El libro En el jardín hay un pequeño mundo por descubrir pone al alcance de niños no videntes y con discapacidad visual un manual introductorio al universo de los animales más numerosos y diversos del planeta.
La literatura para conocer la naturaleza y su biodiversidad suele apelar a la descripción de las formas y los colores de las especies, con imágenes y textos en un único formato. Cuando esa posibilidad se vuelve inaccesible por la escasez de visión o ceguera, los recursos para acercarse al conocimiento del entorno y de los animales que lo habitan se reducen. No sólo deben reforzarse otros sentidos, sino que los materiales disponibles para acceder a información, lamentablemente, son pocos. La situación empeora cuando se trata de los más pequeños. En este contexto, Enrique Morelli, Ana Verdi, Gabriela Bentancur-Viglione y Estrellita Lorier, docentes e investigadores de la Sección de Entomología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, tuvieron una idea maravillosa. El resultado es el libro En el jardín hay un pequeño mundo por descubrir, elaborado en sistema braille para niños no videntes y en macrotipo para chicos con discapacidades visuales. Su organización en capítulos, fichas técnicas y una lectura atractiva que no deja de lado términos técnicos, hacen de este libro mucho más que una guía introductoria a este campo de la ciencia para los pequeños curiosos: es una herramienta que fortalece su autonomía al permitir el acceso por sí mismos al conocimiento mediante un libro escrito y pensado para ellos.
Al no ser un libro de cuentos, no hay una historia como hilo conductor, sino que a través de capítulos generales y fichas descriptivas, los autores presentan la anatomía básica, las estrategias de vida y curiosidades de los artrópodos. Es una introducción a la entomología, y los autores la presentan como tal. Por ejemplo, los nombres de cada una de las especies y las familias a las que pertenecen están en latín, y podría pensarse que eso hace tediosa la lectura, pero la hace interesante y no subestima a los lectores pequeños. En los tomos del sistema braille los dibujos están representados con trazos simples y son acompañados de un rectángulo para mostrar el tamaño de la especie. En el caso del tomo en macrotipo, las ilustraciones no tienen nada que envidiarle a un libro de ciencias naturales de niveles más altos de formación.
Los autores también recurrieron al uso del sonido para estimular a los niños. Con ese objetivo incorporaron canciones en varios capítulos. Por ejemplo, al abordar los crustáceos hay una canción del músico Martín Buscaglia sobre del bichito de la humedad, esos pequeños que se enrollan como bolitas cuando se los molesta, y al hablar de la metamorfosis aparece “Gusano mariposas”, de Encanto al Alma. Cada canción está acompañada de un código QR que permite escucharla en Youtube.
En conjunto, los autores lograron sortear de manera exitosa las dificultades de elaborar un libro para niños con discapacidades visuales. Para cumplir con ese objetivo contaron con el asesoramiento de Carla Trivelli, la presidenta de la Fundación Braille, y Delia Díaz, docente de la fundación. El resultado es un libro único e innovador, que logra sembrar la curiosidad en pequeños –y grandes– por su entorno e incrementar las ganas de inmiscuirse en el pequeño mundo de especies que se esconden bajo las piedras, revolotean entre las flores o en las ramas de árboles y se ocultan entre el pasto y la hojarasca que cubren el suelo de los jardines.
Adueñarse del entorno
En diálogo con la diaria, Trivelli sostuvo que “recién” se ha comenzado con el proceso de distribución de los ejemplares de los libros en escuelas especiales, centros y bibliotecas que trabajan con niños con discapacidades visuales en Montevideo y en aulas de educación especial que funcionan en el interior del país.
Comentó que el libro les “encantó” y les brindó la posibilidad de hacer algo que es “fundamental” para un niño que no ve, porque todo lo que es pequeño, como muchos de los artrópodos, escapa a la “percepción háptica, que es la forma en que el niño aprende”. Trivelli explicó que este conocimiento de los objetos a través del “tacto en movimiento” permite a los niños adquirir la representación mental del objeto. Manifestó que es necesario tener en cuenta que existen diferencias en la forma de conocer el entorno entre los chicos con ceguera total o déficit visual severo y los que perdieron la visión en otra etapa de su vida. Entre los niños ciegos de nacimiento o con déficit visual severo, adquirir el conocimiento sobre un insecto o el techo de una casa “es muy difícil” porque no pueden hacerlo a través del tacto. En ese contexto, el libro elaborado por los docentes de la Facultad de Ciencias permite la exploración de las especies en el plano por medio de dibujos “esquemáticos en la versión braille, representados por puntos que el niño va recorriendo con la ayuda de la guía de un adulto referente, y va pudiendo generar esa imagen mental de ese objeto”, además de la información que acompaña la ilustración. “En el caso del niño con baja visión, también es fundamental porque él ve un puntito que puede ser una mosquita, pero no diferencia las partes, y esto de agrandar el dibujo lo hace poder percibir parte por parte”, manifestó Trivelli. “Es fantástico”, resumió la presidenta de la institución sobre el libro, y agregó que el texto “implica muchas cosas”, porque se trata sobre animales que forman parte de nuestra cotidianidad y para el niño que no ve es “fundamental” atraer su interés por el entorno y que se adueñe de él, algo que el libro consigue hacer con éxito.
Trivelli explicó que alrededor de 80% de la información que recibimos las personas es “visual”, y eso configura una forma de conocimiento “global y simultánea”, pero en el caso de los niños con discapacidad visual “las vías más importantes de obtener el conocimiento es por medio del tacto y del oído”. “Entonces el proceso cognitivo es analítico y secuencial: tanto el tacto como el oído dan una información más fragmentada del entorno”, manifestó la presidenta de la fundación, y agregó que los niños necesitan más tiempo para “ir descubriendo, tocando cada partecita de los objetos, y eso a veces se hace con maquetas y también en el plano”. Esas son algunas formas que los niños tienen para descubrir el entorno que los rodea, incluida la naturaleza. También recurren a descripciones orales de otros niños o de los adultos.
