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Einstein Albert en su oficina de la Universidad de Princeton, 1942.

Foto: Roman Vishnia

De qué hablamos cuando hablamos de genio: recordando a Albert Einstein a 100 años de su visita al Uruguay

18 minutos de lectura
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El físico Albert Einstein visitó Uruguay en 1925. Aquí el físico y divulgador Ernesto Blanco aprovecha el centenario de la visita para hablar de genialidad, ciencia y humanidad.

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En su libro “El genio del idioma”, Alex Grijelmo comienza citando las definiciones de la palabra genio de la Real Academia Española (RAE) y destaca, en negrita, la número 6 y la 9: “6. m. Índole o condición peculiar de algunas cosas. El genio de la lengua”; “9. m. Ser fabuloso con figura humana, que interviene en cuentos y leyendas orientales. El genio de la lámpara de Aladino”. Esas definiciones son las que le permitirán construir la idea del genio del idioma español.

Imitándole, podríamos decir “el genio de la física” y que eso valga como metáfora del conjunto de quienes nos interesamos en esa disciplina y el carácter con el que la hemos ido formando durante siglos y siglos. Y las decisiones de ese “genio de la física” han resultado tan acertadas para enriquecer la capacidad humana de entender el mundo y de interactuar con él que bien podríamos imaginar que un ser fabuloso es el que ha organizado todo con precisión matemática y atendiendo a los fenómenos de la naturaleza. Ese “genio de la física” podría sumarse a las criaturas fantásticas que reconocemos en nuestros cuentos generando la misma mezcla de atracción e incredulidad que aquella criatura que apareció, cuando la madre de Aladino limpiaba enérgicamente la lámpara de su hijo, y dijo: “¡Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo! ¿Qué quieres? Habla”.

Sin embargo, la expresión “el genio de la física” tiene altísima probabilidad de evocar la imagen de Albert Einstein, Isaac Newton o Stephen Hawking. En ese caso la acepción de genio sería la cuarta del diccionario de la RAE (4. m. Capacidad mental extraordinaria para crear o inventar cosas nuevas y admirables).

En el caso de Albert Einstein, además de que su nombre es casi un sinónimo de la palabra genio, su imagen es el estereotipo popular de un científico.

Sin embargo, en un texto breve sobre su visión del mundo, escrito en 1930, cinco años después de su visita al Río de la Plata, Albert Einstein manifestó: “Nadie debería recibir un culto idolátrico. Siempre me pareció una ironía del destino el haber suscitado tanta admiración y respeto inmerecidos. Comprendo que surge del afán por comprender el par de conceptos que encontré con mis escasas fuerzas, al cabo de trabajos incesantes”.

Más allá de la visión popular de Einstein, quizás, al hacer divulgación científica, en particular de la física, debamos evitar reforzar esa asociación entre la palabra genio y el nombre de Einstein. Al celebrar los 100 años de la visita de Einstein a Uruguay tenemos una buena oportunidad para reconsiderar este asunto y resignificar la expresión “el genio de la física”.

El genio: Imprecisión e inconveniencia

El estudio sistemático y riguroso de la “genialidad” es algo que ha realizado durante algunas décadas el psicólogo de la Universidad de California, Dean Keith Simonton. En uno de sus trabajos publicado en 2023 en la revista The Palgrave Encyclopedia of the Possible, dice que la palabra “genius” ha adquirido tres significados principales en el idioma inglés: (1) un talento especial que una persona tiene para una actividad particular; (2) un logro extraordinario en un área creativa valorada culturalmente; y (3) alguien que obtiene un puntaje muy elevado en una prueba de coeficiente intelectual. Sin embargo, los resultados de muchos estudios (entre ellos los del propio Simonton) muestran invariablemente que esas definiciones corresponden a fenómenos independientes. Por ejemplo, tener un talento especial no necesariamente implica obtener logros valorados. Tampoco ocurre que quienes tengan talento para algo o hayan tenido logros en un área tengan coeficientes intelectuales excepcionalmente altos. Por lo tanto el uso en un contexto general de la palabra genio (especialmente en su acepción más usual en español) es muy impreciso.

