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La masacre de Tlatelolco en la prensa uruguaya

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En 1968 el mundo estaba en ebullición. Cambios acelerados y la noción de que todo podía cambiar rápidamente sacudían muchas áreas a la vez, desde la economía hasta la cultura (y, en esta, desde la sexualidad hasta el arte). Los nacidos después de la Segunda Guerra Mundial inventaban diversas maneras de ser jóvenes que, en el marco de una incipiente globalización y pese a importantes diferencias, esbozaban un “nosotros” inédito. Entre la terrible naturalización de la violencia política y las reacciones pacifistas sabemos quién ganó la pulseada: en América Latina, sin ir más lejos, poco después comenzaron largas dictaduras terroristas. Pero en otros terrenos los cambios abrieron camino a nuevas formas de conciencia y de relación con el mundo; a otras maneras, por ejemplo, de ser mujer o de ser izquierdista. Sin embargo, medio siglo después, hasta los más jóvenes de aquellos jóvenes son ya veteranos. ¿Qué podemos aprender, rescatar o rechazar, ahora, de lo que vivieron? Por ahí explorarán las notas de Dínamo en este mes de mayo, que quedó como símbolo del simbólico 68.


Hace unos años participé en un proyecto de investigación sobre la prensa uruguaya, dirigido por el profesor Carlos Machado, y tuve la oportunidad de recabar notas de prensa referidas a la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas. Al repasar la documentación archivada se observan con claridad elementos de construcción narrativa similares a los que hoy circulan en las redes sociales.

Así como nos acostumbramos a las fake news, a las falsas banderas y a seguir lugares comunes improbados a partir de la reiteración de titulares tendenciosos, por aquel entonces la invención de guerrillas cubanas, de peligros desestabilizadores, o el poner la importancia de la organización de los Juegos Olímpicos por encima de los derechos humanos, sirvió en algunos casos de coartada para no informar sobre los hechos y dar la sensación de un caos juvenil peligroso que debió ser cortado.

Al mismo tiempo, los enfoques críticos y la presencia de periodistas en el lugar de los hechos permitieron saber que había sido una trampa mortal planificada por el gobierno autoritario del Partido Revolucionario Institucional (PRI), como quedaría demostrado después por los trabajos de la periodista Rosario Castellanos y por el documental del periódico La Jornada dirigido por Carlos Monsiváis.

A continuación se presenta una breve reseña de los encares periodísticos con los que se abordó el tema en Uruguay, cuando se cerraba con sangre latina el año de los estudiantes.

Faltaban pocos días para que se celebraran los primeros Juegos Olímpicos organizados en América Latina, en México DF. La movilización estudiantil que se arrastraba desde mediados de año, con la autonomía universitaria y la democratización política como principales banderas, venía creciendo. La continua represión gubernamental (ocupación militar de facultades y predios educativos, operación de grupos paramilitares contra los dirigentes estudiantiles) generaba una respuesta mayor y más organizada de los estudiantes. Entonces el régimen del PRI (al que Carlos Fuentes llamara “monarquía de partido”), para dar “seguridad”, decidió cortar por lo sano y atacó salvaje e impunemente a los estudiantes.

El 2 de octubre, el Poder Ejecutivo montó la provocación. Una trampa mortal: la manifestación era en la Plaza de las Tres Culturas. Se preparó a un grupo de estudiantes de la escuela militar infiltrados de civil (el Batallón Olimpia), que dispararía desde los edificios circundantes y desde la multitud contra el Ejército regular que rodearía la plaza. Este estaría preparado para bloquear con 40 carros de combate todas las salidas posibles. La señal planificada fue una bengala, que dio lugar al comienzo de la balacera. Avanzado el “combate” (que en realidad contaba con combatientes confabulados por uno solo de los bandos y víctimas del otro, a excepción de un soldado muerto “por error”), los integrantes del Batallón Olimpia irían “zafando” de la multitud mostrando a los soldados del Ejército su “contraseña blanca” (un vendaje blanco en sus manos y muñecas), salvoconducto que les permitiría volver a las filas del Ejército, en las que se vestían con el uniforme militar.

