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Francis Mojica.

Foto: Federico Gutiérrez

Con Francis Mojica, o cómo la ciencia guiada por curiosidad es imprescindible para entender y cambiar el mundo

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El investigador español, pionero del estudio del mecanismo CRISPR en microorganismos que posibilitó el desarrollo de la técnica de edición genómica ganadora del Nobel en 2020, visitó nuestro país y dio una conmovedora conferencia en el Auditorio Vaz Ferreira celebrando los 15 años del Institut Pasteur de Montevideo.

Ya se ha dicho cientos de veces, pero no está de más hacerlo una vez más. Si encerramos en un salón a las 500 científicas y científicos más destacados del mundo y les pedimos que desarrollen una nueva herramienta de edición genómica en un año, es poco probable que lo logren. La ciencia no funciona así. Y así tampoco sucedió con el caso de CRISPR-Cas, la herramienta estrella de la genética actual.

CRISPR-Cas fue ideada y desarrollada de a pequeños pasos en las primeras décadas del siglo XXI por varios grupos de investigación de distintos centros a partir de lo que se venía conociendo, desde la década de los 90, de una extraña forma que tienen las arqueas y bacterias procariotas: no tienen un núcleo definido en sus células, y esto les permite defenderse de algunos patógenos –por lo general, virus–. Estos organismos tan pequeños como fascinantes, en pocas palabras, son capaces de cortar una pequeña región de la secuencia de genes del patógeno e incorporarla a una parte de sus propios cromosomas en segmentos que se repiten y están separados a espacios regulares. De esta manera, heredan información genética que les permite reconocer a los patógenos que las invaden y reaccionar cortando sus genes para hacerlos inviables.

Esta maravillosa historia tuvo como uno de sus principales protagonistas al microbiólogo español Francis Mojica, quien a principios de los años 90 encontró unas secuencias que se repetían en unas arqueas extremófilas –es decir, que logran sobrevivir en sitios inauditos para la mayor parte de los seres vivos–, que vivían en los lagos salobres cercanos a la Universidad de Alicante donde estaba haciendo su doctorado. Tratando de entender por qué esas repeticiones con características particulares estaban allí y, más aún, qué función cumplían, hizo un viaje fantástico que desembocó en el descubrimiento de un mecanismo de inmunidad adaptativa desconocido hasta ese momento. Lo que Mojica hacía podría catalogarse de ciencia básica, o –más entrador–, guiada por curiosidad. El resultado principal de este tipo de ciencia es la generación de conocimiento. ¿Podrá ese conocimiento aplicarse luego para algo que además tenga otra utilidad? Quién sabe. En este caso, otros supieron.

Otros investigadores, entre ellos las destacadas Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna, que recibieron en 2020 el Nobel de Química por ello, vieron que esta capacidad de cortar ADN en ciertos puntos específicos de estas arqueas y bacterias podría servir para cortar y pegar genes en células de eucariotas –es decir, con núcleo definido–, algo de interés porque esas son las nuestras y la de cualquier otro animal, vegetal y hongo. Utilizando CRISPR, acrónimo acuñado por Francis Mojica que viene de Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats (repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas) y sus proteínas asociadas (Cas viene justamente de CRISPR associated), se ha logrado con éxito editar genes, lo que ha abierto la puerta a un sinnúmero de desarrollos, como soñar con intervenir en genes que causan enfermedades.

Ahora, sin la investigación de Mojica y tantas y tantos otros, la mayoría estudiantes de doctorado de esos que jamás se mencionan en las premiaciones, la niña mimada de la genética no habría sido. O al menos, no ahora. Con este marco, entonces, pasemos a conversar con Mojica, una persona tan curiosa como humilde, tan afable como entusiasta y tan merecedora de un Nobel como miles y miles de investigadores e investigadoras que lo dejan todo en el laboratorio.

