Cuando finalizó la prueba de admisión para el Desfile Oficial de Llamadas 2020, no faltó quien preguntara quiénes eran los Hechiceros del Candombe, que habían obtenido el primer puesto. Detrás de ese toque y de coreografías de precisión milimétrica hay 12 años de arduo trabajo y resistencia para instalar la comparsa en una ciudad de origen europeo y sin tradición candombera.

Que el candombe forma parte indiscutida de la cultura popular uruguaya es una afirmación obvia y mayormente compartida. Sin embargo, como suele pasar cuando se observan los fenómenos desde la capital, las generalizaciones esconden singularidades invisibilizadas. Aun dentro de Uruguay, hasta hace muy pocos años existían lugares como Young, que no conocían al candombe de manera directa, en los que nunca había sonado un tambor.

Entre pedradas y denuncias

A comienzos del año 2000, Daniel Valiente viajó a Montevideo y pudo visitar una comparsa. “Como todo apasionado, se acercó a un tambor y lo tocó. Se ve que era de un moreno, que le dijo: ‘¡Dejá ese tambor, bolsa de leche!’. Quedó tan mal que pensó: ‘Voy a llevar un tambor a Young’”, recuerda de manera jocosa Leonardo Valiente, su hijo, y uno de los actuales jefes de cuerda de Hechiceros.

Al padre de Leonardo se sumaron su tío, Jorge González, y su hermano, Ricardo Valiente, que compraron otros dos instrumentos. Así llegaron los tres primeros tambores a Young, armando la cuerda originaria del pueblo con chico, repique y piano.

Con el tiempo, primos y conocidos se sumaron al grupo de tamborileros, aunque “eran bastante discriminados”, reconoce Leonardo. “En todos los barrios eran denunciados, y la solución fue tocar en las afueras de Young. Yo era chiquito, pero ese fue mi inicio, en las afueras”, dice.

El grupo, que en ese entonces aún no era una comparsa, de alguna manera fue bautizado “Hechiceros del Candombe” por la ciudad. “Decían que eran umbandistas o macumberos [que estaban] en una esquina haciendo fuego”, acotó Pablo López, uno de los coreógrafos y bailarines. Según él, la resistencia que tuvieron que enfrentar fue “muy fuerte”. “Al punto de estar tocando y que la Policía se lo impidiera. En un momento, era tanta la exclusión que la comparsa no podía ensayar en otro lado, sólo en las afueras”.

Hacia allí debían trasladar los tambores y la gente. Y, al llegar, los esperaban los inspectores de tránsito para cortar la calle, “porque no había respeto ninguno; los autos veían a la comparsa y se mandaban”, manifestó el bailarín.

Relató que en 2015, cuando estaban repasando el toque en la casa de los directores, “caían cascotazos en el techo”, y mencionó los prejuicios morales que tuvieron que vencer porque decían que había “mujeres insinuándose, u homosexuales dentro de la comparsa”.

En paralelo, existió una gran dificultad para lograr que la mayoría de los integrantes fuera de Young. No sólo el candombe no formaba parte de las costumbres citadinas, sino que la mayoría de los pobladores son de ascendencia alemana, rusa, inglesa e italiana. Además, es una sociedad de “gente grande”, comentó Pablo, ya que la juventud emigra a estudiar a otros departamentos.

Recién en 2006, cuando, por ley, se declaró al candombe Patrimonio Cultural del Uruguay, “los candomberos de Río Negro tuvimos un respaldo”, dijo. Y esto se afianzó en 2009, cuando la UNESCO declaró al candombe Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Desfiles sin aplausos

Hechiceros se consolidó como comparsa en 2008, cuando hizo su primer desfile en Young. “Era algo totalmente nuevo. Me acuerdo de que la gente ni siquiera nos aplaudía”, cuenta Leonardo Valiente. Luego empezaron a dar talleres en liceos y escuelas, “en lugares perdidos como Paso de la Cruz o Bellaco”, relató Pablo.

