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Gabriel Rabinovich. Foto: Verónica Tello, Conicet

Gabriel Rabinovich: “Sólo se puede soñar si se le da al sueño una oportunidad”

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De ciencia, política y oportunidades conversamos con el investigador argentino, impulsor de la proteína galectina-1 como villana y heroína para combatir enfermedades autoinmunes y el cáncer, que dará una imperdible charla el viernes 1º de setiembre en la sala Vaz Ferreira.

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Gabriel Rabinovich está en la frontera del conocimiento en un área cuya relevancia nadie se plantearía cuestionar: su línea de investigación, que comenzó hace unos 30 y que desarrolló con un vasto equipo, ha permitido entender el rol que una proteína que lee azúcares en las membranas de las células tiene en los procesos inflamatorios y en el desarrollo de tumores. Para este investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), que comenzó en la estatal Universidad Nacional de Córdoba, que optó por hacer toda su carrera científica en su Argentina natal y que no se veía como un científico importante, la galectina-1 –o, mejor dicho, lo que junto a su equipo fue descubriendo de ella– lo llevó a publicar en revistas prestigiosas, a formar parte de academias científicas como la de Estados Unidos, a recibir llamadas de felicitación de presidentes.

Tras décadas de trabajo, aquella aventura que comenzó mientras curioseaba rutinariamente en un laboratorio en un tema que no le llamaba demasiado la atención hizo posible que junto con otros investigadores y con inversión privada, lanzara, a mediados de agosto, la empresa biotecnológica Galtec, que precisamente busca hacer que lo que fue descubriendo sobre la proteína que lo ha maravillado en todo este tiempo se convierta en desarrollos tecnológicos y productos que ayuden a pacientes con cáncer o con enfermedades autoinmunes. El lanzamiento de tamaña iniciativa coincidió con uno de los tantos dislates profesados por Javier Milei, el candidato que el fin de semana anterior acababa de ser el más votado en las elecciones primarias argentinas, que sostuvo que habría que cerrar el Conicet, así como el Ministerio de Ciencia y Tecnología, ya que en su visión del mundo la ciencia es algo que debe quedar “en manos del sector privado”.

Es altamente probable que el candidato argentino sea consciente, más allá de la provocación con réditos electorales, de las funestas consecuencias que traería para la actividad científica del país hermano el camino que propone. Sin embargo, hablar de la ciencia sólo centrándose en aquellos investigadores e investigadoras que se destacan, o sólo cuando han llegado a algo de extraordinario valor en el mercado, puede llevar a pensar a gente más honesta que Milei que hay algo así como una ciencia que ayuda a los países y otra que es meramente un ejercicio intelectual que favorece a una casta de personillas curiosas y muy inteligentes. No hay nada más errado. No hay una oposición entre ciencia básica o guiada por la curiosidad y ciencia aplicada. No hay personas geniales que en el vacío generan conocimiento. No hay, ni aquí ni en ninguna parte, una ciencia que se sostenga únicamente con financiación privada. Y, por suerte, hay Gabrieles Rabinovich que andan por ahí para gritarlo a los cuatro vientos.

Así que, previo a que reciba el Honoris Causa de la Universidad de la República, vehiculizado por intermedio de la Facultad de Medicina, en una ceremonia que tendrá lugar el próximo miércoles, y de la conferencia que dará el viernes en el auditorio Vaz Ferreira, es un deleite compartir con ustedes esta conversación con el afable, modesto, genuino e inspirador Gabriel Galectina-1 Rabinovich.

Hoy parece que un día, hace 30 años, te hubieras despertado con la intención de usar estas proteínas como una herramienta para combatir enfermedades, pero imagino que no hay nada más lejos de la verdad. ¿Qué te dio por investigar las galectinas en 1993?

