Ser joven no es delito. Así se llegó a llamar incluso una correcaminata organizada por el Instituto Nacional de la Juventud (Inju) que comenzó a organizarse en 2011 y que se corrió durante varios años. Se buscaba entonces contrarrestar el estigma que pesa sobre quienes son jóvenes.
Ser joven no es changa. No todos los jóvenes de este país tienen la oportunidad de elegir entre trabajar y estudiar. Estamos acostumbrados a oír hablar de la tasa de desempleo. Se desagrupa por sexo, por capital y resto del país. Pero rara vez se menciona que en los jóvenes la tasa de desempleo es casi el doble que la del total de la población, como nos decía la investigadora del Instituto de Economía Luciana Méndez en una nota publicada pocos días antes de que la pandemia llegara a Uruguay. Para algunos, entonces, la oportunidad de trabajar también se hace difícil.
La suspensión de las clases estuvo entre las primeras medidas que adoptó el gobierno en marzo de 2020. El Plan Ceibal permitió que la no presencialidad no fuera un completo desastre. Pero varios jóvenes igual quedaron por el camino. Para un joven liceal, ir al centro de estudios es mucho más que recibir conocimientos y dar cuenta de ellos. Clubes, gimnasios, lugares de recreación y sociabilización se sumaron a la lista de actividades interrumpidas o desaconsejadas. El “quedate en casa”, que, como se ha señalado, provoca alteraciones varias, se hace sentir con fuerza entre quienes están en la etapa en que las hormonas bullen y los destinos comienzan a forjarse.
El estrés, la ansiedad y otras afectaciones psicológicas de la vida en pandemia nos atraviesan a todos. El consumo de drogas pareció dispararse, así como otra gran serie de problemáticas. El país precisaba no parar los motores. Pero se tiende a pensar que los jóvenes no mueven ningún engranaje de la maquinaria que precisamos.
Luego de que en gran parte de 2020 el país fuera ejemplo del control de la pandemia, cuando los casos comenzaron a aumentar y se produjo el crecimiento exponencial que nos lleva a la incómoda situación en la que estamos en este 2021, desde varias trincheras se comenzó a señalar con el dedo, una vez más, a los jóvenes. Para algunos la marcha de la diversidad, de la que participan no sólo personas jóvenes pero en las que sí son parte fundamental, explicaba el inicio de la curva que, por primera vez, mostraba su desagradable rostro exponencial. Las elecciones departamentales, celebradas con pocos días de diferencia y que movilizaron a muchísimas más personas, no fueron medidas con la misma vara.
Sin clases, sin trabajo, sin ocio, los jóvenes igual seguían en la mira. La libertad responsable convirtió a quién salía de su casa a trabajar en un héroe y a quien lo hacía por cualquier otro motivo ‒salvo ir a un shopping y algunas otras excepciones‒ en un detractor. En el discurso se sumaron las fiestas clandestinas. ¡Zas! Tantos años de publicidad apuntando a la idea de la juventud eterna y a la madurez como el fin de todo lo que está bien, la palabra “fiesta” no les hizo un gran favor a los jóvenes.
Pronto el escenario pareció completarse. El deseo de la sociedad de control de que los jóvenes ‒que son rebeldes, que no entienden el mundo, que tienen lo que los demás perdimos‒ hizo posible que diez trabajadores de una obra fueran, para el virus, distintos a diez skaters en el cubo de Jackson y la Rambla. ¿Qué tanto había calado esta idea? ¿Qué tanto era el tamaño de la transmisión intergeneracional de la culpa de lo que nos estaba pasando? No había datos. Como tampoco había datos desagregados por edad de los brotes de contagios (cuando, a diferencia de ahora, se seguía el hilo epidemiológico).
Queriendo saber más al respecto, en el marco del proyecto de la diaria para combatir la desinformación seleccionado por la Google News Initiative, la Usina de Percepción Ciudadana elaboró una encuesta para tener una primera aproximación a este fenómeno.
