Cómo opera internet, cuál es el impacto en las personas racializadas, qué tienen que ver las redes sociales y cómo usarlas a favor son algunas de las cuestiones que el colectivo argentino Identidad Marrón (IM) tratará en una serie de talleres que dictará a partir de esta semana en Montevideo. “¿Cómo vivir y sobrevivir en las redes sociales desde el sur global?” es el título de estas instancias formativas que organiza el Centro Cultural de España dentro del Festival de Arte, Pensamiento y Tecnología. IM nació como “una propuesta para hablar de racismo estructural” y el vínculo con la tecnología es una herramienta a revisar, especialmente en un mundo pandémico que alteró hasta el modo de hacer activismo, como cuenta el abogado y consultor en derechos humanos Alejandro Mamani, integrante de esta agrupación que fundó junto a América López y Abril Caríssimo.
Funcionan con una estructura de departamentos según intereses y experticias: jóvenes, audiovisual, derecho (indígena, medioambiental), feminismos, arte. En esta última línea fueron curadores de la muestra Qué necesitan aprender los museos, que se desarrolló de diciembre a marzo en el Palais de Glace, de Buenos Aires, donde fomentaron instancias de visibilización y fungieron como guías antirracistas. “Nuestra comunidad tiene todo un tema con los museos –subraya Mamani–, en especial los de Reino Unido, que han sido bastante ladrones, no encuentro otra palabra, de piezas históricas o sagradas de otras partes del mundo. América no ha sido la excepción, cuando personas momificadas son expuestas como objetos”. Entre otros eventos, el colectivo organizó Octubre Marrón, en un intento por invertir el signo de un mes marcado por la conquista: “Entendemos el museo como un lugar de legitimación y de belleza, y nos parece un campo a poner en debate. Somos generadores de conocimiento, somos parte de ello, e incluso las horas de visita se tornan expulsivas para las personas de clase popular. Estuvimos en varios museos y hemos sido seleccionados como finalistas por el Salón Nacional de las Artes por una obra denominada Derecho a desear”.
¿A quiénes comprende Identidad Marrón?
Tenemos más de siete años en el activismo local. Incluso formamos parte, en su momento, de la comisión organizadora de la marcha nacional del orgullo LGTBI para hablar sobre racismo y comunidad LGBTI; así también IM está compuesta por personas hijos e hijas de la inmigración internacional y de la migración interna, o nacidos en capital federal. El punto central fue hablar básicamente de las personas de ascendencia indígena pero sin esta necesidad identitaria que muchas veces se exige. Muchos estamos conectados con nuestras raíces ancestrales, otros no, y eso no está mal. De hecho, entendemos que Identidad Marrón es parte de un proceso de poder hablar en forma rápida sobre el tema del racismo estructural en el caso argentino.
¿Incluye a los afrodescendientes?
En Argentina es muy común hablar de negro de mierda o negro, es un calificativo que nos ha tocado en algún momento de la vida a todos nosotros en el colectivo, pero más allá de la agresión, que es clara, siempre estuvo en cuestión que no somos afrodescendientes. Y si bien tenemos ascendencia indígena, el tema de intelectualizar esa ascendencia, ponerse en contacto nuevamente con ello, es un proceso al que a muchas personas como nosotros –provenientes de la clase popular, porque la ascendencia indígena ha sido orillada a la pobreza y muchas veces estancada ahí– nos es muy difícil en términos identitarios. Por eso IM nace valorando claramente el activismo indígena en toda Latinoamérica pero trabajamos de forma inmediata el racismo estructural con las personas marrones. Justamente es el punto en cuestión en el caso argentino, que tiene unas particularidades respecto a otros países, en cuanto a lenguaje y a conformación étnica. Si bien desde los progresismos se intenta hablar de antirracismo y pensar que está limitado solamente a la población afrodescendiente, no es el caso claramente de América, que estaba habitada por muchas personas. Por más que los descendientes de estas naciones estén desperdigados por todo el continente y muchas veces sin identificación en un colectivo étnico, no por ello no existimos. Identidad Marrón nace para ponerle un nombre a nuestra situación: en muchos países nos llaman canela, color tierra, color puerta, café, prieto en México, landino en Guatemala, pardos en el contexto brasileño (donde lo que no es indígena pero no es blanco y no es afro, qué es), o morochos en el caso argentino. Y digo yo: no soy morocho.
Pero la concientización antirracista desborda a otros colectivos, seguramente.
Nosotros trabajamos el racismo como tratamiento diferenciado desde el Estado, desde las instituciones, el acceso a la justicia, a la educación, a la salud, y claramente es expansible a cualquier otra condición o a cualquier ascendencia étnica. Sucede también con las comunidades asiáticas, con las afrodescendientes, con las comunidades de Medio Oriente. Si bien nuestra perspectiva es universal en lucha contra eso mismo, hacemos foco en las particularidades de las personas de ascendencia indígena. La cultura ha sido totalmente avasallada, las lenguas, y en Argentina esta población es gigante pero no se autopercibe como tal. Salta, Jujuy, Formosa, el norte, el litoral argentino tienen gran cantidad de fenotipo de ascendencia indígena, pero es complejo identificarse. Ha sido complejo este tema del mestizaje y este juego del crisol de razas cuando en realidad existen personas que son tratadas en forma diferente. En particular, los estigmas que refieren a las personas de esta ascendencia, como el apellido, el cabello, el color de piel, los rasgos faciales, que muchas veces terminan delimitando qué es un factor de belleza y qué no, el ingreso a un trabajo, la posibilidad de alquilar un apartamento, de acceder a un ascenso, sin hablar del poco planteamiento sobre racismo hecho en el sistema judicial.