No puedo dejar de ver ciertos paralelismos entre lo que ha sido tu carrera y algunas cosas de la ciencia de Uruguay. Comenzaste este viaje, que termina de esta manera sorprendente, haciendo un doctorado en la Universidad de Alicante, es decir, lejos de los centros de producción del gran conocimiento.

Sí, estaba lejos de Oxford, Harvard y de Stanford, que vendrían a ser la primera división. La diferencia es enorme, pero lo que ocurre es que luego uno se da cuenta de que se pueden hacer cosas muy grandes en casi cualquier sitio. He estado en varias universidades y no encuentro más diferencia que la rapidez con la que te pueden suministrar el material de laboratorio, los equipos que hay disponibles y la gente con la que puedes conversar. Lo más enriquecedor de todo es precisamente el poder disponer de colegas cerca a los que preguntar cuando te atascas con algo, cuando tienes alguna duda, aunque hoy en día eso tampoco es una limitación.

Otra cosa fascinante, o por lo menos interesante para pensar la ciencia desde los márgenes, es que empezaste haciendo ciencia con un organismo que estaba allí en Alicante. Que se pusieran a estudiar a este extremófilo de sus lagos salinos nos muestra que la ciencia local es imprescindible para mirar lo que tenés alrededor.

Lo que resulta más atractivo para los que nos gusta la investigación básica, que es el descubrimiento de cosas nuevas, es trabajar con cosas raras. Y eso precisamente es lo que está menos favorecido a nivel de financiación, porque lo que te dicen es que por qué trabajas con algo tan raro, ya que lo que esperan es que cualquier conclusión que derive de ese tipo de estudios va a tener un rango muy limitado. Es decir, cualquier característica que tenga este halófilo extremo, que es de los pocos que son capaces de resistir aquellas condiciones, va a ser exclusivo de él y eso no va a ser aplicable a nada más. Con ese marco ya de partida estás limitando cuál es la repercusión o la extensión de tu conocimiento. Pero mira tú, estudias el bicho más raro del mundo y lo que encuentras es algo que está presente en casi todos los organismos de casi cualquier tipo.

De hecho, la investigación comenzó buscando de qué manera los genes podían hablar de la capacidad de adaptación de esta arquea, Haloferax mediterranei, no sólo para adaptarse a ambientes de salinidad extrema, sino también a cambios bruscos en esa salinidad. Y pensaron que estas repeticiones podrían jugar un papel en eso, un caso de ciencia guiada por curiosidad que lleva a descubrimientos más curiosos aún.

Un investigador con el que trabajé durante un tiempo en París, que trabaja con extremófilos, que en aquella época eran organismos de un interés biotecnológico tremendo, decía que en su momento había quienes se preguntaban para qué queríamos una polimerasa termófila que solamente funciona a 70 grados centígrados. Y si hubo una revolución antes de CRISPR importante en biología molecular fue con la PCR, que se basa precisamente en esa polimerasa que actúa a altas temperaturas. Lo raro no solamente tiene un interés por el hecho de ser raro, sino que luego puede tener unas aplicaciones extraordinarias.

En la charla que diste confesabas que incluso a vos te extrañó que en el Departamento de Genética Molecular y Microbiología, que funciona dentro de la Facultad de Medicina de la Universidad de Alicante, te propusieran hacer el doctorado estudiando esta arquea extremófila, porque no era un microorganismo asociado a ninguna enfermedad. Hasta vos buscabas una aplicación más urgente para lo que te proponían.

Cuando uno termina de estudiar algo siempre piensa en la utilidad de las cosas. Mi padre, que era zapatero y tenía una empresa familiar de calzado, me preguntó: “¿Tú qué quieres estudiar, hijo mío?”. Le contesté que biología, a lo que dijo “¿y eso para qué sirve?”. Le dije que para entender a los seres vivos, ya que a él también le gustaba mucho la naturaleza. “Mira, hijo, haz lo que quieras, ¿pero de qué vas a trabajar?”, repreguntó, a lo que contesté que no lo sabía. Me gustaban las matemáticas y también la biología, por lo que me preguntó con qué iba a disfrutar más. Como ves, me decidí por la biología.

