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Ilustración: Ramiro Alonso

Guía básica del timador, primera parte: Comprendiendo las reglas del juego y dos estrategias para burlarlas

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Impulsadas por la esperanza de ver prosperar su negocio, las ansias de popularidad o el simple deseo de diversión, algunas personas recurren al engaño argumental, para ganar clientes o cosechar adeptos. Si formas parte de ese grupo o deseas sumarte a tan floreciente industria, te interesará conocer algunos de los secretos de los maestros del timo.

1) Comprendiendo las reglas del juego

Antes de aprender a engañar con argumentos, es necesario repasar cómo funciona el juego de la argumentación. Seguro lo escuchaste más de una vez: hecha la ley, hecha la trampa. Pero en ese orden.

La práctica de realizar afirmaciones (o en un sentido técnico, de formular enunciados o proposiciones) para obtener la reacción de un interlocutor, puede entenderse como un juego. Por ejemplo, uno de naipes. Imagina que cada enunciado es una carta de las posibles en una baraja. Obtienes cartas, buscas combinar cartas que sumen puntos y las vas mostrando en la mesa conforme tu interlocutor muestra las suyas.

El objetivo típico en los juegos de naipes es vencer a tu adversario. Esto se consigue bien formando arreglos de cartas (por ejemplo, una escalera en la conga), bien presentando en la mesa cartas que valen más que las de tu adversario (por ejemplo, presentando el uno de espada si tu adversario presenta el siete de oro en el truco), bien con una combinación de ambas. Parte de la argumentación se orienta al mismo objetivo y a eso le llamamos discusión o debate. Sin embargo, la mayoría de las veces tiene un objetivo cooperativo: se trata de convencer a tu interlocutor de que lo que afirmas es verdadero, válido, bueno o pertinente. Para decirlo sencillamente: se trata de afirmar algo y que tu interlocutor te crea. Este es el objetivo principal de cualquier juego argumental que no esté fundado total o principalmente en la autoridad o la violencia.

Tipos de enunciados y reglas de justificación

Así como en el mundo de los naipes existen distintos tipos de cartas, en el mundo de los argumentos hay distintos tipos de enunciados. Si te invitan a jugar cartas, probablemente tu primera pregunta sea: ¿con qué baraja? Lo mismo sucede con los argumentos.

Y para jugar con enunciados, como con naipes, existen reglas. En el juego argumental el valor de un enunciado (su justificación en términos de veracidad, validez, bondad o pertinencia) depende de reglas que definen cómo formar arreglos con otros enunciados o con evidencia externa. Consideremos cuatro tipos de enunciados y sus principales reglas de juego (esta sección toma la propuesta de Leslie Stevenson y David Haberman en Ten Theories of Human Nature de 1998).

» Juicios de valor: comprenden, en palabras de León Tolstoi, afirmaciones acerca de “qué debemos hacer y cómo debemos vivir”. Expresan nuestra condición de seres morales, con capacidad de asignar sentido al mundo y tomar decisiones acerca de lo que es bueno o justo. “Debemos defender las instituciones ‘democráticas’” o “es bueno que las parejas que pretenden tener hijos se casen” son ejemplos de juicios de valor.

Típicamente, la justificación de un juicio de valor se obtiene apelando a otro juicio de valor de nivel superior. Supongamos que Andrea afirma que “el mecanismo de referéndum es bueno”. Su interlocutor le pregunta: “¿Por qué opinas eso?”, a lo que Andrea responde: “Porque es un mecanismo democrático”. En esta partida, la bondad del referéndum es justificada por la bondad de la democracia. Si ambos participantes concuerdan en ello, seguramente puedan comenzar a discutir sobre la pertinencia del referéndum. Uno destacará las virtudes de la democracia directa, el otro señalará las ventajas de la democracia indirecta. Pero la vara es siempre el valor democracia, compartido por ambos. Si no coincidieran en ese valor (por ejemplo, si el interlocutor dijera “no creo que la democracia sea algo bueno”) acabaría la partida. Por otro lado, el interlocutor podría preguntar a Andrea: “¿Por qué crees que la democracia es buena?”, a lo que Andrea podría contestar: “Porque de todos los sistemas de gobierno es el que garantiza en mayor modo las libertades de los individuos”. Tenemos aquí un nuevo salto a un enunciado valorativo de orden superior: la bondad de la libertad es justificación de la bondad de la democracia.