El estudio fue realizado en una muestra de 400 personas de diferentes regiones del país, edades, sexo y nivel socioeconómico. Las personas fueron consultadas entre el 12 y el 19 de abril.
Los jóvenes y la culpa
Cuando se les preguntó quiénes pensaban que estaban contribuyendo más al aumento de contagios de covid-19 en sus localidades, la opción más enumerada fue “los jóvenes y su vida social”, que resultó seleccionada por 40% de los encuestados. Le siguieron “los adultos que no restringieron su vida social” (34%), “las personas que van a trabajar” (10%), “los niños y jóvenes que van a estudiar” (2%) y “los adultos mayores” (1%). 13% de los consultados escogió la opción “otros”.
Curiosamente, quienes se mostraron más proclives a contestar que los jóvenes eran los que más contribuían al aumento de contagios fueron los propios jóvenes: 53% de los encuestados que tenían entre 18 y 29 años escogieron por esa opción.
Al analizar las respuestas de acuerdo al índice de nivel socioeconómico (INSE), quienes más señalaron a los jóvenes como responsables de la escalada de contagios fueron las personas de nivel alto (47%), apenas por encima de las personas de nivel bajo (46%). En el caso de la gente de nivel medio, sólo 34% apuntó a los jóvenes. En el caso de apuntar hacia “los adultos que no restringieron su vida social”, el nivel socioeconómico no registró grandes diferencias: la opción fue escogida por 33% de las personas de nivel bajo y medio, y por 36% de las de nivel alto.
El sexo de las personas influyó en las respuestas. Mientras 48% de quienes se definieron como hombres indicaron que pensaban en la responsabilidad de los jóvenes como mayor causa de los contagios, el porcentaje baja notoriamente a 33% cuando quienes responden son mujeres. Las cifras prácticamente se invierten a la hora de señalar a los adultos que no restringieron su vida social: mientras fue indicado por 40% de quienes se definieron como mujeres, apenas alcanzó 27% en el caso de los hombres.
Al entrar en las definiciones políticas, o al menos al dividir a los encuestados de acuerdo a quién votaron en las elecciones presidenciales de octubre de 2019, quienes leen podrán entretenerse sacando conclusiones. 81% de quienes votaron al Partido Colorado culparon a los jóvenes por el aumento de los contagios, mientras que el porcentaje fue de 52% entre quienes votaron al Partido Nacional, 38% a Cabildo Abierto, 27% al Frente Amplio y 45% de los que optaron por otros partidos.
Los jóvenes y las vacunas
En la encuesta también se les preguntó a los participantes quiénes creían que estaban menos dispuestos a vacunarse, dándoles la opción de elegir entre los jóvenes, los adultos en edad laboral y los adultos mayores. Una vez más, los jóvenes fueron blanco de la desconfianza de la mayor parte de los encuestados.
63% de los participantes apuntaron a que los jóvenes eran los menos proclives a prestar sus brazos para contener el virus, aun cuando fue el último grupo habilitado para poder agendarse y, al mismo tiempo, ser la franja etaria en la que hay menos demanda de vacunación satisfecha. Los adultos en edad laboral fueron señalados por 26% de los encuestados, mientras que ese porcentaje cayó a 11% para indicar a los adultos mayores.
En el caso de esta pregunta, los jóvenes no fueron tan duros consigo mismos: 41% de los encuestados entre 18 y 29 años declararon creer que sus coetáneos no estaban dispuestos a recibir dosis de Pfizer, Sinovac o Astrazeneca. Quienes más duros fueron hacia los jóvenes fueron las personas de entre 30 y 44 años, ya que 75% de ellos dieron a entender que había falta de compromiso juvenil con la vacunación. 66,5% de las personas de 45 años en adelante también sostuvieron esa percepción.