Creía que mi faceta de disfrutar de lo que estaba haciendo terminaría al finalizar la carrera y pensaba que de allí en más tenía que sacarle un partido a eso que había estudiado, conseguir un trabajo, hacer algo útil que la gente valore, contribuir a la sociedad. Mi idea era entonces que, ya que estaba en una facultad de medicina, íbamos a curar algo, a evitar que los microbios sean resistentes a antibióticos, algo que evitara que nos preguntaran “¿vosotros en qué mundo vivís?” o “¿cómo os dejan a vosotros trabajar en una facultad de medicina sin hacer nada relacionado con medicina?”. No sólo nos dejaban, sino que encima nos gustaba. Eso me resultó tremendamente extraño. Para mí fue un descubrimiento muy afortunado. Si no hubiera dado con Francisco Rodríguez Valera y Guadalupe Juez, mis tutores, muy probablemente me habría dedicado a cualquier otra cosa.

Vayamos a CRISPR. Haciendo tu doctorado a principio de la década de 1990 te ponen a trabajar con estos organismos y entonces encontrás secuencias del ADN que se repiten y las reportás en tu primera publicación, en 1993. Esas secuencias repetidas ya habían sido reportadas en la bacteria Escherichia coli en 1987 por un equipo japonés. Pero en lugar de reportarlas y punto, tu gran mérito fue decidir investigar por qué están allí, qué hacen.

Cuando terminé la tesis me fui a Salt Lake City y luego a Oxford, buscando una línea en la que trabajar el resto de mi vida, o por lo menos iniciar una nueva línea, y no encontré nada que realmente me motivara.

Bueno, te fuiste a Salt Lake City... los lagos salados te tiraban.

¡Alguna relación había! Pero luego lo que hice ahí no tenía nada que ver, trabajé con mecanismos de movilidad. Cuando regresé a Alicante, me puse a mirar publicaciones de casi todos los temas que me interesaban y no veía nada que me motivara, no encontraba algo novedoso, atractivo, que no fuera trendy o fashion, que no fuera algo en que lo que todo el mundo se fijaba. Me dije entonces que lo más interesante que había, lo más enigmático que en ese momento yo conociera, eran las repeticiones que había encontrado durante mi tesis. Pensé que merecía la pena indagar en ello y saber qué es lo que estaban haciendo. El que estuviera solamente en alófilos extremos estaba diciendo que era algo que a lo mejor no tenía una repercusión muy grande. Pero cuando vi que estaban también en E. coli y luego que estaban también en la bacteria que causa la tuberculosis, me dije “uh, esto pinta que es mucho más relevante, me voy a meter a ello”.

Cuando buscaba fondos para los proyectos, me decían que era algo muy arriesgado, que estaba trabajando con unas repeticiones y que repeticiones había por todas partes, y que muy probablemente nunca iba a llegar a saber para qué sirven, qué es lo que están haciendo. Pero entendí que merecía la pena probar.

Además, esas repeticiones estaban en la región no codificante del ADN, que en aquel entonces se pensaba que cumplía pocas funciones.

Yo me dejé llevar por algo que luego resultó no estar relacionado con CRISPR, que era la topología al ADN. Era algo que me interesaba, y mi tesis se llamaba algo así como “Influencia del ambiente en la estructura del ADN y la expresión génica”. A finales de los 80 y al principio de los 90, la topología del ADN era un candidato para explicar muchas de las cosas que no se explicaban exclusivamente por la actividad de proteínas. Luego empecé a ver que las regiones no codificantes podían ser casi tan importantes, o más, que las proteínas. En eucariotas hay mucho ADN no codificante, pero en procariotas hay muy poco. En cualquier caso, cumple su función.

