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Ilustración: Ramiro Alonso

Las epidemias en Colonia durante el siglo XIX: ¿cuáles eran los temores de la sociedad?

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Los médicos de policía fueron los encargados de controlar las epidemias de cólera y viruela que afectaron al departamento a fines del siglo XIX.

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Las epidemias eran “el pánico en estado puro del siglo XIX”, opina el historiador José Pedro Barrán, ya que implicaban la irrupción de la “muerte colectiva y no personal”. En el Río de la Plata desde la segunda mitad del siglo se vivió el azote del cólera, la fiebre amarilla y la viruela. Estas crisis sanitarias tuvieron un importante impacto social y cultural, al punto de que el pintor Juan Manuel Blanes pintó en 1871 el cuadro Un episodio de fiebre amarilla en Buenos Aires.

Al departamento de Colonia algunas de estas enfermedades llegaron desde Buenos Aires o desde Montevideo. En la ciudad de Colonia del Sacramento la principal zona afectada fue la “ciudad vieja” (actual Barrio Histórico), lugar donde habitaban los grupos populares en los antiguos ranchos portugueses, muchos en situación ruinosa.

Desde los médicos, la policía y la prensa se alertó a los vecindarios locales sobre las medidas de salubridad.

El cólera y la mirada higienista

En 1867, como prevención del cólera que se desarrollaba en Buenos Aires, El Eco de la Campaña, primer periódico departamental, publicó un artículo sobre “medidas higiénicas”.

Allí se aseguraba: “Es preciso evitar las pasiones excitantes y deprimentes, teniendo en cuenta que nada predispone a la invasión de una enfermedad epidémica como el temor de ser atacado de ella; mientras que la calma del espíritu y la confianza de ser respetado por el flagelo, que deben tener los que observan rigurosamente templanza y regularidad en todos los actos de la vida indudablemente alejan la predisposición a contraer la enfermedad”.

A estas medidas éticas, correspondientes al estado del “alma”, antecedían otras más prácticas, aunque también revestidas de carácter moral: el aseo de las personas, vestidos y casas; fumigaciones; extracción diaria de basura; uso de traje y calzado apropiado a la estación, y el cuidado de mudarse todos los días de ropa interior; evitar abusos del régimen alimenticio y tener moderación en la bebida. Y por último, hacer ejercicio.

La Junta Económico Administrativa, corporación municipal de la época, en colaboración con la Jefatura Política y de Policía, dictó una ordenanza sobre salubridad pública, compeliendo a la limpieza y blanqueo de las casas, a no arrojar desperdicios ni aguas servidas en la vía pública, a la extracción de los cerdos de la ciudad y a no vender sandías, melones, tomates y pepinos; prohibiendo, además, llevar los cadáveres a la iglesia para efectuar los sufragios.

Al comentar la limpieza efectuada, El Eco de la Campaña afirmó que se habían extraído de la “ciudad vieja” unas “cien carradas de basura”, ocupando una línea de cinco cuadras. Este discurso y prácticas correspondían al higienismo decimonónico, difundido por los médicos y el Estado, que intentaba controlar tanto el cuerpo como el espacio urbano.

El médico de policía que actuaba en el momento era Daniel Torres, quien había emigrado desde las Provincias Unidas (actual Argentina). En medio de la lucha contra Juan Manuel de Rosas, junto a otras personalidades opositoras, como Bernardino Rivadavia, había fundado en 1835 una logia para conspirar en su contra.

En 1868 la Junta pretende premiarlo con 100 pesos, moneda nacional, por sus servicios al frente de un hospital para coléricos.

La Jefatura Política no sólo se ocupaba de los asuntos policiales, sino que le competían otros de índole municipal y también la salvaguarda de la salud pública. Para eso contaba con médicos, en la capital departamental y en otras poblaciones, que constituían la única autoridad sanitaria a nivel local. Recién al comenzar el siglo XX surgirán otros servicios médicos públicos y privados, aunque en algunos casos eran bastante precarios.

Epidemia de viruela

En 1881, al propagarse la viruela en la población, vuelve a asomar una visión higienista. El doctor Guillermo Dall’Orto, de origen italiano, era entonces médico de policía en Colonia del Sacramento, un cargo que ocupó hasta su jubilación en 1908.

La enfermedad se extendió entre agosto y noviembre, llevando a que los facultativos se preguntaran si se trataba de una epidemia. En un informe de 1882, el médico de policía expone que el virus fue traído por un niño desde Montevideo los primeros días de agosto y que las familias de la “ciudad vieja” se contagiaron por habitar en ranchos insalubres. Por las “condiciones antihigiénicas” de las “vetustas habitaciones” y por la condición de “ignorancia” e “indigencia” de sus moradores, la enfermedad había hecho presa en ellos.

