En el verano de 2004, desde Colonia del Sacramento, Oscar Terán firmaba un artículo sobre Ideas e intelectuales en la Argentina, 1880-1980. Esta reflexión del filósofo sobre el país vecino se hacía desde la vereda de enfrente, desde un pequeño lugar marginal. Este rol insular que Colonia del Sacramento ha tenido, situada a mitad de camino entre Montevideo y Buenos Aires, da cuenta de las variadas ideas e imágenes que surgen cuando se piensa en la vieja ciudad amurallada.
Si la reflexión hecha desde el rincón uruguayo a propósito de la situación argentina no significó ningún aditamento, no le agregó ninguna capa de lectura o significación extra, más allá de la extrañeza del texto al margen, la irrupción de lo argentino, o porteño, en el solar coloniense tampoco ha conllevado grandes rupturas o revelaciones. Los sapitos de la fuente en la plaza 25 de Agosto, encargados durante la intendencia de Felipe Suárez (al igual que su placa funeraria), fueron traídos desde Buenos Aires. Los poemas finales de Alfonsina Storni, escritos en las playas del Real de San Carlos, perfilan un paisaje entre idílico y melancólico, de espaldas a la diminuta ciudad de la década de 1930.
En ambos casos son contactos epidérmicos con lo argentino, contactos que no alteran el clima insular, periférico y descentrado de Colonia del Sacramento. Tampoco la llegada del ferrocarril en 1901 o la construcción de la ruta 1 en 1928 plantearon una mayor ligazón con Montevideo. Rodeada por el campo y por el río, en medio de metrópolis vecinas, la ciudad colonial tuvo un modesto transcurrir, padeciendo un enigmático desarraigo –ni del todo uruguaya, ni del todo argentina–, donde algunos leves temblores no alteraban un constante vegetar. En este artículo veremos algunas ideas e imágenes que quisieron aprehender el pasado, el presente (¿y el futuro?) de Colonia del Sacramento. Muchas de ellas guardan ese sello de lo insular y descentrado.
Civilización y progreso
En 1854, el miembro de la élite local Luis Gil le entrega a la Junta Económico Administrativa una memoria sobre el “origen y fundación de la ciudad del Sacramento y las causas de su estado y constante retroceso”. En este informe se culpa a las murallas coloniales de la permanente situación de guerra y se expone que, con su destrucción, por fin vendrá la paz. “Desaparezcan sus muros y la ciudad del Sacramento con su población pacífica, comercial e industriosa, dejando de temer la guerra, se extenderá y, favorecida por su excelente Puerto y posición geográfica, llegará a rivalizar con las dos Capitales del Plata”.
En 1859, el Estado uruguayo, haciéndose eco de esta visión civilizatoria, derrumbará las murallas. En la perspectiva de Gil, en su filosofía de la historia, de base ilustrada, la desaparición del pasado colonial, encarnado de manera material y simbólica en las murallas, anunciaría el progreso. Esta idea, aunada a la de paz y civilización, se prolongaría en las décadas siguientes. Ese era el porvenir de Colonia, y no se debía renunciar a él.
En 1874 varios vecinos fundan una biblioteca popular. En un folleto publicado al respecto, el jurisconsulto español Matías Alonso Criado, recién establecido en la población, incluye un poema titulado “A la Colonia en el día de la Apertura de su Biblioteca”: “Y así tu tendrás renombre / Aunque de mísero origen / Si sabiamente te rigen, / Te gobiernan con honor […] Sí, Colonia, este camino / Es la verdadera senda / Para alcanzar el destino / Del valor y la instrucción”. Los versos eran claros en cuanto al papel de la educación en el progreso. El destino estaba en el futuro, lejos del pasado colonial, lejos de ese presente aún precario. El futuro era eso descentrado que apenas se podía ver, pero radicaba en un espacio que anulaba el espacio inmediato, ese de ranchos en ruinas y calles polvorientas.
