Octavio Groppa, profesor de la Universidad del Salvador, de Buenos Aires, Argentina, tomó la posta, primero para cuestionar el rol del contrato como único vínculo en las relaciones laborales. Para el licenciado en economía, la forma contractual fue permeando casi todas las formas de organización en las sociedades modernas y “acabó por mercantilizar algunos aspectos que requieren en mayor medida la dinámica del don”, “empobreciendo” así el relacionamiento entre empleador y empleado.
Para quien además se desempeña como licenciado en teología hay un “planteo religioso implícito” en la máxima del capitalismo que concibe al mercado como único mediador: el sistema “ha logrado que las personas y organizaciones de cualquier tipo asuman los principios y criterios del business como propios”, “reduciendo los problemas que tenemos como sociedad a cuestiones de índole técnica solamente”.
“Pareciera que con mayores premios y bonos se puede conseguir cualquier cosa, pero las reglas del management olvidan valores como la lealtad, la confianza, la buena predisposición, la iniciativa y la creatividad”, afirmó. El problema, en opinión del economista, es que “una vez que se institucionalizaron estas relaciones, resulta muy difícil reanimar la vida virtuosa”. “De ahí que se haga uso de vocabulario, símbolos y técnicas de origen religioso, pues los valores sólo pueden ser seguidos por la vía de la noción de los afectos, moviendo a la persona desde adentro”, agregó. El nuevo riesgo que aparece frente a esta opción es que “la empresa pueda institucionalizar esto, sólo con el fin de obtener mayores ganancias”, generando una “apatía colectiva” dentro de la organización, basada en “el cinismo cívico de quien entrega su alma por unas monedas”.
La economía “de comunión”, creada en 1991 en Brasil por Chiara Lubich (1920-2008), la italiana fundadora y presidenta del Movimiento de los Focolares, centra su objetivo en la creación de fraternidad mediante el trabajo y no en la maximización de la rentabilidad del capital, como lo hace la de mercado. En este sentido, propone dividir las ganancias de la empresa entre inversión, promoción social y la cultura del dar, en oposición a la del “tener” y el “parecer”.
Germán Jorge, el dueño de una barraca de materiales de construcción afiliada a la economía de comunión, sostuvo que este sistema apunta a acabar con el individualismo. Contó que, al tratarse de una de las empresas más grandes de Argentina, “hay mucha gente que se pregunta cómo es que le va tan bien a alguien que se fija más en el otro que en las propias ganancias, y yo creo que nuestro éxito se debe justamente a eso”.
Aldo Calliera, criador de ganado bovino en el norte de Argentina, coincidió: en oposición al “dilema del erizo” –la parábola de Arthur Schopenhauer–, “la economía de la comunión consiste en acercarse al otro aun a costa del peligro de ser lastimado por este”. El empresario contó que muchas veces escuchó a sus colegas preguntarse por la falta de escucha de los empleados, y sostuvo que la solución es “dirigirse al lugar de la herida de la empresa”. “Cada empresa tiene la suya, no hay receta única. Hay que descubrirla en cada caso”, afirmó. En su caso, sucedió cuando se encontró frente a frente con la imposibilidad de compartir un encuentro con los peones del campo que dirige. “Un día me levanté temprano para tomar unos mates antes de arrancar a trabajar y escuché que en la pieza de al lado los peones se estaban matando de risa, pasándola muy bien. Me di cuenta de que era mucho mejor estar allá que donde estaba, solo, y decidí sumarme. Al abrir la puerta, todos los gritos se suspendieron y quedó un silencio congelante. Me senté a la mesa y nadie decía nada, sólo nos mirábamos. Finalmente, cuando se hicieron las 8.00, alguien dijo: ‘Bueno, vamos a arrancar la jornada’. Entonces me di cuenta de que algo andaba mal, y al otro día volví y sucedió lo mismo; me dolía el estómago por la incomodidad. Pero poco a poco, con el paso de los meses, fuimos soltándonos y al día de hoy llegamos a tener una relación de familia. Conozco a los suyos y ellos a los míos, nos visitamos, compartimos”, relató.
Otros de los ponentes fueron el uruguayo Gonzalo Sobral, quien se refirió al “sistema B” –un movimiento global que tiene como objetivo “construir una nueva economía fortaleciendo a la comunidad de líderes empresariales que miden su impacto”–, y el chileno Tomás Lambertini, encargado de Administración, Finanzas y Recursos Humanos de Cultiva, una empresa dedicada a la reforestación nativa.