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Departamento de Genética y Laboratorio y Cuarto de Cultivo, del Instituto Clemente Estable. Foto: Pablo Vignali (archivo, mayo de 2017)

Fondo de ANII calificó de “excelentes” 110 proyectos, pero puede financiar sólo 29; jerarcas del organismo “muy preocupados” por escasez de recursos

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La opinión es unánime: la ciencia es importante a la hora de aumentar el valor agregado y distribuir mejor la riqueza. En la última campaña electoral, por ejemplo, todos los candidatos, incluyendo el actual presidente Tabaré Vázquez, se comprometieron a que la inversión en investigación y desarrollo (I+D) llegaría a 1% del PBI al final de esta administración pero esa promesa difícilmente se cumpla. Este año se creó una Secretaría de Ciencia en la órbita de Presidencia, pero aún no hay secretario designado ni presupuesto. En este marco, la noticia cayó como un balde de agua fría entre la comunidad científica: el fondo Clemente Estable para ciencias básicas de la ANII calificó como “excelentes” a 110 proyectos de investigación, pero cuenta con recursos para financiar apenas 29, o sea que las otras 81 quedarán por el camino. La reacción fue inmediata: el presidente de la Academia Nacional de Ciencias, Rafael Radi, concluyo que se trata de un nivel de financiación “paupérrimo”. “Esto fue un asesinato. Creo que estamos transitando por un camino muy peligroso en el que puede llegar a haber un enfrentamiento importante de la comunidad científica con el gobierno”, advirtió.

El Fondo Clemente Estable está dirigido “al financiamiento de la investigación básica en todas las áreas del conocimiento”,* y entiende por investigación básica la que “consiste en trabajos experimentales o teóricos que se emprenden fundamentalmente para obtener nuevos conocimientos acerca de los fundamentos de fenómenos y hechos observables, sin pensar en darles ninguna aplicación o utilización determinada”. Si bien la distinción entre ciencia aplicada y ciencia básica hoy es considerada un poco estéril, dado que en ciencia proponerse, por ejemplo, encontrar la cura para la malaria no significa que los investigadores la encuentren, al tiempo que grandes descubrimientos que luego fueron aplicados –por ejemplo, el del uso como antibiótico del moho Penicillinum– se produjeron por casualidad en el contexto de otra investigación, el Fondo Clemente Estable es exclusivo para investigación básica, mientras que el que se destina a investigación aplicada es el Fondo María Viñas, del que también hablaremos.

Es importante aclarar que la convocatoria 2017 del fondo estaba “dirigida a investigadores consolidados”, entendiendo por ello que los aspirantes deben “poseer un nivel académico de doctorado o producción equivalente”. Dicho en otras palabras: se postulan investigadores que dedicaron años a completar su grado para luego hacer más estudios que les permitan realizar investigaciones científicas. O sea, se trata de profesionales en los que el país ha hecho una inversión muy grande para que estén en la frontera del conocimiento. Y el Fondo Clemente Estable es uno de los pocos que existen para que estos científicos sigan investigando en nuestro país.

La convocatoria del fondo de la ANII para ciencias básicas fue un éxito: recibieron 217 proyectos que se ajustaban a las bases y que abarcaban áreas como biología, veterinaria, matemática, antropología, humanidades, ciencias sociales, medicina, ingeniería y hasta ciencias ambientales. De esos 217 proyectos, 110 fueron evaluados como excelentes por el comité técnico de cada área. Contar con 50,69% de proyectos de investigación excelentes debería ser una gran noticia para un país que necesita dar, cuanto antes, un salto científico. Sin embargo, la realidad es otra.

