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Ciencia para reír y después pensar

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Frente al próximo anuncio de los Nobel, un repaso de los premios a los avances científicos que se encuentran en la vereda opuesta.

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Si se piensa en un gran premio a la investigación científica, en seguida se nos vienen a la mente los premios Nobel. Este reconocimiento se creó en 1895 como última voluntad de Alfred Nobel, científico sueco famoso por la invención de la dinamita, y se entregan todos los años desde 1901. Para hacerse con un Nobel lo único que hay que hacer es inventar alguna técnica revolucionaria o llevar a cabo alguna investigación sobresaliente que contribuya de manera significativa a la humanidad. Los Nobel de este año se anuncian esta semana (el primero fue el de Medicina, compartido entre James Allison y Tasuku Honjo por su descubrimiento de una terapia contra el cáncer mediante la inhibición de la regulación inmune negativa), y su entrega y repercusión mediática suelen ser una buena oportunidad para empaparse un poco de avances científicos que, más tarde o más temprano, van a impactar en distintos aspectos de nuestra vida.

Pero el Universo está lleno de recovecos inexplorados, y nuestra curiosidad puede sentirse atraída hacia las cuestiones insospechadas. La investigación científica intenta responder muchas preguntas diferentes; algunas lo son tanto que, aunque quizá no sean candidatas a un Nobel, merecen un reconocimiento. Con este espíritu y como todos los años, unas semanas antes de la entrega de los Nobel, se llevó a cabo una ceremonia de premiación científica un poco menos conocida: los premios Ig Nobel.

Ceremonia innoble

Como se describe en su página web improbable.com, los premios Ig Nobel reconocen aquellos estudios científicos que primero hacen reír y, luego, pensar. Celebran así las investigaciones inusuales, imaginativas, que parecen inútiles o son sencillamente extrañas. La Ig del nombre viene del inglés ignoble (innoble), un adjetivo que describe aquello que “se caracteriza por la vileza, bajeza o mezquindad”. Todo un honor recibirlo.

Creados en 1991, los Ig Nobel se entregan todos los años en setiembre y son organizados por la revista Anales de Investigación Improbable. La revista recopila artículos científicos reales sobre cualquier cosa y de cualquier lado, bajo la misma premisa que el premio. Si bien existe un trasfondo de sátira y crítica, el objetivo principal de los Ig Nobel es estimular la curiosidad, despertar el interés por la ciencia y, de pasada, tirar sobre la mesa una pregunta no menor: ¿cómo decidimos qué es importante y qué no en ciencia?

La ceremonia de entrega de premios se lleva a cabo en el teatro Sanders de la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, y cuenta con el apoyo de las revistas científicas más importantes. Los premios se reciben en persona y son entregados en mano nada más ni nada menos que por laureados Nobel reales. La ceremonia está cargada de humor, en un ambiente muy informal, lleno de chistes, música y performances, y puede verse por Youtube. Los ganadores tienen 60 segundos para explicar su trabajo, y si se pasan de ese tiempo, problema común en todas las conferencias, es el trabajo de una niña pequeña comenzar a gritar en el micrófono: “¡Por favor, paren: estoy aburrida!”, una y otra vez, hasta que el orador se detenga. Es famosa la anécdota del físico Roy Glauber, que por muchos años fue el responsable de barrer los aviones de papel hechos con artículos científicos que se tiran durante la ceremonia. Glauber faltó sólo a los Ig Nobel de 2005 porque estaba ocupado recibiendo el Nobel real de Física, pero al año siguiente volvió a empuñar la escoba, y lo siguió haciendo hasta casi sus 90 años.

Los ganadores son...

Revisar el archivo de los premios Ig Nobel es una experiencia que oscila entre la incredulidad y el asombro, más de una risotada y quizá hasta la maravilla. Allí se encuentran referencias completas a trabajos científicos insólitos como la solución parcial a la pregunta de por qué las cortinas de baño se mueven hacia el agua (premio de Física 2001), el estudio sobre la validez científica de la Regla de los Cinco Segundos para determinar la seguridad de comer alimentos que se han caído al suelo (premio de Salud Pública 2004) o el reporte del éxito en el entrenamiento de palomas para discriminar entre las pinturas de Pablo Picasso y las de Claude Monet (premio de Psicología 1995).

