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Julio Fernández

Foto: Federico Gutiérrez

Plutón y otras anécdotas, del astrónomo Julio Fernández, nos muestra cómo el cielo refleja problemas ‒y alegrías- de lo que sucede aquí en la Tierra

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El libro, que cuenta pormenores del nombramiento de los planetas menores del cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter, tiene nuevos y jugosos detalles sobre cómo en 2006 Plutón dejó de ser el noveno planeta del Sistema Solar.

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Editar

A quienes nos gusta la ciencia, alguna vez leímos a Carl Sagan. Carl Sagan leía a Julio Fernández, el autor de Plutón y otras anécdotas. Historias mínimas de la humanidad contadas a través de los nombres de los planetas menores.

No es algo que Fernández ande diciendo por ahí. Como tampoco dice que es uno de los dos científicos uruguayos que pertenecen a la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, que fue decano de la Facultad de Ciencias, que obtuvo el título Honoris Causa de la Universidad de la República o que recibió el premio Gerard Kuiper por sus “contribuciones destacadas en el campo de las ciencias planetarias”. Tampoco dirá que fue un pionero en el estudio de cometas y asteroides, ni que sus predicciones de 1980 sobre la existencia de un cinturón de cometas más allá de Neptuno fueron confirmadas años después dando lugar al hoy conocido cinturón de Kuiper. Tampoco dirá que hay astrónomos que piensan que ese cinturón en realidad debería llamarse “cinturón de Fernández”. Es más, cuando alguien le recuerde que fue uno de los responsables de que nuestro Sistema Solar hoy tenga ocho y no nueve planetas, apenas esbozará una sonrisa.

Es que a Fernández lo caracteriza una humildad tan profunda como su humanismo. Ese humanismo desborda en las páginas del libro que acaba de editar, en el que más que hablar de astronomía, habla de cómo la humanidad se busca en los cielos. Y de cómo los cielos, en concreto los nombres que les damos a los objetos del universo, dicen mucho sobre estos insignificantes seres que viven en un punto azul pálido en uno de los brazos de una galaxia corriente entre los dos billones de galaxias que estimamos que nos rodean.

Anécdotas adictivas

Como bien aclara Fernández en el prefacio, el suyo no es un libro de divulgación astronómica. Quienes se sumerjan en sus páginas no nadarán en un tratado de astronomía escrito para el público general, aunque sí se salpicarán de unas cuantas ideas, sencillamente redactadas, sobre los asteroides, los planetas menores, los cometas, la estructura de nuestro Sistema Solar y sobre cómo se forman los planetas. Es que toda esa ciencia es sólo el esqueleto sobre el que Julio monta la carne de su libro: anécdotas entretenidas y cautivantes sobre personas y hechos fuera de serie que fueron considerados para dar nombre a cuerpos celestes.

Fernández disfruta con la escritura y eso se nota. Los textos breves y amenos permiten tanto la lectura lineal como la desordenada de ingresar por donde a uno le plazca. Los nombres de los capítulos son tentadores: “Los asteroides peronistas”, “La política entra en el cielo” o “Patrocinadores y venta de nombres” sirven de ejemplo. Es que el autor domina el tema: tras habérsele asignado en 1996 su nombre a un asteroide –el 5966 se llama desde entonces Julioangel– en 1997 ingresó al Comité de Nombres de Cuerpos Pequeños de la Unión Astronómica Internacional (IAU por su sigla en inglés). Si el tema ya era de su interés, desde entonces Julio Fernández fue parte de la cocina donde se hornean los nombres de los planetas menores que se encuentran en el cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter (por normas de la IAU, sólo a estos cuerpos se les puede asignar cualquier tipo de nombre, el de personas incluido, mientras que para los planetas, asteroides más allá de Neptuno, asteroides que se acercan a la Tierra y otros cuerpos, se aplican otros protocolos).

Entonces el libro de Julio nos lleva por un paseo que por momentos habla de cómo hacemos ciencia, por momentos de derechos humanos, pasando por la política, las guerras, el feminismo, el arte o la religión. Todo a través de personas concretas que fueron propuestas para nombrar a un asteroide. Claro que muchas veces las propuestas no fueron aceptadas. ¡Los fascistas también quieren asteroides que reconozcan a los suyos! O hay quienes pretenden poner marcas comerciales en el cielo. ¡O dedicarle un asteroide a Godzilla!

El planeta degradado

No es casual que Plutón, el ex noveno planeta del Sistema Solar devenido un planeta enano entre tantos que se encuentran en el cinturón transneptuniano, figure en el título del libro. Julio Fernández, y su colega Gonzalo Tancredi, astrónomos ambos de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, fueron figuras relevantes en el cambio de la cantidad de planetas que tiene nuestro vecindario.