El vaso tres cuartos vacío

De los 110 proyectos evaluados como excelentes por los comités técnicos de área, un comité evaluador de seguimiento “elaboró el listado final de los proyectos que se sugiere financiar, siendo estos 29, por un monto total de $U 36.605.713”. Es así que 29 investigadores responsables, con sus correspondientes equipos de colegas y estudiantes, vieron la luz verde para dedicarse a investigar cosas tan maravillosas como el “Impacto de los agroquímicos en la salud de las abejas melíferas”, de Karina Antúnez; “La hormona concentradora de melanina: efectos sobre el aprendizaje y la memoria y potencial efecto benéfico en un modelo preclínico de enfermedad de Alzheimer”, de Patricia Lagos; “Materiales magnéticos moleculares basados en compuestos heterometálicos conteniendo renio y lantánidos”, de Ricardo González; “Aspectos motivacionales del comportamiento sexual de ratas hembras durante la adolescencia y sus bases neurales”, de Daniella Agrati, o “Filogeografía de subhaplogrupos mitocondriales para la comprensión del origen y relaciones de los indígenas del Uruguay y sus descendientes”, de Mónica Sans, entre otros.

En contrapartida a la alegría de estos equipos de investigadores, otros 81 proyectos considerados excelentes deberán dormir en un cajón. Es así que, por ahora, no vamos a saber sobre los “Efectos de los suelos modificados por la actividad forestal sobre los anfibios del Uruguay”, de Raúl Maneyro, ni sobre “Elementos transponibles como motor de la diferenciación cromosómica en tucu-tucus”, de Ivanna Tomasco; tampoco sobre “Diversidad genética de los virus gastroentéricos en aguas residuales y superficiales en la cuenca del Río Uruguay”, de Matías Victoria, ni sobre “Jóvenes y cultura audiovisual: los nuevos modos de ver televisión”, de María Sánchez; tampoco sobre “Dimorfismo sexual y variaciones estacionales en los mecanismos de control de la agresión”, de Laura Quintana, ni sobre “Estudio de la capacidad fotoprotectora de extractos pigmentados provenientes de bacterias antárticas en células derivadas de queratinocitos humanos”, de Wilner Martínez, ni sobre “Caracterización química, optimización del proceso de extracción supercrítica y estudio de los efectos sobre la actividad electroencefalográfica de dos variedades comerciales de Cannabis sativa”, de Carlos García, entre tantos otros.

El lunes se publicaron los resultados del llamado del Fondo María Viñas. Si bien a nivel presupuestal el fondo mantuvo sus niveles anteriores (en 2015 se destinaron $ 37.141.256, y este año fueron $ 40.724.430), y tampoco hay una disminución de proyectos financiados (29 en 2015, cantidad que aumenta a 33 en 2017), lo que igual enciende la luz de alarma es la demanda insatisfecha: de los 146 proyectos de investigación presentados al María Viñas, 90 fueron evaluados como excelentes, pero se financiarán apenas 33. Esto quiere decir que 57 investigaciones con una finalidad evaluada como muy importante deberán esperar por tiempos mejores. La insatisfacción de la demanda de financiación de proyectos excelentes en el Fondo Clemente estable es de 73,63%, mientras que en el Fondo María Viñas alcanza a 63,33%.

Acción y reacción

“Esto continúa un proceso del año pasado con los fondos Clemente Estable y María Viñas de la llamada modalidad II, en los que el porcentaje de aprobados estuvo en el entorno de 15% o 16%. Es imposible pensar en un sistema sostenible con estos números”, dice Pablo Zunino, profesor titular de investigación del Instituto de Ciencias Biológicas Clemente Estable (IIBCE). “Todos los integrantes del comité de evaluación nos manifestamos muy preocupados ante el poco rubro disponible en este llamado. De entrada, el número de proyectos que nos dijeron que podían financiar bajó de 45 a 29. Es una señal desalentadora, tanto para los que se presentan como para quienes hemos participado en las evaluaciones” afirma Martín Ubilla, paleontólogo de la Facultad de Ciencias que además fue evaluador del Fondo Clemente Estable en el área de Ciencias Biológicas y de la Tierra. Para él, incluso, se trata de un problema de eficiencia: “Para evaluar estos proyectos, la ANII consultó casi a 400 personas. Es un esfuerzo titánico, y el resultado es muy escaso y muy pobre desde el punto de vista del monto global que se financia”. Evaluar en ese contexto no es sencillo, explica Ubilla: “Fue difícil seleccionar 29 proyectos ganadores de entre 110 excelentes. Cuando empezamos a discutir, un colega, el historiador Carlos Demasi, dijo: ‘Ahora vamos a poner en escena la gran tragedia de la arbitrariedad’. Porque podrían haber salido otros 29 proyectos y ningún evaluador hubiera dicho nada, ya que hubieran sido tan buenos como los que salieron”.