Como primera hipótesis, pensé que estaban haciendo algo a nivel topológico. Me llamaba la atención esta estructura que se mantiene de forma regular, con un patrón estricto, de exactamente el mismo tamaño de la repetición, a la misma distancia, todo eso me olía a topología. Durante mucho tiempo estuve haciendo experimentos de topología y a donde llegué es que esto no tenía nada que ver con topología, no tenía nada que ver con la estructura.

El padre de la criatura

Ponerles nombre a las cosas es no sólo una forma de entenderlas, sino que también implica cierta paternidad o maternidad sobre ellas. A lo largo de sus trabajos de los años 90, Mojica fue proponiendo algunos nombres para estas repeticiones que observaba. En un artículo de 1995 las llamó TREPs (por tandem repeats, repeticiones en tándem), en otro del 2000 las reportaría para más organismos y las volvería a nombrar, entonces SRSRs (por short regularly spaced repeats, repeticiones cortas regularmente espaciadas). “¡Vamos, es como rebautizar a tu hijo porque no te gusta el nombre que le pusiste!”, dice Mojica a las carcajadas, al tiempo que reconoce que TREPs fue una sugerencia de Paco Rodríguez Valera, el jefe de laboratorio en Alicante.

Sin embargo, si bien luego Mojica nombraría a estas repeticiones como ahora la conocemos todos, CRISPR, eso no lo comunicó en un artículo de su autoría. En un paper de 2022, que tiene a Ruud Jansen a la cabeza, puede leerse lo siguiente: “Para reconocer la unión de esta clase de repeticiones como una sola familia y evitar confusiones en la nomenclatura, Mojica et al. y nuestro grupo de investigación han acordado utilizar en este informe y futuras publicaciones el acrónimo CRISPR”. En ese mismo trabajo, el grupo de Jansen bautiza a las proteínas asociadas a estas repeticiones justamente Cas. El “acuerdo” entre Mojica y Jansen para bautizar a las repeticiones se dio mediante un intercambio de correos que Mojica conserva.

Francis Mojica en conferencia en el Auditorio Vaz Ferreira celebrando 15 años del Institut Pasteur.

Foto: Alessandro Maradei

¿Sospechabas que ese mail algún día sería importante y lo guardaste?

Cuando recibí el correo de Jansen me dio algo así como un ardor de estómago. Yo había definido, con mi grupo, la familia de repeticiones, habíamos reconocido la existencia de esa familia de repeticiones en procariotas con una repercusión biológica que se sospechaba que iba a ser importante, y después de bautizarlas con un nombre, viene este hombre y me dice que no le gusta y que van a cambiarlo. Me pidió que propusiera algunos nombres, ya que sólo estaban ellos y nosotros trabajando con esto y por lo tanto no había que consultar a nadie más, lo que dijéramos nosotros iba a ir a misa. ¡Pero si ya está descrito, cómo le vamos a cambiar el nombre a algo que ya tiene su nombre! Más o menos me dejó entrever que entrar en una lucha no tenía sentido, que ellos iban a publicar su artículo, que incluso en ese momento ya había sido sometido a publicación, y que iban a proponer otro nombre. Por tanto, o nos poníamos de acuerdo, o íbamos a entrar a una batalla y a ver quién gana. Probablemente habríamos ganado nosotros, porque ellos jamás han vuelto a publicar nada sobre esto. Pero llevaban muchos años trabajando también con CRISPR, entonces me sentí como obligado. Él pertenecía al grupo que describió las repeticiones de Mycobacterium tuberculosis a principios de los 90 y las llamaron DR, direct repeats, y por tanto ellos le dieron nombre incluso antes de llamarlas nosotros TREPs. En su momento yo tampoco respeté su nombre porque no fui consciente de que esas repeticiones estaban ya descritas cuando describí las mías.

Era otra época de la ciencia. Hoy en minutos se puede acceder al listado de todas las publicaciones ‒o gran parte de ellas‒ sobre casi cualquier tema.