Sinceramente, fue una cuestión completamente inesperada por una frustración que tuve en otra línea de investigación que llevaba adelante y que no me funcionó en absoluto. En 1992 estaba cursando el último año de mi carrera de bioquímico en la Facultad de Ciencias Químicas de Córdoba y ahí tuve que elegir un laboratorio para hacer una especie de pasantía. A mí me gustaba mucho la inmunología, pero siempre llegaba tarde a los pocos cupos que había en el laboratorio de Inmunología. En su lugar, conseguí entrar al de Química Biológica, donde estaba el doctor Carlos Landa, quien me dijo que allí trabajaban en azúcares y lectinas, que son proteínas de unión a azúcares, en la comunicación en la retina del pollo. Cuando escuché eso me quería morir, fue una depresión. ¿Qué iba a hacer trabajando en pollos cuando lo que más me gustaba era trabajar en inmunología? Pero bueno, era un año y Carlos me dijo que en ese proceso iba a aprender a purificar anticuerpos, porque necesitaban hacer anticuerpos que detectaran estas proteínas en forma específica. Al escuchar la palabra anticuerpos me dije: “Bueno, aunque sea voy a aprender a hacer eso”. Ahí empecé a amar la ciencia, fundamentalmente por el estímulo que tuve de Carlos.

Generamos distintos tipos de anticuerpos, y él me dijo que algunos me los podía llevar porque no los iba a usar. Dejamos entonces la mitad en el laboratorio y los otros me los llevé en esos tubitos que se usaban para los rollos de fotos de esa época. La cuestión es que me recibí de bioquímico, y en 1993 ingresé a la cátedra de Inmunología, que era mi sueño. Estuve casi seis meses trabajando en un tema y nada me funcionaba. Estaba muy frustrado, perdía concursos y becas, y un día me acordé de los anticuerpos que había generado cuando era estudiante. Ahí empezamos a ver si alguno de esos anticuerpos reaccionaba en forma cruzada con células del sistema inmune que yo tenía, que eran humanas y de ratón. Haciendo ese proceso, a la semana detectamos una proteína de una forma muy clara, pero no sabíamos qué era. Viajé de Córdoba a Buenos Aires, porque allí estaba el único secuenciador que había, y al secuenciarla dio que era una proteína de unión a azúcares beta-galactósidos. En ese momento el nombre galectinas no existía. Muchos investigadores íbamos detectando distintas galectinas en distintos tejidos en el mundo y en distintas especies. Nosotros las descubrimos en el sistema inmune de humanos y de ratón.

De ahí en más, durante mi tesis doctoral, después de purificarla a partir de macrófagos, de secuenciarla y de clonar el gen, queríamos saber para qué servía. Nos encontramos con la sorpresa de que cuando se la adicionábamos a linfocitos T, que son el ejército efector del sistema inmune, cuando los linfocitos estaban muy activados, los mataba. Esos resultados los publicamos muy humildemente en una revista muy tranquila porque era realmente como estábamos trabajando. La inmunoterapia en ese momento ni siquiera asomaba, y no sabíamos que estábamos atrás de un paradigma que hoy en día se recontra acepta en el mundo: que galectina-1 elimina los linfocitos T que están de más, los patogénicos, los que están activados.

Entonces empezamos a ver para qué podía servir una proteína que elimine linfocitos activados. Y ahí caímos en las enfermedades autoinmunes, donde hay una gran cantidad de linfocitos que dañan nuestros propios tejidos. Si dañan las vainas de mielina del cerebro, causan esclerosis múltiple, si dañan las articulaciones, causan artritis, si dañan el páncreas, causan diabetes. Entonces decidimos elegir un modelo para probar si esta proteína podría ser útil para suprimir una de esas enfermedades eliminando linfocitos.

Y ahí fue que hicieron la investigación en la que trabajan en artritis de ratones y que culminó con una publicación que no pasó desapercibida.

Exacto. En ese momento yo había escuchado a un investigador que vino de Inglaterra a dar una conferencia sobre terapia génica en artritis reumatoidea. Me acerqué a él, de cara dura que soy, y le dije que me gustaría ir a su laboratorio y aprender a hacer terapia génica. Saqué una beca de la Fundación Antorcha, que en esa época estaba en Argentina, y con el British Council, y presenté un proyecto para clonar el gen de galectina-1 y llevar el gen en fibroblastos de ratoncitos que tienen artritis para ver si lográbamos suprimir la artritis reumatoidea. Estuve en su laboratorio tres meses en 1995 y tres meses en 1996, y esa fue toda mi estadía en el exterior, después nunca más me fui de América del Sur. Fue realmente una experiencia hermosa, aprendí muchísimo de biología molecular y de terapia génica, pero lo más lindo fue cuando a ratones con artritis le inyectábamos galectina-1, o recombinante o por terapia génica, y volvían a caminar. Ese fue uno de los momentos más emocionantes de toda mi carrera. Con eso cerré mi tesis doctoral y empezó una carrera que no paró.

