Es frecuente que perros y gatos se comporten de manera distinta frente a determinados estímulos ambientales o incluso con diferentes personas de su entorno. Las razones pueden ser múltiples, desde malas experiencias con un estímulo en particular hasta una insuficiente sociabilización de la mascota en el momento correcto. En los perros este período se inicia a las tres semanas de vida y culmina a las 12; en los gatos va desde las tres hasta las nueve semanas.
Tanto cachorritos como gatitos no han desarrollado aún el miedo como tal en ese período. Por ende, explorar y recibir información del entorno comandan su comportamiento. Pasada esta etapa, la exploración sigue pero con el freno de mano incorporado (léase miedo), dando como resultado un limitado descubrimiento de lo novedoso.
En términos generales, el cerebro y sus conexiones neuronales están listos para recibir todo tipo de información, procesarla y elaborar respuestas adecuadas. Si hacemos un paralelismo con una ciudad y su conducta vial, vemos que en las zonas con mayor tráfico se construyen calles anchas con el fin de que los vehículos fluyan correctamente. En el cerebro ocurre lo mismo: si los estímulos son pocos, se trazarán rutas neuronales que se adecuen a ellos en detrimento de lo nuevo. En otras palabras, no van a estar preparadas para asimilar lo desconocido o poco habitual, ya que no fueron estimuladas en el momento adecuado. Es el caso de los gatos criados en galpones con líneas verticales, que cuando salen a la calle se caen.
Importancia
Es la etapa más relevante en la vida de un perro o gato, ya que de no ocurrir una buena sociabilización con su especie, humanos, ruidos y objetos, mermará la capacidad del animal para habituarse a ellos más adelante. Sin ir más lejos, los cachorros separados de la madre a muy temprana edad y que durante este período no se vincularon con ningún ejemplar de su especie, seguramente en el futuro serán temerosos o agresivos con otros perros.
Otro ejemplo son los niños. Parece que mucha de la información que los animales procesan tiene que ver con estímulos visuales. Resulta obvio que un niño tiene un aspecto y un sonido muy distinto a los adultos, por lo tanto no es de extrañar que un perro que no conoció niños en esta etapa, de grande sienta temor por ellos.
No es importante la cantidad de exposiciones que un cachorro o gatito tenga frente a los estímulos; lo que pesa es la calidad del encuentro. Si es bueno –esto sería un momento grato o beneficioso–, el animal se habituará. De lo contrario, se sensibilizará y el resultado puede verse en la adultez con manifestaciones agresivas, ansiosas o de miedo.
Qué hacer
Cuando adoptamos un cachorro (aproximadamente a los 45 días) estamos casi en la mitad del período de sociabilización. A esa edad ya tuvo contacto con sus hermanos y con su madre, es decir que ha aprendido la relación y los códigos de su especie. Es momento, entonces, de que se enfrente a los estímulos que serán moneda corriente a lo largo de su vida. Luego de asesorarnos con el veterinario sobre aspectos sanitarios, nutricionales y demás asuntos, podemos comenzar en nuestra casa a sociabilizar al nuevo integrante.
Las presentaciones del perro o el gato a los demás moradores de la casa, sean estos personas u otras mascotas, deberán ser graduales, en lapsos cortos y siempre controlables, de forma de asegurarnos de que sean positivas para el recién llegado. Si existen niños, la relación debe darse de a poco, con cierto orden. El cachorro necesita descanso, alimentación y momentos lúdicos, pero estos no se corresponden con los tiempos ni con la energía de un niño. En caso de no tener niños en la casa, es bueno recurrir a amigos, familiares o centros didácticos para que se vinculen con ellos.
Con el tiempo se lo puede exponer a distintos estímulos, como gorros, paraguas, sillas, coches de bebé, aspiradoras. Se pueden simular ruidos intensos rompiendo globos, primero a distancias moderadas y luego más cerca, relacionando los eventos con un beneficio para el animal. Así, quizá más adelante los petardos de las fiestas no sean un suplicio para ellos.
Qué pasa con las vacunas
En este período los animales son susceptibles a distintas enfermedades infecciosas, pero esto no debería ser una limitación a la hora de sociabilizar, ya que de seguir estrictamente las fechas de vacunación, el cachorro o gatito podría salir de casa recién a los tres o cuatro meses, cuando el momento indicado ya pasó.
Asesorarnos con nuestro veterinario sobre los cuidados requeridos, las vías de transmisión y los lugares potencialmente peligrosos es una buena idea para disminuir las probabilidades de contagio. Subirse al auto, escuchar el ruido del motor, dar un paseo, ir a la feria en brazos por tramos cortos ayudarán a su mascota a entender de a poco el mundo que deberá enfrentar.
Rozarle las manos, orejas, ojos, relacionando siempre la acción con alimentos ricos, por ejemplo, ayudará a que de adulto no sea un problema tocarle esas zonas, a las que muchas veces es imposible acceder cuando son grandes, limitando una buena exploración profesional en el caso de algún problema.