» Enunciados analíticos: corresponden a las llamadas definiciones. Ejemplos de enunciados analíticos son: “Un cuadrado es una figura geométrica de cuatro lados iguales que forman cuatro ángulos rectos” o “los hijos de mi tía son mis primos hermanos”.

Los enunciados de definición se formulan siguiendo reglas de taxonomía y de inferencia. En general deben respetar algunos axiomas. La justificación o valor de verdad de un enunciado analítico se encuentra plenamente contenido en el significado de sus términos. Se trata de una cuestión de coherencia interna.

» Enunciados empíricos: comprenden las afirmaciones acerca de cómo es el mundo o las cosas que suceden en él. Afirman la existencia de entidades y relaciones entre atributos de esas entidades, a las cuales se puede acceder, directa o indirectamente, a través de los sentidos (lo que incluye la observación mediada por aparatos, particularmente en el campo de la ciencia). Por ejemplo: “El planeta Júpiter tiene ocho satélites naturales” o “a mayor nivel educativo mayor ingreso por trabajo”.

Estas proposiciones se justifican, en última instancia, mediante un acto de señalamiento. Es necesario presentar evidencia acerca de la existencia de la entidad o la relación de atributos, en el mundo. Según Moritz Schlick en Positivismo y realismo, “A efecto de establecer el significado de una proposición, deberemos transformarla por medio de sucesivas definiciones hasta que en última instancia sólo aparezcan en ella palabras que ya no puedan ser definidas, pero que sus significados puedan ser directamente señalados. El criterio de verdad o de falsedad de la proposición se hallará en el hecho de que en circunstancias definidas (dadas en la definición) ciertos datos estarán presentes o no estarán presentes (en el mundo externo)”.

» Enunciados metafísicos: son similares a los anteriores, excepto porque afirman la existencia y propiedades de un mundo al que no podemos acceder mediante los sentidos. Suponen un mundo trascendente (más allá de lo físico). La existencia de un Dios creador del universo es un enunciado metafísico. El vitalismo de Lamarck o el motor de la historia de Marx pueden incluirse también en esta baraja de proposiciones.

Las afirmaciones metafísicas se justifican de modo similar a las empíricas. Pero por referir a objetos que no pertenecen al mundo sensible no necesariamente requieren de verificación intersubjetiva. La evidencia en este caso viene dada por revelación sobrenatural, erudita interpretación de textos u objetos de la naturaleza, o por introspección. Muchos enunciados metafísicos no requieren siquiera ser verificados: son objeto de fe. En este sentido, podrían considerarse a medio camino entre los empíricos y los juicios de valor: comparten con los primeros la referencia a algo allá afuera y con los últimos el recurso de la convicción como suficiente para su justificación.

Combinación de naipes de distintos mazos

En los juegos de naipes no se pueden mezclar cartas de distintas barajas. Con los enunciados sí es posible. En general, si avanzamos en las razones de justificación de enunciados de un tipo, llegamos a alguno de otro tipo. Los juicios de valor, por ejemplo, suelen justificarse por principios generales de orden metafísico, como la voluntad de Dios o el derecho natural (que es el padre de los derechos humanos). Algunos axiomas que están en la base de sistemas analíticos podrían considerarse verdades metafísicas. Las propias proposiciones empíricas (y esto fue un dolor de cabeza para la epistemología de las primeras décadas del siglo pasado) se fundan en supuestos metafísicos relativos a la causalidad y la existencia de leyes naturales.