Rafael Radi, presidente de la Academia Nacional de Ciencias, no esconde su malestar: “Esto es algo muy negativo y muy desalentador. En una perspectiva de crecimiento y sustentabilidad del sistema de ciencia, los fondos no sólo no aumentan, sino que tienden a disminuir. A su vez, la oferta de proyectos de calidad crece, lo que es un reflejo de que la formación de personal científico ha tenido un crecimiento de calidad. Los deberes desde el punto de vista de los ámbitos académicos y del Sistema Nacional de Investigadores se cumplieron”. Luego agrega, un poco más irritado: “Estamos en un escenario de mucho desaliento a la calidad. Se le ha pedido a la comunidad académica que haga bien los deberes, y una vez que esta gente de alta calidad presenta proyectos de excelencia, el nivel de financiación es tan paupérrimo que no se financia ni a los excelentes”. Coincide en ello Beatriz Garat, subdirectora del Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas (Pedeciba), quien señala que “hoy la demanda insatisfecha en financiación de proyectos es enorme”, al tiempo que define su estado como de “profunda tristeza”. “Estamos en condiciones de crecer a nivel científico, pero hay pocas opciones en el país para el financiamiento de la investigación. Los fondos Clemente Estable son un instrumento importante en ese sentido. Está el Pedeciba en particular, la Universidad tiene llamados mediante de la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC) y el Ministerio de Educación y Cultura sacó este año los fondos Vaz Ferreira. Y lo que sucede en los fondos Clemente Estable está sucediendo en los Vaz Ferreira, y sucede sistemáticamente en la CSIC: hay muchos más proyectos considerados valiosos y excelentes que no están recibiendo financiamiento”.

Cecilia Fernández, prorrectora de Investigación de la CSIC, expresa: “El país ha hecho un esfuerzo muy grande para fortalecer el sistema científico tecnológico mediante el aporte de todos, de la Universidad de la República y también de la ANII. Nos hemos propuesto tener personal más capacitado, lo que la ANII llama ‘capital humano avanzado’, y uno de los problemas que tenemos en este momento es que el país no demanda a esos jóvenes muy bien formados que tenemos”. Fernández es cauta y consciente de que esto no se trata de un enfrentamiento entre organismos, sino de buscar una salida conjunta: “Lamentablemente, nosotros en la Universidad también tenemos el mismo problema: una demanda cada vez mejor y mayor, y una satisfacción de la demanda cada vez más baja. Eso, que es un dato objetivo de que el sistema ha mejorado en calidad, es preocupante si se compromete la continuidad”. Y se explaya: “El sistema siente la carencia de un elaborador de políticas. Hay que tener conciencia de que dejar proyectos sin financiación, más allá del mal humor del que escribió un proyecto excelente y no se lo financiaron, es comprometer la continuidad de las líneas de investigación que se han ido consolidando con un esfuerzo muy grande del país para formar a los investigadores, formar recursos humanos y también la construcción de una infraestructura. Tanto la Universidad como la ANII han invertido en aggiornar el equipamiento científico que hay en el país”. Remata: “Antes se decía que exportábamos graduados, ahora exportamos doctores. Esto es una emergencia nacional”.

