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El referéndum de Colonia y el futuro de la izquierda

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Columna de opinión.

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Durante marzo en Colonia ocurrió un acontecimiento de gravedad que pasó desapercibido para la mayoría del país: un movimiento local juntó firmas contra un impuesto -una tasa o tributo- que recauda para financiar la provisión de un bien público. Es la tasa de alumbrado. Y la semana pasada la Corte Electoral por unanimidad emitió un fallo sobre su ilegalidad.

De acuerdo a la Ley de Presupuesto Quinquenal la tasa (en realidad un impuesto) al Alumbrado que cobrará la Intendencia de Colonia -como otras intendencias con deudas importantes con empresas públicas- presenta varias innovaciones positivas acordadas con la UTE y la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP).

Entre ellas se destacan el inicio de la devolución de una deuda de la Intendencia de Colonia (IC) a UTE por obras de iluminación que beneficiaron a toda la población, y un control estricto que asegura que lo recaudado por el impuesto será volcado efectivamente para su finalidad de ofrecer el bien público de la luz en todo el territorio departamental, y que mejora la eficiencia y eficacia energética porque la IC se compromete a un cambio de calidad de la red lumínica que garantiza una baja de costos y mayor calidad e irradiación de luz.

El acuerdo con OPP y UTE implica que si la IC alcanza determinadas metas de cobertura y calidad, entonces será beneficiaria de 40% de subsidio del Estado nacional para la iluminación.

Sin embargo, un sector local del Frente Amplio (FA) con apoyo de queridas figuras nacionales (en contra de la mayoría) empujó un movimiento antiimpuesto que, como era seguro de acuerdo a nuestro ordenamiento constitucional, fue rechazado por improcedente por una amplia mayoría (7 a 2) de los integrantes de la Corte Electoral En el proceso se creó un clima de hostilidad e intolerancia que contaminó el aire de convivencia y compañerismo con agresiones personales sin argumentos en redes sociales y medios de comunicación denigrando el voto responsable de los ediles de la mayoría del FA.

¿Cuál es el fondo ideológico de este hecho, que además se repite en otros puntos del país contra otros gobiernos, malos, buenos o regulares, justos o injustos?

Preguntarse por los impuestos es preguntarse por el Estado, el mercado y la ciudadanía y por la vida que queremos vivir nosotros y nuestros descendientes. Es mirar el espejo de nuestras responsabilidades como ciudadanos y tomar conciencia del límite. Posibilidad y límite, la vida es elección.

Adentro nuestro todos queremos todo, pero adentro nuestro también sabemos que no todo es posible, y sabemos que reconocer límites es descubrir nuestras verdaderas posibilidades de libertad.

Preguntarse por los impuestos es preguntarse por la sociedad deseable, por valores y prácticas, confianzas y desconfianzas. Es el dilema entre una pesadilla y un sueño. El modelo puro de la pesadilla de la derecha norteamericana de “la muerte y los impuestos” es el demonio del Estado y el dios del Mercado.

Pero ¿qué pasa con quienes se cayeron del mercado y qué pasa con la concentración de riqueza adentro o la destrucción de competencia en el mercado?

Otro tipo ideal es el sueño nórdico del socialismo democrático, que concibe las trayectorias de las personas a partir de un encuentro entre el esfuerzo y mérito individual con la comunidad o el mercado. Pero con el apoyo detrás de un Estado activo que crea oportunidades para todos a lo largo de la vida mediante diversas prestaciones sociales de calidad financiadas con impuestos progresivos, es decir, basados en la imposición mayor según los ingresos. Los países nórdicos son los de mayor desarrollo humano del mundo.

Según la historia económica en la Inglaterra de los siglos XV a XVII, el Estado inventó los modernos mercados “autorregulados”. Hasta que, para proteger a los pobres de las brutalidades de aquel capitalismo salvaje y luego a los niños y madres, después a la pequeña empresa, el Estado comenzó a regular mercados, poner y mejorar impuestos y organizar la eficacia de los servicios.

Entre otras cosas, para asegurar el funcionamiento de los propios mercados invirtiendo en el agua, los caminos, el saneamiento, la energía, los despidos, jubilaciones y pensiones, las escuelas y la salud. Cobrando impuestos el Estado aseguró que el mercado funcionara de verdad y que la ciudadanía civil se convirtiera también en ciudadanía política y en ciudadanía social.

Por supuesto que la justicia no se aplica sólo a los impuestos sino a la eficiencia y la eficacia del gasto. Por eso el acuerdo de la IC con UTE y OPP es relevante. El FA también va a mejorar la concepción del impuesto de la IC y lo hará más progresivo y justo. Pero desde aquellos tiempos hasta hoy la izquierda sabe que las sociedades más prósperas, justas y humanas son inseparables de un papel estratégico y regulador del Estado, un mercado competitivo, una ciudadanía que participa y controla, una carga impositiva distribuida de acuerdo a la capacidad económica de cada persona, una formalización altísima y un gasto controlado y eficiente.

Los impuestos y el gasto eficiente -de modo inseparable- son un límite a nuestras pulsiones infantiles, pero son la única condición de posibilidad para realizar los sueños adultos de justicia social y desarrollo, de apoyo a los innovadores en el mercado, de estímulo a la igualdad entre varones y mujeres, sin distinción de etnia o edad o de lucha radical contra la pobreza.

El movimiento antiimpuesto de Colonia, apelando a sentimientos normales de la gente, negó señas de identidad de izquierda apelando, sin saberlo, a valores de partidarios del Estado mínimo y adversarios de políticas de justicia social y desarrollo. Eso sólo es posible con un Estado fuerte que aprende a gastar bien y con controles ciudadanos en las dos caras de este proceso, la recaudación y la calidad del gasto. Ni cacerolas que gritan Estado mínimo para los pobres y generoso para los ricos ni derroche o magia del gasto.

No se debe olvidar que hay movimientos antiimpuesto con las peores credenciales; por ejemplo, el poujadismo. Pierre Poujade fue un carnicero que organizó un gremio de comerciantes bajo la bandera de abolir impuestos en la Francia de los años 50.

Pronto el movimiento se convirtió en partido de ultraderecha pro “Argelia francesa”, el colonialismo, el Estado mínimo y el autoritarismo. En la elección de 1956, sorpresivamente logró 52 diputados y 12% de los votos. Pero se disolvió poco después, tras la pérdida de todas sus bancas menos dos. Una de ellas fue la banca de Jean Marie Le Pen, el fundador del ultraderechista Frente Nacional de Francia.

El poujadismo es fácil porque nadie quiere pagar impuestos. El populismo económico también, porque todos quieren gastar y no todos asegurar la calidad de servicios públicos universales. Son caras opuestas del mismo planeta. Ideológicamente, son la negación de la vida y de los sueños.

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