La ciencia es siempre más un proceso que un acontecimiento. La idea de que Plutón no debía considerarse un planeta ya estaba instalada en el ambiente de la astronomía. Como bien describió Isaac Newton, cada acción tiene una reacción. Y en este caso, esa reacción venía desde los astrónomos norteamericanos, que no estaban dispuestos a que el único planeta descubierto por Estados Unidos fuera bajado de categoría. En un libro que muestra cómo la astronomía refleja los centros del poder en nuestro mundo, el sainete de Plutón calza a la perfección. La historia contada por Fernández es una versión astronómica del cuento de David y Goliat. Sobre los hombros de nuestros dos astrónomos –que pagaban su cuota de la IAU de su bolsillo y eran miembros a título personal, porque Uruguay estaba atrasado con los pagos– recayó la tarea de presentar en la reunión de Praga de 2006 una definición de planeta alternativa a la que habían cocinado los defensores de Plutón, hecha a medida para que el planeta yanqui siguiera con su estatus. Contra todo pronóstico –y con la evidencia de su lado– se llegó al desenlace ya conocido.

En el libro hay nuevos detalles sobre el asunto. Y una vez más, la astronomía es el disparador para hablar de otras cosas. Y Julio Fernández lo hace de forma maravillosa.

Plutón y otras anécdotas. Julio Ángel Fernández. Aguilar, 192 páginas, $ 590.

Presentación planetaria

El libro Plutón y otras anécdotas será presentado el martes 19 a las 19.00 en el Planetario de Montevideo. La entrada es libre y gratuita.

“La astronomía es la ciencia que está más cerca de las humanidades”

¿Cómo surge la idea de publicar este libro con anécdotas sobre lo que sucede tras bambalinas al nombrar asteroides del Sistema Solar?

Siempre tuve inquietudes que fueron más allá del tema específico. Por supuesto, siempre me interesó la investigación, y la investigación astronómica en particular, y mientras estaba haciendo mi carrera ese fue el foco de mi trabajo porque tenía que producir, el publish or perish [publicar o perecer] estaba sobre nuestras cabezas. Pero siempre tuve inquietud por escribir algo que trascendiera lo científico y que incluyera temas de reflexión, que si bien tuvieran como uno de los puntos de partida a la ciencia, se proyectaran hacia problemas de la sociedad.

Decís que la astronomía es una buena forma de rastrear los centros de poder y riqueza del planeta. Viendo los nombres que se asignan a los planetas menores, quedan trazadas en el cielo algunas de las cosas que suceden aquí abajo.

Para mí siempre fue muy interesante eso. Y esas son las cosas sobre las que siempre me gustó reflexionar. Son cosas que muchas veces no se piensan pero que están en la base de toda práctica científica. En los Nobel también se ve eso, los candidatos son personas que están en centros muy importantes que reciben grants [fondos] millonarios y tienen entonces todas las condiciones para hacer trabajos, en los que no son los únicos creadores sino los líderes de un equipo, que los llevan a ser nominados. Los nombres que les damos a los planetas menores en este libro son abordados como un pretexto para reflexionar sobre otro montón de ideas.

Decís que hoy en día es más sencillo que se perciba el impacto de la ciencia en relación a su utilidad, al desarrollo de productos, de tecnologías, pero no tanto así su impacto cultural.

Se podría tomar el libro como ejemplo. Permite reflexionar sobre un montón de temas y eso posiblemente tenga un impacto cultural, ya que en cierto sentido enriquece la discusión y la reflexión en un grupo de personas en la sociedad. Pero eso es algo muy difuso, intangible. No es algo que un político vaya a apreciar. En cambio, algo tan práctico como tener una vacuna o un test de diagnóstico de covid-19 es algo que todos ven, incluso los políticos.

Habiendo sido decano de la Facultad de Ciencias y habiendo formado a muchos investigadores e investigadoras, ¿quienes hacen ciencia perciben ese impacto cultural de lo que hacen, reflexionan sobre el tema?

Algunos sí, pero hay muchos investigadores que no reflexionan sobre su actividad, solamente hacen su trabajo y punto. El Proyecto Manhattan, del que se habla en el libro, fue un parteaguas en ese sentido, ahí se vio bien en dónde se paraba cada uno de los investigadores. Está, por ejemplo, el caso de Józef Rotblat, que se opuso a que se siguiera con la locura de desarrollar bombas atómicas, y después hubo gente como Ernico Fermi, que fue uno de los grandes físicos del siglo XX, pero que decía que lo que hacía en el Proyecto Manhattan era sólo ciencia y que le correspondía a los políticos ver qué hacían con ella.

Te tocó estar en el comité cuando llegó la moción de asignarle a un asteroide el nombre de Wernher Von Braun, el exmilitar nazi que llevó a Estados Unidos a la Luna. En el libro contás que fue una decisión bastante discutida.

Sí, había gente que decía que tenía méritos para merecer el nombre. Pero fue tan abrumadora la información sobre las atrocidades que se cometieron en los talleres donde Von Braun y los nazis fabricaban los cohetes V2, que era clarísimo que él había estado implicado. Cuando yo era adolescente, Von Braun había sido un gran ídolo, era el padre de la astronáutica. Fue un tipo muy hábil, tenía una cualidad no muy común en los científicos: era un gran divulgador. El tema de los viajes espaciales lo vendió muy bien, incluso se asoció con Walt Disney. Pero Von Braun tenía ese pasado en la Alemania nazi, tenía un alto cargo en la Schutzstaffel, la SS, y trabajó en un lugar donde los obreros eran prisioneros de campos de concentración. Nadie puede negar que fue un científico e ingeniero extraordinario, pero era una persona que no tenía escrúpulos de ningún tipo.

