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Ilustración: Ramiro Alonso

El centro escondido del debate

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Leído por Mathías Buela.
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Hoy es 12 de noviembre. Faltan 12 días para el balotaje.

La penúltima semana de campaña hacia el balotaje terminará con un debate entre Álvaro Delgado y Yamandú Orsi el domingo 17, en cumplimiento de la ley aprobada en 2019 que hizo obligatorio este tipo de confrontación cuando hay segunda vuelta. Será un momento importante de la contienda electoral, pero la prudencia desaconseja otorgarle un significado excesivo.

El formato se ha extendido por el mundo y se suelen tomar como referencia los debates por televisión en Estados Unidos, a partir del primero que se realizó en 1960 entre John Kennedy y Richard Nixon, pese a que en ese país pasaron luego 16 años, hasta las elecciones de 1976, sin que hubiera otro debate entre candidatos a la presidencia.

Uno de los argumentos más frecuentes para defender los debates es que permiten a la ciudadanía conocer mejor a los candidatos y sus propuestas, pero esto sucede también –y mejor– en las buenas entrevistas periodísticas. La diferencia es que se trata de un enfrentamiento directo, donde los cuestionamientos recíprocos no buscan aclarar las posiciones o acercarse a algún criterio de verdad, sino ganar.

Es algo semejante a un clásico en los campeonatos de fútbol. Al igual que en esos partidos, el resultado no tiene por qué definir el campeonato, y además ocurre que la evaluación de quién ganó un debate sólo puede ser subjetiva y relativa.

En los clásicos, con independencia del tanteador final, cada hinchada y cada comentarista plantean y defienden luego sus relatos sobre quién jugó mejor, quién pasó vergüenza, a quién favoreció el juez y muchos otros aspectos inverificables. En los debates, esta disputa posterior es en realidad lo más relevante a los efectos electorales.

A esta altura de la campaña uruguaya, el objetivo central de los dos candidatos es ganar el voto de personas indecisas o con una preferencia débil. Gran parte de estas personas están poco interesadas en la política, y es improbable que vean una hora y media de debate en directo. Muchas de ellas, quizá la mayoría, se guiarán por relatos resumidos posteriores, en diversos medios según sus edades y sus hábitos. En la construcción de los relatos resumidos se juega la mayor parte de los efectos sobre el público decisivo.

Delgado y Orsi llegarán al debate preparados para emitir mensajes verbales y no verbales que los favorezcan sobre las cinco áreas temáticas previstas, pero quizá la tarea principal de ambos no sea convencer a toda la gente que los esté mirando, sino abastecer de insumos útiles al relato posterior. Frases y gestos fáciles de comprender, que puedan causar impacto en el sector minoritario cuyo voto está todavía en disputa. También, por supuesto, especial cuidado en evitar errores aprovechables por el relato del bando adversario (que, de todos modos, recortará lo que le conviene).

Habrá también, por supuesto, un público que ya tiene decidido su voto desde hace tiempo, probablemente mayoritario entre quienes verán toda la transmisión del domingo. Que esta gente se entusiasme o se desmoralice incidirá, de forma indirecta, en los cuatro últimos días de campaña, pero el espectáculo no se dirige a ese público, cuya evaluación de “quién ganó” no será lo que más importe.

Hasta mañana.

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