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Incendio en Palmares de Quebracho.

Foto: Andrés Franco

Incendio en el palmar de Quebracho: ¿una oportunidad para la regeneración de butiá?

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En noviembre 300 hectáreas de campo se quemaron y fueron afectadas algunas palmeras yatay; con un manejo posterior adecuado de las tierras, el episodio puede favorecer el rebrote de los ejemplares.

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Leído por Andrés Alba
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Los palmares de butiá se extienden por distintas zonas del país de forma desigual y conforman ecosistemas únicos e irrepetibles de belleza singular. Las palmas parecen distribuirse sin ningún patrón aparente y pueden verse tanto ejemplares amontonados como otros solitarios. A simple vista quizás no se logre distinguir cada una de las especies de butiá que existen en el país, pero un patrón compartido por todas son las dificultades de conservación y empobrecimiento de sus ecosistemas. Una de las especies más importantes es la palmera yatay (Butia yatay), que se encuentra principalmente en Paysandú.

El 24 de noviembre del año pasado, un incendio en la localidad de Quebracho y Termas de Guaviyú, a la altura de la ruta 3, en el km 386, afectó 300 hectáreas de campo, incluidas zonas donde hay palmares de esta especie. Del incendio hay pocos detalles, pero el jefe de Bomberos de Paysandú, Manuel Iglesias, dijo a la diaria que si bien “no se cuenta con un número aproximado” de palmeras afectadas, “no fueron muchas”. ¿Cuáles fueron las consecuencias de ese incendio para el ecosistema del palmar? ¿Qué implicó para la biodiversidad del lugar? Algunos especialistas y trabajadores de la zona conversaron con la diaria para intentar responder esas preguntas, resaltar el valor de la butiá yatay para esa zona del país y, sobre todo, la necesidad de políticas de conservación.

Llamas que llaman a la acción

El día del incendio, el Departamento de Bomberos de Paysandú tuvo una agenda ajetreada. Durante el 24 de noviembre se atendieron varios focos de incendio, en campos cercanos al pueblo Porvenir y en otro cercano al límite con el departamento de Salto. Al incendio que azotó las 300 hectáreas de campo entre Quebracho y Guaviyú concurrieron cuatro efectivos de Bomberos y se recibió “apoyo de camión de UPM Forestal Oriental, que en ocasiones están dispuestos a dar una mano”, contó Iglesias. Respecto de los orígenes del episodio, el jefe de Bomberos sostuvo que los efectivos “no tienden a revelarlos” salvo que el damnificado lo solicite. El medio local El Telégrafo publicó al día siguiente que un grupo de al menos 100 personas, incluido el alcalde de Quebracho, Mario Bandera, ayudaron a apagar el fuego “durante más de seis horas” y detuvieron las llamas antes de que alcanzaran a la escuela 37 Puente de Guaviyú, ubicada en el predio del incendio.

Este episodio planteó un punto de inflexión sobre la importancia de la conservación de los palmares de la zona, que sufren una degradación desde hace varios años producto de las actividades productivas que se desarrollan allí, como la ganadería y la agricultura. No obstante, entre locatarios y turistas que trabajan en la zona, preocupados por las consecuencias del incendio, se encendió una luz de esperanza para la conservación del lugar.

Carlos Urruty, guía turístico de Guichón, manifestó a la diaria que en algunas zonas fuera de Uruguay el fuego se utiliza “como elemento de eclosión para que germinen los cocos de las semillas que están debajo de la tierra”. Esta técnica se aplica, por ejemplo, en el Parque Nacional del Palmar, en Argentina, en la provincia de Entre Ríos, donde los palmares de yatay también se extienden. El detalle, señaló Urruty, es que luego de aplicar esta técnica, es necesario seguir con medidas de cuidado; si el manejo posterior al incendio es adecuado, la palma “puede tener una buena germinación y buena recuperación”. Para ello, explicó Urruty, se debe relajar la presión que ejerce el ganado sobre el suelo, así como el uso del suelo para cultivos. Desde su punto de vista, el problema es que en la zona de Quebracho el ecosistema, luego de este incendio, seguirá expuesto a una carga excesiva producto de la actividad agrícola-ganadera, y de esa manera se “eliminará la oportunidad para que broten las palmeras”.

