Lucciana Ortelli es diseñadora de vestuario, sombrerería y maquillaje en carnaval. A sus 33 años ya más de una década de experiencia en el rubro. Lo que empezó como un juego, “dar una mano”, se transformó con el tiempo en trabajo atravesado siempre por la pasión.
Los rubros técnicos de carnaval, que históricamente han sido ocupados por mujeres e invisibilizados, vienen cobrando mayor reconocimiento con los años, impulsados en parte por la lucha por la igualdad de género.
la diaria conversó con Ortelli sobre su trayectoria, el trabajo de este año y la situación de las mujeres técnicas en carnaval.
¿Cómo fue tu acercamiento al trabajo en carnaval?
Arranqué en Promesas con 12 años. Yo vivía en una cooperativa de viviendas de la que salía La Zafada y empecé a meter mano, a hacer escenografías, gorros, a pasar una esponja maquillando. Me acercaba a hacer cosas, siempre había algo para hacer. Seguí yendo como hasta los 20. Uno de los encargados de la parte estética de La Zafada trabajaba para carnaval y cuando tenía algún laburo grande yo iba y me metía a ayudar, no contratada, sino a dar una mano, y ahí aprendí también. Trabajaba para murgas grandes, para Asaltantes, Don Timoteo, Jokers.
Lo hacías porque te divertía esa parte artística ya de niña.
Me interesaba. Estaba sin hacer nada en verano y tenía esas cuestiones cerca y me re colgaba y me ponía a hacer. Desde chica me gusta hacer cosas con las manos. Cuando vi el mundo del carnaval me encantó meterme a hacer eso.
¿Consumías carnaval? ¿Venís de una familia carnavalera?
Sí, desde re chiquita, carnaval desde que nací. A mis viejos les gustaba y me llevaban. Mi padre tenía vínculo cercano con la Falta y fue la primera que escuché, la amaba, y cuando tenía siete años conocí a Contrafarsa, también con un vínculo cercano en el barrio. Íbamos muchísimo al tablado del Club Sayago con mis amigas, siempre había algún padre que nos llevaba, por el año 98. De adolescente empecé a consumir parodistas y me hice fan de Zíngaros. Al tiempo entendí que sólo era hincha de mis amigues, que por suerte tengo muches en el ambiente, y dejé de prestarle atención a la competencia y a disfrutarlo desde el compartir.
¿Cuándo se dio el pasaje de la ayuda o el divertimento al trabajo?
Fue todo medio sin querer. La maquilladora de La Zafada trabajaba para A Contramano en 2010 y me llevó como asistente. Yo venía creciendo ahí, viendo lo que ella hacía. Estuve cuatro años maquillando y fueron mis primeros carnavales oficialmente contratada. Tenía amigos en Murga Joven y el que hacía los gorros de La Muñeca en 2013 me llamó; fueron mis primeros gorros de carnaval como asistente. Ahí tenía 23 años.
¿Fue duro pasar de trabajar en Promesas al ritmo del Concurso Oficial?
Al contrario, en esas épocas el ritmo de Promesas era mucho peor, pasaba una semana sin comer y sin dormir. Cuando empecé con el concurso ya era adulta y me administraba distinto los tiempos, no tenía la presión que sentía en Promesas: quizá porque ahí no había plata y no se podía contratar gente, el ritmo era zarpado. En 2019 trabajé para Cayó la Cabra y para La Consecuente [en el Concurso], estuve 30 horas de corrido haciendo vestuario y sombreros; ese año sí fue una locura.
¿Este año con qué conjuntos estás trabajando?
Este último carnaval tengo los sombreros de Cayó la Cabra, sombreros y maquillaje de Mi Vieja Mula y la estética general de Gente Grande: utilería tirando ideas, vestuario, sombreros, maquillaje. Diseñé el maquillaje y en el equipo de trabajo están también Catalina Betancourt, Valentina del Zotto, Alina Kramarenko y Cecilia del Zotto.
¿Cómo es el proceso de ideación y creación de una propuesta estética, ya sea de vestuario, sombrerería o maquillaje?