Solamente encontrar el artículo de los japoneses fue una pesadilla. Imagínate: la Universidad de Alicante, una biblioteca muy pequeña, una hemeroteca con muy pocas revistas que había que pagar para tener únicamente en forma impresa. Te ibas a current content, que eran unos tomos donde buscabas por palabras clave y te daban la referencia de los artículos que, en mi caso, nombraban repeats en procariotas. ¡Agárrate! Vete a buscar esa revista a ver si tienes suerte de que esté en tu hemeroteca. Si justo está esa revista con ese artículo, busca y fíjate si ese repeat se parece a lo que estás buscando o no. Tras múltiples intentos, di con las de E. coli, pero no con el artículo de Mycobacterium tuberculosis.

Entonces les di vueltas a las características de estas repeticiones y le propuse a Jansen tres o cuatro nombres y sus acrónimos, entre ellos CRISPR, que no era mi favorito. Me sonaba a “crispar”, que en español no es algo muy agradable. Me gustaba más RAISED.

De hecho el nombre que quedó se ha ido viendo que no debería ser tan así, pues que las repeticiones sean palindrómicas no es condición necesaria para que ocurran.

Es cierto. En aquella época todas las secuencias que describimos eran al menos parcialmente palindrómicas. Pero luego efectivamente hay algunos tipos de sistemas en los que las repeticiones no lo son. Cuando escribimos el primer libro sobre CRISPR, que se publicó en 2012, estábamos prácticamente todos los que trabajábamos con CRISPR, y el nombre fue un motivo de discusión. Había quienes decían que esto de la “p” era una mentira, que con el propio nombre estábamos mintiendo, por lo que algunos propusieron cambiar palindromic por procariotic, manteniendo así el acrónimo. Alguien propuso que lo dejáramos así, que ya estaba aceptado, que lo teníamos interiorizado y que daba exactamente lo mismo. Además, había unos investigadores muy puristas que trabajan con arqueas a los que el término “procariotas” no le gustaba nada. Entre unas cosa y otra, el nombre quedó como estaba.

Justamente ese libro, llamado Sistemas CRISPR-Cas. Inmunidad adaptativa mediada por RNA en arqueas y bacterias, para el que escribiste el primer capítulo en conjunto con Roger Garrett, tiene una cosa fantástica: es una foto del momento. Y lo que dicen es maravilloso pero anterior a todo eso que hoy capara toda la atención de CRISPR-Cas como una herramienta de edición genética.

Eso es algo que siempre he pensado. Es histórico, marca una etapa, y a partir de allí comienza otra totalmente distinta.

Ese libro materializa aquello que te motivaba al conversar con tu padre. Descubriste un nuevo sistema de inmunidad adaptativa en organismos procariotas, viste que era algo muy conservado que estaba presente en muchas especies y no sólo en las extremófilas de Alicante. Sólo eso ya es el logro de una vida, es maravilloso entender cómo funciona la vida en este planeta.

Es como lo máximo a lo que uno puede aspirar cuando trabaja en ciencias. Y luego pasan unos meses y ves que siempre puede haber algo por encima del máximo. En sí mismo, lo de las aplicaciones me produjo mucha satisfacción porque recuperas aquella aspiración de antaño de hacer algo útil más allá de simplemente satisfacer la curiosidad. Al poco tiempo vimos que esto se podría utilizar como una herramienta de edición genética. Pero lo que inicialmente era una herramienta que podías equiparar a muchas otras, hoy vemos que en realidad era una caja de herramientas fantásticas que permite hacer múltiples cosas. Es un sueño de los que piensas que nunca vas a participar. Pero tener un papel tan fundamental en la primera etapa y ver cómo aquello ha ido derivando y mejorando, y ha contribuido a mantener ocupados a tantos científicos alrededor del mundo, es increíble.