En Argentina la mayoría de los jueces son personas blancas, por no decir casi todos, y en la Corte Suprema hubo excepcionalmente tres mujeres, también personas blancas. Es como si se hubiese hecho un borrón y fuese un país al que llegaron únicamente en los barcos. Entendemos que esto refiere a un contexto histórico, porque ha llegado migración voluntaria, después de la primera y la segunda guerra mundial; entendemos que hubo una trata de esclavos transatlántica, pero también estuvo la conquista y el genocidio indígena. Reitero, uno de los problemas de Argentina y el resto de América es pensar el racismo como una cuestión binaria, de blanco o afrodescendiente. Desde ese lugar empezamos a trabajar, a decir América estaba ocupada por naciones preexistentes, que muchas veces son llevadas a la performatividad para poder tener una voz en organismos internacionales. Tratamos de revalorizar cuestiones ligadas a lo ancestral pero trayéndolas al presente, como imágenes, lecturas, ciencia, arte, que forman parte de este bagaje pero ha trascendido el tiempo.
En el anonimato de las redes, en esa supuesta igualdad, ¿cómo se hace frente a la agresión? ¿No es como dar golpes al vacío?
Es complejo el mundo virtual. Quizás es una extensión del mundo real, lo cual es bastante cierto. Es una forma de subsistencia actualmente, justamente por el confinamiento que planteó la covid-19 en este nuevo tiempo. El problema con el mundo virtual es que tiene como regla la neutralidad de la red, el principio que dice que todos estamos en igualdad de condiciones para acceder a internet, como si fuese en teoría un papel en blanco. Claramente luego aparecen los intermediarios, los términos y condiciones de las empresas. Hay que entender que las redes sociales son monopolios, por lo general de Facebook Inc., uno de los más grandes, donde están integrados Instagram y Twitter, y después tenemos la dinámica de Tik Tok, o Linkedin, o Pinterest. Cada uno de esos universos plantea reglas del juego que muchas veces no son tan equitativas e igualitarias como se dice en un principio.
Una de esas cuestiones a trabajar en los talleres es por ejemplo el tema de los algoritmos, que se dicen neutrales pero están embebidos de información, por lo general de personas cis, blancas, heterosexuales, entendiendo que la malicia o la acción de discriminar no está de forma expresa. Sí entendemos que muchas veces por inercia o por el statu quo del cual provienen estos sectores los algoritmos terminan siendo racistas. No solamente ellos; existen otras dinámicas, como que gran parte de las personas racializadas en Latinoamérica se “blanquean” usando filtros de aplicaciones. También es una cuestión a debatir: la tecnología es neutra en cuanto a técnica pero no lo es en cuanto a aplicación, como el reconocimiento facial. Naciones Unidas tiene recomendaciones respecto al uso de esa tecnología y el impacto diferenciado en comunidades racializadas; esto también aplica al discurso de odio en las redes sociales, el racismo en internet. No son las mismas reglas del mundo real, nos parece necesario marcarlo.
El derecho tiene que tener mucho cuidado a la hora de aplicarse a las redes sociales. Pero tenemos que entender que los intermediarios no son neutros, que las empresas tienen responsabilidad. Que Facebook, Linkedin, Youtube, Google tienen responsabilidad por los productos y los discursos que son permitidos en estos contextos, así como las políticas de inclusión dentro de las corporaciones deben tener un foco mínimo en torno al impacto del racismo, entendiendo el racismo no como una cuestión global, sino como una cuestión particular en cada contexto. Si bien podemos aplicar eslóganes de Black Lives Matters en Nike, nos parece totalmente nefasto que, por ejemplo, después de descubrirse los tuits racistas de múltiples jugadores de rugby argentino la Federación no haya sancionado al equipo y que empresas como Puma no hayan tomado cartas en el asunto.
Hay múltiples debates en cuanto a cómo funciona internet. Muchas veces es un lugar para hacer arte, donde se han eliminado los intermediarios del mundo real, para ir a otros lugares, y muchas veces la estructura jurídica es lo que va en contra de los artistas en algunos casos, como este tipo de collage o remix que utilizan obras antiguas que transforman en nuevas. Cómo la clase popular ha incurrido en el mundo de internet y cuáles han sido las afectaciones, cuál es la brecha digital que existe entre ellos, cuánto derecho hay a conectarse, la alfabetización digital, la protección de datos y múltiples factores. La perspectiva antirracista tiene que estar presente en la tecnología porque si bien es neutra, sus efectos sociales en estas comunidades no son inocentes, no son simples; claramente son diferenciados y el derecho internacional tiene un marco protector que las empresas deberían acatar.
Uno de los talleres pone el foco en los adolescentes. ¿Por qué?
Tenemos un departamento de jóvenes que viene trabajando el tema del racismo en la educación, en la sociedad, y tenemos un equipo que por la brecha generacional otros no podemos abarcar. Uno de los talleres trata la lógica de los memes: es necesario entenderla en vista de que los jóvenes manejan ese lenguaje, la magnitud, lo que implica. Hace un mes en un estado de México hubo un proyecto de ley para prohibir memes que se burlaran de un político, y eso es no entender el ecosistema de las redes sociales, desde un perfil un tanto inocente y desatendiendo otras voces. Por eso tratamos de hacer talleres específicos con población segmentada y organizamos debates, sobre libertad de expresión, censura y su relación con los memes, que han sido muy ricos. Son un factor clave de cambio y el debate tiene que estar sin ser tutores.