La desinformación oficial y el clima de guerra fría no contribuyeron a que la noticia fuera claramente narrada por la prensa uruguaya. El País optó por la interpretación de la seguridad nacional, pintando un clima de guerrilla urbana: “Suman veinte los muertos en México [...] El peor brote de violencia en las nueve semanas de agitación estudiantil contra el gobierno [...] Los soldados evidentemente dispararon contra francotiradores estudiantiles [...] un testigo dijo que disparaban con armas automáticas calibre 22 y que los soldados contestaron con ametralladoras [...] Varios autobuses arden en las calles en medio de continuos tiroteos, gritos y granadas. Grupos de estudiantes corren por las calles disparando a diestra y siniestra sus pistolas automáticas”, informaba el 3 de octubre. “Los motines han estremecido a Ciudad de México [...] Grupos de jóvenes revoltosos incendiaron tres tranvías en las inmediaciones del Estadio Azteca”, decía el 4 de octubre, para llegar a la fantasía total después: “Un ‘Ejército de Liberación’ opera en México [...] El grupo luchó contra los soldados en Tlatelolco. Recibieron adiestramiento guerrillero en Cuba” (5/10). Luego, la cruda información ya no aparecía en primera plana: “Los muertos en México fueron 200, afirman estudiantes”, y noticias de la represión posbalacera: “Miembros de nuestro Consejo estudiantil fueron conducidos al sótano del edificio, desnudados y asesinados a sangre fría por agentes de la Policía” (6/10).

Para Acción, órgano de prensa del batllismo liberal que reprodujo algunos pequeños cables (“México: 27 son los muertos”), el problema era otro: “Las Olimpíadas no se suspenden [...] Afirmativo: habrá Juegos”, titulaba el 5. El Día amplió la mirada sobre los hechos: “México: balean estudiantes [...] Cerca de las seis de la tarde el ejército comenzó a disparar contra todo el mundo que se hallaba reunido en la explanada de la denominada Plaza de las Tres Culturas [...] A una señal luminosa roja, probablemente una bengala disparada desde un helicóptero, empezó la balacera” (4/10). Pero no permaneció ajeno al contexto de Guerra Fría: “Peligran los Juegos Olímpicos (a 25 km de la Villa, comienzan en una semana) [...] Mientras la capital discurría nerviosa entre la paz olímpica y la guerra de guerrillas urbana” (5/10). Días después, agregaba otra información: “El líder de la poderosa Confederación de Trabajadores de México (CTM) Fidel Velásquez pidió a los obreros que participen activamente en el conflicto en apoyo al gobierno” (8/10).

El semanario Izquierda, en su sección “Al sur del río Bravo”, denunció recién el 18 de octubre: “El gobierno efectuó uno de los crímenes más sangrientos de la historia [de los] más monstruosos en la historia del continente [...] La policía dice que son 34 los muertos, los periodistas europeos hablan de medio centenar, mientras los estudiantes elevan ese número a 200”. Mientras, repasa el discurso del tercer orador de la tarde: “[...] el compañero Cabeza de Vaca [...] cuando el dirigente estudiantil hablaba los soldados comenzaron a avanzar [...] se oyeron voces, ‘muchachos el ejército’ [...] el orador dijo entonces, ‘Calma, compañeros. Calma, no pasa nada...’. Su voz fue ahogada por el sonido de una ráfaga de ametralladora y estalló el estruendo de la fusilería”.

El Popular, diario del Partido Comunista, además de denunciar hizo una amplia cobertura con destaques en primera plana: “Ametrallan a estudiantes, 7 muertos en la capital azteca” era la primera información. “En momentos en que los estudiantes manifestaban pacíficamente contra la represión policial, la más sangrienta represión se abatió sobre ellos. Una inmensa manifestación de 12.000 estudiantes fue ametrallada esta noche en un tiroteo que duró 15 minutos y que causó la muerte de siete estudiantes, entre ellos una joven de 20 años y 8 heridos, hasta lo que se sabe. No se descarta la idea de una provocación originada por infiltrados en la manifestación [...] Tropas del ejército dispararon con sus metralletas contra la inerme multitud, cercaron la plaza, encerrando a los asistentes al mitin” (3/10). Al principio se calculaban en 28 los muertos, más de 4.000 detenidos, y 500 heridos: “[...] tropas gubernamentales que precedidas por carros blindados y helicópteros que arrojaban bengalas para iluminar el escenario de la represión, arremetieron a bayoneta calada y disparando ráfagas de ametralladora” (4/10). Pero las víctimas crecían con la llegada de nuevos cables: “200 muertos en México [...] monstruosa matanza policial [...] ¿Se ha levantado el gobierno en armas contra el pueblo?”. “Paradójicamente, la ‘Plaza de las Tres Culturas’ (llamada así porque en ella se armonizan gloriosos vestigios, como raíces, de nuestro pasado prehispánico, junto a monumentos de la etapa colonial, en un hermoso marco que muestra también la más moderna arquitectura) fue construida con intención de símbolo del progreso de México. El símbolo sin embargo, se transformó [...] acorralada en una trampa urdida por manos siniestras [...] una multitud que se manifestaba pacíficamente, y con la autorización previa que exigen las reglamentaciones municipales, fue víctima de una operación militar de inconcebible despliegue y ferocidad. Helicópteros, tanques, bazucas, ametralladoras. Generales al mando como en una guerra. Fue recinto de sangre y fuego” (5/10). Aunque erraba la puntería: “El ejército se impuso a [Gustavo] Díaz Ordaz. El presidente mexicano estaba dispuesto a conceder las demandas estudiantiles, pero el jefe del ejército dijo que no acataría esa actitud. Presión del Pentágono”. Al mismo tiempo, dejaba en evidencia la pusilanimidad del Comité Olímpico Internacional (COI): “Avery Bundage, presidente del COI, dijo ‘si nuestros Juegos tuvieran que suspenderse cada vez que los políticos violan las leyes de la humanidad jamás habría competiciones internacionales’” (7/10). Luego explicaba cómo pudo obtenerse la información: “No tiene otra calificación que la de asesinato colectivo. Y todavía con el agravante de que lejos de producirse por error, fue preparado [...] Las autoridades responsables se han convertido ellas mismas en delincuentes de orden común”.