El historiador Sachi Sri Kantha de la Universidad de Gifu, en un estudio publicado en 2018 en la revista Current Science, estudió la aparición de la palabra genio en la literatura científica. Allí destaca que individuos rápidamente reconocidos como genios, como Miguel Angel y Albert Einstein, comparten esta condición con personajes infames como Adolf Hitler y el polémico fisiólogo Charles-Édouard Brown-Séquard. También señala que parece haber una barrera infranqueable para que las mujeres accedan al club de los genios. Incluso en contextos académicos, la palabra genio no parece suficientemente descriptiva de las virtudes de una persona.

Sin embargo, más allá de la imprecisión y los sesgos que conlleva “el genio”, veremos que la ciencia nos muestra un problema aún más grave.

El genio guardián

En un trabajo publicado en el año 2016 en Science, Sarah-Jane Leslie y sus colaboradores de la Universidad de Princeton estudiaron el efecto que las ideas socialmente imperantes sobre la genialidad pueden tener en las decisiones vocacionales. El estudio fue realizado entrevistando a más de 1.800 estudiantes de varias universidades de Estados Unidos para evaluar sus creencias sobre las habilidades necesarias para desempeñarse con éxito en diversas disciplinas académicas. También se determinó el porcentaje de mujeres con respecto al total de personas que logran obtener un doctorado en esas mismas disciplinas.

La conclusión del trabajo es que, entre las personas que alcanzan el nivel de doctorado, el porcentaje de mujeres es menor en aquellas disciplinas en que predomina la idea de que se requiere una capacidad mental extraordinaria para tener éxito. Entre las disciplinas científicas y tecnológicas, la física es la que tiene un menor porcentaje de mujeres a nivel de doctorado: menos de 20%. En matemáticas es cercano al 30%. En otras disciplinas en las que no existen los mismos prejuicios, como la biología molecular, la biología evolutiva y las neurociencias, los porcentajes de mujeres son cercanos al 50% o incluso superiores. Esta disparidad también ocurre en las humanidades. En disciplinas en que se considera necesario un grado de genialidad, como teoría musical y filosofía, hay porcentajes de mujeres cercanos al 20%. Pero en disciplinas en que se considera que importan más otras cualidades como psicología, educación e historia del arte, los porcentajes de mujeres son del 70% o superiores.

Los autores analizan varias hipótesis usuales en estudios de disparidad de género y concluyen que la mejor explicación para este fenómeno son los prejuicios sociales respecto a cuán importante es la genialidad para tener éxito en una disciplina. Esto, unido al estereotipo social predominante en la población estudiada de que las mujeres no poseen ese atributo de genialidad, producen un efecto disuasorio respecto al estudio de disciplinas como la física.

Pero, por si no fuera suficiente, este efecto no se da sólo en mujeres. El estudio muestra que las personas afroamericanas también están subrepresentadas en aquellas disciplinas en que se piensa que es necesario tener capacidades extraordinarias. Nuevamente la física es una de las disciplinas menos elegidas por los afroamericanos. Esto también se debe a la existencia de un estereotipo social respecto a las capacidades de los afroamericanos. En el caso de los asiáticoamericanos no ocurre este fenómeno. Aunque es un grupo social que sufre diversas formas de discriminación en Estados Unidos, el estereotipo sobre ellos en cuanto a su genialidad es el opuesto al que recae sobre los afroamericanos y las mujeres, y como consecuencia tienen un porcentaje relativamente alto de representación en física y disciplinas sobre las que recaen prejuicios similares. Los autores terminan el artículo diciendo que sus datos “sugieren que los académicos que desean diversificar sus disciplinas deberían evitar hablar de genialidad intelectual innata y enfatizar la importancia del esfuerzo sostenido para tener los más altos niveles de éxito. Esperamos que esos cambios, tan fácilmente implementables aumenten la diversidad en muchos campos académicos”.