Hay quienes dicen que en la vida los “no” que das te definen tanto o más que los “sí”. Leyendo el libro, estas oposiciones a darle el nombre de personas que no calificaban a un planeta menor son importantes. ¿Fueron los “no” más importantes que los “sí” en tu trabajo en el comité?

Hubo algunos “no” que fueron importantes. El caso de Von Braun fue uno de ellos, y el de Stephen Austin fue otro. Ese segundo fue más difícil, porque fue una votación dividida, ya que muchos no aceptaron los argumentos para desechar la propuesta. Austin es considerado el padre de Texas. Cuando llegó su nombre tuve que leer e investigar, porque no sabía su historia. Al leerla vi que era un comerciante y, como tal, tenía que apoyar la esclavitud y se oponía a su abolición, porque de lo contrario se arruinaba su negocio y el de muchos otros, por lo que luchó para que Texas se independizara de México de forma que los colonos pudieran seguir teniendo esclavos.

Una de las maravillosas anécdotas del libro es la de los cinco asteroides peronistas, con nombres como Evita, Abanderada o Descamisada. El caso permite reflexionar que esa ausencia de nuestro sur en el cielo se debe también a la falta de apoyo a la ciencia que sufrimos. Argentina en su momento apostó a la ciencia y eso también se reflejó en el firmamento.

Al caso de Argentina le dedico dos crónicas. En el caso de los asteroides peronistas, está por un lado la crítica a la imposición de que a los asteroides se los nombrara en homenaje a Eva Perón, pero por otro está el hecho de que el Observatorio de La Plata era un observatorio del primer mundo. Argentina en ese momento apostó y tuvo una ciencia de nivel internacional. El fruto de esa apuesta de Argentina en su momento se vio más adelante, siendo el único país latinoamericano en obtener premios Nobel.

¿Qué sentiste cuando la madre de Ana Teresa Diego –estudiante de la Universidad de la Plata desaparecida por la dictadura argentina– dijo, tras nombrar al asteroide 11.441 como Anadiego, que entonces tenía un lugar donde encontrarla entre Marte y Júpiter?

Eso fue conmovedor. Lo dijo en un reportaje, cuando le comunicaron que le habían dado el nombre de su hija a un asteroide. Luego eso tuvo otro impacto grande, cuando Cristina Fernández, al asumir su segunda presidencia, en 2011, empezó el discurso diciendo que a Ana Diego le habían dado el nombre de un asteroide. Como digo en el libro, es curioso cómo desde la astronomía podemos contribuir a la causa de los derechos humanos.

En 1980 publicaste un artículo que postulaba que el origen de los cometas de períodos cortos debía ser un cinturón de asteroides que estuviera más allá de Neptuno. Tiempo después esa hipótesis fue confirmada y a esa aglomeración se le llamó cinturón de Kuiper. Uno de los autores del trabajo que confirmó tu planteo, Scott Tremaine, luego dijo que debió haberlo llamado “cinturón de Fernández”. ¿Esta injusticia tiene algo que ver con sacar un libro sobre la forma de nombrar cuerpos celestes?

Sobre mi artículo y ese cinturón paso brevemente con la intención de darles a los lectores un barniz sobre los distintos cuerpos menores del Sistema Solar. No quería hablar sobre mí ni hacer una reivindicación sobre eso. Ciertamente Kuiper era una figura central en la astronomía norteamericana, lo que no era mi caso. Hay otra persona que también hizo aportes en ese tema, Kenneth Edgeworth, que estaba en Irlanda y que era una aficionado, que como tampoco estaba en un lugar central, no obtuvo el merecido reconocimiento. Pero yo no iba a escribir sobre eso. En el libro sutilmente no le pongo ningún nombre, simplemente lo llamo cinturón transneptuniano.

Estudiaste en lo que entonces era la Facultad de Humanidades y Ciencias. Luego ambas se separaron y llegaste a ser decano de la Facultad de Ciencias. En tu libro es como que volvieran a juntarse.

Siempre me interesaron la historia, la filosofía, la política, las actitudes que tenemos ante la ciencia y la tecnología y cómo influyen en nuestra civilización. Lo que sí puede haber influido en este abordaje no es tanto aquella facultad donde ambas cosas estaban juntas, sino más bien haber sido hijo de una época, los años 60 y 70, que fue muy fermental a nivel político y en la que se pensaba mucho el destino del Uruguay y era muy inminente el riesgo de un golpe de Estado. Era una época de grandes pensadores, como Óscar Maggiolo. Yo soy un poco producto de esos años. Por otro lado, la astronomía es la ciencia que está más cerca de las humanidades, porque al hablar de astronomía uno se enfrenta a muchas interrogantes, como quiénes somos, por qué estamos acá, por qué existe el universo.

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