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Actuación de la Murga La Tunga Tunga, en un colegio secundario de la ciudad de Córdoba, Argentina. (archivo, marzo de 2013)

Foto: Andrés Cuenca

Hay más de ciento cincuenta “murgas formato uruguayo” en Chile, Colombia y Argentina

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Así como los barcos vinieron repletos de personas, con las distintas oleadas migratorias llegaron a América Latina un sinfín de palabras. En cada territorio abordado por europeos y africanos de diversas índoles se fueron forjando identidades lingüísticas, sustento de diversidades culturales a lo largo y ancho del continente.

Entre ellas, la palabra murga, que como polizona desembarcó en diversas territorialidades, entretejiéndose en los entramados de culturas populares diferentes entre sí, pero con la cercanía propia de aquello que comparte una misma matriz.

Al igual que la palabra comparsa, la murga se desarrolló en cada país como una manifestación popular, generalmente asociada a un tipo de carnaval. Esto significa que en otros países existen murgas, pero con una estructura parcial o completamente diferente a lo que conocemos como murga en Uruguay. Esta polisemia causó numerosos desencuentros: “los argentinos no saben hacer murga, saltan y bailan, no entienden nada”, se dice, como si la murga porteña o la andina fueran intentos fallidos de hacer murga tal como la conocemos en Uruguay.

Dentro de esta confusión terminológica, hace poco más de 20 años comenzó un proceso ‒o una serie de procesos en paralelo‒ en el que personas de diferentes países conocieron la murga uruguaya y les gustó tanto que, como chiquilín al borde del tablado, comenzaron a soñar con ser murguistas, decidieron dar el salto y cumplieron sus anhelos. Algo muy grande comenzó a gestarse en distintos puntos de nuestro continente.

Pica el bichito

¿Cómo conoce la murga uruguaya una persona que nació a miles de kilómetros de Montevideo? ¿Cómo puede ser que un fenómeno tan local funcione en territorios tan distintos como Bogotá, Valparaíso o Mendoza? La cultura popular encuentra sus vericuetos para colarse en las sensibilidades colectivas, y algo de nuestra murga comenzó a prender en países como Argentina, Chile y Colombia, al punto de que hoy en día existen más de 150 murgas formato uruguayo en el continente, hechas por no uruguayos y en territorios que no son Uruguay. La denominación “formato uruguayo” se debe a que esta clasificación es formal, no estilística: son murgas que formalmente se parecen a las murgas uruguayas, más allá de los distintos estilos que pueden encontrarse dentro (murga murga, murga joven, de La Teja, de la Unión; hay tantos estilos como murgas).

Hay también murgas uruguayas en países lejanos como España, Estados Unidos y Australia, aunque obedecen a un fenómeno diferente: se trata de murguistas de la diáspora, del exilio, de uruguayas y uruguayos que hacen murga en los países a los que emigraron, por razones políticas o económicas. Son murgas de la nostalgia, que responden a otras causas y que tienen otras categorías de análisis.

En el caso de Latinoamérica, las historias son diversas ‒y están plagadas de anécdotas maravillosas que inspirarían más de 150 notas‒, pero hay puntos en común.

Agarrate Catalina lleva más de una década recorriendo el mundo. Muchos años antes que ella, murgas como Falta y Resto o Araca la Cana comenzaron a desarrollar el hábito de visitar otros países. Tras esos desembarcos, casetes de murga comenzaron a repartirse, principalmente en la vecina orilla, y muchas argentinas y argentinos desarrollaron el hábito de venir a Montevideo a ver los carnavales.. Con la televisación del carnaval en la década del 2000 y la conservación de videos en repositorios digitales como Youtube (algún día algún país le hará un monumento al Croata), cada vez fue más sencillo acceder a material en el que ver cómo se hace murga e intentar imitar.

Así, comenzaron a surgir los primeros embriones de murgas en Argentina, fomentados luego por el contingente de uruguayos y uruguayas que han encontrado una oportunidad laboral dando talleres de murga en la vecina orilla, y por otras murgas uruguayas que continuaron la tradición de viajar. Existen alrededor de 140 murgas en ocho provincias argentinas, y la característica común es la cercanía cultural con Uruguay.

