La primera vez que vi actuar a la murga cooperativa La Mojigata –y también la primera vez que tuve noticia de su existencia– yo era espectadora habitual del tablado del Defensor Sporting, un escenario que disfrutaba de tener un público seguidor casi incondicional.
El siglo XXI era nuevito entonces, y muchos adultos de mediana edad éramos fanáticos de las “murgas-pueblo” (como las denominó Guillermo Lamolle) o “murgas mensaje” (Rafael Bayce), o coloquialmente “murgas de protesta”. Vueltos adultos en la época de los candombailes de los años 80 –reuniones para jóvenes en la salida de la dictadura–, muchos éramos seguidores de las murgas-pueblo aun antes, en plena dictadura. Teníamos en común en esos años de recuperación democrática un hálito de optimismo contagioso, que transcurridos 20 años y llegado el nuevo siglo todavía nos llevaba a encontrar en la murga y el tablado una especie de nostalgia dicharachera, alimentada y sostenida en los años 90 por la burla a todo lo instituido –murgas de protesta incluidas– de la increíble Anti-murga BCG.
Para entonces, Directores Asociados de Espectáculos Carnavalescos Populares del Uruguay se había asegurado de erradicar del carnaval a la anti-murga, y Graffigna, Cribari y Graziosi –los organizadores del escenario de carnaval del Defensor Sporting– se habían quedado sin la frutillita de la torta que cerraba todas las noches el espectáculo. La BCG agitaba al público y aseguraba a aquellos incondicionales que no faltaban ni una noche diversión descacharrante sin defraudar jamás.
Fue entonces que la organización del tablado mostró su idea renovadora, que resultó ser una semilla revolucionaria para el carnaval montevideano: contratar a La Mojigata, ganadora en el año anterior del Encuentro de Murga Joven, organizado por la Intendencia de Montevideo, para actuar en el tablado del Defensor Sporting. “Luna y claridad, la noche se engalana”... ¡Desafinaban lindo! Era como ver a unos niños haciendo payasadas con ganas de hacer algo en serio... “a ver, pará, ¿¡de qué se están riendo!? ¡¡¡Jugados los pibes!!!”. En aquel momento pareció una propuesta pintoresca que agradecimos al tablado: dar espacio a los que no tienen voz, entre el público murguero, siempre está bien visto. Había que dar un lugar a estos gurises para que mostraran lo suyo. Después venían las murgas en serio. Sin embargo, el aplausómetro parece haber mostrado a los organizadores que esa murga podía volver, y volvió, y le fue cada vez mejor, y se ganó un lugar en ese público de exquisitos, donde Contrafarsa y Los Diablos Verdes hacían estragos generando ovaciones, pero donde también La Gran Siete y una todavía casi desconocida A Contramano tenían espacio para cantar y ser aplaudidas.
El carnaval siguiente otras murgas provenientes del Encuentro de Murga Joven se sumaron al Concurso Oficial y al tablado del Parque Rodó: Agarrate Catalina, que llegó pisando fuerte y después de algunos años de gran impacto entre ese público “especializado” optó por otros caminos, y la imposible Demimurga, que ya no está entre nosotros pero aún nos congela el cerebro. Y luego Queso Magro, la primera murga joven en obtener la mención al mejor letrista de murga del carnaval, en 2006. Y La Mojigata, ahora acompañada en su cruce del charco a la vida adulta en carnaval, siguió volviendo, desatando, inadaptando, tocando, ensombreciendo, dudando, patrimoniando, liberando frasquitos, jugando, desafiando, también denunciando y desafinando, porque las estirpes condenadas por su condición esencial y fundacional no tienen otra posibilidad en la tierra que ser lo que son. Y esta murga se interpreta a partir de su rito fundacional. Nació de una improbable confluencia de jóvenes dispersos, que no había razón para prever que podrían tropezarse y unirse en torno a un objetivo común, la mayoría desconocidos entre sí, que se fueron encontrando para escribir y cantar murga, y fueron construyendo su propia idea de lo que es ser una murga, alimentada por los talleres de Pitufo Lombardo y Pinocho Routin, enriquecida con el trabajo escénico de Ramiro Perdomo, consolidando año a año una forma de concebir los espectáculos del carnaval montevideano (llamado vulgarmente carnaval mayor) a partir de la renovación cuestionadora que trajo al carnaval la semilla de Murga Joven.
En ocasión de un trabajo grupal para la Licenciatura en Educación con mis compañeros Alejandra Martínez Sierra y Santiago Vasconcellos, Nacho Alonso nos contó en una entrevista que todo empezó en un taller de murga del Taller Uruguayo de Música Popular (TUMP) coordinado por Lombardo en 1998. De ese taller siete u ocho miembros salieron con un nombre de murga, algo parecido a un saludo-presentación, y las ganas de seguir por ese camino.