Cada murga tiene su proceso de creación y es un viaje cada vez que hay que pensarlo. Cuando hago sombreros, por ejemplo, trabajo para diseñadoras, entonces yo lo que hago es resolver cómo hacer el sombrero, les digo si es viable o no, con qué materiales, mi propuesta es desde otro lugar.
Gente Grande es una murga cooperativa. Yo formo parte de la cooperativa y trabajo desde que existe La Catinguda en Murga Joven, venimos trabajando mucho juntes y se me hace más fácil porque nos conocemos. Trabajo con Sofi [Sofía Zanolli], que es una de las letristas y me dice “este año va por acá”; a ella al crear el espectáculo también se le vienen a la cabeza ideas de la parte visual y voy trabajando con ella, pasando ideas. Este año se nos hizo bastante fácil porque eran influencers y una vez que logramos definir la paleta de colores era buscar tendencias. Este año ellos en la prueba de admisión usaban una campera como elemento de puesta en escena y quise mantenerla.
En otras murgas es un proceso diferente, se trabaja con otras personas. Por ejemplo, en Mi Vieja Mula, con quienes trabajo desde hace cinco o seis años, está Camila [Suárez], que es la diseñadora estética y me dice: 'El vestuario va por este lado, los personajes van por acá'; particularmente con Mi Vieja Mula hago maquillajes que pruebo en mí misma y les paso ideas y me dicen que sí, que no, pero siempre lo consulto.
¿La gente que trabaja en la parte de maquillaje en carnaval está en contacto, hay una red?
Somos pocas, poques, es un mundo chiquito y por lo general cada quien tiene su equipo, pero si precisás una mano en diseños o en decir 'pah, quiero tratar de resolver esto, ¿qué material uso?', hay una linda comunidad tanto de maquilladoras como de vestuaristas. En vestuario el apoyo es constante.
¿Sentís diferencias a la hora de trabajar con conjuntos más establecidos, con más trayectoria, y con conjuntos más nuevos?
Se re siente la diferencia. Es diferente seguir órdenes y tener dinero. Gente Grande, por ejemplo, es una murga autogestionada y hasta yo puse dinero para arrancar a trabajar, porque no había. Hay una gran diferencia entre gente que tiene plata y gente que no. Consulto con colegas a ver cuánto gastan más o menos y me muero. Me pasó con una vestuarista que me dijo el monto y le dije “lloro” y le conté el mío y me dijo “lloro contigo”. Las diferencias económicas entre conjuntos son grandes y se nota en todo. En los materiales y en la gente, otra murga con el mismo tiempo y el triple de plata hace maravillas, no es sólo en lo estético, sino en la cantidad de horas que se meten.
¿Trabajás todo el verano con los conjuntos?
El vínculo está sobre todo con el vestuario. Con Gente Grande ya pasamos la segunda rueda y fui a ordenar el cuartito donde tenemos las cosas, voy a hacer service del vestuario, por ejemplo me dicen 'se descosió esto acá'... En Cayó la Cabra y Mi Vieja Mula lo mismo: si tienen un problema con los gorros, voy. En los tablados se automaquillan; lo que a veces hacemos es buscar un diseño o una paleta para que tengan una base de creación.
¿Creés que los roles técnicos están ganando visibilidad y reconocimiento?
La parte estética crece cada vez más, muchísimo desde que está la tele, se profesionalizó un montón. Siempre fuimos mayoría de mujeres, trabajamos con conjuntos mixtos o sólo de hombres, y a veces no es tan reconocido. Yo creo que hoy sí, pero porque lo tienen que decir, estamos ahí insistiendo para que se diga y para que aparezcan todas las personas que trabajan en las fichas técnicas; eso es súper importante, que no aparezca sólo la diseñadora, que estén todas las personas. El laburo es de todes, no es sólo mío, no es de la modista, es de todes les que metieron mano, son muchas personas y está bueno que la murga sepa cuánta gente trabajó, porque muchas veces ni los conjuntos saben cuánta gente trabajó en sus vestuarios.