Actuación de la Murga La Tunga Tunga, en un colegio secundario de la ciudad de Córdoba, Argentina. (archivo, marzo de 2013)

Foto: Natalia Rovira

Los casos de Chile y Colombia son diferentes. En 2005, Pitufo Lombardo encabezó unas jornadas de talleres de murga en la Universidad Vicente Pérez Rosales, en Santiago ‒actual Inacap‒, organizadas por docentes de Apreciación Musical y Pedagogía de la Música. De ese taller surgió La Urdemales, la primera murga formato uruguayo de Chile, y la historia se escribe sola: 20 años después, hay 18 murgas formato uruguayo en cinco ciudades chilenas.

Colombia, en cambio, tuvo dos procesos independientes: uno a instancias de la escuela Nueva Cultura, cuyos estudiantes participaban en los Encuentros de la Canción Infantil Latinoamericana y Caribeña, en los que conocieron a Uruguay y su música. Los niños y niñas crecieron y formaron la primera murga de Bogotá, la Cuadrilla Murguera Bogotana, recogiendo las tradiciones de la murga uruguaya y fusionándolas con las de Colombia, como la del Carnaval de Riosucio, en el que existen las cuadrillas: grupos de aproximadamente 20 personas que toman canciones existentes, les cambian la letra y cantan un repertorio satírico y crítico. Como puede verse, no sólo las personas y las palabras llegaron en los barcos: también sus prácticas culturales atraviesan el continente.

Por otra parte, la murga La Gozabosa (originaria de la localidad de Bosa, en Bogotá), embrión de la actual murga La Huérfana, surge de unos talleres que dictó el murguista Nicolás Gori para la alcaldía en zonas de contexto crítico. Nicolás es de Rosario, Argentina, y supo integrar una de las primeras murgas de esa ciudad, la Mugasurga, pasando también por La Cotorra, que junto con De Recalada es una de las murgas formato uruguayo de Argentina que lograron concursar en el Carnaval de Montevideo.

No es extraño que este proceso haya vivido un primer empujón a mitad de la primera década del 2000. La llegada de la murga joven a carnaval y su televisación confluyen en un fenómeno por el cual la murga se convierte en una manifestación más comprensible para personas no uruguayas, ya sea por la limpieza del sonido coral de las murgas nuevas, la amplificación cada vez más exquisita en el concurso, o por el abordaje de temáticas cada vez menos locales y cada vez más universales (es mucho más sencillo comprender El corso del ser humano que Pepe Revolución).

En los tres países la pasión por la murga surge por un interés inicial frente a lo desconocido; pero su permanencia en el tiempo y la existencia actual del fenómeno expansivo están directamente relacionadas con lo que hacen con la murga, en dónde la cantan y quiénes la escuchan. Las murgas comenzaron a autodenominarse murgas estilo uruguayo para diferenciarse de otras murgas, y con ese título nuevo, salieron a construir la cancha.

Otros carnavales

Hay una característica común a las y los murguistas del resto del continente: su proceso de aprehensión del género es concienzudo. Estudiosos y estudiosas de los arreglos, de la puesta en escena, de los textos, de la voz y su impostación fueron generando un aprendizaje sistemático en diversos puntos de Latinoamérica en su afán por aprender a hacer murga como la hacemos acá, y convirtiéndose en agentes reproductores del género.

De hecho, una de las formas actuales de mayor acercamiento por parte de gente nueva a la murga formato uruguayo es el hecho de ser espectadores de las murgas de allá. Mucha gente ya no conoce la murga por ver a la Catalina, sino por ver a Zamba y Canuta, o a Peras del Olmo, o Tu Vieja, o La Que Se Viene, o Los Vecinos Re Contentos, o El Remolino, o La Mal Ejemplo, o La Piscoira, o la Perra Fauna, o la Ladran Sancho… el género se reproduce a sí mismo.

La reproducción no significa que cada murga formato uruguayo adquiera colores locales. Pitufo Lombardo habla de la murga como un género antropofágico, que se alimenta de elementos locales en todas sus aristas: lo musical, lo escénico, lo lírico. Gracias a esa antropofagia murguera puede encontrarse cueca en las murgas de Chile o murgas cuarteteras en Córdoba, bambuco en la murga colombiana o zamba folclórica en el litoral este argentino. Los lenguajes coloquiales, los argot, los maquillajes influenciados por las herencias andinas o afro: todo ofrece una diversidad estética que le otorga ribetes nuevos a un género ya de por sí colorido y diverso. Pero dentro de las distintas particularidades que podemos encontrar, hay dos que resaltan a los ojos de las y los uruguayos: la supremacía femenina y la ausencia de concurso.

Revoluciones

Muchas de las murgas formato uruguayo existen en territorios en los que no hay carnaval. Otras actúan en contextos carnavalescos pero en los que no existe la murga uruguaya como categoría. Pero aun las que actúan en carnaval comparten una característica común: no concursan.

