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José Carbajal "El Sabalero" durante un espectáculo en Atlántida (archivo, febrero de 2010).

Foto: Zeroth

José Carbajal, el cantor popular de Juan Lacaze

3 minutos de lectura
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Alejado doce años de su localidad durante la dictadura, tras su retorno generó una fiesta en cada una de sus presentaciones.

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Posiblemente muchos de quienes nacimos en Juan Lacaze en el período de la última dictadura cívico militar (1973-1985) desde muy temprana edad aprendimos acerca de historias y nombres de personas que permanecían vivos pero en lugares muy alejados de nuestro entorno.

Eran hombres y mujeres que, quizás, en algún momento podrían retornar desde algún remoto lugar, o también desde la cárcel, y hasta tanto eso no ocurriera, vivirían a través de la evocación. En aquellos años también crecimos con relatos referidos a personas allegadas a nuestros mayores que, por algún motivo difícil de comprender en aquel momento para un niño, jamás llegaríamos a conocer.

En ese universo de recuerdos y de encuentros interrumpidos sabíamos que José era José Carbajal, que era cantor y que vivía en un lugar llamado Holanda. En mi casa la cara de aquel hombre estaba retratada en la portada de un disco de vinilo que llevaba el nombre “Canto popular”.

Finalmente, un día, no sé bien si fue a fines de 1984 o a principios del año siguiente, José, a quien también le decían El Sabalero, retornó a Juan Lacaze y realizó un enorme concierto en la cancha del Club Independiente.

José Carbajal, durante un recital en el Cine Plaza.

Foto: Sandro Pereyra

Los recuerdos de aquella jornada hoy prevalecen más por el impacto emocional que generó la presencia de aquel hombre reflejada en las caras de las miles de personas que fueron a recibirlo, que por las canciones que ofreció en esa oportunidad. No era para menos: se trataba del retorno del cantor local, del hijo desterrado que a pesar de las distancias logró construir y transmitir las historias de su pequeña comarca en una infinidad de sitios.

Sus canciones hablaban acerca de los juegos infantiles, de los carnavales, de las horas de trabajo en los enormes galpones de las fábricas, de las rondas de copas compartidas con los amigos, de los amores concretados, del desamor, del temor, de la esperanza, de la incertidumbre, de los vivos y de los muertos.

Allí estaban las cuestiones que nos desvelan a lo largo de la vida, insertas en historias que transcurrían dentro de los límites de su pueblo, encarnadas en personajes que, en ocasiones, era posible encontrarlos a la vuelta de la esquina.

Una vez que las tranqueras lograron abrirse, Carbajal, entre idas y vueltas con Holanda, actuó por todo el territorio uruguayo durante los últimos veinticinco años, sin perder nunca su vigencia. Y lo mismo hizo en Juan Lacaze, en la primera década de este siglo, en el marco de la Fiesta Nacional del Sábalo organizada por los trabajadores papeleros, donde únicamente faltó una vez que su corazón estuvo a punto de detenerse pero continuó andando un tiempo más y cuando su hija, Susana, perdió la vida pocas semanas antes de la realización de esa fiesta popular.

Un par de años antes de fallecer, apoyado por un grupo de vecinos, Carbajal concretó la idea de ofrecer una serie de canciones, en los diferentes barrios de Juan Lacaze, montado en la zorra de un camión junto a los músicos que integraban su banda.

En cada actuación que el artista realizaba en Juan Lacaze se generaba una ceremonia donde los sentimientos galopaban en la atmósfera.

Al hombre que estaba impregnado por las ansias de vivir, la muerte no le era un asunto ajeno. Tras el fallecimiento de su madre, ocurrido en los años 90, Carbajal tomó la determinación de no pernoctar más en Juan Lacaze. De alguna forma aquel pueblo que había retratado e inmortalizado en sus canciones había desaparecido al desvanecerse la presencia física de su madre. . En alguna entrevista, al ser consultado sobre el significado de la nostalgia, Carbajal dijo que no añoraba los lugares sino “al tiempo que pasó”.

En vida, El Sabalero fue reconocido en su pueblo con la creación de una plaza pública llamada Chiquillada. Y tras su partida, su nombre fue asignado al puerto de yates, su rostro se estampó en un mural hiperrealista y su figura intentó ser emulada a través de una escultura ubicada frente a su casa materna, entre otros tributos que se le realizaron.

Ahora, también frente a la vivienda en la cual el artista pasó su niñez, se levantará un escenario, para que un grupo de artistas intente recuperar el espíritu de aquellos versos delineados por aquel hombre de risa ancha y pelo desordenado que lograba erizar a sus seguidores.

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