A las pocas horas de publicada la nota “Suelos empobrecidos”, el 7 de mayo, que comentaba el artículo científico “Disminución de la calidad del suelo tras 13 años de producción agrícola”, de Andrés Beretta, Osvaldo Pérez y Leonidas Carrasco, se hizo patente que algo había pasado: tanto en las redes como en mi teléfono había investigadores de distintos ámbitos que mostraban discrepancias con algunos de los conceptos publicados. Pero a diferencia de muchas de las discrepancias de esta era de inmediatez digital, en este caso los que escribían buscaban aclarar conceptos y enriquecer la discusión.
Redes constructivas
“Muy interesante la investigación y el diagnóstico” escribía en su cuenta de Facebook Luis Aubriot, de la sección Limnología del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales (IECA) de la Facultad de Ciencias, que luego proseguía: “Pero creo que se debilita [en la nota] cuando busca interpretar el fenómeno de floraciones de cianobacterias”. En la nota, cuando se le preguntó al investigador Andrés Beretta, autor principal del artículo científico, si la sugerencia de agregar más fertilizantes para combatir el empobrecimiento del suelo no conllevaría un problema mayor en cuanto a las floraciones de cianobacterias, declaró que no se animaba a decir que “el fósforo sea un factor desencadenante de las floraciones, porque las cianobacterias necesitan tan poco fósforo que parece que siempre hay cantidad suficiente para ellas”. El científico del IECA citó ese pasaje y también se refirió a otro: “‘Por eso creo que no son sólo el fósforo y el nitrógeno de los fertilizantes lo que desata los blooms de cianobacterias’, dice Beretta, y uno, que busca ser honesto, se promete no volver a colocar a los fertilizantes agrícolas como una de las principales causas de las floraciones de cianobacterias”. Aubriot comenta: “Acá concuerdo y discrepo”.
Pasa a explicar: “Para que se produzca un bloom o floración (otra cosa es que sea persistente en el tiempo) se tienen que dar varios factores al mismo tiempo: nutrientes, principalmente fósforo, alto tiempo de residencia del agua (por ejemplo en embalses, o en caso de sequía en ríos), temperatura en un rango óptimo, baja-media turbidez del agua, entre otros”. Hasta allí podría trazarse la línea de acuerdo, pero entonces Aubriot marca su separación con los conceptos vertidos: “Es cierto que las cianobacterias necesitan poco fósforo para crecer, pero otra cosa es crecer en fase exponencial y formar grandes biomasas que cubren cientos de kilómetros cuadrados de un gran embalse o 500 kilómetros de costa. Ahí sí se necesita, más que altas concentraciones de fósforo, un aporte continuo. Es decir, a poco de comenzar una fase de crecimiento, de existir una cantidad baja de nutrientes, el crecimiento se vería limitado, y otros factores que producen pérdidas de biomasa (por ejemplo, depredación, patógenos, etcétera) controlarían la floración. Esto puede ocurrir en un ambiente ‘natural’ en verano, por ejemplo. El problema con que se aumente el nitrógeno es que puede hacer que las cianobacterias sean más eficientes en usar el fósforo” sostiene, y para ello cita un trabajo propio en el que demuestra justamente eso, publicado en FEMS Microbiology Ecology en 2018 y titulado “La disponibilidad de nitrógeno facilita la absorción de fósforo a las cianobacterias que producen floraciones”.
Continuando con su exposición, Aubriot concluye: “Se podría decir que el desencadenante inicial pueden ser los embalses, pero el que sostiene y genera semejantes biomasas no puede ser otra cosa el fósforo”. También aclara que “las cianobacterias que producen las mayores floraciones en el país no fijan nitrógeno atmosférico, así que se verán adicionalmente estimuladas con más nitrógeno en los fertilizantes”, y que estas cianobacterias (del género Microcystis) “son las que requieren más fósforo en relación a otras (por ejemplo, Dolman et al. Plos ONE 2012)”. Para finalizar entonces el comentario, Aubriot es claro en cuanto a que no sólo tiene diferencias con Beretta sobre la relación entre fertilizantes y las floraciones de cianobacterias, sino también con quien escribió la nota: “[respecto del final de la nota] discrepo con el estimado Leo Lagos: sí pondría a los fertilizantes como una de las principales causas de las floraciones”.
Hacerse cargo
Como había escrito en la nota original, uno trata de ser honesto, lo que al momento de escribir sobre ciencia significa estar siempre dispuesto a abandonar las ideas propias ante la evidencia. En su momento, lo dicho por Beretta me pareció revelador y me hizo ver la poca profundidad con la que había creído entender la relación entre fertilizantes y cianobacterias. Ante el hecho de que nuestros cursos de agua naturalmente tienen cantidades suficientes de fósforo como para que vivan las cianobacterias, y que sus niveles de nitrógeno no es elevado –datos que confirmé con otros expertos–, decidí predicar con el ejemplo y me animé a hacer público el cambio de perspectiva. Ni bien leí los comentarios de Aubriot a la nota le pedí una entrevista: tengo una confianza ciega en que la curiosidad y el esfuerzo por entender un tema construye mejores periodistas, ciudadanos y personas. Tras conversar por más de una hora, ante la evidencia sustanciosa basada en artículos publicados y en experiencias de personas que se dedican a hacer crecer cianobacterias manejando distintas variables, pero que también realizan trabajo de campo en nuestros embalses y cursos de agua, vuelvo, de forma más informada, a colocar a los fertilizantes agrícolas dentro de los principales agentes explicativos de las floraciones de cianobacterias. Hablar de temas complejos requiere dejar el ego de lado y permitir que sea pisoteado por la mejor evidencia disponible.
Pero la reacción de Aubriot no fue la única. Otros científicos de distintas áreas hicieron llegar sus discrepancias sobre el encalado del suelo para combatir la acidificación a través de un biólogo al que me une una gran amistad. Afirmaban que agregar cal “es algo que se hace en el mundo entero menos acá”, pero que en realidad es una “no solución”, ya que “resuelve los problemas asociados a un insumo con otro insumo que incrementa significativamente el impacto ambiental de la actividad”, e incluso proporcionaban las cantidades necesarias de cal para neutralizar determinadas cantidades de fertilizantes. Concordaban también en que el trabajo de los investigadores del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria era un gran aporte al poner en números una cuestión que ya se sospechaba. Lamentablemente, cuando les pedí si podría entrevistarlos al respecto, prefirieron declinar la invitación, ya que no se sentían calificados para hablar en forma científica del tema. Más allá de que uno deseara contar con sus aportes para tener una visión más completa, también es cierto que las discusiones en ciencia tienen sus reglas, y que no todo se resuelve con un panel de todólogos. No cito sus nombres pero sí algunas de las cosas que me trasladaron, convencido de que aquí hay, valga el juego de palabras, tierra fértil para más discusiones y trabajo científico sobre qué hacer con estos suelos que se empobrecen por el uso agrícola.
En la nota “Más es más: el exceso de nutrientes favorece las floraciones tóxicas”, publicamos una respuesta a la nota que salió impresa la semana pasada, firmada por tres investigadores de la Universidad de la República y del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable. Justamente por este tipo de reacciones es por las que uno cree que es importante hacer divulgación científica: para pensarnos, pensar el mundo y, entre todos, ver qué queremos hacer con él.