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Judith Sutz

Foto: Mariana Greif

La académica e investigadora Judith Sutz presentó una propuesta tan osada como practicable de política de ciencia, tecnología e innovación basada en evidencia

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Judith Sutz es coordinadora académica de la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC) de la Universidad de la República (Udelar). Se recibió de ingeniera electricista, pero luego se centró en temas vinculados con el desarrollo y el conocimiento, y obtuvo un doctorado en Socioeconomía del Desarrollo en la Universidad de París. En la última jornada del ciclo de charlas abiertas organizado por el Consejo Nacional de Innovación, Ciencia y Tecnología (Conicyt), la Secretaría de Ciencia y Tecnología y la Dirección para el Desarrollo de la Ciencia y el Conocimiento (D2C2), el martes 10 Sutz dio una disertación titulada “Elementos y propuestas para una política de ciencia, tecnología e innovación basada en evidencia”. A diferencia de muchas otras ocasiones en las que se señalaban debilidades de nuestro sistema científico y se trazaban horizontes a alcanzar, la propuesta de Sutz incluye una idea concreta que puede ponerse en marcha con muy poco dinero y que podría poner al país en carrera para eso que todos invocan pero nadie sabe cómo hacer: lograr que el conocimiento, la ciencia y la innovación contribuyan al desarrollo del país.

Un análisis más completo de la evidencia

La conferencia estuvo basada en un texto de igual título que Sutz elaboró hace unos meses y que me envió antes de nuestro encuentro en la sede de la CSIC, a metros de la casa central del PIT-CNT. “Lo escribí en un momento en que me dio la impresión de que si bien teníamos evidencia sobre la situación de la ciencia, la tecnología y la innovación, estábamos mirando aspectos parciales de la evidencia y derivando ciertas sugerencias desde esa mirada incompleta”, dice Sutz cuando le pregunto por el momento en que concibió su propuesta, deslindándose de cualquier coincidencia con el ciclo electoral o la coyuntura de transición actual.

En su trabajo se deja claro que con frecuencia se utilizan dos indicadores para ver qué tan bien vamos en lo relativo a ciencia, tecnología e innovación o en investigación y desarrollo (I+D). Uno es la relación entre la inversión en I+D y el Producto Interno Bruto (Uruguay destina casi 0,4% del PIB a I+D, y ya es un reclamo conocido el de subir esta inversión a 1%), y otro la generación de un índice entre la cantidad de investigadores por millón de habitantes. Al comparar esos datos con los de países que consideramos que están haciendo mejor la cosas, por lo general no salimos bien parados. “Es cierto que tenemos pocos investigadores en comparación con Holanda, Estados Unidos o Nueva Zelanda. También tenemos una inversión muy baja en I+D en relación con el PIB, también comparándonos con Holanda, Estados Unidos, Nueva Zelanda, Japón y Corea. Pero eso es sólo la mitad de la historia”, dice Sutz. Veamos un poco los datos en el cuadro 1.

Al observar la cantidad de investigadores por millón de habitantes, en su texto Sutz señala que “Uruguay está en una posición intermedia en América Latina: por debajo de Argentina y Brasil, por encima de Chile, Colombia y México”, y agrega que, en cambio, con los países ricos de la OCDE la distancia es muy marcada. Ese dato nos muestra cuán lejos estamos de otras realidades. Pero mirar sólo eso sería incompleto. “La otra mitad de la historia consiste en ver en esos otros países de los que decimos que tienen muchos más investigadores que nosotros dónde trabajan esos investigadores y quién contribuye a la inversión en I+D respecto del PIB. ¿No serán preguntas que también es importante hacerse?”, dice Sutz, y señala que “el número frío es apenas una parte”.

Frecuentemente nos aferramos al poder mágico de los números. 6% del PIB para la educación. 1% para I+D. Pero además, hace tiempo que varios actores vienen alertando que en los países que tomamos como modelo a seguir la inversión en I+D no corre sólo por cuenta del Estado. En la evidencia que muestra Sutz, eso queda patente.

