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Plaza Primero de Mayo.

Foto: Martín Varela Umpiérrez

Aguada: un barrio marcado por los pozos de agua que contribuyó al desarrollo industrial de la ciudad

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Las fuentes de agua subterránea sirvieron para alimentar el desarrollo y crecimiento de la ciudad y dieron nombre a este barrio que se transformó en una zona clave en la historia de Montevideo.

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El barrio de la Aguada tiene una rica historia que se remonta a los orígenes de la ciudad y toma su nombre de los pozos de agua que abastecían a los pobladores de la época. Desde sus inicios ha sido un crisol de identidades que ayudó a la expansión y al desarrollo de Montevideo.

La zona fue identificada desde el comienzo por sus fuentes de agua, como la Fuente de las Canarias y los Pozos del Rey, en especial por el pozo Los Manantiales, que alimentaba a este amplio sector de la ciudad donde se desarrolló un activo comercio y se asentaron familias de diversas nacionalidades, mayoritariamente españolas e italianas, que contribuyeron a crear una atmósfera de solidaridad y trabajo que ha marcado la identidad de varias generaciones.

“Las fuentes de agua sirvieron para alimentar el comercio a través de los llamados aguateros que cargaban un caballo con toneles o traían agua en carretas. Los primeros pobladores del barrio fueron instalándose a partir de 1750. Actualmente estos arroyos se ubican de forma subterránea, fueron desviados o desaparecieron por el propio crecimiento de la ciudad y por la urbanización”, explicó a la diaria Joaquina González, una de las estudiantes de Historia que trabajaron con los vecinos y vecinas en reconstruir la memoria del barrio en el marco del proyecto “Cuenta la ciudad desde tu barrio”, que se lleva adelante en conmemoración de los 300 años de Montevideo.

“Aprovechando la cantidad de aguas subterráneas y de arroyos que había en esa zona fue que empezaron a surgir las fuentes y los pozos del territorio de lo que es la Aguada. Se empezó a conocer justamente con ese nombre porque la gente iba a recolectar agua a esas zonas”, agregó la estudiante.

Debido a la “gran riqueza en agua subterránea” que tiene el barrio, muchas construcciones que se realizan actualmente se demoran porque empieza a manar agua, lo que entorpece los procesos de construcción.

“Aguada es una zona muy plana y se ubica a nivel del mar, por lo que es propensa a las inundaciones. Los vecinos recuerdan varias de ellas a lo largo de la historia. A medida que Montevideo fue creciendo y se fue poblando, Aguada se convirtió en uno de los centros más importantes de la ciudad extramuros”, reflexionó.

Un vecino con historia

“Una de las cosas que más identifica el barrio es, sin duda, su nombre, tomado de una de sus características principales: los pozos de agua”, cuenta a la diaria Ruben Valverde, uno de los vecinos compenetrados con la historia y la cultura de Aguada.

Tomillo Valverde, como lo conocen en el barrio, ha sido testigo del crecimiento de Aguada desde su nacimiento en 1950. Su arraigo se remonta a sus abuelos, inmigrantes españoles que adquirieron la casa familiar en 1930.

Su vida estuvo marcada por esta característica que hacía especial al barrio. “En mi casa había un pozo de agua. Mi abuelo la compró con un vecino español y otras familias que vivían en la calle Galicia, en los conventillos. El terreno era un galpón de los viejos y lo dividieron en partes. En el medio estaba el aljibe, que eran pozos de agua. Con los años, mi abuelo lo tapó para hacer los saneamientos”, comentó.

Valverde también recordó el cine, un lugar que fue clave en el barrio.

“Con dos amigos más, ya fallecidos, éramos los porteros, limpiábamos el cine con 13, 14 años. Los fines de semana se llenaba, los sábados y domingos era impresionante. Todo el barrio disfrutaba. Había como 700 butacas o algo así. Se llenaba tanto que los domingos salíamos a buscar sillas para agregar una hilera más”, comentó.

“El barrio estaba completo con el cine, el gimnasio. También había una cancha de básquetbol arriba. Había como cuatro panaderías, farmacias y teníamos un tambo por la calle Nueva York”, recordó.