El estudio mencionado se realizó en Estados Unidos, pero es razonable pensar que, al menos mientras no haya evidencia contraria, este efecto podría afectar a estudiantes en Uruguay. ¿Qué pensamos las personas que vivimos en Uruguay sobre nuestras capacidades mentales para la física y la matemática? ¿Esto cambia dependiendo de nuestro género, del tipo de escuela a la que fuimos o del lugar concreto en que nacimos? Es probable que debido a ciertas circunstancias históricas confiemos más en nuestra genialidad para el fútbol que para la física. Algo de esto se percibe en el recorte de prensa que Diego Moraes transcribe en su libro Einstein en Uruguay: crónica de un viaje histórico donde se comenta la actitud del público en una de las conferencias dictadas por Einstein en Montevideo: “Hizo bien el público en demostrar curiosidad, interés o inquietud por la palabra del maestro pues así afirma que Montevideo no se agita solamente por el shoot formidable o la trompada colosal”. Luego volveremos a este asunto del fútbol y la física, pero primero me gustaría recordar que el propio Albert Einstein no la tuvo fácil y que no siempre fue considerado un genio.

Más que un genio bonito

Cuenta Walter Isaacson en su libro Einstein: su vida y su universo que el pequeño Albert demoró en empezar a hablar y que cuando lo hizo, poco después de los dos años, desarrolló una rareza que le valió que varios miembros de su familia lo calificaran de “atontado” y “casi retrasado”. Cada vez que iba a decir algo, el pequeño Einstein primero lo ensayaba consigo mismo en voz baja hasta que le resultaba adecuado para decirlo en voz alta. Su lento desarrollo verbal iba acompañado de otra característica socialmente condenada que era su gran rebeldía contra la autoridad que le llevó a tener problemas con sus maestros, uno de los cuales manifestó que Albert nunca llegaría a nada en la vida.

Pero esas rarezas que lo hacían lucir como un individuo “defectuoso” pudieron ser ventajosas. Según el propio Einstein: “Cuando me pregunté cómo había sido que yo concretamente hubiera descubierto la teoría de la relatividad, la respuesta parecía residir en la circunstancia siguiente. El adulto ordinario nunca se molesta en ocupar su cabeza en los problemas del espacio y el tiempo. Son cosas en las que ya ha pensado de niño. Pero yo me desarrollé tan lentamente que no empecé a preguntarme por el espacio y el tiempo hasta que ya había crecido. En consecuencia profundicé más en el problema de lo que lo habría hecho cualquier niño normal”. Tal vez sus dificultades iniciales con el lenguaje también hayan contribuido a su particular modo de pensar con imágenes que usaba en sus famosos experimentos mentales. Como él mismo expresó: “Rara vez pienso en palabras. Me viene una idea, y puede que trate de expresarla con palabras después”.

A partir de los seis años, cuando Albert comenzó a asistir a la escuela católica que había en su barrio, también experimentó discriminación por ser judío. Si bien luego diría que sus maestros no lo trataban de un modo diferente, reconocería que entre los niños de la escuela predominaba el antisemitismo: “Las agresiones físicas y los insultos en el camino a casa desde la escuela eran frecuentes, pero en su mayor parte no demasiado crueles. No obstante, sí lo fueron lo bastante como para consolidar, aún en un niño, la vívida sensación de ser un extraño”.