Pero más allá de la cuestión de las razones últimas, que podría resultar de interés para la filosofía del conocimiento, solemos combinar enunciados de distinto tipo por razones prácticas: nada menos que para tomar decisiones. ¿Recuerdas a Andrea argumentando que la democracia era buena por ser el sistema de gobierno que en mayor medida garantizaba las libertades? A diferencia de su primera justificación (el referéndum es bueno porque la democracia es buena), que involucra dos juicios de valor, esta no sólo afirma implícitamente la bondad de la libertad, sino que hace referencia a algo que sucede en el mundo: una correlación entre formas de gobierno y grados de libertad. Se trata de un enunciado empírico (por tanto, puede ponerse a prueba). Sería necesario definir el significado de libertad, encontrar una forma de medir grados de libertad y determinar si estos grados correlacionan con los distintos sistemas de gobierno. No es una tarea sencilla, pero pertenece formalmente al campo de lo empírico.

En realidad, Andrea sostuvo tres cosas:

La libertad es buena (juicio de valor),
Los sistemas democráticos garantizan en mayor medida la libertad (enunciado empírico),
por tanto, la democracia es buena (juicio de valor).

En este tipo de arreglos típicamente comenzamos con un juicio de valor (JV), un enunciado analítico (EA) o un enunciado metafísico (EM); seguimos con un enunciado empírico (EE), y finalizamos con alguno de los tres primeros.

Por ejemplo:

(JV) Raúl desea levantar un objeto pesado haciendo poco esfuerzo.
(EE) Un sistema de roldanas y poleas móviles (polipasto) reduce a la mitad la fuerza que se debe aplicar para vencer una resistencia, por cada polea que se utilice.
(JV) Es bueno que Raúl utilice un polipasto para levantar el objeto.

(EA) Los hijos de mi tía son mis primos hermanos.
(EE) Martín es hijo de mi tía.
(EA) Martín es mi primo hermano.

(EM) Dios ha creado los frutos de los árboles para que nos alimentemos.
(EE) La naranja es el fruto de un árbol.
(JV) Es bueno comer naranjas para alimentarnos.

Interesan especialmente los arreglos que combinan juicios de valor con enunciados empíricos. Esta combinación puede realizarse siempre que agreguemos una nueva regla. Consideremos el que inicia con Raúl queriendo levantar un peso sin tener que hacer mucho esfuerzo. El arreglo es válido a condición de asumir un orden particular: el primer enunciado ocupa el lugar de fin (algo que queremos obtener), el último de medio (una prescripción acerca de cómo actuar para obtener eso). La información empírica intermedia justifica el medio, pero sólo en función del fin. Si modificamos el fin, por ejemplo, si Raúl (que ahora está procurando aumentar su musculatura) desea levantar un peso mayor al que levantó hace unos minutos, lo último que tendríamos para recomendarle sería un polipasto.

La combinación virtuosa de aspiraciones, información empírica vinculada a aquella aspiración y prescripciones para alcanzarla constituyó una de las grandes promesas de la civilización. Una sociedad de mujeres y hombres libres que intercambian acerca de sus aspiraciones, llegando eventualmente a acuerdos. Una ciencia que informa acerca de cómo funciona el mundo en lo que se encuentre implicado en tales aspiraciones. Una técnica que aconseja acerca de los mejores medios para alcanzarlas.

2) Tus primeras estrategias como timador

Ya conoces las principales barajas en el juego de la argumentación, las reglas para justificarlas y los arreglos válidos con cartas de distintas barajas. Es todo lo que necesitas para comenzar a hacer trampa. El arte del timador consiste en aplicar erróneamente todo lo anterior, sin que su interlocutor lo note. Algo así como el principio del éxito, aplicado al espacio cognitivo: “El secreto del éxito se encuentra en la sinceridad y la honestidad. Si eres capaz de simular eso, lo tienes hecho” dijo Groucho Marx.

Comencemos con dos estrategias.