Como ya dijimos, la inversión en I+D de Uruguay ronda el 0,4% del PIB. Se “compara así pobremente con varios países de América Latina y con los países ricos de la OCDE”, señala Sutz en su texto, para luego hacer una observación nada menor respecto de cómo invierten los países modelo: “No es sólo la proporción de su PIB destinado a I+D, que en general está por encima de 2%, sino la parte minoritaria que en ella ocupa la inversión pública”, afirma, y agrega que gran parte de esa inversión corresponde a las empresas privadas y públicas. Si Uruguay invierte en I+D 0,41% del PIB, 88% de esa inversión proviene de fondos públicos, es decir, 0,36% del PIB. Ese guarismo en países como Dinamarca, Estados Unidos o Corea, no supera jamás el 0,35%.

“Me pareció que valía la pena plantear que las diferencias no son solamente de números, sino también de estructura. Cuando uno mira solamente los números, la recomendación es invertir más, tener más investigadores, más, más, más. Pero cuando uno mira la estructura, la recomendación pasa más por ver dónde están acá los actores que en esos países están pidiendo conocimiento, requiriendo conocimiento, usando conocimiento. ¿Quién pide conocimiento en Uruguay? ¿Quién les pide conocimiento a los investigadores que creamos? Ahí nos damos cuenta de que hay una debilidad muy grande”, comenta Sutz.

“Cuando una decisión tomada en el ámbito público le cierra la puerta a la investigación nacional o a las empresas nacionales, generalmente por aversión al riesgo, el futuro nacional retrocede, a veces por décadas”.

“En nuestro país hay una demanda muy escasa de conocimiento, tanto del sector productivo privado como del Estado”, señala, y descarta que eso se deba a que no se requiera conocimiento en el país. “El asunto es de dónde se saca, a quién se le pide y a quién se le compra. A partir de estas inquietudes me pareció que valía la pena mostrar que a la evidencia había que agregarle algunos elementos, y a partir de eso decir cómo hacemos”, afirma.

¿Cómo enfrentar los desafíos?

“El desafío para el país, reconocido hace ya décadas, resulta así ser triple, aunque de dispar dificultad: incrementar la inversión en I+D, diversificar su origen y mejorar su eficiencia. El interrogante para la política de ciencia, tecnología e innovación es cómo hacerlo, puesto que las cifras más recientes no muestran avances”, señala la investigadora en el documento. En caso de querer mirarnos en ese espejo de los países desarrollados que hacen bien las cosas, si el Estado invirtiera ese deseado 1% en I+D, lo que correspondería sería que el sector privado invirtiera otro 2%. Saltaríamos así de la inversión actual de 0,41% del PIB a una cercana a 3%.

“Si nosotros invirtiéramos 1% en I+D, en la estructura actual de la inversión, con casi la totalidad proveniente del sector público, estaríamos cerca de lo que invierte Holanda por parte del sector público”. Sutz es enfática en aclarar que “no se trata de ir en contra del 1%”, y pide que no se la malinterprete, pero afirma que “el 1% es un número mágico, como también sería una solución mágica imaginar que por decreto los privados van a aportar 0,5% u otro 1% o hasta 2%. Tenemos que analizar los grados de libertad que se tienen en la política, que puede decir que le dará prioridad a determinadas cosas, pero que no le puede decir a las empresas privadas en qué invertir”, señala, abriendo la puerta para las empresas públicas.

El Estado no puede decirles a los privados en qué invertir, pero puede dar incentivos o castigos económicos. “Puede, pero también puede hacer algo que no es lo uno ni lo otro”, agrega. “El Estado puede ayudar a crear mercados. Somos un país pequeño y si queremos exportar, tenemos que aprender en casa. No hay un solo ejemplo de exportación de alta tecnología, salvo el caso específico y muy particular del software, en el que las empresas exporten sin haber aprendido en casa”.

“Apelando a la fácil, lo seguro, y al conocimiento que tienen otros no es como se desarrollan los países”.

Sutz pone un ejemplo de esto para que no quede como una cuestión despegada de la realidad –precisamente, si hay algo que tiene el planteo de la académica es que es tan concreto como la piedra contra la que estamos a punto de darnos la cabeza– y habla del caso de la empresa Eriksson. “Suecia, en su momento, tendría que haberle comprado a Siemens, era la opción lógica”, señala, pero el gobierno sueco tomó una decisión estratégica y le encomendó el desarrollo de las telecomunicaciones a la empresa nacional en lugar de comprar el paquete del gigante alemán. “Hubo una decisión del gobierno sueco de comprar sueco. Comprarle a Siemens era mucho más fácil y seguro, pero apelando a lo fácil, lo seguro y al conocimiento que tienen otros no se desarrollan los países”.