En varias ocasiones te has referido a la galectina-1 como una proteína Dr. Jekyll/Mr. Hyde, la has llamado heroína y villana. Al principio parecía que podría salvarnos en estos procesos de sobrerreacción del sistema inmune. La parte del Mr. Hyde o de villana vino después, cuando viste que esto que era tan bueno para detener los procesos inflamatorios podía ser también una vía de escape a los tumores, que se valían de la galectina-1 para que los linfocitos no actuaran. Sin embargo, si encontraban la forma de bloquear su cara villana, se abriría otro campo inesperado.

Totalmente. Cuando terminé la tesis, todos me aconsejaban que me fuera al exterior a hacer un posdoctorado en algo totalmente diferente. Y yo tenía bastante resistencia, en gran parte porque mi madre estaba enferma y yo no quería estar lejos de ella, pero también porque no entendía esas reglas del sistema científico de que hay que irse tres o cuatro años. Habíamos podido publicar el trabajo de la artritis en una de las mejores revistas del mundo, Journal of Experimental Medicine, Nature lo había destacado como uno de los trabajos del año, así que yo tenía ganas de seguir trabajando en esto. Cuando terminé mi doctorado y empecé a estudiar más sobre el asunto, veía que las células tumorales tenían muchísimos mayores niveles de galectina-1 que las células normales. Entonces me interesó mucho saber cómo la cooptaban, cómo y por qué la aumentaban. Me dije que no me podía ir al exterior pero que sí sería lindo irme a Buenos Aires. Para los que somos del interior viajar a la capital ya es un cambio muy grande. Tenía 29 años y tomé la decisión de un día para el otro, hice la valija y me fui a buscar trabajo a Buenos Aires.

Planté un proyecto que buscaba ver si los tumores cooptaban de alguna manera galectina-1 a fin de poder evadir la respuesta inmunológica. No era el tiempo de la inmunoterapia, pero sí se empezaba a hablar del escape tumoral. La gran pregunta del millón es cómo hacen los tumores para poder evadir la respuesta si los linfocitos reconocen antígenos extraños, los llamados neoantígenos o antígenos diferentes, mutados en células tumorales. ¿Por qué los tumores logran escapar?

Y ahí entra el Conicet...

Sí. Llegué al Hospital de Clínicas de la ciudad de Buenos Aires, pedí una beca posdoctoral del Conicet, que duró dos años, y después ingresé a la carrera del Conicet en 2002, en plenas dificultades mayores en la Argentina.

Empezamos a trabajar, junto a mi primera becaria, Natalia, y a ver especialmente tumores como melanoma, que es un tumor de piel maligno, que genera metástasis y que es muy inmunosupresor, pero también muy inmunogénico, por lo que es fácil de modular. Para mí era un mundo nuevo trabajar en cáncer, por lo que me ayudaron mucho. En eso la Fundación Sales, que ahora se llama Cáncer con Ciencia, me dio muchísimas herramientas y apoyo. Yo no tenía dinero en esa época; como ustedes dicen, era un chiquilín, y la verdad es que no tenía ninguna posibilidad de avanzar, estaba con una mesada muy chiquita en el Hospital de Clínicas. Con la ayuda de mucha gente fui avanzando y tuvimos la enorme alegría, y la verdad que todavía no lo puedo creer, de ser tapa de la revista Cancer Cell con este trabajo en marzo de 2004.