Con Enrique Morelli y Ana Verdi, autores de En el jardín hay un pequeño mundo por descubrir
¿Por qué escribir un libro sobre entomología para niños no videntes?
Enrique Morelli (EM): Pude tener contacto con la presidenta de la Fundación Braille, Carla Trivelli. De esta manera supe de la falta de textos para no videntes, así como de las posibilidades que tenía la imprenta de la fundación para imprimir libros. Le propuse a Ana Verdi hacer este libro y tras su respuesta afirmativa me acerqué a la fundación y les comenté nuestro entusiasmo en escribir un manual de entomología para niños no videntes. A Carla le gustó el tema y nos animamos a presentarlo en una convocatoria de los Fondos Concursables para la Cultura de la Dirección Nacional de Cultura del Ministerio de Educación y Cultura en 2019, y salió seleccionado.
Ana Verdi (AV): Hace años que queríamos hacer un libro de entomología para niños, no con la idea específica de que fuera en braille, pero esta propuesta le dio una vuelta mayor.
¿Cómo fue el trabajo de elaboración y diseño del libro?
EM: Nosotros no somos escritores, así que teníamos claro que no íbamos a hacer un libro de cuentos. Queríamos hacer algo serio y que sirviera para el ámbito escolar. Formamos un equipo con colegas y repartimos los temas. Guillermo Stoll es un excelente dibujante y entendió de entrada nuestra propuesta, así como Gerardo Podhajny, quien tuvo la compleja tarea de diseñar la obra para entregarla a la fundación. En principio, nuestra idea era hacer un solo trabajo en sistema braille, pero cuando fuimos a trabajar con la imprenta de la Fundación Braille nos plantearon la posibilidad de también hacer el libro en macrotipo, porque hay muchos más chicos discapacitados visuales sin llegar a ser ciegos que ciegos totales. Entonces el libro salió en dos formatos, en un solo tomo en macrotipo y en dos tomos en braille, ambos con el mismo contenido.
¿Qué desafíos encontraron?
EM: Un desafío grande fue la ilustración. La gente de la Fundación Braille nos explicó que a un chico ciego uno no lo puede atosigar con muchos elementos porque trabajan con las manos. Los dibujos tienen que ser muy sencillos y delineados. Bajo la misma línea de no hacer un libro de cuentos, el dibujante entendió el concepto y le pareció muy buena la idea de no hacer caricaturas de insectos, sino dibujos del natural. Nosotros le dimos los ejemplares de artrópodos que estaban preservados en alcohol, le prestamos una lupa y unas pinzas, y él en su casa los dibujaba. El contenido fue otro desafío muy grande, porque se hace un contenido general pero, como está en macrotipo y las letras son muy grandes, ocupa mucho espacio. Fue necesario reducir los textos sin perder información.
También incluyeron elementos que involucraran los sonidos.
EM: Como el libro en principio estaba dirigido a chicos ciegos, buscamos ejemplos de artrópodos que emitieran sonidos o tuvieran un olor característico, como el grillo, la langosta, el mangangá, que nos dieran la posibilidad de que el chico pudiera sentir los sonidos. Eso también fue un desafío.
¿Cómo es acercar un mundo tan complejo como el de los insectos a los niños, y en particular a niños con discapacidad visual y no videntes?
AV: Cuesta un poco. Hacer las fichas nos costó porque las palabras técnicas tienen que estar, no hay otra forma de hacer una definición de estos insectos.
EM: Al no ser un libro de cuentos, vos no podés decir “la panza de la mosca”: se llama abdomen. Pero yo creo que los chicos asimilan mucho mejor este léxico, que después se va perdiendo a nivel liceal y ya cuando llegan a facultad es como darles todo de vuelta. Los chicos no se asustan por este tipo de lenguaje, para nada. Al contrario: lo asimilan y se sienten científicos, sienten que experimentan.
Recurrir al jardín fue la excusa perfecta para introducir a los niños en ese mundo.
EM: El jardín fue realmente un pretexto disparador, algo que vimos como una práctica recurrente en todas las escuelas. Pero es un disparador; quien tenga interés puede profundizar, pero ya sabiendo por dónde buscarlos. Además, aprenden a hacer una ficha técnica, porque ahí se plantea de forma muy sencilla.
AV: En el jardín podíamos encontrar una variedad enorme de artrópodos: arañas, miriápodos, bichos de la humedad. Eso nos permitió hablar de los distintos grupos de artrópodos.
¿Tienen pensado hacer proyectos similares?
EM: En la Fundación Braille nos dicen que sigamos haciendo cosas. Hay muchos libros de cuentos de historias caminando por la playa, subiendo un sendero, caminando por el bosque, etcétera, y la presidenta de la Fundación nos comentaba que los niños con discapacidad visual –sobre todo los ciegos– no pueden percibir la costa, los bichos que viven en el agua y en esos diferentes ambientes, independientemente de que se los pueda encontrar o no. Entonces con Ana queremos hacer algo contemplando la costa uruguaya.
¿Sienten que con el libro lograron introducir a los niños no videntes a parte de esa biodiversidad que los rodea?
EM: Sentimos que si hubiéramos hecho un libro de entomología infantil sería un libro más, pero nos pareció que esta propuesta podía llegar a un universo de chicos que no sé si de otra forma tendrían acceso. Lo que a nosotros nos entusiasmó y nos emociona es poder dejar algo para estos chicos.