La ciencia aplicada y la herramienta que revolucionó la biotecnología

¿Cómo es que tomás contacto con estas líneas de investigación que estaban buscando justamente una aplicación de CRISP-Cas ya como una herramienta? ¿Estabas al tanto de todo lo que venía saliendo sobre CRISPR, o un día alguien te golpea la puerta y te dice que te fijes en lo que hicieron con tu criatura?

Yo no tenía ni idea del artículo de 2012 de Emmanuelle y Jennifer, hasta que entró un colaborador a mi despacho y me dijo: “Mira lo que acaba de salir, dicen que las CRISPR se pueden utilizar para hacer edición genética”. La verdad, no le di demasiado valor, primero por ignorancia y segundo porque tampoco me parecía algo extraordinario el que surgiera alguna aplicación. Lo de ellas era una propuesta, no demostraban que aquello se pudiera utilizar.

Yo soy microbiólogo y no sabía que para editar el genoma de células eucariotas se necesitaba un corte en un lugar preciso que hacía que se reclutaran los sistemas de reparación. Cuando vi aquello no le di importancia, pero a los pocos meses, cuando leí los dos artículos en Science de Feng Zhang y George Church que decían que habían editado el genoma de células humanas y vi la repercusión que estaba teniendo aquello, ahí sí me dije “hostias, esto sí que es importante”, y entonces fue cuando realmente me interesé por el tema. Aprendí, pues, que para editar ADN lo mejor que se podía hacer era poner el cursor en el lugar correcto donde querías cambiar la secuencia. En ese sentido, evidentemente un sistema que corta ADN y que es programable y lo puedes llevar a donde quieras tiene grandes ventajas.

Sin embargo, había otros sistemas de edición genómica. ¿Cuál era la importancia de CRISPR-Cas, va a ser mejor, va a funcionar? Efectivamente funcionó en células humanas, y tenía la enorme ventaja con respecto a las otras de que era muy fácilmente programable.

Decías que CRISPR-Cas es más barato, más sencillo, y que implica menos tiempo.

Claro. Pero también es cierto que en ese momento me pregunté qué utilidad tenía editar el genoma.

El tiempo pasa y en la charla te mostraste como un defensor del uso de esta herramienta. Entre otras cosas, lamentaste la postura de Europa, que no permite el uso de CRISPR-Cas, por ejemplo, en plantas o alimentos. ¿Cómo fuiste convenciéndote de las posibilidades que tenía esto?

La primera utilidad que le vi era interrogar al genoma de los seres vivos, es decir, generar knock outs, modificar un gen para hacer que no sea funcional, apagarlo y ver qué es lo que pasa. Eso a nivel de investigación es bestial, te permitiría, por ejemplo, saber qué genes están implicados en una enfermedad y luego tener candidatos como diana de un fármaco. Pero claro, luego salen otros que empiezan a decir que como pueden modificar el ADN a su antojo, pueden reproducir cualquier enfermedad humana en modelos animales muy fácilmente, y a partir de ahí poner a prueba esos fármacos y estudiar toda la dinámica. Y luego salen otros que dicen que CRISPR-Cas se puede utilizar no sólo para reproducir la enfermedad sino para reparar ese daño en células de animales y, mira tú, igual también en células humanas, que se pueden curar enfermedades que antes eran inabordables. Es como ir abriendo un abanico que cada vez se hace más grande, no tiene fin. La edición genética está relacionada con casi todo, pero desde mi punto de vista no es una sola cosa. No se trata solamente de la edición. ¿Sabes lo que es tener la posibilidad no de matar a todas las bacterias de, por ejemplo, tu intestino, sino sólo a aquellas que tienen cambios que las hacen resistentes a los antibióticos? Eso es la hostia. Esa, por ejemplo, es una de las muchas aplicaciones que tiene CRISPR-Cas.

Ya que haberle dado nombre te confiere ciertas atribuciones, supongo que también tendrás algunos reparos sobre esta criatura que has ayudado a crear. La ética y la edición genética son, o deberían ser, inseparables. Tenemos el caso extremo del investigador chino que modificó con CRISPR el ADN de dos niñas para que fueran inmunes al sida. ¿Cómo ves estas cuestiones?