“La gente nos miraba desde dentro de su casa, con la cortina cerrada. Y te hablo de hace tres años. De noche, veías los ojitos a media luz. En carnaval desfilábamos ahí, en lugares que nunca habían visto una comparsa en vivo”, sostiene.

De hecho, el auge de las comparsas en el interior es relativamente reciente. En su libro Candombe (2018), Tomás Olivera y Juan Antonio Varese señalan que “hacia mediados del siglo XX el candombe era un fenómeno esencialmente capitalino, con algunas excepciones en departamentos de fuerte tradición carnavalesca como Durazno o Cerro Largo”. Recién en las últimas tres décadas, explican los autores, el candombe se ha extendido a la casi totalidad del territorio uruguayo.

Conforme Hechiceros se fue consolidando como comparsa, comenzaron a hacer desfiles en distintos departamentos, con muy buenos resultados. Y si bien las resistencias fueron cediendo, no llegaron a desaparecer del todo. “Recién ahora está dando sus frutos ese trabajo cultural y emocional que se ha hecho con la sociedad de Young. Hoy por hoy, la comparsa es una institución firme y de toda la ciudad”, expresó Pablo.

Como el bambú

Un relato popular en relación al bambú japonés sostiene que, cuando se planta la semilla, no crece durante los siguientes años. El cultivador puede pensar que la semilla murió, o que sus cuidados no han sido los adecuados. Pero cuando llega el séptimo año el bambú crece 30 metros en sólo seis semanas; siete años es el tiempo que la planta necesita para preparar el suelo y fortalecer las raíces que le permitirán sostener su estrepitoso crecimiento. Claro que, para llegar a este punto, se necesita mucha paciencia y cuidado, y no desanimarse durante el proceso cuando los resultados no son los esperados.

Siendo la segunda comparsa más longeva de Río Negro (después de la Mamba Negra, con 20 años de vida), Hechiceros del Candombe esperó 12 años para pisar la calle Isla de Flores. Originalmente, la vía para que una comparsa del interior pudiera participar en la prueba de admisión en Montevideo era clasificar entre los primeros tres puestos de las llamadas de Durazno. Hace poco más de tres años, se dispuso que cualquier comparsa del país podría viajar directamente a Montevideo a rendir la prueba de admisión.

El objetivo siempre fue llegar a Isla de Flores, “pero sabíamos que iba a ser un proceso lento, de muchas horas de ensayo y mucho compromiso”, reconoce Pablo. “Cuando se dio esa oportunidad, dijimos: ‘No estamos al nivel de una comparsa capitalina. Vamos a ir cuando nos sintamos seguros, con la madurez y el profesionalismo suficientes’”. “Hasta que, en 2019, decidimos que si nos iba bien en los desfiles del interior asumiríamos el desafío de dar la prueba de admisión. Y nos fue excelente”, admite el coreógrafo.

Se presentaron en cuatro llamadas; en tres se quedaron con el primer puesto (Paysandú, Salto y Fray Bentos), y en Durazno, con el segundo. Finalmente, luego de salir primeros en la prueba de admisión en Montevideo, el 8 de febrero se plantaron por primera vez en Isla de Flores, bajo la dirección de Daniel Valiente y su esposa, Silvia Barrios, actuales responsables del conjunto, para presentar su espectáculo en homenaje a la locomotora de Young. Como resultado obtuvieron el puesto 13, y así se clasificaron de forma directa para 2021, de modo que en 2020 no deberán rendir prueba de admisión.

Para quedarse

Además de las barreras culturales, la comparsa ha enfrentado los desafíos habituales de todas las agrupaciones candomberas: solventarse económicamente y mantener la motivación de los integrantes.

Participar en los desfiles implica movilizar personas en tres ómnibus, una combi y un camión que llevan la infraestructura para el espectáculo y los tambores, con su correspondiente costo económico. Para poder afrontar ese y otros gastos, organizan rifas durante todo el año, así como venta de pastas, cantinas y eventos. “Hay que moverse 300 kilómetros, que te esperen los ómnibus, desfilar y volver. A todos los lugares, porque en Young no hay una llamada”, comenta Pablo.