Fue un antes y un después. Allí demostramos que estos tumores, a medida que se hacen más malignos, producen y liberan esta proteína, galectina-1, que se une a azúcares que están en glicoproteínas en la superficie del linfocito T cuando estos están activados. Ahora sabemos que hay todo un proceso, donde primero causa una disfunción, donde traduce señales que primero paraliza a los linfocitos T, les genera un exhaustamiento, y luego, de tan exhaustos que están, mueren. Quieren correr una carrera, pero están tan cansados que una proteína como galectina-1 enseguida los mata.

Básicamente este fue el paradigma que publicamos. Cuando genéticamente bloqueamos galectina-1 veíamos que había un aumento de la respuesta inmune antitumoral. La publicación de esta investigación fue una revolución importante, yo no podía creer qué pasaba. Por ejemplo, me llamó el presidente, en ese momento Néstor Kirchner. Como yo no me había ido afuera, no me consideraba de los científicos buenos del país, sino un chico más que venía del interior y que quería tener un tema de posdoctorado. En julio de ese año me llamaron al teléfono fijo del Hospital de Clínicas del Dana-Farber Cancer Institute de la Universidad de Harvard. Me dijeron que nuestra proteína, la galectina-1, les aparecía como la proteína que más expresaba un tipo de linfoma, llamado linfoma Hodgkin, que es muy evasor de la respuesta inmune.

Mediante cinco trabajos que publicamos en distintas revistas demostramos con Margaret Shipp, del Dana-Farber, y varios colegas y becarios que en el linfoma Hodgkin también opera este mecanismo de evasión. Ahí nos entusiasmamos y empezamos a trabajar con muchos tumores, cáncer de mama, de pulmón, de páncreas, de colon, y vimos que ese era un paradigma universal. La gran mayoría de los tumores utilizaban galectina-1 para evadir la respuesta inmune, y ahí nos insertábamos ya más conscientes en lo que era la revolución de la inmunoterapia en cáncer, que les permitió ganar el premio Nobel en 2018 a Tasuku Honjo y James Allison por el descubrimiento de dos moléculas en los años 80, diez años antes de que nosotros empezáramos, que fueron CLA4 y PD1. Nos entusiasmamos mucho pensando que capaz que galectina-1 podía realmente complementar lo que ellos habían descubierto, porque el bloqueo de lo que ellos habían descubierto de PD1 y CLA4 aumentaba la sobrevida en un 15%-20% de los pacientes con distintos tumores, pero había todavía un 85% que escapaba por otras vías. Entonces empezamos a investigar mucho en mecanismos de resistencia, y en uno de los trabajos pudimos ver otra de las cosas que hacía galectina-1.

¡Ahí es que ven que galectina-1 podía ser una villana por partida doble!

¡Sí! Los patólogos nos decían que cuando bloqueábamos galectina-1, además de que se veía una gran cantidad de linfocitos alrededor del tumor, también se observaba una disminución muy marcada de vasos sanguíneos. ¿Por qué era importante esto? Porque el proceso de vascularización de tumores o de formación de vasos sanguíneos adicionales, llamado angiogénesis, es un mecanismo que permite llevar oxígeno y nutrientes al tumor para que pueda sobrevivir en condiciones adversas, como por ejemplo, de falta de oxígeno, y hacer metástasis.

Le pregunté a Diego Croci, entonces un becario excelente que acababa de ingresar a mi laboratorio, si tenía ganas de trabajar en el tema de angiogénesis. ¡Después de cuatro años, en 2014, fue tapa de la revista Cell! Galectina-1 era también un mecanismo de resistencia a otras terapias antioxigénicas convencionales. Vimos entonces que esta es una proteína que no solamente suprime la respuesta inmune, sino que también es angiogénica, que genera vasos sanguíneos. Y ahí nos entusiasmamos mucho con la parte de Mr. Hyde: si galectina-1 se comporta como villana en ese contexto, si nosotros la bloqueamos con un inhibidor, y en ese momento no sabíamos con qué, podríamos aumentar la respuesta inmune y a su vez disminuir la formación de vasos sanguíneos, que son dos vulnerabilidades que tiene el tumor.