Para el médico, la pobreza de la “ciudad vieja” explica el gran número de atacados, mientras que se presentaba un “reducido número de casos” en la “ciudad nueva y suburbios”. Fue típico del período asociar pobreza con enfermedad; la pobreza, más que como una falta de recursos materiales, era entendida como una carencia moral, dada sobre todo por la “ignorancia”. El pobre caía en la enfermedad por su falta de higiene, derivando la misma de su debilidad moral y su nula educación. Esta era la lógica decimonónica, que se explicitaba sin tapujos durante las crisis sanitarias.

A fines de agosto falleció la niña Filomena Molinari. En la “ciudad vieja”, informa El Orden, había “otras criaturas” enfermas de viruela, y la propagación de “ese mal” se debía a la “falta de aseo y limpieza en el interior de las casas”.

Al haberse detectado un caso previo, desde la Jefatura y por medio del comisario, se mandó a que “se quemaran los trapos y efectos pertenecientes al muerto”, siendo trasportadas las familias a una “casa en los suburbios”, donde se les “prodiga toda clase de cuidados, siendo al mismo tiempo custodiados por la Policía”.

Iguales medidas se tomaron al conocerse la muerte de la hija de Molinari. El médico de policía, con fecha 27 de agosto, le informó al jefe político, coronel Benigno Carámbula, que la hermana de Filomena se contagió, siendo difícil su recuperación por el estado de pobreza y por los “únicos e irregulares cuidados del padre”, el cual presenta síntomas de “alienación mental”.

La habitación donde se encuentra, además, “es del todo antihigiénica”, de “insuficiente abrigo” y carente de aseo. El día 29, por su parte, comunica que la esposa de Bermúdez Sosa, “patrón de la falúa de la Receptoría”, presenta “síntomas de viruela”.

A principios de setiembre, Dall’Orto solicitó más policías para vigilar la manzana donde estaban los enfermos. Los guardias civiles también procuraron el suministro de medicamentos, alimentos y combustible. La concepción y la práctica del higienismo afloraba en todas estas notas. La cuarentena, como puede verse, se hacía cumplir mediante custodia policial.

Según informa El Orden en su edición del 7 de setiembre, el doctor Pedro Regules, hermano del juez letrado departamental, Wenceslao Regules, arribó desde Buenos Aires. Permaneció diez días en Colonia, vacunando contra la viruela. El médico de policía también se dedicó a esta tarea.

A principios de octubre, escribió Dall’Orto a Jefatura, la enfermedad asumió una “forma gravísima”: alcanzó una “proporción alarmante” y él mismo atendió a cinco pacientes. Aconsejó cerrar los centros de educación como “una de las medidas higiénicas exigidas por la circunstancia”.

Por la viruela se había producido una emigración de las familias a la campaña. Sin embargo, las que resultaron más afectadas por la enfermedad fueron aquellas familias “que viven en la mayor miseria” y que no pudieron huir al campo.

Carámbula, según su biógrafo y principal apologista, Constante G Fontán Illas, “se constituyó en verdadero padre de numerosos atacados”, asistiendo de su “peculio particular”, cerca de 3.000 pesos, a 30 familias. Además, “él mismo en persona servía de ayudante al doctor Dall’Orto”. Al no surgir sociedades benéficas ni filantrópicas, Carámbula alquiló una casa en las afueras de la ciudad, para destinarla como “hospital de virulentos”. Todo esto se refiere en el libro El coronel Carámbula. El cuerpo de un gran invento, publicado por Fontán Illas en 1893.

Conflictos entre médicos

En la misma época se desempeñaba como médico de la Sociedad Española de Socorros Mutuos, fundada en 1871, el doctor José Pou Cardoner, de nacionalidad española. Cursó sus estudios en Barcelona, donde recibió el título de médico cirujano en 1873, que revalidó al año siguiente en Uruguay ante el Consejo de Higiene Pública. Un dato curioso: de la familia Pou, emparentados con los Orfila y los De la Quintana, desciende el actual presidente de la República.

En 1881, en medio de la epidemia de viruela, el periódico El Orden, de tendencias coloradas, simpatizante a nivel nacional de Máximo Santos y constante defensor de Carámbula y la gestión de la Jefatura, le dirige duras críticas. En su edición del 22 de octubre, acusa a Pou Cardoner de huir de la ciudad por temor al contagio. En un número posterior, a la par que se exalta la actuación del médico de policía, aumentan las recriminaciones hacia el médico de la Sociedad Española.

