzaba a formarse. Nos hubiera gustado que la escucharan quienes acusan a la diversidad de olvidar la clase social. Y pensamos en si en algún otro evento así de multitudinario se escuchan denuncias como esta.
La diversidad es mucho más que una bandera desideologizante que permite al FA correrse a la derecha manteniendo su cara progre. Esto queda demostrado en la proclama de la marcha, en la que se articulan posiciones contrarias a las del gobierno sobre salud mental, violencia estatal, drogas y terrorismo de Estado. Su capacidad de aglutinar estas demandas hace de la diversidad un eje fundamental para la izquierda de hoy y de mañana.
Quizás por eso se llena de adolescentes. La marcha es un paseo por el futuro. Vemos allí una libertad y una igualdad por venir, y vemos ser jóvenes, debajo de sus banderas, a militantes que van a ser dirigentes e intelectuales en el futuro. La marcha es un lugar de encuentro entre las comunidades y organizaciones de la diversidad sexual y de la izquierda. Diferentes personas somos convocadas por razones diferentes, pero allí nos educamos entre nosotros.
Dice la proclama de la marcha: “No negamos los avances en materia de derechos, pero estos son tan sólo el piso”. Es que una vez agotada la parte más obvia y legislativa de la agenda de derechos los problemas se hacen más complejos. Como hacer que el Estado y las burocracias hagan realidad la letra de las leyes, pero también saber que hay cosas que no le podemos pedir al Estado. Necesitamos entender que política también es cómo cogemos, cómo nos relacionamos, qué hacemos con nuestros cuerpos, cómo educamos a nuestros hijos, cómo nos organizamos y qué futuros y presentes nos imaginamos juntos.