Por este motivo, en su charla hizo énfasis en que para aprender es necesario tener oportunidades de aprender. “Hay que crear oportunidades para que uruguayos y uruguayas científicos, ingenieros, tecnólogos lidien con problemas complejos, aprendan a resolverlos, y de esa manera hagan nuevas preguntas y empiece el círculo virtuoso de la investigación”, afirma, aun cuando ello pueda implicar perder un poco de tiempo y plata. “Para eso no hay que temerle al riesgo y hay que premiar la confianza en las capacidades nacionales, premiar a quien compró una solución uruguaya. A esos incentivos, de los cuales casi nunca se habla, habría que darles un poco de espacio”.

Una propuesta modesta y osada al mismo tiempo

En su texto Sutz afirma que una joven o joven investigador, con un doctorado reciente, experiencia académica y vocación por investigar “debiera encontrar un espacio donde ejercer su creatividad al servicio de los objetivos de la institución en la que se inserta”. Luego de recordar que el PIB de Uruguay en 2018 fue cercano a los 60.000 millones de dólares, Sutz hace una propuesta concreta tan sencilla como contundente: “Supongamos que la remuneración de una persona con esas condiciones es el equivalente de un Grado 3 de la Universidad de la República con Dedicación Total: su costo anual, con las cargas sociales incluidas, es del orden de los U$S 54.500. 150 contrataciones de ese tipo tendrían un costo de U$S 8.175.000, lo que representaría 0,013% del PIB de 2018. Imaginemos que 100 contrataciones van para el ámbito académico y 50 a formar equipos de dos personas trabajando en 25 instituciones del ámbito público”.

Luego Sutz estima que cada uno de esos equipos con dos investigadores, en 25 instituciones del ámbito público, “al cabo de un año de trabajo habrá explorado en profundidad su ámbito, confeccionado una agenda de investigación e innovación aprobada por las autoridades correspondientes, identificado y contactado tanto personal interno como investigadores y empresas capaces de llevar dicha agenda adelante”. En el mano a mano, Sutz se explaya sobre el potencial transformador de su plan, que, recordemos, se sustenta con 0,013% del PIB de 2018: “Dos jóvenes investigadores trabajando durante un año hablando con la gente, desenterrando los problemas, dándoles formato, podrán proponer investigaciones para aproximarnos a las respuestas a los problemas que encontraron. Creo que eso dinamiza al país”.

Así como en conservación se habla de lo difícil que es mantener lo que no se conoce, en investigación, desarrollo e innovación podríamos decir que es difícil saber lo que a uno le falta si no lo conoce. “También puede pasar que se identifique el problema y que en este país no haya quién pueda resolverlo. Y eso le va a trasladar una demanda muy concreta y directa al sistema educativo. Hay que tener paciencia, porque estas cosas llevan tiempo”, agrega.

Y vaya si llevan tiempo. En esta sección, donde comentamos las investigaciones que nuestros científicos publican, es frecuente que los datos que sustentan sus trabajos de este año se hayan recolectado entre 2014 y 2016. Y al adentrarse más en lo que hacen, es frecuente que el investigador o investigadora haya trabajado en esa temática por años o décadas. La ciencia no es café instantáneo. Uno entiende que lo que plantea Sutz no producirá un efecto tal que en un año se resolverán todos los problemas: será el inicio de algo que, confía, tendrá un efecto contagio.

“En ciencia es falso que la oferta crea su propia demanda. No es cuestión de hacer ciencia de calidad y, por añadidura, todo lo demás vendrá y seremos ricos y felices”.

“No es cierto que la demanda cognitiva está en el aire esperando a que los investigadores elijan qué investigar. La demanda cognitiva es una cosa compleja que hay que detectar y construir. En ciencia es falso que la oferta crea su propia demanda. No es cuestión de hacer ciencia de calidad y, por añadidura, todo lo demás vendrá y seremos ricos y felices para siempre”. Y ese mediador entre la demanda y la oferta es, uno intuye, la política. “Exactamente. Pero muchos piensan que la política es sólo poner plata. Por supuesto que hace falta poner plata, pero no sólo eso. Ahí viene todo lo demás”.