Por otro lado su escepticismo, rebeldía y cierta resistencia a sumarse a la opinión general le llevaron a tener problemas con los profesores de su escuela secundaria en Múnich. En sus notas autobiográficas, Einstein cuenta cómo esas cualidades surgieron a la edad de 12 años: “A través de la lectura de libros de divulgación científica me convencí enseguida de que mucho de lo que contaban los relatos de la Biblia no podía ser verdad. La consecuencia fue un librepensamiento realmente fanático, unido a la impresión de que el Estado miente deliberadamente a la juventud; una impresión demoledora. De esta experiencia nació la desconfianza hacia cualquier clase de autoridad, una actitud escéptica hacia las convicciones que latían en el ambiente social de turno; postura que nunca volvió a abandonarme, si bien es cierto que más tarde, al comprender mejor las conexiones causales, perdió su primitivo filo. Veo claro que el así perdido paraíso religioso de la juventud fue un primer intento de liberarme de las ligaduras de lo meramente personal, de una existencia dominada por deseos, esperanzas y sentimientos primitivos. Allá fuera estaba ese gran mundo que existe independientemente de los seres humanos y que se alza ante nosotros como un enigma grande y eterno, pero que es accesible, en parte al menos, a la inspección y al pensamiento”.

Isaacson cuenta que un profesor de secundaria dijo que su insolencia lo hacía una persona molesta en clase y que cuando Einstein insistió en que no había cometido ninguna ofensa le dijo: “Sí, es verdad pero se sienta usted ahí en la última fila y sonríe, y su mera presencia erosiona el respeto que me debe la clase”. Pero estas características ayudaron a dar forma a toda su obra en física, en palabras de su colaborador Banesh Hoffman: “Su temprano recelo contra la autoridad, que jamás le abandonó del todo, habría de revelarse de una importancia decisiva. Sin él no habría podido desarrollar la poderosa independencia de mente que le dio el coraje necesario para cuestionar las creencias científicas establecidas y, de ese modo, revolucionar la física”.

Esta incomodidad con el sistema educativo alemán, entre otras motivaciones, hicieron que siendo muy joven decidiera abandonar el colegio en Múnich e irse de Alemania. A los 16 años renunció a la ciudadanía alemana pasando a ser un apátrida. Luego pudo continuar sus estudios en Suiza en donde encontró un ambiente de su agrado, en particular en la escuela secundaria de la aldea de Aarau, a 40 km de Zúrich, a donde fue a prepararse para intentar aprobar el examen de ingreso al Politécnico: “Se trataba a los alumnos como individuos, se hacía más hincapié en el pensamiento independiente que en la acumulación de conocimientos, y los jóvenes veían al profesor no como una figura de autoridad, sino, al igual que el propio estudiante, como alguien con una personalidad claramente definida. Cuando lo comparaba con mis seis años de escolarización en un autoritario colegio alemán, me daba cuenta claramente de lo superior que resulta una educación basada en la libre acción y la responsabilidad personal a otra basada en una autoridad externa”, diría posteriormente.

Luego de graduarse en el Politécnico de Zurich en el año 1900 le costaría mucho encontrar un empleo académico. Era normal que un estudiante recién graduado, si lo deseaba, fuera inmediatamente contratado como ayudante de profesor en el Politécnico. Pero en el caso de Einstein su fama de rebelde y su costumbre de faltar a clases hizo que los profesores de física y matemáticas no quisieran contratarle y que incluso prefirieran a alumnos de la sección de ingeniería. Fue el único graduado de su sección del Politécnico al que no se le ofreció un puesto de trabajo. En esos años intentó subsistir dando clases particulares y logró obtener la ciudadanía suiza en 1901, cuatro años después de haber renunciado a la alemana: “Me gustan los suizos porque, en general, son más humanos que otras personas con las que he vivido”, diría luego. Esa ciudadanía la conservó durante toda su vida a pesar de que luego aceptó también la austríaca, la estadounidense y recuperó la alemana. Luego de buscar un empleo fijo sin éxito, recién en 1902, y gracias a la influencia de su amigo Marcel Grossman, consiguió un empleo en la Oficina de Patentes en Berna. Allí, fuera de la academia, aprovechó sus ratos libres para desarrollar las ideas que le llevarían, entre otras cosas, a formular en 1905 su teoría de la relatividad especial.