En la historia de las murgas formato uruguayo de Argentina, Chile y Colombia hay encuentros nacionales, jornadas de intercambio, talleres compartidos, pero sólo un concurso: el realizado en 2020 en la ciudad de Mar del Plata, Argentina. Su realización generó resistencia muy fuerte por parte de muchas de las murgas, que comenzaron a delinear una identidad colectiva, una mirada sobre sí mismas.

Experiencias como el Encuentro de Murgas en el Espacio Cultural Nuestros Hijos, en Buenos Aires, o el Encuentro de Murgas Estilo Uruguayo de Mendoza, con más de diez ediciones consecutivas, así como el Murgódromo en Chile o el Encuentro Distrital de Murgas en Bogotá, ya habían generado encuentros entre las murgas. La pandemia favoreció encuentros virtuales y cruces entre las murgas de diversos países, tomando talleres entre sí o desafiándose a diversos juegos en redes sociales.

La reflexión colectiva respecto de un primer concurso, ante la idea de generar un canon de legitimación ‒qué está bien y qué está mal al hacer murga en el continente‒ provocó una primera mirada colectiva sobre las murgas como un movimiento y posibilitó cruces y reflexiones colectivas respecto de sus propias autopercepciones. El concurso sucedió con la participación de pocas murgas, y hasta ahora ha sido la única edición existente. No deja de ser interesante que en un proceso de tanta rigurosidad en el aprendizaje del género, en el que las murgas tiendan a aprehender y reproducir lo que ven, el concurso no sea algo que desde fuera se considere esencial para hacer murga.

La diferencia más poderosa es estructural y constitutiva: las murgas formato uruguayo en el continente las hacen las mujeres. Son ellas, por mayoría absoluta, las que se suben, las que cantan, las que enseñan y estudian, las que escriben, las que ejecutan. De las más de 150 murgas formato uruguayo existentes, el censo realizado por la investigación Del Barrio al Mundo (que elaboramos con Sergio Triviño Rey, de la Universidad Nacional de Colombia) registró, en 2017, sólo cuatro murgas conformadas enteramente por varones cisgénero. Cuatro en más de 150. Todas las demás son murgas mixtas, mayoritariamente femeninas, o enteramente femeninas, incluyendo y visibilizando también la participación de disidencias en muchas de ellas. No es extraño escuchar murgas cantando en lenguaje inclusivo o incluso cantando en femenino, aunque el plantel sea mixto.

De hecho, fueron ellas las primeras en organizarse y encontrarse con las murguistas uruguayas. El Encuentro de Murgas de Mujeres y Mujeres Murguistas, devenido en Encuentro de Murguistas Feministas, lleva ya varias ediciones en Montevideo, e incluye la participación de murgas y murguistas mujeres de los otros tres países. Actualmente preparan el Encuentro de Murguistas Feministas 2022 (para saber más, puede visitarse su cuenta de Instagram).

Un análisis del movimiento de murgas formato uruguayo en Latinoamérica y sus particularidades permite ratificar que la murga es una herramienta de transformación a través del arte. Funciona en cada territorio porque quienes la realizan la ponen al servicio de las luchas que les intersectan: los feminismos, la lucha LGBTIQ+, los derechos humanos, el combate al avance de la derecha en el continente, la guerrilla y el narcotráfico, la guerra civil, los gobiernos y sus políticas de Estado.

Las murgas cantan en las marchas, se encuentran con manifestaciones carnavalescas locales o crean sus propios carnavales; participan en festivales de teatro, organizan ollas populares; graban discos, graban espectáculos para Youtube; crean redes de cuidados y resistencias, se unen y construyen encuentros para conocerse y continuar aprendiendo. Todas se enfrentan a públicos que no identifican qué es lo que están viendo pero que instintivamente se ponen a aplaudir en la bajada, se acercan al final, se quedan con la cara pintada cuando le dan un beso a quien acaba de cantar, se sacan fotos, amagan bailar. Quién sabe qué sucesos internos despertará en cada persona el encuentro con la murga. Debe de ser algo importante: cada vez hay más murguistas en Latinoamérica.


Esta nota fue escrita en base a investigaciones del autor, más información aportada por las investigaciones de Sergio Triviño Rey (Colombia), Cani Kamerbeek (Argentina) y Manuela Pacheco (Chile). Actualmente integran el Grupo de investigación de prácticas carnavalescas y populares en latinoamérica.

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