El problema también es percibido por la ANII, de la que dependen los fondos Clemente Estable y María Viñas. Su vicepresidente, Santiago Dogliotti, reconoce que hubo una reducción de presupuesto “porque desde la Rendición de Cuentas pasada y la anterior no hubo incremento presupuestal para la ANII. En la medida que hay compromisos que fueron creciendo y que tenemos cada vez más dinero comprometido a pagar, el espacio de libertad de acción es cada vez menor”. Agrega: “Estamos muy preocupados por esa baja cantidad de recursos que tenemos para poder mantener, entre otras cosas, el Fondo Clemente Estable y el María Viñas. Hemos hecho y tenemos planeadas actividades a realizar en el corto plazo para hacer algún planteo de refuerzo presupuestal en esos programas específicos, pero no somos tomadores de decisiones, no tenemos incidencia sobre el presupuesto al que accedemos”. También explica que ha habido un incremento de los fondos sectoriales, en los que “la ANII ha logrado, con relativo éxito, canalizar fondos de instituciones que tradicionalmente no invertían nada en investigación”, y agrega que “los fondos sectoriales no son el Fondo María Viñas, pero es como si lo fueran, porque el María Viñas abarca áreas muy específicas pero amplias como salud, educación, seguridad pública, inclusión social, agro y energía”. Para poner esto en perspectiva, explica que “este año la ANII está manejando varios millones de dólares que ponen los socios de los fondos sectoriales por fuera del presupuesto nuestro, como es el caso de UTE y Antel, o el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria, que pone cuatro millones de dólares para el fondo del agro”. Pero Dogliotti no se marea y, antes de una posible argumentación contraria, aclara: “Son montos que de alguna manera van aliviando la situación, por lo menos en lo que es la investigación más aplicada, aunque de todas maneras el problema se mantiene, y con esto de los fondos sectoriales no estamos justificando para nada la reducción del presupuesto de los fondos Clemente Estable o María Viñas. La idea nuestra es que esos fondos crezcan; de hecho, fue algo explícito que dijimos en un taller con investigadores. Y ese fue uno de los temas que quedó planteado arriba de la mesa, y en el que desde la ANII podemos intentar incidir”.

Sin embargo, Dogliotti reconoce que el espacio de maniobra es escaso. “Capaz que los investigadores, con las instituciones que los representan, tienen más capacidad que la ANII para hacer reclamos en esa dirección. El directorio de la ANII de alguna manera responde a un mandato de un gabinete ministerial, por lo que no tiene una posición de fuerza para ir a negociar nada”. Para Dogliotti los que sí tienen esa capacidad son los actores involucrados: “El sector empresarial, los académicos organizados y la sociedad son los que tienen que presionar por más recursos para la investigación. Uno va como un funcionario que tiene una tarea que cumplir y plantea las dificultades que tiene para hacerlo. Pero el que decide si hay plata o no hay plata es el gobierno”, redondea, al tiempo que se ilusiona: “Capaz que lo bueno de la Secretaría de Ciencia y Tecnología es que podría ser un canal más directo con Presidencia, con la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, una manera de incidir más directamente en la pelea presupuestal”.

La falta de acción es peligrosa. Para Pablo Zunino, “se está generado una profunda insatisfacción en los investigadores. En dos años hubo una reducción drástica de los fondos para financiar investigación básica. Y eso es hacer política. Como dijo Gerardo Caetano, de la Academia de Ciencias, la no política es la peor forma de hacer política”. Radi va un poco más allá: “Creo que estamos transitando por un camino muy peligroso, en el que puede llegar a haber un enfrentamiento importante de la comunidad científica con el gobierno. La verdad es que han pasado todos los límites. Nos han hecho trabajar, piden todo para mañana, vos cumplís y después ellos desaparecen del mapa y no podés hablar con nadie”.

Radi recordó que el 28 de junio, en una actividad que organizó el Consejo Nacional de Innovación, Ciencia y Tecnología (Conicyt) en el Palacio Legislativo, el prosecretario de presidencia, Juan Andrés Roballo, dijo que la Secretaría de Ciencia y Tecnología se definía en 15 días, pero “aún no hay novedades”. “Hay falta de organización y falta de sensibilidad”, criticó.

Garat, en tanto, es un poco más conciliadora: “Creo que este período de stand by se está haciendo demasiado largo. Sin embargo, en diferentes intercambios que he tenido con autoridades de gobierno, siento que hay un reconocimiento de la importancia de la ciencia, de que perdure, se desarrolle y crezca. Tengo que ser sincera, y es constante ese reconocimiento, pero no se ha llegado aún a la práctica concreta de, por ejemplo, poner en marcha la Secretaría de Ciencia y Tecnología. Y es una pena que ese empujoncito esté llevando tanto tiempo, porque está generando desilusión”.

(*) “Informe Final Fondo Clemente Estable Edición 2017”, publicado en el sitio de la ANII.

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