Sutz pone como ejemplo de ese “todo lo demás” lo que hace el Centro de Extensionismo Industrial, cuya dirección recae conjuntamente en la Udelar, la Cámara de Industrias del Uruguay, el Ministerio de Industria, Energía y Minería y la Agencia Nacional de Desarrollo. “Al preguntarnos por qué las pequeñas y medianas empresas quedaban tan por fuera de la I+D, detectamos que cerca de 80% no tienen profesionales, y ese es un dato de la década de 1980 que no ha cambiado hasta ahora, por lo que no tenían ni tienen cómo hacerse las preguntas. El Centro de Extensionismo Industrial trabaja un poco con la filosofía del extensionismo agropecuario: acá están los que saben algunas cosas y acá están los que hacen cosas y necesitan ese conocimiento. Demoró 30 años en concretarse este centro, que partió de detectar que las pequeñas y medianas empresas no tenían la capacidad de hacer emerger la demanda tecnológica”.

Sutz reconoce una debilidad del plan: requiere trabajar para que sea efectivo. “Eso es lo que puede hacer fracasar todo. Hay que estar dispuesto a hacerles un terreno fértil a estos investigadores, hay que ayudarlos a dialogar, hay que abrirles la puerta a la conversación. Y después hay que tener formas de coordinación”. Lo que propone la académica es, de cierta manera, un experimento. Y, como ya vimos, es un experimento bastante económico. “Hay que tener ganas de experimentar”, reconoce, y se pregunta: “¿Qué es lo peor que nos puede pasar? La gente que trabaja con capital de riesgo dice que pone diez huevos en una canasta y que si sale un solo pollito ya paga los nueve restantes”.

Sutz dice con orgullo que es posible generar estos ámbitos, y da cuenta de los éxitos que ha obtenido la Udelar haciendo acuerdos con ANCAP, UTE, el PIT-CNT, y ahora con UNICEF. “Todo 2018 trabajamos con el Sistema Nacional Integrado de Cuidados, haciendo emerger la demanda de conocimiento. Fue una cosa muy trabajosa y muy compleja, pero salió bien. Hemos aprendido a preguntar”, dice, y agrega que “está la idea de que las demandas tecnológicas y cognitivas están ahí flotando, pero no es así”. Sutz pone el ejemplo de Horacio Failache, del Instituto de Física de la Facultad de Ingeniería, que desarrolló una lámpara led mucho más económica y sencilla que las que se vendían en el mercado para tratar a bebés que nacen con ictericia, a la que bautizó BiliLED, y que hoy se está usando en varios hospitales públicos. “Un día hablando con Failache le preguntamos qué necesitaba para seguir haciendo más cosas como las que había hecho. ‘Yo necesito una góndola de problemas’, fue su respuesta, porque dijo que él no sabía salir a buscarlos. ‘Yo me acerco a la góndola y veo si es para mí. Y si no es para mí, puedo saber para quién podría ser’, dijo”. Sutz cierra su anécdota con una moña: “Yo creo que la política tiene que construir la góndola”.

“Avanzar en el sentido de superar la frontera del conocimiento es muy importante. Pero no es lo único. Modestamente lo que digo es que tener pocos investigadores es malo, pero no es lo único malo que nos pasa. Invertir poco en I+D es malo, pero no es lo único malo que nos pasa. Trato de ver cómo del otro lado se pueden hacer ciertas cosas”, reflexiona. “La propuesta es lo suficientemente modesta como para que capaz, en una de esas...”, sueña Sutz. Deberíamos hacer lo que está a nuestro alcance para demostrar que, al igual que Lennon, puede que sea una soñadora, pero no es la única. Y no está sola.

Documento: “Elementos y propuestas para una política de ciencia, tecnología e innovación basada en evidencia”

Conferencia: Ciclo de charlas abiertas del Conicyt, la Secretaría de Ciencia y Tecnología y la D2C2 del Ministerio de Educación y Cultura (10 de diciembre 2019)

Autora: Judith Sutz.

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