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Ayer se dieron a conocer algunos resultados de las pruebas del Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes (PISA, por su sigla en inglés). Allí se indica que Uruguay ha mejorado su rendimiento promedio en las tres áreas que en versiones anteriores mostraban caídas continuas. En dos de estas áreas se han alcanzado los mejores resultados desde que se inició este proceso de evaluación, al tiempo que las disparidades de desempeños entre niños de distintos estratos socioeconómicos se ha reducido.

La generación que realizó estas pruebas nació en su mayoría en el año 2000, es decir que durante su primera infancia vivió las etapas más intensas de la crisis que atravesó Uruguay en ese período. En ese momento, más de 50% de los niños nacían en condición de pobreza, el peor punto de partida. En 2005, cuando estos jóvenes tenían cinco años, se implementó el Plan de Asistencia Nacional a la Emergencia Social (PANES), y en 2008 las Asignaciones Familiares-Plan de Equidad. Vivieron los últimos diez años con un sistema de protección social que alcanzaba a los hogares más pobres, en un contexto de fuerte crecimiento económico. Las políticas laborales se fortalecieron fruto de la negociación colectiva, estableciendo incrementos salariales diferenciales para los trabajadores de menores ingresos. Mucha política.

¿Y las políticas educativas? Hubo muchos pilotos, cambios de planes de estudio en 2006 y 2009, y cientos de propuestas. Probablemente ninguno de estos factores sea relevante para explicar la mejora que se evidenció con los resultados que ayer se mostraron. Pero, con igual probabilidad, tampoco sean los responsables de los magros resultados que hasta ahora se venían observando. ¿Mejores políticas educativas hubiesen servido? Por supuesto, los resultados podrían ser mucho mejores.

En un trabajo que realizamos hace poco con otros colegas, a base de datos longitudinales, mostramos la importancia de lo que ocurre en niños de seis años cuando se analizan los desempeños académicos a los 12 y 13 años. A modo de ejemplo, los resultados nutricionales en la primera infancia permiten resumir mucha información asociada con la trayectoria socioeconómica pasada del niño. Si bien no controlamos por la calidad de los centros educativos, los resultados dan indicios de aspectos muy relevantes. Allí mostramos que los magros desempeños nutricionales en esos primeros años de vida, así como la falta de asistencia al preescolar, se relacionan de forma importante con la repetición. Este último desempeño, la repetición, es casi el único que influye en el abandono, probablemente asociado a aspectos motivacionales de los niños o a la ausencia de estímulos de los padres para que se mantengan en los centros de estudios. Lo que pasa en el hogar es importante, y muchas veces demora años en evidenciarse en el salón de clase.

Los diálogos con muchos economistas del gobierno son alarmantes. En voz baja repiten que por suerte tenemos al liceo Jubilar, que nos está sacando las castañas del fuego. La impunidad de la disciplina. No tienen idea de lo que la segregación educativa genera. El proceso de selección de esas instituciones no es aleatorio; los padres tienen que estar dispuestos a que sus hijos participen en el sorteo. Incentivar que se junten adolescentes de hogares “buenos”, donde los padres tienen mejores actitudes hacia la educación, por un lado, dejando a los “malos” en otro, evita que desde muy chicos interactúen quienes provienen de hogares con perfiles distintos. Los “buenos” seguramente aprovechen más esas interacciones con otros niños estimulados en su hogar, al mismo tiempo que se promueve que los déficits generados en los hogares se reproduzcan en los centros educativos públicos.

La política está empezando a jugar su rol. No la política educativa, pero sí la política. Y hasta ahora nada ha dicho la demografía. Los niños que están terminando primer año de liceo este mes nacieron en 2004; toda su vida transcurrió en un período de crecimiento económico. Seguramente las próximas pruebas PISA brinden resultados mucho mejores. Y luego, más política: expansión de los centros CAIF y del programa Uruguay Crece Contigo, mejoras en la infraestructura de los centros educativos, etcétera. Mientras tanto, la miopía de las autoridades puede causar mucho daño si se generalizan enfoques basados en la segregación educativa. Dicho de otro modo, los potenciales logros que -podemos avizorar- se producirán en los próximos años podrían diluirse si prevalece el discurso que repite que “la educación pública es un desastre” y, por tanto, no hay que apoyarla, y que lo mejor es brindar estímulos a los centros privados vía exoneraciones impositivas.

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