“En el barrio vivían italianos y gallegos. Todas casas chicas, que en ese tiempo nosotros les llamábamos conventillos. Eran casas de alquiler, en las que de pronto vivían tres o cuatro personas en una pieza, pero toda gente honesta, laburadora. Tenías que ver a la gente de rodillas, lavando con cepillos los pisos, a los botijas los mandaban a la escuela con las túnicas almidonadas. Nadie tenía televisor, heladera ni cocina. El que tenía cocina en el barrio era rico”.

Por último, Valverde recordó la importancia de la panadería La Maja, que llegó a tener cerca de 100 años. “Me dan ganas de llorar cada vez que paso y veo el local donde funcionaba. Cuando yo tenía ocho o nueve años, había un panadero que no cobraba por cocinar los lechones ni las pizzas para las fiestas. Imaginate lo que era ser solidario en aquella época. Él decía que no les cobraba porque vivía todo el año del vecino. ‘¿Cómo le iba a cobrar para calentarles un asado si vivo todo el año de ellos?’, decía. Son gestos que no se ven ahora”, afirmó.

Esquina de la Diagonal Agraciada (posteriormente avenida del Libertador Brigadier General Lavalleja) y la calle Ramón Escobar. A la izquierda: Iglesia de la Aguada.

Foto: Intendencia de Montevideo, CDF

Patrimonio arquitectónico

Aguada se caracteriza por su patrimonio arquitectónico, desde los antiguos conventillos hasta las fábricas y panaderías históricas. La preservación de estos edificios y lugares emblemáticos resulta crucial para mantener viva la memoria colectiva del barrio.

Esa riqueza arquitectónica sigue viva en la actualidad: el barrio es sede del Palacio Legislativo y de varias facultades de la Universidad de la República que le aportan una dinámica social joven que se mezcla con sitios históricos convertidos en auténticos hitos de la antigua ciudad.

En los últimos años el barrio se modernizó con la construcción de nuevos edificios de apartamentos que le dieron una renovada fisonomía. “Antiguamente, las casas eran altas y con sótano. Cuando empezaron a sacar los sótanos y a escarbar, se encontraron con una tapa antigua, y cuando la destaparon vieron que corría agua. Los arquitectos me vinieron a buscar para preguntarme si cuando llovía se inundaba, y yo les dije que no lo taparan de ninguna forma, porque si cortaba el pase del agua iba a perjudicar a los apartamentos anteriores. Que nadie lo tapaba, que eso lo canalizaban con caño. Me hicieron caso y lo pusieron sensacional”, agregó Valverde.

Otro de los vecinos con larga historia en el barrio fue entrevistado por Emanuel Andriulis, estudiante de Letras.

“Se trata de un vecino que actualmente tiene 80 años y nos mostró la casa donde nació y vivió toda su vida. Nos contó que trabajó a los 15 años en Casa Soler, uno de los comercios más destacados de la zona, y que durante su infancia jugaban en la calle con pequeños autos de madera que construía con sus amigos y los fines de semana jugaban al fútbol en un terreno donde actualmente hay una plaza frente al Palacio Legislativo, que en esa época era un vecindario de viviendas humildes”, explicó. Recordó también que era un barrio con mucha gente, con muchos niños y mujeres que en los tiempos más duros de la dictadura vivieron la represión de los militares.

“Tenías que ver a la gente de rodillas, lavando con cepillos los pisos, a los botijas los mandaban a la escuela con las túnicas almidonadas. Nadie tenía televisor, heladera ni cocina. El que tenía cocina en el barrio era rico”. Ruben Valverde, vecino de Aguada.

Lugares emblemáticos

A lo largo de los años, Aguada ha experimentado cambios significativos, tanto en su paisaje urbano como en su estructura social. La desaparición de fábricas y comercios tradicionales ha dejado una marca en la comunidad, aunque la memoria de estos lugares perdura en la conciencia colectiva de los residentes más antiguos.

La gente del barrio mayormente trabajaba en barracas de lana, en el puerto, en El Autogiro, enfocado en las mudanzas.

Como parte de los comercios más tradicionales que quedaron en el recuerdo de los vecinos, González destacó el Molino Podestá, las tiendas Soler, Introzzi, así como los tambos y luego, con la evolución del barrio, las industrias y barracas.

