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Acción de desobediencia civil en Volkswagen, Alemania, el 19 de octubre. Foto de scientist rebellion

Investigadores llaman a la desobediencia civil de científicos y científicas para ayudar a revertir la emergencia ecológica

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Miembros del movimiento Scientist Rebellion, entre los que se encuentra un investigador uruguayo que realiza su doctorado en Francia, publicaron un artículo en el que llama a quienes se dedican a las ciencias de la vida al activismo y la desobediencia civil para hacer que su aporte sea escuchado.

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Leído por Mathías Buela.
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Cuando se comienza a leer el artículo “La emergencia de la biósfera llama a los científicos a cambiar sus tácticas”, publicado recientemente en la revista eLife, es difícil no movilizarse.

“Nuestras estructuras económicas y políticas actuales tienen un impacto cada vez más devastador en el clima y los ecosistemas de la Tierra: nos enfrentamos a una emergencia biosférica, con consecuencias catastróficas tanto para los humanos como para el mundo natural del que dependemos”, disparan ya en el resumen las autores, 11 investigadores de biocencias de Reino Unido, Noruega, Suiza, Portugal, Italia y Francia que forman parte del colectivo Scientist Rebellion, algo así como “la rebelión de los científicos” pero cuya denominación oficial en español es Rebelión Científica.

“Los científicos de la vida, incluidos biólogos, científicos médicos, psicólogos y expertos en salud pública, han tenido un papel crucial en la documentación de los impactos de esta emergencia, pero no han logrado que los gobiernos tomen medidas para evitar que la situación empeore”, dicen con honestidad y autocrítica. Si los problemas que nos rodean los agobian, tomen asiento y respiren con calma. Porque hay más.

“Los científicos de la vida, incluidos biólogos, científicos médicos, psicólogos y expertos en salud pública, han tenido un papel crucial en la documentación de los impactos de esta emergencia, pero no han logrado que los gobiernos tomen medidas para evitar que la situación empeore”.

“Nos estamos quedando sin tiempo. Los ecosistemas de todo el planeta están siendo destruidos a un ritmo acelerado. Las ciencias de la vida, que alguna vez fueron un campo dedicado al estudio de los sistemas vivos y nuestra interacción con ellos, se están convirtiendo cada vez más en ciencias de la muerte”, reseñan con pesar mientras informan que en la actualidad cerca un millón de especies están amenazadas de extinción.

“A través de una combinación de cambios sin restricciones en el uso de la tierra, prácticas agrícolas explotadoras, sobrepesca y emisiones de combustibles fósiles, nuestro planeta está experimentando un proceso de extinción a una velocidad sin precedentes”, dicen mostrando que, como vimos en una nota reciente, los motores que afectan a las condiciones del mundo que nos rodea no se limitan sólo al cambio climático y engloban a otros factores de nuestra forma de vivir que, como consecuencia, también promueven el cambio climático. De hecho, lo explicitan: “Las proyecciones actuales pintan un panorama sombrío de cómo se verá nuestro planeta en el futuro cercano, ya que la pérdida de biodiversidad se ve agravada por el colapso climático”.

Entienden que la injusticia también tiene que ver con el asunto. “El efecto de estas crisis climática y ecológica se exacerba en los países de bajos ingresos, donde la capacidad de respuesta se reduce sustancialmente debido a siglos de apropiación colonial y agotamiento de los recursos”, postulan.

“Los científicos de la vida han documentado el exterminio de especies y la destrucción de ecosistemas con un detalle exasperante. Sin embargo, nuestras medidas, predicciones y conclusiones son ignoradas de manera abrumadora por los políticos, que tienen el poder de detener este proceso. Incluso mientras los investigadores escriben innumerables advertencias e informes sobre la emergencia biosférica, la situación empeora cada año”. Y entonces, lejos de sacarle la nalga a la jeringa, se meten no con sino en el problema: “Las ciencias de la vida, entonces, parecen impotentes para detener la destrucción de su propio objeto de estudio”.

¿Qué propone Scientist Rebellion? Pasar a la acción: “Hacemos un llamado a quienes se dedican a las biociencias para que vuelvan a adoptar la defensa de causas y el activismo, que alguna vez fueron sellos distintivos de la academia, para resaltar la urgencia y la necesidad de un cambio sistémico en nuestras sociedades”, dicen en el artículo que se publicó en la sección “Puntos de vista” de la revista. Y entonces llaman a la rebelión: “Hacemos especial hincapié en la necesidad de que los científicos participen en la resistencia civil no violenta, una forma de compromiso público que ha demostrado ser muy eficaz en las luchas sociales a lo largo de la historia”. El mundo está roto, y entonces, sin dejar de publicar, es tiempo de actuar.