2.1) Falacia de apelación a la probabilidad

Considera el siguiente juego de proposiciones:

Los gobiernos difunden falsedades.
El gobierno de Uruguay está difundiendo la existencia de una pandemia.
La pandemia es falsa.

Pareciera que tenemos tres enunciados empíricos. Y la secuencia se asemeja a aquel conocido arreglo acerca de la mortalidad de Sócrates (Todos los hombres son mortales. Sócrates es hombre. Sócrates es mortal). Pero falta algo en el primer enunciado: su carácter no es universal. La premisa mayor, en este caso, afirma algo meramente probable. Nadie podría dudar de que en algunas oportunidades ciertas organizaciones difunden información falsa. Pero resulta sencillo demostrar también que algunas veces dicen la verdad. Por ejemplo, las oficinas meteorológicas de los gobiernos y los segmentos sobre el clima de los noticieros de algunas corporaciones televisivas difunden noticias sobre el clima, que generalmente son verdaderas. Oficinas del gobierno difunden información verdadera sobre embotellamientos. Google también lo hace a través de su aplicación de mapa. Podrían proponerse muchos otros ejemplos de difusiones verdaderas.

La falacia de apelación a la probabilidad consiste en afirmar que algo podría suceder en algunos casos, para deducir que en este caso particular efectivamente sucede. En el siguiente arreglo de enunciados queda patente la trampa:

Algunas veces los niños mienten.
Pedrito dice que tiene necesidad de ir al baño.
Es mentira que Pedrito tenga necesidad de ir al baño.

Los niños mienten, es cierto. Los adultos más aún. Pero también ambos dicen la verdad. A partir de una premisa mayor probable, sólo puede inferirse un resultado probable, nunca uno seguro.

Para sostener esta falacia deberás manejar algunos trucos adicionales, que veremos en la tercera parte de esta guía. Por lo pronto comienza a ejercitarla. Si consigues demostrar pericia en su manejo, podrás aplicar a organizador de marchas antivacunas, animador de campamento neopentecostal o locutor de canal de noticias independientes en Youtube.

2.2) Entimema

El dominio de esta segunda trampa te permitirá jugar en las ligas mayores. Consultor de Ministerio de Economía, columnista de semanario neoconservador, médico pandémico-aislacionista. Sólo mencionamos algunas de las prometedoras posibilidades.

La trampa conocida como entimema o de silogismo truncado consiste en eliminar la premisa mayor del arreglo de enunciados. Algo así como hacer escalera de tres, con sólo dos cartas.

Por ejemplo:

La combinación de etinilestradiol y progestina es muy efectiva para evitar el embarazo.
María debería tomar un anticonceptivo que combine etinilestradiol y progestina.

En este ejemplo es sencillo descubrir la trampa. El enunciado omitido es “María quiere evitar un embarazo”. Si, por el contrario, María quisiera tener un bebé, lo último que habría que recomendarle es un anticonceptivo.

¿Cómo es posible entonces justificar esta trampa? Debes descartar la posibilidad de derivar de un enunciado empírico un juicio de valor. No existe experimento que permita arribar a una conclusión valorativa. Nada demuestra que, si un enunciado que describe lo que es una realidad es verdadero, el enunciado prescriptivo que tendrá necesariamente por efecto modificarla sea justo. Como decía Jean-François Lyotard acerca de una puerta: “De ‘La puerta está cerrada’ a ‘Abrid la puerta’ no hay consecuencias en el sentido de la lógica de predicados. Los dos enunciados se refieren a dos conjuntos de reglas autónomas”.

Considera estos casos:

(JV) Quiero salir de esta habitación.
(EE) La puerta está cerrada.
(Prescripción) Abrid la puerta.

(JV) No quiero que entre viento a la habitación.
(EE) La puerta está cerrada.
(Prescripción) Mantén cerrada la puerta.

(JV) Me gustaría escuchar lo que están diciendo en la habitación de al lado sin que me descubran.
(EE) La puerta está cerrada.
(Prescripción) Entornad la puerta.