“Como había muchos depósitos en el barrio, había muchas ratas, por lo que algunos dueños de barracas traían hurones para controlar un poco a la población de ratas que proliferan en la zona, lo que le dio otra característica singular al vecindario”, afirmó.

Otro lugar de referencia es la Capilla de la Aguada –hoy Basílica de Nuestra Señora del Carmen–, el ya nombrado Palacio Legislativo, que fue inaugurado en 1925, y el Mercado Agrícola, inaugurado en 1910 y declarado Monumento Histórico Nacional en 1999.

El mercado estuvo semiabandonado durante varios años hasta que finalmente la Intendencia de Montevideo lo restauró e inauguró en 2013, lo que reflotó la zona y le dio un singular atractivo en la actualidad.

Cerveza y alpargatas

La estudiante recordó también que Aguada terminó convirtiéndose en una sede de la cerveza nacional por la instalación de varias industrias en la zona.

“En el barrio también surgió la fábrica de alpargatas. A fines del siglo XIX, las alpargatas se popularizaron en Uruguay. Ello provocó que el 7 de febrero de 1890 se creara y comenzara sus actividades la fábrica uruguaya de alpargatas, que fue una gran fuente de trabajo para cientos de personas. Después produjo otro tipo de calzados, textiles, ropa, jeans. Sin embargo, a pesar de sus intentos de mantenerse relevante y de renovarse, terminó cerrando en 1996, lo que dejó muchos obreros sin trabajo”, agregó.

Actualmente, el edificio de la antigua fábrica de alpargatas tiene dos funciones: parte se transformó en un complejo de apartamentos, mientras que el resto aloja instalaciones de las facultades de Química y Medicina.

“Hoy en día es un lugar de educación y también un centro donde muchos estudiantes pueden ir a relajarse, a comer. Pero la memoria de la fábrica de alpargatas persiste entre los vecinos, especialmente los más grandes que la vieron abierta”, explicó.

Tradición educativa

El barrio tiene una “fuerte tradición educativa”; en la zona se encuentran colegios, escuelas y liceos que son “históricos”, afirmó la estudiante.

“Uno de ellos es el Colegio y Liceo Sagrada Familia, que por suerte tuvimos en los talleres la presencia de su director. El Colegio fue fundado en 1889 por miembros de la congregación de hermanos de la Sagrada Familia provenientes de Francia. [...] El Colegio de la Sagrada Familia empezó siendo un colegio exclusivamente de varones, pero la totalidad de sus cursos se volvieron mixtos en 1976. Aunque el proceso de empezar a integrar, de dejar de ser un colegio exclusivamente para varones y empezar a integrar alumnas empezó en 1967, especialmente con el curso comercial que ofrecía la institución, donde se preparaba a los jóvenes para obtener trabajo”, agregó.

También señaló al Colegio Nuestra Señora del Carmen, fundado en 1928, el Colegio y Liceo Inmaculada Concepción, el Instituto de Profesores Artigas y varias escuelas y liceos públicos.

“Un barrio de paso”

Con respecto a la situación actual de Aguada, González señaló que los vecinos manifiestan que es un “barrio de paso”, porque hay muchos negocios, gente que estudia y trabaja en el lugar, lo que hace que muchos “entren y salgan de la zona”.

“Es un barrio que si bien capaz que puede estar medio escondido, tiene una valiosa identidad barrial, especialmente entre los vecinos más antiguos; tal vez no es tan visible como ocurre en otros barrios pero está ahí, basta con ponerse a hablar con los vecinos y te das cuenta de que hay un gran sentido de pertenencia”, reflexionó.

Como conclusión de los talleres, los vecinos y vecinas que aportaron sus vivencias en este recorrido por la historia de Aguada plantearon la posibilidad de la creación de una revista electrónica o impresa para rescatar y difundir la memoria histórica y cultural del barrio. De esta manera, a través de la recopilación de testimonios, anécdotas y datos históricos, se pretende poner de relieve la identidad única y el sentido de pertenencia de este querido barrio montevideano donde nació el famoso escritor Florencio Sánchez y donde vivió Gerardo Matos Rodríguez, autor de “La Cumparsita”, entre otros uruguayos célebres.

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