“Los ecosistemas de todo el planeta están siendo destruidos a un ritmo acelerado. Las ciencias de la vida, que alguna vez fueron un campo dedicado al estudio de los sistemas vivos y nuestra interacción con ellos, se están convirtiendo cada vez más en ciencias de la muerte”.

Eso va en contra de algunas de las cosas que deben hacer para seguir subsistiendo: “Motivados por un entorno académico que desincentiva (e incluso sanciona) la crítica social y política, muchos científicos de la vida se han resignado a informar sobre las consecuencias de la emergencia biosférica, mientras que invisibilizan sus causas sociales, económicas y políticas subyacentes”, denuncian.

Y tienen propuestas: “Para ayudar en este esfuerzo, describimos cómo la defensa de causas y el activismo pueden integrarse en nuestras responsabilidades académicas, incluidas la divulgación, la enseñanza y la investigación, sin comprometer nuestra integridad profesional”.

Entre los autores del artículo, liderado por Fernando Racimo, argentino que se encuentra trabajando en la Universidad de Copenhague, en Dinamarca, está Gastón Rijo de León. Su filiación, es decir el lugar donde investiga, es el Institut Pasteur de París, en Francia. Pero Rijo de León, que está allí haciendo su doctorado en Genética de Poblaciones Humanas, hizo su licenciatura en Bioquímica en la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República y la maestría entre esa facultad y el Institut Pasteur de Montevideo. Entre las fuerzas rebeldes tenemos entonces un informante al que no podemos dejar de consultar.

En movimiento

¿Cómo termina Rijo de León siendo parte de esta rebelión científica? “Yo ya sabía que existía Scientist Rebellion, pero no hay un capítulo de Scientist Rebellion en Uruguay. Sí hubo siempre, o por lo menos recientemente, movimientos por el medioambiente”, dice. “Pero estando en París para hacer el doctorado, estando en el norte, digamos, me di cuenta de que acá hay mucha más agencia, como persona y como científico, de lo que podés hacer, en cuanto a organizar o participar de protestas o lo que sea, con respecto al cambio climático”, confiesa.

“Supongo que para eso hay varias razones, no sé bien todas, pero en Uruguay lo primero que señalaría es que los científicos no somos muchos, y lo segundo es que, al ser un país del sur global, el país en sí mismo no tiene mucha agencia sobre hacia dónde van las directivas de lo que concierne al cambio climático”, conjetura Rijo de León. Pero la Francia de la Revolución lo sacudió. “Entonces me empecé a relacionar con Scientist Rebellion que es una es una organización internacional que tiene gente de varias partes del mundo. Scientist Rebellion más que nada se maneja en inglés, francés y en español, y empecé a hacer trabajos de traducción de inglés a español y de español a inglés de los distintos panfletos, de información, del sitio web o de videos, para aportar de alguna manera”, dice.

Rijo de León comenzó a relacionarse más con la organización hasta que en una reunión Fernando Racimo, investigador argentino del campo de la genética de poblaciones en el que Rijo de León trabaja, lo invitó a formar parte de un grupo dentro de Scientist Rebellion relacionado con las ciencias de la vida. “Ese subgrupo se encarga, desde las biociencias, de pensar qué cosas podemos hacer dentro de la academia sobre este tema de la emergencia ecológica. Scientist Rebellion promueve más que nada acciones de desobediencia civil no violentas”, explica Rijo de León. “Salió la idea de postular a unos fondos para hacer un taller de desobediencia civil dentro de la academia”, cuenta y, como era bastante previsible, no lo ganaron. Como ya habían avanzado pensando en el tema, decidieron que aquella energía no se perdiera. “Ahí fue cuando empezamos a juntar a gente de distintas disciplinas que son parte de Scientist Rebellion y comenzamos a escribir el artículo que básicamente, si bien es para todos, está dirigido a científicos de las biociencias”.

“A través de una combinación de cambios sin restricciones en el uso de la tierra, prácticas agrícolas explotadoras, sobrepesca y emisiones de combustibles fósiles, nuestro planeta está experimentando un proceso de extinción a una velocidad sin precedentes”.

Fallando

“Además de producir conocimiento, muchos científicos sienten el deber de transmitir este conocimiento al público. Este deber también es fundamental para muchas profesiones”, dicen en el artículo, poniendo como ejemplo que “el papel de los biólogos de la conservación e investigadores médicos incluye una obligación explícita de crear y divulgar conocimiento para preservar la vida”. Sin tratar de generar alarma pero sí conciencia, entonces, “muchos científicos de la vida han estado tratando de comunicar la urgencia de las crisis climáticas y ecológicas durante décadas, a fin de desencadenar los mecanismos culturales y políticos capaces de evitar una mayor degradación y colapso de los ecosistemas en todo el mundo”, dice el trabajo.