Decidimos hacer algo bien específico, un anticuerpo monoclonal que bloqueaba galectina-1 y ninguna otra proteína de la familia, y que lo hiciera con una buena afinidad y con buena potencia. Tardamos mucho, porque son 15 galectinas muy parecidas entre ellas, pero finalmente, hace cinco años, logramos un muy buen anticuerpo monoclonal neutralizante, que reconoce a galectina-1 y a ninguna de las hermanas, y eso nos puso muy contentos, porque eventualmente ya teníamos una buena herramienta tecnológica y una buena herramienta terapéutica.

Porque acá hay otra cosa delicada: el blanco tiene que ser muy específico, porque esta proteína que lee azúcares es un mecanismo que está muy conservado evolutivamente, está en animales y plantas. Apagar esa lectura de glocósidos al tuntún podría tener efectos extremadamente indeseados, puesto que esa lectura de azúcares es necesaria para cosas que también precisamos, ¿no?

Exactamente. De hecho, una de las líneas de investigación que llevamos consiste en ver qué hace esta proteína a nivel fisiológico, no en condiciones de enfermedad. Ahí demostramos dos cosas interesantes. Por un lado, juega un rol homeostático. Cuando uno tiene una infección, por ejemplo, por un parásito, un virus o una bacteria, tras enviar ese ejército de miles de millones de linfocitos que van al sitio de infección para defendernos, llega un momento en que ese ejército del sistema inmune tiene que volver a su normalidad, tiene que restaurarse la homeostasis y volver al equilibrio. Galectina-1 hace un pico en ese momento y juega un rol. Ese fue un paper que publicamos en 2009 en Nature Immunology.

También pensamos que hay una situación fisiológica que ha sido un gran enigma durante muchos años, y que es el embarazo. ¿Cómo los linfocitos T maternos pueden reconocer y tolerar linfocitos T antígenos paternos que están en el feto que está creciendo en lugar de rechazarlos? Demostramos que en el primer trimestre del embarazo, por acción de la hormona progesterona, actúa sobre el promotor de galectina-1, y galectina-1 genera circuitos tolerogénicos e inmunorregulatorios que frenan la respuesta materna antipaterna. En mujeres que tienen abortos espontáneos recurrentes, galectina-1 está muy disminuida y hay anticuerpos bloqueantes de galectina-1, por lo que no puede ejercer su función. Ese trabajo lo publicamos en Nature Medicine en 2007 y después en Glycobiology en 2012 publicamos el paradigma de lo que hace fisiológicamente esta proteína.

En todo este relato hay algo asombroso. Te interesaba el sistema inmune, te hiciste un lugarcito por donde pudiste y encontraste una única proteína, muy conservada, es decir abundante y nada rara en la naturaleza, que tiene un papel en las enfermedades autoinmunes y en los tumores. Sólo sería más fantástica para estar en el top de la biomedicina de hoy si tuviera que ver con enfermedades neurodegenerativas y con la obesidad... aunque pensándolo bien, la inflamación tiene que ver con algunas enfermedades neurodegenerativas y con la diabetes.

Lo que le pasa a nuestro grupo es que tenemos una proteína y esa proteína nos ha permitido estudiar muchas enfermedades y muchos cuadros fisiológicos y patológicos. Hay gente que trabaja al revés: tiene una patología y ve distintos mecanismos en esa patología. A mí me gustó mucho esta forma de encarar la ciencia porque me ha obligado a aprender mucho.

Respecto de las enfermedades neurodegenerativas, en un trabajo que publicamos en Immunity en 2012 vimos que en la esclerosis múltiple los astrocitos son las células que producen mayores cantidades de galectina-1 en el cerebro, a niveles parecidos a los de los tumores. Esa galectina-1 liberada por los astrocitos interactúa con la microglía y desactiva su capacidad de producir sustancias tóxicas como óxido nítrico, lo que disminuye la neurodegeneración. Por lo tanto, además de esclerosis múltiple, estamos haciendo experimentos en modelos de Alzheimer y en otros modelos de enfermedades neurodegenerativas.

Me imaginé que deberían estar en eso también porque es otro de los grandes centros de atención de la medicina actual. Vivimos más tiempo y tenemos que hacer algo para detener estos procesos.