Pitufo, desde el taller que ofrecía al grupo en el TUMP, les había contado que existía algo llamado Encuentro de Murga Joven, y Nacho recuerda que esa noticia desató el sueño de participar. Caótica como toda gestación, se disparó entonces una búsqueda de más jóvenes con ganas de integrar la murga, que se fue completando con un aluvión de gente que venía de otras murgas, como Japilong, y del ambiente teatral, y con amigos de los miembros del núcleo inicial. Del primer grupo del taller del TUMP hoy sólo permanecen Nacho y Luciano Pérez, el bombista; del aluvión de allegados de la primera búsqueda, los hermanos Paleo y Joaquín Macedo; de los amigos que traía cada uno, Facundo García y Laura Almada. En una entrevista que ella y Manuel Umpiérrez accedieron a mantener con nuestro grupo, Laura recordó que mientras pasaba por una etapa difícil de su vida empezó a ir a los ensayos de la murga, donde participaban sus dos hermanas, Lucía y Ann Marie, y, después de un tiempo haciendo el aguante desde el banco, un día, como sin darse cuenta, se encontró cantando en la cuerda.
Hace unos meses festejaron sus 20 años. Los ensayos, en setiembre, en el Club Capurro –su más reciente sede–, tenían un toque esquizofrénico: preparaban las actuaciones que harían en Argentina en pocos días más, y a la vez se reencontraban con miembros que ya no están en la murga pero que subirían a cantar con ella el espectáculo de los 20 años. Así me di el gusto de ver de nuevo –casi 20 años después– el ensayo de Los Inadaptados de Siempre, en un bucle anacrónico que me llevó de vuelta en el recuerdo al Club Montevideo en una noche de enero que se transformó en lluviosa y obligó a la murga a entrar al gimnasio cerrado justo cuando tenía que practicar la puesta en escena. Con los ansiosos que curtíamos ensayos en enero ubicados como podíamos muy cerca de la murga, por no tener otro lugar donde estar, y con la cara de pánico de mi hija de dos años, aterrorizada cuando un murguista –Joaquín– se le venía literalmente encima practicando los movimientos del cuplé en un encuadre en el que público, niños y murga se entreveraban sin miramientos.
Este setiembre en el Capurro todo fluía con más espacio, a pesar del multipropósito que la murga encaraba. Facundo guió con su calma de siempre a los murguistas en diez o 12 pasadas de canto inadaptado a capela, mientras Nacho ayudaba a Lali Ganz a encontrar un ritmo, para luego acoplar la batería y las voces, mientras Facundo ajustaba la cadencia al compás que marcaban los instrumentos. Sus manos los guían: una ola indica que la voz se arrastra un poco, ajusta el volumen con la altura de la mano. El gesto que más se ve en todos: la sonrisa. Algunos cantaron esto mismo hace casi 20 años, otros pocos están viviendo este remake como hecho histórico: se les nota en la cara.
Luego llega el turno de “No se tocan”, y las sobreprimos se lucen y muestran cómo evolucionó el canto de esta murga. Y también sus textos, hoy políticamente más correctos en la forma, no en los contenidos.
En el ensayo de hoy no está completo el triunvirato de dirección artística, capaz que Ramiro llega más tarde. Es que es setiembre. Todavía no se ha desplegado la baraúnda murguera en pleno.
Después de una actuación en el Parque Rodó Laura nos contó uno de esos recuerdos que marcan la identidad de esta murga: la imagen de Faustino, recién llegado al grupo por ese entonces, dividiendo su atención entre el ensayo y la ayuda a su hija que estaba haciendo los deberes allí. Es que los niños siempre están. Si no, ¿quién iba a ofrecer al público los pegotines y discos en los MojiFest? ¿Estrategia de marketing, aprovechamiento de recursos ociosos o murga metida en la vida hasta el tuétano? Ellos, los niños de la murga, fueron parte del escenario de los 20 años también. Engalanaron la noche dirigidos por Darío Prieto en uno de los momentos más entrañables de un espectáculo cuidado, emotivo, que no desatendió la calidad de lo que se mostraba, redondito y lleno de felicidad completa. Y los 20 años se festejaron como era debido.
Ahora, otro carnaval que se viene, otra MojiFest que amenaza, otra y la misma Mojigata de siempre, que con carné de adulta nos viene a golpear en la cara con un canto que no despeina, aunque, al que quiere, le pone los pelos de punta con su incesante capacidad de remover los cimientos del absurdo cotidiano. Al fin siento que puedo decir “¡salú, carnaval!”.
Hoy a las 16.00 en el Museo de las Migraciones (Bartolomé Mitre 1550, esquina Piedras) la murga La Mojigata organiza el Mojifest, en la que también se presentarán Metele que son Pasteles, La Gran Siete, Los Antiguos, Bien Losdó, Mamá Chola, Sonidero Mandinga, Majo Hernández y Biocopercu.