Democracia y carnaval
El crítico Ángel Rama, tomando las ideas de Mijaíl Bajtín, sostiene que las sociedades democratizadas del 900 apelaron a la máscara y al carnaval como una manera de subvertir el orden jerárquico y proponer una sociedad más igualitaria. En el período batllista, varios intelectuales, utilizando el humor y lo popular, elaboraron estas imágenes carnavalescas y democratizantes. En el medio vernáculo lo hará Washington J Torres, alias Pajarito, tanto desde su revista Bric á Brac como desde las letras de la agrupación carnavalera La Barra de los Piolas.
Desde el tablado se burlará del statu quo, de los pequeños pudores y miserias de los vecinos respetables. En la marcha de 1930 se canta: “Nadie se duela por las alusiones / que nuestros versos hagan bien o mal / pues son tan sólo locas expansiones / que sólo se exponen / porque es Carnaval. / Y el cosquilloso / y el engreído / tendrá el castigo / que mereció, / si hinchando el lomo / se hace el dolido, / que al creerse aludido / nos da la razón”. Los vicios encubiertos se sacaban a relucir, los hipócritas eran desenmascarados. Y eso, por supuesto, molestaba.
El humor y el carnaval serán una contracara de la gris sociedad local, un espacio de resistencia. Pero esta utopía bajtiniana siempre estará con los pies lejos del suelo, siempre descentrada, siempre efímera y volando como las serpentinas.
Industria y desarraigo
En 1946 se inaugura el hotel casino El Mirador y se coloca la piedra fundamental de la fábrica textil Sudamtex. A partir de ese momento la ciudad iba a crecer en población (pasando de unos casi 9.000 a unos 12.846 habitantes en 1963) y en extensión urbana, con la aparición del Barrio Nuevo. Este proyecto industrial-turístico iba a alterar el ritmo de vida pueblerino de Colonia del Sacramento, al llegar personas de otras partes del departamento y del país, por la nueva fuente fabril, y visitantes de la vecina orilla atraídos por la oferta turística.
Estas transformaciones generarían una sensación de desarraigo en ciertos sectores de la población. El poeta Emerson Klappenbach en su libro Antología (1959) daría cauce a esta sensación (todavía no se estudia el sentimiento de desarraigo en su poesía). En su célebre poema “El sol se va a Buenos Aires” se encarna esa idea de fuga: “El sol se va a Buenos Aires / por la vereda del río. / Colonia vuelve a su nombre, / deroga todo lo mío. / […] Colonia de viento viento, / Colonia de duro río, / Colonia, la atardecida, / otra vez tú y yo vacíos”.
La ciudad, como el poeta, se evade hacia esa ajenidad que representa la urbe porteña. Ambos, por esa evasión, terminan vacíos. La ciudad deroga el nombre del poeta, pero la ciudad también ofrece un nombre provisorio, un nombre que habita lo transitorio, lo frágil y pasajero. El poema “1680” intenta colocar un ancla en el pasado, aunque de manera infructuosa. “Aquí donde coloco mi primera / esperanza y mi última esperanza / hace un rato nomás / y hace dos años, / para atrás / hace veinte o treinta años… […] Y al Sur, hora tras hora, / al Sur se cae el mundo / en infinito pozo, / y quien allí resbala / siempre sigue cayendo”. El pasado no logra ser un referente para el presente, ni ayuda a vislumbrar el futuro. Es el desarraigo, esa caída en el sur, que es un mero impulso hacia adelante, lo que marca el anclaje en el mundo. El yo –de la ciudad, del poeta– ahora era lo ajeno.
La hora nativista
Ante este desarraigo, algunas voces articularon una vuelta a lo telúrico, al discurso nativista. Pero resultó impostado. Colonia del Sacramento, desde el siglo XIX, era una ciudad portuaria y sin ejido, una ciudad de espaldas al campo. La gauchesca, las patriadas y el interior profundo eran cosas exóticas en el departamento de Colonia, sitio agrícola y semiurbano. Sin embargo, negado por ahora el camino de la historia, y ante ese vacío que imponía el futuro (¿industrial-hotelero?), se intentó apelar a un sentimiento de criollismo y nacionalismo compartible con el resto de Uruguay.