El problema es que desde hace tiempo la palmera yatay está en la lista de las especies en peligro debido a un creciente proceso de intensificación en el uso del suelo por la expansión ganadera, agrícola y forestal. “La mayor parte (89%) de los palmares perdidos están ocupados en la actualidad por pradera, y en pocos casos por agricultura, forestación o bosques”, indica el estudio “Distribución, abundancia y estado de conservación de los palmares de Butia yatay en Uruguay”, elaborado en 2013 por Schaiani Vanessa Bortolini y Alejandro Brazeiro, del Grupo Biodiversidad y Ecología de la Conservación de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República. Si bien hay proyectos de conservación, estos no se dirigen al palmar sino a los individuos: “Como si uno dijera ‘si yo conservo una palmera ya está’”, dijo Urruty. La presión del ser humano sobre la ecosistema ha modificado su funcionamiento y fomentó la pérdida de la “abundancia anterior” de butiá que hacía de ese espacio el hábitat natural de muchas especies como ñandúes, zorros, gallinetas y una inmensa diversidad de aves, que eran las que se encargaban de diseminar las semillas.

Las palmeras yatay

La palmera Butia yatay es nativa del sur de Brasil, Paraguay, el nordeste argentino y del litoral oeste de Uruguay. En el país, existen tres grandes núcleos de palmares yatay: Quebracho y Santo Domingo en el noroeste de Paysandú; y en la zona sur del departamento, en el límite con Río Negro, el palmar de Guichón. Los tres ocupan unas 2.696 hectáreas, con una abundancia de 409 parches en los que habría cerca de medio millón de individuos, según el estudio de Bortolini y Brazeiro. De acuerdo a los datos relevados por esa investigación, Quebracho es el área de palmar más extensa y con mayor densidad de ejemplares: 1.560 hectáreas y 252.659 palmeras, de las que 81% son adultas y 19% juveniles.

Incendio en Palmares de Quebracho.

Foto: Andrés Franco

La edad de las palmeras adultas se estima entre los 200 y 300 años, aunque este aspecto aún está en estudio. Al respecto, Christine Lucas, docente del Departamento del Agua del Polo de Ecología Fluvial del Centro Universitario Regional Litoral Norte de la Universidad de la República, sostuvo que “no hay una técnica para confirmar la edad de la palmera”, pero se hacen estimaciones a partir de su tasa de crecimiento y otros aspectos. “En el centro de Guichón hay una plaza donde hay palmeras yatay plantadas que tienen poco más de 50 años, y no se comparan ‒ni en la altura ni en cómo ha trabajado el tiempo con el tronco‒ con algunos ejemplares que están en el paisaje cerca de Quebracho y el palmar de Guichón. Así que seguro pueden ser ejemplares que tengan más de 200 años”, manifestó.

A pesar de las similitudes entre las distintas especies de palmera butiá, cada una tiene sus características. La yatay alcanza alrededor de 12 metros de altura y su tronco cilíndrico se alza de una forma “esbelta”, dice Carola Valdomir, guía turística de Guichón. Con ese porte mayor al de la Butia odorata ‒que puede verse en los palmares de Rocha‒ aporta una belleza única al paisaje del lugar. Cada ejemplar tiene hojas extensas de entre dos y tres metros, pinadas y de color verde ligeramente azulado. La Butia odorata tiene una ligera diferencia en sus hojas: tienden a un color verde ceniza y son más curvas. La palmera yatay da sus frutos en verano y otoño. Los ramos pueden contener hasta 100 “cocos” de color anaranjado, de forma ovalada y de entre 3 y 5 cm de diámetro, contó Valdomir, mientras que la odorata tiene una fruta más redondita. Además, los frutos de ambas especies de palmera butiá tienen diferencias en el sabor, especificó la guía: el fruto de la yatay es “más fibroso y de gusto agridulce”, en tanto el de la odorata “es más dulce”. También las almendras dentro del coquito del fruto son diferentes. La almendra de la butiá yatay es más ovalada y alargada, mientras que en la odorata es más circular.

“Los seres humanos han interactuado con el ecosistema de la butiá a lo largo de la historia”, contó Urruty. No sólo ingiriendo sus frutos, que son un recurso para la elaboración de productos artesanales, sino también usando la butiá para otros fines. Con las hojas de butiá yatay se confeccionan carteras y máscaras; con sus frutos helados, yerba, cerveza y otros alimentos que hoy se ofrecen a los turistas. Además, la butiá yatay tiene una gran importancia para la identidad de la comunidad local: no es casual que forme parte del escudo de Guichón, acompañada por la leyenda “Son palmas de Guichón”. La palma de butiá forma parte de la vida diaria de las personas. “Hay abuelas que hacen arroz con leche con butiá”, contó Urruty.

