Hoy es 10 de junio. Faltan 20 días para las elecciones internas y 139 para las nacionales.
Si una encuestadora preguntara con qué propuesta concreta se asocia a cada precandidatura para las elecciones internas que se realizarán en menos de tres semanas, probablemente sería alto el porcentaje de “no sabe/no contesta”.
Gran parte de las noticias cotidianas vinculadas con la campaña se relaciona con cruces de palabras sobre asuntos relativamente menores, o que apuntan al lamentable objetivo de señalar quién tiene más defectos o es menos digno de apoyo, en vez de discutir quién plantea mejores soluciones para el país. Hay excepciones, pero quienes se esfuerzan por poner iniciativas sobre la mesa no han logrado ocupar el centro de la atención.
Una posible causa es la renovación. Sean cuales fueren los resultados de las internas, en las elecciones nacionales de este año competirá una gran mayoría de personas que no se habían postulado antes a la presidencia.
En el Partido Nacional no están Luis Lacalle Pou, impedido de presentarse a la reelección, Jorge Larrañaga, fallecido en 2021, ni Juan Sartori, quien logró superar a Larrañaga en las anteriores internas. En el Frente Amplio fallecieron luego de 2019 Tabaré Vázquez y Danilo Astori, José Mujica ya no se postula y no volvió a ser precandidato el ganador de las últimas internas, Daniel Martínez.
Tampoco están en carrera, por distintos motivos, Julio María Sanguinetti y Pedro Bordaberry, figuras predominantes del Partido Colorado en las últimas décadas, mientras que el ganador en 2019, Ernesto Talvi, estuvo menos de dos años en la actividad política antes de abandonarla en 2020. Por los demás partidos que lograron representación parlamentaria en las últimas elecciones nacionales volverán a postularse Guido Manini Ríos, Pablo Mieres y César Vega, pero ninguno de los tres aparece con chance de llegar a la presidencia de la República.
Esta circunstancia determina que buena parte de las campañas se centre en lograr que la gente conozca y aprecie a quienes compiten, pero no basta para explicar la notoria escasez de propuestas e, incluso, de promesas. Pasan otras cosas, y una de ellas es que la gran opción electoral está sobreentendida. Con independencia de los discursos programáticos y los énfasis publicitarios, está claro que, en octubre, y quizá en noviembre, cada votante deberá decidir ante todo si quiere la permanencia en el gobierno del actual oficialismo o el regreso del Frente Amplio, y esto tiene un significado que le parece bastante obvio a la mayor parte de la ciudadanía, en términos de renovar una confianza o de confirmar un rechazo.
Sin embargo, una vez más será decisiva la fracción minoritaria y fluctuante del electorado, que no ve las elecciones de esa manera y puede decidir su voto en función de la confianza o el rechazo que le inspire, más que una identidad política, una persona. Pero también puede hacerlo porque se entusiasme con una propuesta que sintonice con sus necesidades, deseos y esperanzas. De todos modos, presentar iniciativas es correr el riesgo de que sean criticadas, y por ahora el afán de no perder votos predomina sobre el esfuerzo por convencer con argumentos. Es una lástima.
Hasta mañana.