Mientras Dall’Orto presta los “auxilios de la ciencia”, Pou “huye despavorido al campo abandonando a los enfermos que tiene bajo su asistencia, sin importarle tal vez un comino que se salven ó mueran”. Como la ciudad cuenta con el “exiguo número de dos facultativos”, no se entiende que el doctor Pou se permita “abandonar la ciudad nada más que por temor á la viruela, según él mismo lo ha manifestado públicamente”.

Varios miembros de la Sociedad Española se encontraban enfermos; uno de ellos, Joaquín Pos, falleció por la “falta de asistencia médica”. Afirma el periodista que el doctor Pou “nos juzgará muy duros al examinar su conducta cómo lo hacemos”, pero este “como un deber de generosidad” debió ofrecer sus servicios profesionales “al público menesteroso, á la autoridad y á su mismo colega”.

Asimismo, sobre la actuación de los médicos, se reflexiona: “Los médicos, sin temor de equivocarnos, en momentos dados creemos no se pertenecen á sí mismos, sino á la sociedad que los alberga en su seno, á fin de que coadyuven con la ciencia que han estudiado á salvar si es posible las vidas de seres muy queridos para las familias, ó cuando menos aliviar sus dolores físicos.”

Ignoramos si además de los motivos aludidos pesaban otros, personales o políticos, que expliquen el duro tono del artículo. El doctor Pou en 1884 se había establecido en campaña, entre el San Juan y el Miguelete, atendiendo incluso gratis a varios enfermos. En Colonia del Sacramento ejerció la medicina por 40 años.

Médicos y curanderos

En otros puntos del departamento, como Carmelo y Rosario, también se sufrió la epidemia de viruela. Desde esta última ciudad el doctor Seoane Patiño, médico español, solicitó “tubitos de linfa vacuna”, ya que varios individuos le “reclaman la vacunación y revacunación como preservativo de la viruela”.

En las secciones próximas de La Paz y La Sierra se presentaron algunos casos. En esta última llegaron a 16 en los domicilios de particulares, con algunos muertos. Se requirió el “auxilio para sus primeras necesidades”. Además, se pidió colocar un “cordón sanitario”, a fin de impedir el contagio a la Colonia Canaria, que “es la que está más expuesta por su modo de vivir á que la enfermedad se propague”. Este comentario alude a las características agrícolas y comerciales de la colonia, un factor que podía potenciar los contagios.

Para octubre del año siguiente (1882), ese temor sobre la Colonia Canaria se reavivó. Pese a que la enfermedad parecía extinguida, se detectaron nuevos casos de “viruela negra” en la zona.

El doctor Seoane Patiño culpó a los curanderos de este mal, dado que su actuación impidió una profilaxis adecuada. En su nota solicita que la autoridad policial actúe al respecto.

Este episodio volvía a poner sobre el tapete la puja entre médicos y curanderos: se instó a que la jefatura controlara el ejercicio ilegal de la medicina por parte de estos últimos. Ya en 1854 la Comisión Auxiliar de la Junta E. A., en Rosario, había alertado sobre un recién llegado que realizaba curas con “señales de cruces y agua bendita”. Más adelante, para 1894, el juez del Crimen de 2º Turno efectuó un sumario contra ocho personas por el ejercicio ilegal de la medicina, fundado en una denuncia de un médico local al Consejo de Higiene Pública.

El poder médico, estudiado por Barrán, para establecerse por completo tenía que controlar y en lo posible extirpar las prácticas de tipo popular, mantenidas por los curanderos.

La medicalización social

Al comenzar el siglo XX disminuyeron las repercusiones de las epidemias. En paralelo, se asistió a una mayor medicalización de la sociedad. En Colonia del Sacramento, para 1908, una Comisión de damas propuso fundar una sala-hospital, dirigida sobre todo a la población indigente. Para 1910 ya se encontraba funcionando, siendo el doctor Francisco Vadora su director y médico honorario. La sala-hospital era sólo de primeros auxilios. Al empezar abril de ese año asistía a 17 personas.

Para 1916 la medicalización del departamento de Colonia era la mayor en el interior del país: mientras que en todo el interior se registraba 39% de defunciones sin asistencia médica, en Colonia la cifra descendía a 15%. Tal vez por eso pudo enfrentar mejor la aparición de la gripe española.

El investigador Jorge Frogoni asegura que en 1919 se registraron 33 fallecimientos en el departamento, siendo Nueva Palmira la población con más decesos (unas 17 personas); los departamentos cercanos que resultaron mayormente afectados fueron San José, con 91 muertos, y Soriano, con 128.

Desde aquellas fechas hasta tiempos actuales, con la emergencia sanitaria por la covid-19, las epidemias no volverían a concitar tantos temores sociales.

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