Como puedes ver, dos enunciados (el segundo y el tercero en cada ejemplo) regidos por reglas autónomas, consiguen hacer juego, pero sólo en virtud de la inclusión de un enunciado valorativo al inicio. Habiendo descartado la posibilidad de inferir prescripciones de afirmaciones empíricas, quedan sin embargo dos posibilidades.

La primera es que la premisa mayor involucrada reciba tal grado de consenso respecto de su bondad (o maldad), que no fuera necesario enunciarla. Por ejemplo, la preservación de la vida. Supongamos que a Pedro le ha sido diagnosticado un tumor maligno. Considera este arreglo de enunciados:

(EE) La combinación de radio y quimioterapia resulta muy efectiva para combatir tumores.
(Prescripción) Pedro debería someterse a un tratamiento de radio y quimioterapia.

Aquí no es tan evidente la ausencia de un enunciado. Sin embargo, falta uno al inicio: “Pedro quiere eliminar su tumor”. Muchos damos por sentado que Pedro quiere eso, por lo cual no identificamos la ausencia del enunciado. Pero podría ser, aún en este caso, que Pedro (que ahora tiene 85 años de edad) considere que la vida es un proceso que inicia con la concepción y finaliza con la muerte, que este destino es inexorable y que no es bueno pasar la última etapa de su vida medicado, hospitalizado, pinchado, radiado. Es una valoración. Se puede coincidir o no con ella, pero sería la valoración de Pedro. Si fuera el caso, la prescripción en el ejemplo no sería correcta.

La segunda posibilidad es promover una sociedad en la que, para todas las cuestiones valorativas, no sólo para aquellas de aprobación casi universal, como la preservación de la vida o la libertad de opinión, sino para todas, exista ya un juicio de bondad o maldad fijo, y que por tanto no requiera ser enunciado.

¿Recuerdas el papel de la técnica en el arreglo virtuoso de juicios de valor y enunciados empíricos que mencionamos al final de la primera parte? La técnica cumplía allí una función clave en el juego de la argumentación (la prescripción), pero que dependía de lo que la ciencia tenía para informar sobre el objeto empírico implicado y fundamentalmente del juicio de valor que un individuo o un grupo de individuos sostenía.

En algún momento de la historia algunos técnicos deben haber pensado: “¿Por qué depender de las preferencias de otros? Nosotros, que manejamos tan bien la técnica, podemos hacernos cargo del juego completo”. Quizás en ese momento surgió el sueño del pensamiento único. Una sociedad sin puntos de vista divergentes, una en que ideología y bolazo sean sinónimos, como leí en una columna de opinión hace poco. Una sociedad, en definitiva, en manos de tecnócratas.

Max Weber planteaba en La política como profesión / La ciencia como profesión: “Con esto tampoco llegamos a la solución final del problema. No hay ética en el mundo que pueda substraerse al hecho de que para alcanzar fines buenos haya que recurrir, en muchos casos, a medios moralmente dudosos, o por lo menos arriesgados, tanto más, cuanto que son posibles las consecuencias laterales moralmente negativas y hasta existe gran probabilidad de que así sea. Es más, ninguna ética del mundo es capaz de precisar, ni resolver tampoco, en qué momento y hasta qué punto los medios y las consecuencias laterales moralmente arriesgadas quedan santificados por el fin moralmente bueno”. Pero al tecnócrata esto le tiene sin cuidado. No sólo se atribuye para sí la potestad de definir el fin que debemos perseguir, sino de descartar todos los demás posibles fines sobre los cuales su prescripción pudiera tener consecuencias negativas. Esto vale tanto para la reducción del déficit fiscal como del ritmo de contagio en una pandemia.

Esperamos que hayas comprendido las reglas básicas del juego de argumentos y las dos estrategias más comunes de burlarlas. En una próxima entrega aprenderás algunas jugadas que te convertirán en un timador de leyenda y un par de tácticas para salir airoso cuando las cosas se ponen difíciles. Fin de la primera parte.

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