Hoy en día la comparsa está integrada por 120 componentes, la mayoría de Young. Algunos residen en Montevideo, Maldonado y Paysandú; es el caso de Pablo, que viaja especialmente para cada ensayo.

Cuando el conjunto cumplió cinco años, se produjo una división por la que más de la mitad de los componentes se abrieron y formaron otra agrupación, La Yumbé, que estuvo activa durante cuatro años. “Ahí quedamos la mitad, y tuvimos que arrancar de nuevo. Durante ese proceso algunos volvieron a Hechiceros y, cuando se disolvió La Yumbé, volvieron muchos más”, cuenta, y agrega que “hubo que limar asperezas para trabajar en conjunto y que Hechiceros volviera a ser la única comparsa de Young”.

Un elemento clave para el sostenimiento del conjunto a lo largo de los años fue la permanencia del núcleo familiar fundador de la comparsa, la familia Valiente. Con respecto a esto, el psicólogo Robert Urgoite –investigador de candombe– señala que la existencia de una familia referente como base de los conjuntos es un elemento reiterado y que de alguna manera determina el éxito de las agrupaciones.

Pablo cree que, en esta nueva etapa, “incidió mucho el proceso de empezar a ganar, la madurez del grupo de trabajo, entender que la cosa era en equipo”. “Lo más importante era concentrar la fuerza que mueve el mundo, la fuerza de voluntad para un objetivo en común. Queríamos pisar Isla de Flores de manera seria, firme. Llegar para quedarnos”, culmina.

Investigación sobre comparsas de Fray Bentos

El psicólogo Robert Urgoite está desarrollando la investigación “Cartografías del candombe en Fray Bentos. Memoria, territorialidad y participación en las comparsas de Fray Bentos”. Uno de los aspectos que aborda es cómo se relaciona el fenómeno de las comparsas con los territorios físicos, y también con los afectivos o emocionales. Como ejemplo menciona la comparsa del barrio Anglo, “con fuerte tradición respecto del fútbol y el puerto”. “Esa comparsa vino a retomar lo que significaban los colores de ese ex cuadro de fútbol, la cuestión de pertenencia, de estandarte del barrio”, comenta Urgoite.

En el fenómeno de las comparsas, “la competencia aparece como un aspecto que permite medirse y sentirse campeones, demostrar que se es mejor que otro. Que tiene que ver mucho con lo territorial”, explica. Un elemento común entre las agrupaciones que logran cierto éxito a nivel competitivo es la existencia de una familia que se empodera y es núcleo del conjunto, ya que, “cuando es una composición más de amigos o sin esa institución familiar, es muy difícil desplegar la comparsa”.

Otro aspecto relevante para el investigador es el componente “liberador” de estas agrupaciones. “Siguen dando la posibilidad de generar fugas dentro de la dominación, de ese sometimiento al que estamos expuestas todas las personas que vivimos en un sistema neoliberal, en el que somos un insumo para la producción. En ciertos aspectos, la existencia de una comparsa configura una estrategia de salud comunitaria”, enfatiza.

Resalta un componente contrahegemónico: el hecho de implicar una necesidad gregaria, apuntar a lo colectivo y no a la individualidad. Esto ocurre a pesar de que no es algo redituable para los participantes. “Se congregan más de 100 personas, organizan su trabajo, su tiempo, y elaboran una propuesta artística”, sostiene. Enfatiza que ese esfuerzo está abocado casi exclusivamente a un concurso.

Finalmente, destaca el potencial de las comparsas como organización barrial. “No sé qué otra actividad congrega a personas tan diversas –desde el punto de vista etario, etcétera– de la forma en que lo hace una comparsa de candombe. No deja de ser un dispositivo que llama la atención, que es previo al nacimiento de Uruguay y que todavía está vigente”, plantea.