Totalmente. Todas estas enfermedades neurodegenerativas, Parkinson, Alzheimer, esclerosis múltiple, tienen un componente inflamatorio. Entonces, si uno tiene un efecto antiinflamatorio específico, puede llegar de alguna manera a reducir la neurodegeneración.

Muchas veces, cuando se habla de la ciencia, se cae en contar lo que hicieron aquellos que llegaron a algo maravilloso. Pero este sesgo invisibiliza que muchas de esas personas consagradas en la ciencia comenzaron como jóvenes que se hacían preguntas que en su momento no sabían si llevarían a alguna parte. Si no se apoya a los jóvenes cuando comienzan a investigar, luego es difícil tener cracks, ¿no?

Creo que hay un momento determinado en que uno comienza con mucha inseguridad y curiosidad, y en el que todavía no entra en el sistema de promociones y de papers y todo eso, sino que lo que le interesa es contestar la pregunta, ir al laboratorio y emocionarse con un resultado. Esos son los momentos más alucinantes que existen.

Justo en estos días, coincidiendo con la inauguración de Galtec, nuestra empresa de base tecnológica, apareció este hombre diciendo que al Conicet hay que cerrarlo. Me preguntaron al respecto y básicamente mi respuesta pasó por remontarme a cuando yo tenía 24 años y tenía esas curiosidades. Jamás podría haber dicho en ese momento que estaba haciendo algo provechoso para aumentar la productividad del país o para aumentar el PIB. Yo lo que quería era contestar una pregunta, terminar mi tesis doctoral. Y en ese momento empezaron a surgir cosas, porque trabajábamos bien y de forma rigurosa. La biología empezó a dar respuestas y esas respuestas de la biología nos permitieron plantear este paradigma y plantearnos ahora dos posibles terapias, con un anticuerpo monoclonal para cáncer y con una variante de la galectina-1 para enfermedades autoinmunes. Todo eso ahora nos permitió fundar, después de mucho esfuerzo, de diez años de pensar cuál era la forma, una empresa con inversiones privadas, que va a permitir, por medio de regalías de las hasta hoy 11 patentes, devolverle al Conicet todo lo que el Conicet nos dio en cuanto a becas, equipamiento, subsidios. Ese para mí es un círculo virtuoso que permite de alguna manera devolverle al Estado todo lo que brindó. A veces se puede y a veces no se logra, porque de las preguntas curiosas pueden no salir respuestas. Nosotros hemos tenido un gran porcentaje de suerte, que obviamente nos encontró trabajando y entonces pudimos avanzar en momentos difíciles y en momentos en que la gente nos decía que qué iba a hacer esta lectinita.

Una de las cosas más lindas que pasaron es que mucha gente en el mundo, en universidades como Stanford, Harvard, en Alemania, empezaron a trabajar con esta proteína y a confirmar nuestros hallazgos. Eso nos potenció y nos empoderó muchísimo. Por ejemplo en 2016 me llamaron para entrar a la Academia de Ciencias de Estados Unidos. El año pasado nos llamaron para integrar la EMBO, la European Molecular Biological Organization. Uno siempre siente el síndrome del impostor, que está en este lugar de América Latina y tiene una gran inseguridad de si lo que uno hizo es bueno. Con estos reconocimientos empezamos a sentir mucha más seguridad, no sólo con nuestras investigaciones, sino también seguridad para ir a los pacientes. Si en diez años cerramos este círculo, ya con pacientes que reciben tanto los inhibidores o anticuerpos como estos agonistas, para mí cerraría todo un tema desde el descubrimiento hacia la clínica.

Fundaste esta empresa, Galtec, que tiene ese objetivo de llevar estos 30 años de investigación, de los que vos y tu equipo fueron protagonistas, a algo que pueda ser usado por la gente que atraviesa determinadas enfermedades. ¿Es más difícil toda esta parte de fundar y coordinar una empresa que el trabajo de la mesada?