La gente puede hacer uso de lo que hay en la naturaleza bajo su criterio y puede hacer casi cualquier cosa, para el bien y para mal. Lo que hizo este señor no es correcto por muchas razones. La técnica no estaba, y no lo está aún hoy, suficientemente madura como para hacer una terapia sin ningún ensayo clínico previo, eso es una salvajada auténtica. Por otro lado, no tiene sentido poner en riesgo vidas humanas cuando hay alternativas. Creo que las personas, en particular muchos científicos, tienen un problema de ego que les hace tomar decisiones que a veces no son correctas. Este señor tiene un problema de ese tipo, y tal vez también algún interés económico, como tener algún tipo de empresa que llegue a prometer que si tienes un problema genético él podría evitar que tus hijos lo heredaran. Lo que hizo es una mezcla de las dos cosas, es algo que no se puede hacer. Ahora mismo entiendo que la barrera ética está sobre todo en ese tipo de modificaciones de células embrionarias, de células germinales. Yo no veo absolutamente ningún problema para otras cosas, si se han seguido todos los pasos necesarios relacionados con los ensayos clínicos para que se utilice en una terapia en un adulto. Lo de modificar células germinales, generar embriones, individuos modificados en todas sus células, en las que muy probablemente se han generado el cambio que tú quieres pero además puede haber otros cambios en otros lugares, los llamados off target, que vete tú a saber... El genoma es muy complejo, cuando uno modifica algo, aunque sepa muy bien cuál es su principal función, igual puede estar cumpliendo otras funciones que están afectando otras cosas. Por ejemplo, en estas niñas, si bien no estamos totalmente seguros de que sean resistentes a la infección del sida, ya se comentó que pueden ser más susceptibles a una infección por otro tipo de virus, como el de la gripe. No puedes hacer ese tipo de cosas.

De todas maneras, me encanta ver cómo la gente joven se implica en todas estas cuestiones. En la conferencia hubo una joven uniformada que me hizo una pregunta al respecto. Yo pensé que eran estudiantes de alguna materia científica, pero no, estaban con su profesora de humanidades, filosofía, creo. Se preocupan por estas cosas y eso es muy importante, pues esa generación es la que muy probablemente va a tener que hacer frente a tomar una serie de decisiones que ahora nos parecen difíciles de aceptar. La modificación del ser humano y de su material genético, la edición genética no solamente para curar enfermedades sino que abre la puerta para hacer mejoras de las características humanas, ahora evidentemente genera rechazo. Pero lo de “evidentemente” dentro de unos años igual no lo es tanto. Sólo hace falta mirar la historia. Por ejemplo, la fecundación in vitro en su momento generó rechazo. El miedo a lo desconocido lo tenemos todos.

La financiación de la ciencia arriesgada

En la conferencia dijiste que por lo general es la inversión pública la que financia la investigación arriesgada, esa que se aventura en áreas en las que, por lo menos en un corto plazo, no se vislumbra otro retorno más que la generación de conocimiento, que es algo ya valioso de por sí.

Sí, esa ciencia tiene un valor imprevisible. Todo lo que uno quiere cuando invierte en un negocio es tener garantías de éxito. Eso vino a cuento de un ejemplo que trajo antes Carlos Batthyány, del Pasteur, de una línea de financiación que se abrió en España exclusivamente para proyectos arriesgados. Aquello fue fenomenal. Quien la promovió, lo supe años después, casualmente fue rector de la Universidad de Alicante. Si uno pretende descubrir algo extraordinario y avanzar por lo tanto en el conocimiento, se tiene que meter en cosas arriesgadas. ¿Qué novedad vas a sacar siguiendo la línea de lo que ya está trabajando mucha gente? Probablemente nada espectacular. Yo creo que merece la pena buscar en sitios donde nadie se atreve a buscar. Y para ello no hace falta irse ni a universidades del top ten ni a buscar ambientes muy específicos, casi en cualquier sitio puedes encontrar casi cualquier cosa.