Pero las cosas no salen como deberían. “Nuestras sociedades no han desarrollado el cambio radical, colectivo y coordinado de sistemas que requeriría una emergencia a escala planetaria”, señalan Racimo y sus colegas. “Dado el nivel de urgencia, es fundamental preguntar cuán efectivos han sido los esfuerzos científicos en producir dicho cambio y/o galvanizar a los políticos para tomar medidas”.

“Tenemos que reconocer que hemos fallado y que ya no da con documentar lo que sucede, ya no da con juntarse y hacer un panel ni hacer estas reuniones anuales que se hacen, que a esta altura son una farsa, porque hay más personas que están relacionadas con las empresas de combustible fósiles que científicos. Todas estas acciones ‘dentro del sistema’ ya sabemos que no sirven. Lo que nos queda es comenzar con actividades de desobediencia civil no violenta, todo tipo de disrupción posible de tal manera que los gobiernos y las comunidades internacionales no tengan otra opción que escuchar y comenzar con acciones concretas” dice Rijo de León.

Cambiando estrategias

“Está claro que la situación actual requiere un cambio radical en la forma en que nos comprometemos con la sociedad sobre la emergencia biosférica”, señala el trabajo. Propone dos caminos: la defensa de causas (un intento de traducción del término inglés advocacy), a la que definen como “adoptar una postura pública específica en apoyo de una causa: en este caso, la acción climática y ecológica”, y el activismo, entendido como “formas particularmente directas de defensa de esas causas, como peticiones o protestas”.

Dentro del activismo, señalan que “una forma que ha demostrado ser altamente efectiva para obtener el apoyo público, especialmente cuando se hace pacíficamente y en masa, es la desobediencia civil”, que implica “enfrentar públicamente o negarse a obedecer una ley, orden, poder o regla en particular que se considera injusta o poco ética, con el riesgo potencial de detención o arresto”.

“Por eso de que hemos fallado en hacernos entender y escuchar es que decimos que la desobediencia civil es casi lo único que nos queda. Ya se ha hecho de todo”, amplía Rijo de León. “Tirarle sopa a un Van Gogh, o mejor dicho al vidrio que está delante de un Van Gogh, es lo último que queda”, pone como ejemplo usando una manifestación, que no fue de Scientist Rebellion, que acaparó los medios recientemente. “Hay quienes dicen que esa no es la forma. Pero literalmente se ha probado todo”, argumenta.

Uno piensa en que si alguien le arroja sopa a un Blanes probablemente no salga en todos los canales noticiosos del mundo. Sería un desastre, además: acá los cuadros no están detrás de un vidrio. Pero fuera de esa apreciación, uno supone que esas medidas de desobediencia deberán ajustarse a cada uno de los países donde los científicos se movilicen.

“Sí, esas acciones tienen que ser totalmente coyunturales y tienen que estar conectadas con la sociedad en la cual estás tratando de llamar la atención. Porque más allá de que sea un movimiento internacional, primero que nada por la naturaleza descentralizada del movimiento, si va a haber un Scientist Rebellion en Uruguay tiene que ser promovido por uruguayos o por personas que estén y entiendan de Uruguay, que estén ahí y que sepan cómo manejar las cosas en Uruguay. Capaz que en Uruguay algo que tiene que ver con la pintura no le toca tanto el nervio a la gente a la que le querés llegar como, por decir algo, una acción que tenga que ver con el fútbol. Hay que ver qué es lo que será más efectivo”, contextualiza Rijo de León.

“Las proyecciones actuales pintan un panorama sombrío de cómo se verá nuestro planeta en el futuro cercano, ya que la pérdida de biodiversidad se ve agravada por el colapso climático”.

“Y otra cosa que está relacionada con eso es ver cuáles van a ser las demandas que vas a hacer. Por ejemplo, acá en la última gran movilización que se hizo en Alemania en octubre, entre las cosas que se pedían era que se cancelen todos los contratos que hay con combustibles fósiles para generar energía y una restitución de un boleto de nueve euros para promover el transporte público. Pero Uruguay eso puede no tener sentido, primero porque Uruguay no depende casi del combustible fósil para generar energía, y además porque en lo que refiere al transporte público primero que nada hay que mejorar la infraestructura. Es importante saber conceptualizar bien las demandas dependiendo del país en el que estás”, señala.

“En mi opinión, una de las demandas que se tendría que hacer es la de la cancelación de la deuda con el Fondo Monetario Internacional. Es una deuda imperialista que lo que hace es generar más dependencia del sur hacia el norte. No es casual que seamos un granero y un lugar que produce alimentos. Eso previene que el sur desarrolle las infraestructuras necesarias para hacerse autosustentable y lograr una economía circular. Por eso también creo que es importante generar alianzas con otros movimientos”, dispara Rijo de León mostrando que la rebelión de estos científicos se puede entroncar con otras.