El turismo en la zona se entiende como “una forma de revalorizar la identidad local y poner en valor lugares naturales como los majestuosos palmares de Guichón”, señaló a la diaria Juan Andrés Pardo, ex coordinador de Turismo de la Intendencia de Paysandú (2015-2020). En ese marco, se creó en 2016, en esa localidad, el evento Luna llena en el palmar, una propuesta turística que incluye un circuito nocturno por los palmares “donde los guías hablan de la importancia histórica y natural del lugar”, se cocinan comidas típicas, como pizza con almendra de butiá, y se cuenta con la presencia de artistas locales. En 2020 el coronavirus impidió realizar el evento.

Palmeras en red

Los palmares de Guichón y Quebracho forman parte de la Red Palmar, un espacio de integración internacional entre Brasil, Uruguay y Argentina que promueve la conservación ambiental y el uso sostenible de la biodiversidad asociada a los palmares. “Es una especie de conexión entre personas, lugares e ideas en un amplio territorio donde existe un vínculo cultural importante con la butiá”, establece su documento de presentación, que agrega que “viene siendo construida de manera participativa, teniendo en cuenta aspectos sociales, culturales, ambientales y económicos”. Urruty contó que representantes de Uruguay han participado en seminarios de aprendizaje sobre la butiá organizados por la Red Palmar y al respecto comentó que en Brasil la butiá tiene un gran valor, incluso como alimento. “El valor nutricional de la butiá en vitamina C es mayor al kiwi, al limón y otros cítricos”, dijo Urruty, y agregó: “Sin embargo, en Uruguay no lo utilizamos, no lo germinamos para ese uso”.

Varios entrevistados coinciden en que el turismo alrededor de la palmera butiá podría tener más valor en Uruguay. Toman como ejemplo el Parque Nacional del Palmar y el establecimiento La Aurora, ambos en Argentina, que han trabajado mucho más con los usos y productos gastronómicos de la butiá, además de reivindicar su valor natural y cultural, y funcionan como centros turísticos y de aprendizaje para escolares que hacen excursiones todos los años para conocer y probar los productos de la butiá. Están convencidos de que iniciativas similares podrían desarrollarse en Uruguay. Hace algunos años, Valdomir presentó ante el Consejo Directivo Central (Codicen) de la Administración Nacional de Educación Pública un proyecto para que los guías de Guichón pudieran apropiarse de una escuela de la zona que está cerrada y en proceso de deterioro para poner en funcionamiento un establecimiento “en que los niños puedan concurrir para aprender sobre la butiá, hacer excursiones, cursos, que puedan probar el fruto y reivindicar la importancia de la palmera”. “Hay chicos que son de Río Negro que no saben que el departamento tiene un palmar, porque la gente conoce el de Guichón o los de Rocha”, manifestó Valdomir.

Consecuencias del incendio

Es muy difícil, con la escasez de datos y el poco tiempo transcurrido, establecer qué consecuencias puede tener el incendio para el ecosistema del palmar y su diversidad. Sin embargo, Urruty señala que el incendio no es el principal problema. “Hay lugares donde accidentalmente hubo incendios y como luego no tuvieron una gran carga ganadera, hoy tenemos una regeneración muy importante en esa zona. Los incendios forman parte de la naturaleza”, consideró. Lo que no forma parte del funcionamiento natural del ecosistema son las intervenciones que hace el ser humano, subrayó el guía, y puso un ejemplo: “Se están plantando eucaliptos al lado de las palmeras. Eso produce alteraciones, las yatay no están acostumbradas al ahogamiento y a la humedad. Entonces proliferan los hongos, montones de enfermedades, y las palmeras se mueren por diversas cuestiones”. Además, se sigue desarrollando agricultura intensiva en la zona, y con ella no hay forma de que germinen nuevas palmeras. La ganadería es otro tema: “Las vacas, con un manejo intensivo inadecuado, también impiden que germinen las palmeras”, sostuvo Urruty. “Con una carga adecuada de la ganadería, hay recuperación. Cuando viene una seca importante, la vaca come un poco la palma, pero rebrota de nuevo y no hay problema”, comentó el guía, de modo que si se implementaran controles en ese sentido, se podría apostar a la conservación de los ejemplares que van quedando.

Para la investigadora Lucas, las consecuencias del incendio y del manejo general del ecosistema pueden afectar no sólo la conservación de los palmares de butiá. “El hecho de conservar la especie en realidad hace a la conservación de un conjunto de especies que dependen de esa palmera”. A su vez, comentó que como el área en que se encuentran las palmeras es muy limitada eso “también llama la atención sobre la necesidad para su conservación”. “La yatay no es una especie de crecimiento altamente rápido, pero hay observaciones de regeneración”, dijo. “Es recuperable en el sentido de que si no tiene la presión de la herbivoría y otras presiones que limitan su regeneración, uno encuentra lugares donde se regenera”, agregó. Ojalá Quebracho sea uno de ellos.

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