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Aurelio Enciso en el vivero Palán Palán.

Foto: Alessandro Maradei

Palán Palán, un “vivero de cercanía”, busca funcionar en sinergia con los vecinos de Ciudad Vieja

4 minutos de lectura
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Leído por Andrés Alba.
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Un vivero va creciendo en la esquina de Reconquista y Juan Carlos Gómez desde el 8 de marzo de 2021. El lugar, que perteneció a Manos del Uruguay, es propiedad de una particular a quien solían ofrecerle comprarlo para hacer un estacionamiento o para construir. El destino del terreno resultó totalmente distinto.

Palán palán es una planta nativa americana, pariente del tabaco, que con distinta morfología de acuerdo al espacio, surge en las grietas y en los escombros. Es muy fácil detectarla en la ciudad, ya que los gorriones dispersan sus semillas. El local, que lleva ese nombre, tiene una estructura hecha de materiales reciclados, que no se adivina de un vistazo, porque entre las estanterías que fueron partes de barcos coreanos o de una tintorería, por ejemplo, el verde lo toma todo. Cuando empieza la jornada, abren los portones y aprovechan para sacar plantas a la vereda. Menos los lunes, atienden todos los días desde las 11.00 y cierran cuando cae el sol, pero el fuerte son los fines de semana, porque el público se lo toma como un paseo que conjuga con un almuerzo en Ciudad Vieja o la visita a algún museo.

“Yo vivo en Pocitos e iba mucho a Ciudad Jardín, que después cerró. Un día viene Aurelio Enciso, uno de mis socios, de Suecia, que hace 30 años que trabaja en paisajismo. En una conversación de asado le comenté que no había un lugar así, con una propuesta interesante, en toda la costa hasta Carrasco. ‘Vamos a abrir un vivero, entonces’, me dice”, recuerda el fotógrafo Joaquín Escardó. Pasaron dos años hasta que dio con el terreno actual: “Yo había estado en una fiesta del bar Fénix ahí, y vi que tenía un cartel de ‘se alquila’”.

“Me encanta la Ciudad Vieja; es el lugar menos pensado para abrir un vivero”, le respondió Aurelio. “Es el lugar más árido, con más cemento, de la ciudad”, agrega Escardó, “con veredas angostas, casi sin árboles”.

Allí encontraron, para colmo, un mural enorme, ahora tapado por las enredaderas: “Lo hizo un chico argentino y es un homenaje a Zitarrosa. Es increíble porque hay toda una ciudad dibujada y en medio de ella crecen plantas... Arriba, encima, decía ‘hago falta’. Cerró todo y cuando le contamos la idea a la dueña del terreno, le encantó y se puso a disposición”, relata.

“Vas a ver que es un trabajo muy lindo, porque nadie entra a un vivero con cara larga”, le adelantó Aurelio. Luego se sumó un tercer socio, Rodolfo Magallanes, que se dedica a la jardinería.

Lo primero fue hacer una curaduría, determinar qué clase de plantas querían vender, y decidieron incluir un asesoramiento que tomara en cuenta dónde está la casa que recibirá a las plantas, qué orientación tiene y qué pretende el cliente. En ese diálogo van trazando el perfil del comercio. Por eso, no creen haber delineado un “vivero típico”, ya que buscan tener “rarezas” y tratan de educar para que el comprador no se lleve un ejemplar por antojo. “Todo el mundo se frustra porque pone la planta en un balcón o en una terraza y, claro, son muy inhóspitos los vientos en Ciudad Vieja y en el Centro, el frío en invierno. El foco está puesto en que se adapten al entorno, y también nos gustan mucho las plantas nativas, y tenemos una gran variedad, no sólo de frutos sino herbáceas”, comenta Escardó, que confiesa estar aprendiendo cada vez más sobre el tema.

Entre todos

“Tenemos una cantidad impresionante de especies por metro cuadrado”, observa Escardó, sin atinar a un número preciso; aparte tienen reservas guardadas en sus propias casas, ya que sumado a las que compran a productores –muchos son viveros familiares de las afueras de Montevideo y Canelones–, están las que propagan ellos. Buscar evitar mayormente traer plantas hechas, por ejemplo, en Brasil.

Sin embargo, las de interior, sobre todo las tropicales, provienen de otros países.
Tienen en carpeta encontrar a vecinos dispuestos a alojar y producir en sus azoteas o jardines plantas para el vivero. “Son plantas que estarían desde que nacen hasta que llegan al cliente final adaptadas, no son plantas que se sacan de un invernáculo, que después las ponen en un balcón y se estresan. Cuanto más cerca las tengamos, mejor para todo el mundo”, subraya. Lo mismo ocurre con la tierra: se preocupan por que no sea turba sacada de los bañados. En el mismo sentido va su trabajo con Compost Ciudadano para obtener el hummus y el compost. Por otro lado, ofrecen macetas de barro y de plástico reciclado, una vecina les hace los macramés para colgar plantas y otra más vende sus cerámicas allí.

Para el que recién se está familiarizando o no tiene mucho tiempo para dedicarles, las suculentas y las crasas tienen la particularidad de ser plantas que requieren menos cuidados, al ser más carnosas y no precisar tanto sol. Esas características las hacen muy vendibles. “Y están un poco de moda”, apunta Escardó, “igual que los filodendros, como el esqueleto de caballo o la espada de San Jorge. Son muy bellas, de hojas grandes y muy resistentes”.

De manera que la demanda tiene que ver con la practicidad, pero igualmente venden de todo. “Entra la persona que viene porque vio algo en Instagram y le gustó esa estética, pero también está el vecino que sabe muchísimo y viene pidiendo una en concreto, o el que levanta una planta para su casa de afuera. Estamos tratando de sacar patrones, pero es bastante difícil”, comenta.

“Nos dimos cuenta de que realmente hacía falta”, dice Escardó, consciente de que la pandemia reforzó la atención en el verde que nos rodea. En el fondo dispusieron un invernáculo en el que colocan las plantas que necesitan más calor o que necesariamente deban protegerse de las lluvias fuertes o persistentes, en tanto adelante el local cuenta con otra parte techada, donde se puede escoger entre distintos ejemplares de interior. Pero la idea es ir ganando espacio en altura a medida que sumen elementos.

Al mismo tiempo que se instalaban y ganaban confianza fueron rescatando la placita lindera, que encuentran como un buen remanso barrial. “Era un rinconcito que estaba bastante abandonado; no tenía ni luz. Empezamos a articular eso con la Intendencia, con UTE, lo limpiamos, le plantamos los canteros, ahora hay un amaranto en flor, y barremos todas las mañanas. Pero vamos llevando plantas del vivero y podés encontrarte una lechuga, una santa rita, una yerba gatera. Creo que la plaza está preciosa y cada vez la respetan más”, cuenta, mientras apuntan a que se consigan las habilitaciones para que locales gastronómicos de esas cuadras puedan llevar mesas y generar una pequeña movida.

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