Si uno piensa en la raza caniche, sin estigmatizar a nadie, muchas veces imagina a personas de la tercera edad, en un apartamento y con un cusco faldero. Pero el caniche (nombre en francés), poodle (en inglés) o pudel (en alemán) hace tiempo que camina junto a los humanos. Si bien se la considera una raza vinculada a lo familiar, en su origen estuvo pura y exclusivamente abocada a recoger las presas que caían al suelo o el agua como producto de la caza humana.
Como Gardel, el caniche tiene doble o triple nacionalidad: Francia, Alemania y Rusia se pelean por esa cucarda y, si bien cada uno maneja su teoría, ninguno logra ser contundente. Sin precisar el lugar exacto de origen, algunos historiadores lo ubican en el siglo I (existen pinturas de perros similares al caniche en tumbas romanas del año 30 a. C.) y se cree que desciende del barbet, perro de aguas proveniente del norte de África, donde aún hoy acompaña a los pueblos bereberes y es utilizado para la caza y como guardia. Esta cosa de los romanos de ir conquistando todo lo que estuviera a su alcance hizo que la raza llegara a Europa tempranamente. Tras cruzarla con perros españoles y el perro de aguas portugués, terminaron dando con la nomenclatura necesaria para crear el caniche que conocemos.
Ya establecido en Europa, cada país le fue quitando y sumando características para afinar un poco más el molde final. En Alemania fueron designados pudel, que significa “salpicar en el agua”. Tenían huesos fuertes y eran criados para recuperar presas del agua, por ejemplo, patos. El ruso era más alto y refinado que el alemán y su función era servir como perro de compañía, mientras que los franceses apuntaron a lo estético. Su capa rizada y lanosa era ideal para crear estilos de cortes y peinados, y su modificación también apuntó a hacer de él un animal de compañía más que de trabajo.
Esta última característica hizo que el caniche dejara de ser un animal útil para cazar y que se fuera aburguesando un poco. En el Renacimiento llegó a ser la mascota oficial de la aristocracia francesa primero, y luego de toda Europa. Fueron tan populares que Francisco de Goya los representaba bastante seguido en sus pinturas. Es más, el propio Luis XVI, rey de Francia, contrató al pintor para que hiciera un retrato del caniche de María Antonieta, su esposa.
Tras la Revolución francesa, aquellos perros que se exhibían en salones con joyas y moños, que realizaban piruetas que más adelante los llevaron a conseguir changas en los circos, lograron insertarse en la población ya que, a esa altura del partido, la raza se había distribuido por toda Europa y más adelante, en América del Norte.
El origen de su particular corte de pelo tiene un sustento práctico. Los dueños de los canes del Medioevo los utilizaban para recuperar presas de donde fuera, incluso del agua, pero su pelaje significaba un problema. Cuando se sumergían, el peso del pelo mojado hacía que muchos no sólo no lograran el objetivo, sino que se ahogaran. La solución vino por el lado más simple: el pelo de la cara, de las patas, de los cuartos traseros y de la cola fue removido para dejar únicamente pelaje en el pecho, el lomo y el flanco que cubría los pulmones y los riñones de las aguas heladas. Los cortes en los cuartos tenían como fin facilitar la natación del animal, y, aunque suene curioso, dejarle un pompón en la cola buscaba hacer visible al perro desde la orilla.
Estrella de circo
Entre los siglos XVI y XVIII a los criadores se les dio por cruzar a los caniches más chicos entre sí –los originales, que medían entre 45 y 60 centímetros de altura desde la cruz, es decir el punto más alto del omóplato–, con el fin de lograr perros de una talla menor, hoy conocidos como caniches miniatura. Esta particularidad los arrimó a la moda del momento: los circos. Pequeños para ser transportados entre ciudades, económicos, ágiles y obedientes, forjaron un currículum excelente para los dueños de los circos, y así se pasearon por el mundo por aproximadamente 300 años.
La Federación Cinológica Internacional reconoce cuatro variedades de caniche: los gigantes (entre 45 y 65 centímetros), medianos (entre 36 y 44 centímetros), enanos (entre 28 y 35 centímetros) y toy (menos de 28 centímetros). En promedio esta raza puede vivir entre 12 y 15 años.
Si bien existe una variedad gigante, la mayoría de los que hoy tenemos en Uruguay son medianos o enanos; como raza chica, no necesitan los espacios o paseos de una grande. Igualmente, los estímulos tanto físicos como cognitivos deben ser frecuentes, ya que tienden a aburrirse fácilmente, apareciendo ladridos (propio de razas pequeñas) o conductas destructivas frecuentemente.
Esta raza no renueva su pelaje, o sea, nunca pierde pelo. Por un lado, los sillones, las alfombras y los pisos agradecen; por otro, si no se hacen recortes en determinadas zonas, pueden aparecer problemas de visión, oído, boca y a la hora de orinar y defecar.