Tendrían que pasar nueve años desde su graduación y cuatro años tras su año milagroso de 1905, en que publicó varios trabajos fundamentales para la física, para que le ofrecieran un puesto como profesor universitario en Berna. Para entonces Albert ya tenía 29 años.

Albert Einstein en 1931.

Foto: Johan Hagemeyer (Metropolitan Museum of Art)

El legado de Einstein

En la actualidad, una figura equivalente al productivo Albert Einstein de 1905, no está entre las personas ampliamente valoradas y premiadas del ámbito académico. La rebeldía, la insolencia, las dificultades para conseguir un puesto en la academia, la indomable pasión por sus ideas, la libertad de pensamiento y la resistencia a lo socialmente establecido, que caracterizaron a Einstein, hoy están en otros lados.

Pienso, por ejemplo, en Chanda Prescod-Weinstein, experta en cosmología, que se define también como una mujer negra, queer y de ascendencia judía. En su libro El cosmos desordenado: un viaje a la materia oscura el espacio-tiempo y los sueños postergados escribe lo siguiente respecto a los palikur del Amazonas: “Su sistema geométrico, que describe de una forma más precisa el movimiento de las estrellas a través del cielo nocturno que el sistema euclidiano, es lo que denominaríamos curvilinear. Comprender cómo se mueven las estrellas por el cielo requiere un tipo de intuición para las curvas qué es muy difícil de lograr si uno piensa siempre en términos euclídeos. Se diría que el sistema palikur prepara la mente para pensar en términos curvos desde el principio, en lugar de recurrir a las rectas como punto de partida. En mi comprensión relativamente rudimentaria de su visión matemática del mundo —basada en las entrevistas realizadas por los antropólogos académicos Lesley J.F. Green y David Green—, la geometría palikur parte de las curvas en lugar de hacerlo de líneas rectas abstractas, y usa las anacondas como objeto geométrico fundamental”. Y más adelante, continuando con el tema de la percepción del espacio y el tiempo, dice: “El saber occidental imperante afirma que acostumbramos a experimentar el tiempo, individual y colectivamente, como un fenómeno unidimensional que avanza siempre hacia adelante. Los mayas, sin embargo, tenían un concepto cíclico del tiempo, y para alguien como yo esto no debería resultar ilógico. Experimento unos ciclos menstruales cuya duración viene a ser la de un mes lunar. Pero, como sabe cualquiera que los experimente, rara vez son idénticos: van cambiando a medida que envejecemos. Cuando comienza mi ciclo, a menudo da la sensación de que el tiempo se ha reiniciado, de que ha vuelto una vez más al principio de todo. Y no solo al mismo momento, sino al mismo lugar. De nuevo expulso por mi vagina mi sangre y mi endometrio. A la vez, sé que mi cuerpo envejece con el tiempo, que mis óvulos envejecen también y que con cada periodo me acerco un poco más al último. Cuando este llegue, mi vagina seguramente cambiará. ¿De verdad percibimos el espacio y el tiempo como entes diferenciados, cuando marcamos el tiempo por los sucesos que tienen lugar en determinada ubicación? ¿Qué noción de tiempo es la correcta? ¿La que avanza hacia delante y nunca se repite —organizada, se diría, en torno a la certeza universal de la decadencia— o una que abraza y se centra en la repetición?”.