“La defensa de causas y el activismo no necesitan ser vistos como una desviación de nuestros deberes profesionales como académicos, sino como una adaptación natural de ellos a los tiempos de crisis”, sostienen en el artículo, reconociendo que es algo en lo que “no todos están de acuerdo” ya que algunos argumentan “que los científicos no deben tomar posturas normativas sobre ningún tema y, por lo tanto, deben limitarse a informar a los políticos, los decisores de políticas y al público sobre el empeoramiento del estado de la vida en la Tierra”.

“Es importante partir de la premisa de que la ciencia no es apolítica, la ciencia es política por naturaleza porque es una actividad cultural humana”, afirma Rijo de León. Uno puede decir que el método científico, como uno se lo imaginaría idealmente, sí es apolítico, porque tenés una hipótesis y hacés experimentos que le dicen sí o no a la hipótesis. Pero ese método científico no se encuentra en un vacío sino en una coyuntura política que está definida por preguntas como, por ejemplo, por qué estás investigando esa determinada cosa. Todas las cosas que dirigen hacia dónde va la ciencia son altamente políticas”, prosigue.

“Nosotros podemos elegir cómo nos relacionamos con la sociedad. O nos mantenemos como personas pasivas, ciudadanos pasivos, científicos pasivos, y vemos cómo suceden cosas, sacamos papers y tiramos resultados o, de acuerdo a lo que nos dice nuestra moralidad o lo que nos parece bien, tomamos agencia y hacemos lo que nos parece que está bien con la evidencia que generamos. Los científicos también somos ciudadanos”, recalca Rijo de León. “El método científico podrías decir que es estéril, pero qué hacer con los resultados es algo que tiene que ver más con cómo entendemos al científico en relación a la sociedad”.

En el trabajo citan a dos investigadores, Marcus y Oransky, que en 2017 dijeron que “aunque la conducta de la ciencia exige honestidad y rigor, en ninguna parte está escrito que los investigadores deben permanecer en silencio cuando los gobiernos u otros jugadores poderosos usan mal la ciencia o suprimen los hallazgos al servicio de políticas nocivas”.

Doctorado en rebeldía

“Hace poco hice un hilo de Twitter hablando del paper y de mi experiencia personal de cómo me sentía con respecto a todo esto. Muchas de las respuestas eran de gente que no era científica y estaban totalmente de acuerdo con todo esto de que el mundo está cambiando para mal de una forma que no estamos pudiendo controlar y que se está poniendo feo. Uno se siente totalmente impotente”, señala Rijo de León.

“Pero la idea de este el artículo, y la idea de mi activismo dentro del Scientist Rebellion del día a día, es reclutar a otros científicos para concientizar y para hacerles saber que la única forma de llevar el cambio que necesitamos adelante es a través de cosas disruptivas, de desobediencia civil”, señala.

“Para ayudar en este esfuerzo, describimos cómo la defensa de causas y el activismo pueden integrarse en nuestras responsabilidades académicas, incluidas la divulgación, la enseñanza y la investigación, sin comprometer nuestra integridad profesional”.

Rijo de León está haciendo un doctorado en Genética de Evolución Humana en el Institut Pasteur de París. “Lo que yo estudio está relacionado con la biología pero también un poco con la antropología. Si vos tomás muestras genéticas de distintas personas en distintos lugares geográficos, podés ver cómo distintas poblaciones se han mezclado o se han separado a lo largo del tiempo, o cómo ha crecido o no el tamaño poblacional. Eso es lo que estoy haciendo con poblaciones de la Polinesia francesa. Es como bioantropología con un poco de evolución humana”, explica.

Le digo que el coronario de todo esto es que va a volver con un doctorado: uno de eso y otro doctorado de desobediencia civil. “Creo que no lo voy a poner en mi currículum al principio... después veremos. Pero sí, todo esto es súper formativo”.

“Nos propusimos escribir esta perspectiva porque todos estamos participando actualmente en el activismo. Les pedimos a nuestros colegas, mentores, estudiantes y maestros que se unan a nosotros. No nos convirtamos en testigos pasivos de la extinción y la muerte masiva. Después de todo, somos científicos de la vida, vamos a defenderla”, cierra el artículo y también esta nota.

Artículo: “The biospheric emergency calls for scientists to change tactics”
Publicación: eLife (noviembre de 2022)
Autores: Fernando Racimo, Elia Valentini, Gastón Rijo de León, Teresa Santos, Anna Norberg, Lane Atmore, Myranda Murray, Sanja Hakala, Frederik Olsen, Charlie Gardner y Julia Halder.

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