Tuve que aprender mucho. Y sigo aprendiendo mucho. Tuve la gran alegría de que dos de las personas que ingresaron a mi laboratorio hace aproximadamente ocho años venían de empresas, entonces con su ingreso ya empezaron a cambiar un poquito los códigos del laboratorio. Galtec está formada por Daniel Falcón, que es el CEO que se ocupa de toda la parte económica, financiera y nos enseña mucho; Juan Manuel Beresáez, biotecnólogo que es el jefe de investigación y desarrollo; Pablo Hockl, que es el jefe de operaciones; y Kiyomi Mizutamari, que es la líder de desarrollo preclínico. No te puedo decir todo lo que todos ellos me enseñan, yo soy un ignorante total y apenas soy el asesor científico de Galtec. Galtec tiene la función de traducir todos los descubrimientos que te conté en tecnologías maduras y en productos farmacéuticos que ayuden al tratamiento del cáncer y de enfermedades autoinmunes. La empresa está basada en un triángulo de tres aristas: una es el desarrollo de estos dos compuestos ya maduros, otra es la investigación de otros compuestos que salen del laboratorio y que se están traccionando en este momento, y otra es la parte social, que para nosotros es muy importante, ya que sabemos que para el paciente que está con un cáncer o una enfermedad autoinmune la necesidad es hoy. Yo, que atravesé con familiares todo esto, sé que es muy difícil esperar dos o tres años hasta que esto esté en la fase clínica. Por eso abrimos esta sección social en la empresa, con la idea de vincular en ese momento tan difícil a los pacientes con profesionales y darles comunicación certera de cuáles son las posibilidades terapéuticas de cada tipo de tumor, darles una comunicación que pueda contenerlos en ese momento tan difícil.

Comunicar estas cosas requiere una gran responsabilidad. Ustedes hicieron grandes descubrimientos y están trabajando con la esperanza de que se traduzcan en productos concretos, pero aun así falta tiempo.

Nosotros intentamos en todas las notas no generar falsas expectativas, ser cautos, comentar cuál es el momento en el que estamos. El cáncer en el cual vimos más efecto en estudios preclínicos es el colorrectal, que es el tercer cáncer de mayor incidencia en el mundo y el segundo en letalidad. Es un cáncer que está afectando mucho a los jóvenes y tiene ese componente de inmunosupresión y de vascularización, por lo que lo elegimos como primera patología en la que enfocarnos. En el caso de la variante de galectina elegimos centrarnos en la esclerosis múltiple. Tratamos de ser cautos en términos de que necesitamos que esto tenga todavía su maduración. Durante un período de más o menos un año y medio este desarrollo tiene que pasar por las buenas prácticas de manufactura para poder transformarse en un medicamento que sea aprobado por las autoridades regulatorias más exigentes, la FDA, la EMA y otras, a fin de poder transformarse en un producto útil para una fase clínica 1. Ese es el proceso en el que estamos. Antes de dos años va a ser imposible poder empezar con esa fase. Nosotros esperamos que sean dos años, tenemos la inversión para poder hacerlo, y estamos hablando con otros inversores en una segunda ronda para ya prever lo que vamos a necesitar para la fase 1 de ensayos clínicos en dos años.

En ciencia las cosas llevan tiempo.

Totalmente. La gente nos pregunta por qué tardamos 30 años en llegar hasta acá. Primero, porque al principio no teníamos la menor idea, lo único que había era una proteína y no sabíamos qué era ni qué hacía. Después, cuando fuimos descubriendo las funciones, queríamos estar seguros y caminar por terreno sólido. Hay tantas cosas que se hicieron en forma empírica, medio al tuntún y que han quedado perdidas en el tiempo, que yo siempre quise hacer ciencia muy rigurosa. Para publicar tardo muchísimo, lo cual obviamente no es bueno para los estudiantes porque se atrasan, pero después los trabajos salen en revistas fuertes. En los descubrimientos trato de que no haya huecos. Lo primero que tenemos que hacer es una ciencia rigurosa. Después de hacerla rigurosa, que trate de volar lo más alto posible, o sea, soñar. En un momento, llegar a los pacientes era un sueño, una aventura. Ahora dejó de ser eso y pasó a ser una responsabilidad.