Entre 1969 y 1972 se llevaron a cabo tres festivales internacionales de tango y folclore, a los que se trajo figuras rioplatenses. En 1967, por su parte, los escritores José A Oroná, Juan A González y Alejandro Germán, junto a varios vecinos, crearon la Sociedad Nativista Bartolomé Hidalgo. En unos campos por El General, la sociedad organizó peñas folclóricas, con asado con cuero y jineteadas. De este furor por lo telúrico sólo quedó el poemario Charque (1968) de Oroná, una rareza bibliográfica. La vuelta al campo había sido otro espejismo.
La abuelita de la patria
En 1980 la dictadura civil-militar celebró el tricentenario de Colonia del Sacramento. La ciudad vieja o barrio sur se había transformado en el Barrio Histórico, levantándose otra vez la muralla y refaccionándose muchos ranchos en ruinas. En medio del proceso, varios pobladores antiguos fueron expulsados de sus casas. Este proyecto histórico-patrimonial, inclinado a lo monumental y con perspectiva turística, mereció una recuperación del pasado en clave conciliatoria, una visión que apostaba a una ciudad de cercanías, pueblerina y familiar.
En un folleto publicado por el Club de Leones y titulado A la abuelita de la patria en su tricentenario 1680-enero-1980 (1980), el coronel Artigas Miranda Dutra, quien fuera miembro del Consejo Ejecutivo Honorario, en un texto sobre la “Historia, leyenda y poesía” de Colonia, evoca al barrio sur como aquel lugar “con vida de sol y muerte de luna… de alquileres regalados y casas sin valor… Barrio Sur bravío, guapo y romántico, donde aún latía el eterno corazón de la ‘Abuelita de la Patria’”. Y yendo más atrás, alude a la ciudad “del espíritu… a la del romanticismo y los duendes… pisar sus callejas es transitar historia de pie descalzo de indio… de negra pastelera… de farolero y pregón de flores… de mantilla y fru-fru de miriñaque… de malevo bravío y beata del amanecer…”. Esta visión idílica del pasado, donde los grupos populares y oprimidos son una nota pintoresca, donde los conflictos sociales son negados o silenciados, fue la imagen de la historia que quiso implantar la dictadura y en base a la cual formar un clima conciliatorio de cara al presente y al futuro. Pero esa visión de la historia devino una pieza de museo, sólo apta para el consumo de turistas distraídos.
Inxilio y experimentación
A la salida de la dictadura retorna la sensación de desarraigo. En ese momento un grupo de artistas y escritores locales, entre los que se encontraban Horacio Faedo, Luis A Carro, Griselda Alberro, Daniel Barbeito y Fredy González, arman el equipo de trabajo literario 15 de Febrero de 1811. En 1985 sacan un libro, donde el desarraigo asume tonos irónicos y humorísticos, en oposición a la enunciación trágica que le había dado Klappenbach. En el prólogo, el escritor Gustavo Wojciechowski (Macachín) refiere: “Frente al bombardeo de superhombres individualistas que se debaten solitos contra sus superenemigos, los hijos de vecino proponen una respuesta humana: el trabajo grupal: se juntan, se amigan, se acompañan. […] Y esto sucede en Colonia, en esta ciudad sin identidad cultural o con la identidad trampeada; en esta ciudad que parecería que se mirara la cara en el espejismo de la televisión argentina: espejito, espejito, dime quién soy?”. De la mano de Faedo también vuelve la subversión murguera: “Pasaron 300 años / 300 años pasaron / y ahora no tengo / teja ni muro / donde dónde dormir. / Ay que yo vivía / en el Barrio Sur / en un conventillo / pintado de azul / que lo sostenían / a los murallones / grandes amores / en el sudor / de trabajadores. […] Que vivan los moralistas / también los escribidores / que vivan los arquitectos / de mi vida destructores”. Desde lo popular, el humor y la experimentación literaria, se volvió sobre la idea y la imagen del desarraigo.
Colonia del Sacramento, cada vez más cosmopolita, iba perdiendo una identidad que, al parecer, nunca tuvo. Siempre fue insular, viviendo al margen y descentrada, vislumbrando pasados y futuros que eran extraños objetos de museo o carteles y etiquetas para consumos próximos y lejanos.