El semanario Marcha contextualizaba el accionar represivo: “Autosugestionados con una revolución que ya se ha desvanecido, los políticos del ‘Establishment’ mexicano –el más antiguo en el continente– están rehusando enfrentarse con una realidad: a pesar del desarrollo de ciertas regiones, a pesar del próspero turismo yanqui, a pesar de los elogios de Walt Rostov, en México la mitad de la población es dolorosamente pobre [...] Este año se pensaba coronar la fábula con el júbilo de los Juegos Olímpicos, supuesta demostración de que México anda bien [...] los métodos que se aplicaban hace cinco años a los campesinos ejidales llegaron al Distrito Federal. Para el mundo exterior la imagen de México era apabullantemente alegre: los charros con guitarra, la arquitectura colonial, Teotihuacán, una gran campaña publicitaria de los Estados Unidos: ‘visit México Now’... ¿lo seguirían visitando?”.

Los Juegos Olímpicos se desarrollarían con “normalidad”, no sin que se registraran otras protestas, como la de los atletas afroamericanos que realizaban el saludo black power al recibir las medallas en el podio.

Las muertes aún no se han estimado oficialmente; se calculan en más de 300. El gobierno cerró todos los caminos para la investigación y nadie ha pagado por el crimen. Recién en 2002 se abrió un juicio contra Díaz Ordaz, entonces presidente, y el secretario de Estado, Luis Echeverría, que dijeron “no recordar nada”. En 2009 fueron absueltos.

Tras recorrer buena parte de la prensa de aquella época, uno queda con la sensación de que la recepción de la noticia habrá sido acorde a las ideas previas de los lectores y a los medios con que cada uno se informaba. Para los seguidores de la prensa más preocupada por la realización de los Juegos Olímpicos y la estabilidad, el problema fue culpa de jóvenes radicalizados, mientras que un lector de Marcha o El Popular contó con más información para saber bien de qué se trató. Pero es improbable que ambas percepciones hayan dialogado, y si en algún momento se cruzaron, es posible que uno respondiera: “No me vengas con teorías conspirativas; si los jóvenes se la pasan agitando, se la buscaron”. Una respuesta similar al “algo habrán hecho”. Porque, más allá de pruebas y hechos, las percepciones previas y las “ideas instaladas” juegan un rol determinante al elegir lo que se quiere saber.

Sacar a Tlatelolco de la foto de una agitación juvenil reprimida más y reflexionar sobre la narrativa con la que se informó al respecto permite observar cómo aquel crimen masivo forma parte de los mecanismos tradicionales de control del Estado mexicano (tal como analizó Marcha) y el centenario régimen semidemocrático del PRI. Y es que el 68 mexicano sigue impune y vigente: la semana pasada los empresarios millonarios mexicanos declararon públicamente que van a hacer todo lo posible para que caiga Andrés Manuel López Obrador, y se llevan denunciados ya los asesinatos de 88 alcaldes en la campaña electoral. Pero eso no se convirtió en tema de portada, trending topic o páginas centrales ni de programas ni de sitios web democráticos. Reflexionar también sobre lo que creemos que son los problemas de la democracia y cómo los contamos y nos los cuentan es un mínimo homenaje que se debe a las víctimas del movimiento estudiantil latinoamericano.

Gabriel Quirici es profesor de historia.

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