En 2016 publicaste un trabajo, junto a otros colegas, sobre los desafíos para los científicos latinoamericanos. Entre otras realidades que sufrimos, decían que nuestras investigadoras e investigadores tenían el reto de hacer ciencia de calidad atravesando al mismo tiempo “tormentas socioeconómicas, desafíos políticos y trabas burocráticas”. La semana pasada el candidato más votado de las PASO [primarias abiertas, simultáneas y obligatorias] generó un terremoto político y también uno científico con sus anuncios sobre el Conicet. ¿Qué se responde a este anuncio de tormenta?

La respuesta que he dado todos estos días respecto a esto es pragmática. Parece cosa del destino que haya coincidido ese anuncio con el lanzamiento de Galtec. Era algo que teníamos programando, las invitaciones para este lanzamiento las enviamos dos meses antes, así que no teníamos la menor idea de que iba a suceder la semana pasada.

Y la respuesta para lo que dijo este candidato son los hechos. Esta empresa basada en ciencia apoyada por el Conicet durante 30 años, con 30 becarios, con 40 investigadores posdoctorales, etcétera, no existiría sin el Conicet. Ningún privado se hubiese acercado a un pibe de 24 años cuando estaba viendo una banda de Western blot para detectar proteínas y no sabía de qué se trataba. Hay una etapa temprana y creativa en la que no se puede prometer nada. En la etapa creativa tiene que estar el Estado conteniendo. Entonces lo que dijo me parece una falacia, y si ese candidato se acerca realmente a la cantidad de proyectos científicos que se generaron en Argentina y en América Latina, que son realmente importantísimos y que generan y generaron mucha soberanía, desde las vacunas, los kits diagnósticos y los barbijos que sin el expertise científico no se podrían haber hecho en la cantidad que se hicieron, los satélites, las variedades de plantas resistentes a la sequía en la parte de la agricultura, me parece que no diría lo que dice.

Es cierto que como cualquier institución podemos perfeccionar muchísimo más al Conicet. Pero el Conicet además es una de las instituciones más meritocráticas, más allá de que no me gusta esa palabra. Es muy difícil acceder a una beca del Conicet o ingresar a él si no se tienen méritos.

¿Qué dirías que se va a encontrar la gente que te vaya a ver el próximo viernes a la sala Vaz Ferreira? ¿Inspiración? ¿Un caso de éxito? ¿La demostración de que se puede hacer ciencia de calidad desde el Sur, a pesar de todas estas tormentas que nos rodean?

Voy a contar una aventura con anécdotas, con las cosas que me pasaron, cuál es la resiliencia que hay que tener para poder tolerar las tormentas y cómo uno puede salir adelante. Hay una frase que dice que si uno lo puede soñar, lo puede lograr. A mí me parece muy incompleta, porque genera mucha ansiedad, más aún a los pibes jóvenes. A mí me gusta la idea de que sólo se puede soñar si se le da al sueño una oportunidad. Lo que quiero entonces es hablar de aventuras y de oportunidades. Y en eso podemos hablar todos, no sólo de ciencia. Por supuesto, voy a hablar de la ciencia que hicimos y de las tecnologías, pero mi intención es que todos los que vengan sepan que viniendo del lugar que vengan, con el talento que vengan, con la fuerza que vengan, vean que un pibe que vino de la provincia de Córdoba, que no tenía la menor idea de si era buen científico y que creía que era un desastre ahora puede quizás lograr esto de lo que hablamos, en forma colectiva y sin ningún talento especial. Solamente con sentir la ayuda de los demás y colaborando entre todos se logran cosas importantes.

Una conferencia para agendar

Tras recibir el Honoris Causa de la Universidad de la República el próximo miércoles, Gabriel Rabinovich dará una conferencia organizada por el Institut Pasteur de Montevideo en el auditorio Vaz Ferrerira.

Si bien la entrada es gratuita y la conferencia es abierta a todo público, quienes quieran concurrir deberán inscribirse dirigiéndose al enlace http://bit.ly/RabinovichCharla.

Conferencia: Una dulce aventura contra el cáncer y enfermedades autoinmunes
Conferencista: Gabriel Rabinovich
Lugar: Auditorio Vaz Ferreira (18 de Julio 1790)
Hora: 9.30 (café) 10.00 (conferencia)

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