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Los números no nos dan

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¿Y qué les hemos dado nosotros a los números para exigir que ellos nos den a nosotros?

Ayer pasé por 18 y Cuareim y un tipo estaba agarrando del cuello a un 3 gritándole “¡dame, dame!”. Viste cómo es la gente:

―Que a fin de mes a mí nunca me dan.

―Que estoy cansado de no llegar en hora, de tener el colesterol en el máximo, de que mi cuadro no suba en la tabla. De que el jurado de arreglos y comunicación no vea el trabajo que hicimos en el año.

―Y eso de que los números no mienten es una mentira. Cada vez que miro la factura de luz, no tiene nada que ver con lo que la disfruté.

―¿Y yo, con mis años de casada?

―¡Destruyamos a los números!

―¡Eso! Los números sólo nos han traído puros problemas.

―Y cuando se juntan en cifras, son mucho peores.

―¡Eliminémoslos ya!

―¡Es hora de suprimir esos malditos números de la faz de la tierra!

―¡Eso! ¡Ya no queremos saber más nada con esos simbolitos del diablo!

Y fue en ese momento que un pitagórico despierto saltó en su defensa e intentó hacer reflexionar a las cabezas ardientes bajo las antorchas:

―¡Esperen, masas! ¿Es que no ven que los números son la matriz de todo lo que existe en la naturaleza? Son la imagen más cercana de Dios. Y además, justamente son eso: símbolos, representaciones, conceptos. ¿Cómo los vamos a eliminar?

―¡Borrándolos del mapa! Estamos cansado de los conceptos.

―Los conceptos han llevado al ser humano a ser el único animal que utiliza números, por ejemplo. Y mirá cómo está el ser humano, con la inseguridad que hay.

―¡Y así está la educación!

―¡Sí, hay que poner más inglés!

―¡Y más policías!

―Y no me vengas a hablar a mí de las representaciones, con los representantes que tenemos ahí que se roban todo y ninguno sirve pa’ nada.

―¿Y las representaciones en el exterior? ¿Que se la pasan de orgías y champán con caviar? ¡Basta de representaciones!

―¡Y miralo a Paco Casal!

―¿Qué querés que mire de Paco Casal? (justo pasaba Paco Casal por atrás).

―No, miralo, que ahí va.

Paco se acercó y gritó:

―¡Democracia directa, carajo! ―se metió en la doble cabina y siguió de largo.

Y así fue cómo ocurrió que ese martes de agosto de ese año, delante de una gran masa de personas autoproclamadas “el pueblo”, completamos la tarea infinita de ajusticiar a los números para siempre. Habíamos decidido ahorrarnos todas las preocupaciones derivadas de ellos. Y, como tantas veces en la historia, el pueblo oriental lo hizo nuevamente.

De vuelta a casa, luego de la ejecución y con el regocijo del deber cumplido, se me acerca mi vecino y me dice:

―Qué bueno lo que hicimos, ¿no, vecino? Nos deshicimos de esos perturbadores.

Y tenía razón. Yo estuve toda mi vida esperando a que me cerraran, y nunca me habían cerrado; con el frío que me entraba. Eso sí, desde ahora tendré que cerrar yo solito.

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