Pero volvamos a 2018. Suelen otorgarse diez premios de categorías diferentes que varían según el año. Entre los ganadores de este año se destacan los siguientes:

– Premio de Medicina por el uso de paseos en montaña rusa para tratar de acelerar el paso de cálculos renales, publicado en 2016.

– Premio de Antropología por confirmar en un zoológico que los chimpancés imitan a los humanos con la misma frecuencia y eficacia que los humanos imitan a los chimpancés, publicado en 2018.

– Premio de la Paz por medir la frecuencia, la motivación y los efectos de gritar y maldecir al conducir, publicado en 2017.

– Premio de Biología por demostrar que los expertos en vino pueden identificar de manera confiable –por el olor– la presencia de una sola mosca en una copa de vino, publicado en 2017.

Son sólo algunos. Para la lista completa y las referencias, en caso de que algún artículo sea de particular interés para el lector, lo mejor es ir directamente a la página web. Uruguay, por lo pronto, tiene un premio Nobel compartido, el del doctor Gustavo Nagy, quien integra el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la Organización de las Naciones Unidas. En 2007 se otorgó el Nobel de la Paz a este panel y al ex vicepresidente de Estados Unidos Al Gore por “sus esfuerzos para construir y diseminar un mayor conocimiento sobre el cambio climático provocado por el hombre, y para sentar las bases para las medidas que se necesitan para contrarrestar dicho cambio”. Un solo Nobel, pero ningún Ig Nobel. No vamos tan mal.

¿Y les pagan para esto?

Frente a este despliegue de investigación aparentemente absurda, es entendible que surjan preguntas como la del subtítulo. Después de todo, en la mayoría de los casos las investigaciones son financiadas con dinero que proviene de impuestos, el dinero de todos, y más de una vez se ha generado la controversia sobre si ese dinero está siendo desperdiciado en investigaciones tan triviales. ¿Pero cómo consideramos lo trivial? Muchos avances científicos relevantes, o incluso la inspiración para solucionar problemas específicos, surgieron de preguntas “triviales” o de estudiar con detenimiento elementos aparentemente inútiles.

Richard Feynman, físico teórico y comunicador científico conocido por participar en el desarrollo de la bomba atómica e investigar el desastre del transbordador espacial Challenger, cuenta en uno de sus libros (¿Está usted de broma, Sr. Feynman?, de 1985) cómo una observación trivial sobre el movimiento de un plato lanzado al aire en la cafetería de la universidad lo puso en su camino al Nobel de Física en 1965. El análisis matemático de la rotación y tambaleo del plato, completamente inútil, inspiró su posterior trabajo sobre el movimiento del electrón, y lo llevó de ahí a la electrodinámica cuántica, campo en el que sus aportes le valdrían el Nobel.

Menos rimbombante es el caso del premio Ig Nobel de Biología que obtuvo en 2006 por demostrar que el mosquito de la malaria es atraído por igual por el olor del queso Limburger que por el olor de los pies humanos. Esto abrió la puerta para identificar ácidos grasos muy efectivos en atraer a los mosquitos, y la posibilidad de generar trampas más eficaces para combatir la malaria. La verdad es que nunca se sabe por dónde va a venir el próximo descubrimiento que sacuda al mundo. Hay casos de investigadores, como el de Andre Geim, que ganaron ambos premios: el Ig Nobel por hacer levitar a una rana con magnetismo, y el Nobel de Física por la invención del grafeno, una lámina de carbono puro más resistente que el acero, con varias aplicaciones en medicina y tecnología.

Estos premios suelen ser acusados de ridiculizar a la ciencia, pero sus responsables aclaran que la buena investigación y logros científicos también pueden ser raros, graciosos e incluso absurdos. En el fondo, los Ig Nobel son un gran evento de divulgación científica cuya importancia quizá trascienda las investigaciones puntuales. Con ese ánimo, entonces, podemos cerrar este artículo con las mismas palabras que se usan para cerrar la ceremonia de los Ig Nobel: “Si no ganó un premio, y especialmente si lo hizo, ¡mejor suerte el próximo año!”.

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