También decías que los fondos, en todas partes, siempre son limitados. Y que si alguien presenta un proyecto de ciencia, al que seguramente dedicará años sin mayores satisfacciones, debería ser financiado. En muchas partes está esta tensión, no conceptual pero sí a la hora del financiamiento, entre la ciencia básica y la aplicada. ¿Qué podemos hacer para evitar que las y los futuros Mojicas se queden por el camino?

La financiación puede tener tres orígenes. Las empresas privadas, que evidentemente, o no tan evidentemente, van a financiar una investigación aplicada y que, si tienen visión de futuro, probablemente reserven también una parte para la investigación básica. Luego están los fondos públicos, que tienen que cubrir las dos vertientes, porque necesariamente alguien tiene que hacer investigación básica. Y luego están las donaciones de la gente.

No sé en España, pero aquí ese mecenazgo funciona muy poco, pero sí se da en países como Estados Unidos o Inglaterra.

Y en ellos está funcionando muy bien la investigación, y la mayoría de los fondos casi te diría que vienen o bien de privados o bien de mecenazgo. Evidentemente, si uno tiene una ventaja tributaria, por ejemplo cuando un particular decide donar un dinero, eso se favorecería. En España, cuando haces la declaración de la renta tienes una casilla que dice “para la iglesia” o “para ONG”. Podrían poner una tercera casilla que dijera “para investigación” y que parte de tu dinero de la declaración de la renta se vaya para eso. Habría que incentivar precisamente a que la población financie con parte de sus ahorritos esta investigación, y como somos muchos, muchos pequeños aportes cuentan. En Uruguay sois pocos, tres millones, tendrías que dar mucho [se ríe].

Yo entiendo que no se puede financiar todo. Se pone a la salud primero, la seguridad, etcétera, etcétera, y al final la investigación queda ahí. Los pactos de Estado, a nivel político, son fundamentales. Por desgracia, aunque sea comprensible, cuando un partido político está gobernando tiene un período limitado de gobierno, y por lo tanto, si siembra algo y el fruto se va a recoger dentro de 20 años, eso hace difícil reconocer el valor de la ciencia.

¿Y el Nobel?

Llevás años haciendo ciencia. Supongo que en 2020, cuando salió lo del Premio Nobel de Química a Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna, no te sorprendió no haber sido parte. Cualquier otro que estuviera sería injusto, porque sólo tres personas, máximo, pueden compartir un Nobel, y el descubrimiento de CRISPR y el desarrollo de la herramienta de edición involucra a cientos de personas más. Pero aún así, ¿qué sentiste, te hubiera gustado estar allí?

No [ríe]. Te voy a ser totalmente sincero. Yo estaba en mi despacho escribiendo un informe o alguna de esas cosas burocráticas que nos pasamos haciendo. Tocó la puerta un colega tuyo, un periodista de la agencia Efe, que venía todos los años el día de este Nobel. “Francis, ¿qué haces, tío?”, me preguntó. “Pues aquí, trabajando”. Estaba ansioso porque estaban por anunciar a los ganadores. Conectó su móvil y vimos entonces que el premio era a la edición genética, sin dar nombres aún. “Francis, Francis, es ahora”, decía. Entonces anuncian que las ganadoras eran Jennifer y Emmanuelle. Y ahí sí mi cara fue de desaliento. “¿Qué pasa, Francis?”, me preguntó. “¡Que no está Feng Zhang, es increíble!”, le contesté [más risas]. A los dos minutos entró una de mis colaboradoras, que lleva muchos años conmigo, gritando: “¡Francis, que no se lo han dao a Feng Zhang!”. No vino a decir que por qué no me lo habían dado a mí. Nosotros, que estamos metidos en el tema, sabíamos bastante bien cómo funciona todo esto.

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