Y también escribe sobre los problemas de la ciencia al relacionarse con otras tradiciones culturales: “El problema radica en parte en la forma en que quedan ocultas las aportaciones a la ciencia de aquellas personas que no son hombres blancos. Por ejemplo cuando hablamos de la astronomía en el volcán Maunakea, en Hawaii, decimos a menudo que la visibilidad desde la montaña es buena. Con eso nos referimos a que hay menos atmósfera a altitudes elevadas y que, por tanto, es más fácil obtener imágenes claras del cielo sin interferencias atmosféricas. Pero si sabemos de ese lugar no es por las exploraciones de europeos o americanos, sino porque los nativos hawaianos llevan siglos estudiando desde allí su propia cosmología, incluida la conexión con el padre del cielo Wākea. Los nativos hawaianos, también conocidos como kānaka en su lengua, poseían una cosmología nacida en parte de la observación del cielo desde lugares que los astrónomos británicos acabarían considerando también muy valiosos. Me parece que el uso continuado de espacios sagrados hawaianos para provecho de la ciencia estadounidense sin el permiso de los kānaka es un ejemplo de la utilización del saber indígena para conseguir avances científicos sin otorgarle a este saber indígena ningún reconocimiento. Los kānaka sabían que la visibilidad era buena desde lo alto del Mauna, y cuando recibían en sus tierras a invitados europeos y estadounidenses, compartían con ellos información sobre su cultura, su historia y su geografía, y también sobre su límpida vista del cielo nocturno.

Mucho de lo que sabemos de cosmología y astronomía en general proviene de los telescopios de los trece observatorios que se han construido en Maunakea a lo largo de los últimos setenta años. Así pues, nuestra cosmología bebe ya, en cierto modo, del conocimiento kānaka”. Y concluye su exposición de estos temas diciendo: “La esclavitud colonizó los cuerpos de mis ancestros, y el recuerdo de quiénes fueron y de sus cosmologías quedó en gran medida eliminado por medio de actos de violencia extrema. Queda ante mí afrontar que esta cosmología, con una genealogía en su mayor parte europea, y profundamente en deuda con esos mismos hombres que favorecieron la tortura de mis ancestros, es también la mía ahora”.

Desde el sur

Atreverse a hacer física desde el sur de América también tiene sus dificultades, por eso es que agradecemos y celebramos la atenta visita de Albert Einstein en 1925.

En su diario de viaje, Einstein escribió sobre su visita a la ciudad de Córdoba: “Se necesita ser escritor para describir todas sus bellezas, pues su situación geográfica es maravillosa. La visita a Córdoba fue para mí muy grata, pues me enteré que hay allí mucho campo para realizar serios estudios geológicos. El panorama de Córdoba y el de sus sierras son hermosísimos. Solo las bellezas naturales de Suiza, el Tirol, los Alpes y los Pirineos pueden compararse a las de Córdoba. La ciudad docta quedará grabada en mi mente como un gratísimo recuerdo”.

Y en Córdoba, casi cuarenta años después de la visita de Einstein nacería una de las personas que lograría detectar las ondas gravitatorias, una de las más esquivas y sorprendentes predicciones de la teoría de la relatividad general de Einstein. Esa mujer es Gabriela González, integrante y vocera del proyecto LIGO (Observatorio de ondas Gravitatorias por Interferometría Láser). Gabriela realizó sus estudios iniciales en dicha ciudad obteniendo el título de grado en la Universidad de Córdoba. Además de sus notables contribuciones científicas también ha mostrado su preocupación por las barreras sociales en el mundo de la física, como cuando, en 2018, en una entrevista en El País de España, dijo que “la ciencia irá mucho mejor cuando tengamos tantas mujeres como hombres”. Para ella eso ocurrirá cuando caigan los mitos sobre los físicos y los genios, que alejan a las mujeres de la investigación, y se reconozca que en la profesión trabaja gente normal con vidas normales.

Respecto a su visita a Montevideo, Einstein escribió en su diario: “Fue mucho más humano y agradable que en Buenos Aires, a lo que contribuyeron las dimensiones más pequeñas del país y la ciudad, por supuesto. La gente recuerda a los suizos y los holandeses. Modesta y natural. ¡Al diablo los grandes países y su locura! Los cortaría a todos en pequeños pedazos si tuviera el poder”.

En Montevideo, algo más de veinte años después de la visita del célebre físico, nacería una de las personas que sentaría las bases de un enfoque teórico que podría lograr el sueño de Einstein de unificar las grandes teorías de la física. Esa persona es Rodolfo Gambini.

