A fines de 2015 publicamos que los uruguayos estábamos “extrañamente acostumbrados a contar con Daniel Viglietti entre nosotros”, como si pudiera ser normal, en algún país y en algún tiempo, que semejante artista anduviera por ahí, cruzarse con él por la calle, tener oportunidades de ir a verlo cantar y tocar como pocos, e incluso desaprovecharlas. Ahora resulta que ya no, que se murió ayer, menos de un mes después que su gran amigo Coriún Aharonián, y resulta también que seguirá con nosotros, que seguiremos con él.
Cuando cantaba no tenía edad. La memoria del cuerpo, ejercitada en la escuela exquisita de Abel Carlevaro, lo despojaba de los años y era cada vez el de siempre, como iluminado en integración perfecta con la guitarra, como si aquel mechón de pelo joven le cayera todavía sobre la frente.
La memoria del canto lo hacía contemporáneo, en un río incesante, de Atahualpa Yupanqui y de Buffy Sainte-Marie, de Chico Buarque y de Jorge Lazaroff, de Violeta Parra y de Rubén Olivera, de Bartolomé Hidalgo y de un gurí que está por animarse a inventar algo nuevo, porque siente que hace falta.
Hace un par de años, él comentó que en los años 60, con Los Olimareños, Alfredo Zitarrosa, el Sabalero y tantos otros, cantaban “a coro sin saberlo [...]. Todos amantes de la libertad en el sentido más profundo y menos manoseado del término; me gustaría decir libertarios”. Mencionó luego a una generosa docena de artistas más jóvenes a los que sentía como compañeros de polifonía. “No estoy olvidando a los luchadores anónimos –dijo–. Todos son una especie de sujeto colectivo que impulsa a seguir”. Habrá que seguir, entonces, incluso sin él.
Su velatorio se realizará hoy de 10.00 a 14.00 en el hall del teatro Solís.