Mientras el nivel socioeconómico no fue determinante al atribuir falta de disposición para vacunarse de acuerdo a la edad, una vez más hubo grandes diferencias al desagregar las respuestas por género. Si bien tanto la mayoría de mujeres como de hombres dijeron creer que eran los jóvenes quienes menos dispuestos estarían a vacunarse, en el caso de las primeras el porcentaje fue de 57%, mientras que en los segundos trepó a 69%. También hubo una diferencia importante a la hora de señalar a los adultos mayores como poco dispuestos a dejarse pinchar: mientras sólo 7% de los hombres indicaron esta opción, 15% de las mujeres lo hicieron.
Al analizar la respuesta de acuerdo al partido político votado en octubre de 2019, en este caso quienes menos confían en los jóvenes fueron los votantes del Partido Nacional, ya que 75% de ellos apuntaron a este grupo etario como el menos dispuesto a vacunarse. Secundando a los blancos en su percepción de que a los jóvenes no les convence la vacunación contra la covid-19 estuvieron los votantes de Cabildo Abierto (64%), los del Partido Colorado (60%) y también la mayoría de los del Frente Amplio (58%). 67% de quienes votaron a otro partido en octubre también escogieron esa opción.
Las fiestas clandestinas y el descontrol actual de los contagios
Finalmente, si bien no es una actividad estrictamente exclusiva de los jóvenes, pero dada la trascendencia que le han dado jerarcas del gobierno y medios de comunicación, se les preguntó a los participantes de la encuesta qué tanto creían que impactaban las fiestas clandestinas en el aumento de contagios en la ciudad donde vivían. Para responder podían optar entre “nada”, “poco”, “bastante” y “mucho”. Veamos qué respondieron.
De todos los participantes, la mayoría (52%) respondió que las fiestas clandestinas incidían mucho en el aumento de contagios, porcentaje que trepa a 87% si sumamos también a quienes contestaron que afectaban bastante. Apenas 12% de los encuestados sostuvieron que afectaban poco y sólo 2% se inclinaron por decir que nada.
Generacionalmente, las respuestas no variaron demasiado. Mientras 53% de quienes tienen entre 18 y 29 años optaron por decir que las fiestas clandestinas inciden mucho en el aumento de los contagios, el porcentaje apenas escaló a 56% de quienes tienen entre 45 y 59 años. Tampoco hubo demasiada diferencia en las respuestas de acuerdo al nivel socioeconómico si las personas eran de Montevideo o del interior. De las tres preguntas, esta fue la única en la que hombres y mujeres sincronizaron su percepción: 85% de los hombres declararon que afectaban mucho o bastante, porcentaje que fue de 88% en el caso de las mujeres.
La sociedad es la culpable
Las percepciones observadas en esta encuesta contrastan con los datos que tenemos. En primer lugar, la propia Usina de Percepción Ciudadana, en un trabajo en el marco del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, que cuenta con el apoyo técnico de la diaria Datos y de docentes del Instituto de Estadística de la Universidad de la República, indagó por la intención de vacunarse de la población. En enero de 2021, cuando aún en el país no había vacunas, 75% de los jóvenes de entre 18 y 29 años declaró estar dispuesto a vacunarse. Sin embargo, la mayoría de los encuestados piensa que son los jóvenes quienes menos intención tienen de hacerlo.
Sobre la incidencia de las fiestas clandestinas no hay absolutamente ningún dato para establecer qué tanto contribuyen al aumento de casos. En una etapa de transmisión comunitaria como la actual, en la que se ha dejado, además, de seguir el hilo epidemiológico de los contagios, hacerlo sería aún más difícil. Algo similar podría decirse sobre quiénes cargan con mayor culpa por el estado en el que estamos. De hecho, la sola idea de asignar culpas por franjas etarias parece hablar más de nosotros que de lo que está pasando con el virus.
La forma en que tratamos a nuestros jóvenes define no sólo a la sociedad en la que estamos, sino que nos interpela acerca de qué sociedad estamos construyendo. Lejos de transferir la culpa, los adultos deberíamos estar dando el ejemplo.