Conocí a Gambini en la década de 1990 cuando empecé a estudiar la licenciatura en física en la entonces Facultad de Humanidades y Ciencias. Otros estudiantes y los docentes jóvenes, con quienes tenía una relación cercana, me hicieron notar que era un investigador en física teórica con antecedentes muy inusuales para nuestro país. También supe que al final de la dictadura había regresado, junto a otros científicos formados en el exterior, para contribuir al desarrollo de la ciencia en Uruguay. Pero realmente descubrí la importancia de su trabajo a nivel internacional en 1997.

A mediados de ese año el Chino Recoba había sido fichado por el Inter de Milán, luego de que las imágenes del gol maradoniano qué anotó contra Wanderers recorrieran el mundo. Casualmente, cuando Recoba estaba por debutar en el Inter, yo me encontraba asistiendo a una escuela de física teórica en el Centro Internacional de Física Teórica (ICTP) en Trieste, muy cerca de Milán. Entre los estudiantes había jóvenes de muy variadas nacionalidades y yo esperaba que al decir que era uruguayo me reconocieran como compatriota de Recoba. Ninguno de los estudiantes tenía presente el tema del fichaje del Chino, y recuerdo que a un muchacho de Portugal, hincha del Benfica, tuve que mostrarle la noticia, que aparecía destacada en un diario italiano, para que se enterara del asunto. Curiosamente lo que realmente ocurría cada vez que yo decía que venía de Uruguay era que personas de Pakistán, Bangladesh, Portugal, España, India, Cuba y otros países me preguntaban si conocía a Gambini, el físico uruguayo que ayudó a sentar las bases de la prometedora teoría de lazos. Todos aquellos jóvenes físicos teóricos conocían poco de Uruguay, incluso de nuestro fútbol, pero tenían muy presente a Gambini.

En años posteriores Gambini lideró el desarrollo de un importante grupo de física teórica en Uruguay. El grupo hoy cuenta con varios integrantes que trabajan en la Universidad de la República en permanente colaboración con científicos de otros países. Gambini también formuló, junto a su colega argentino Jorge Pullin, una nueva interpretación de la mecánica cuántica llamada la interpretación de Montevideo. También ha tenido un permanente interés en explorar las implicancias filosóficas de las teorías físicas fundamentales. Y también tuve la inmensa alegría de trabajar junto a él en temas de biomecánica de la locomoción durante mis estudios de doctorado en nuestra Facultad de Ciencias.

Gambini obtuvo tres premios de la Fundación para la Investigación Gravitacional compartidos con Pullin en 1992, 1999 y 2005. En 2003 recibió el premio de la Academia de Ciencias del Tercer Mundo en el área de física por sus trabajos en gravedad cuántica. Además recibió numerosas distinciones nacionales (premio a la labor científica de la Presidencia de la República, doctorado honoris causa de la Udelar, gran premio nacional a la labor intelectual, entre otros). Actualmente, si bien está jubilado de su cargo en la Facultad de Ciencias, continúa trabajando en temas de investigación y difusión de la física.

Un genio diverso

Gabriela, Rodolfo y muchas otras personas que se dedican a la física en el sur, en los márgenes, en la diversidad, son una parte vital del vigoroso y cambiante genio de la física.

El genio de la física, además de ser matemático, riguroso, escéptico y de no aceptar el principio de autoridad, es un ser social, comunicativo y empático que gusta de recibir visitas inesperadas. En ese sentido puede hacer suyas las siguientes palabras de Einstein sin sentir vergüenza y sin perder nada de su genio: “Curiosa es nuestra situación de hijos de la Tierra. Estamos por una breve visita y no sabemos con qué fin, aunque a veces creemos presentirlo. Ante la vida cotidiana no es necesario reflexionar demasiado: estamos para los demás. Ante todo para aquellos de cuya sonrisa y bienestar depende nuestra felicidad; pero también para tantos desconocidos a cuyo destino nos vincula una simpatía”.

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