Las empresas que están detrás de las redes sociales “han reconfigurado la infancia y el desarrollo humano a una escala casi inimaginable” y son escasos los límites legales que se les impusieron. El período más intenso de este cambio ocurrió entre 2010 y 2015, asegura Jonathan Haidt (Nueva York, 1963), un psicólogo social que identifica como el caldo de cultivo “el auge del temor y la sobreprotección en la educación de los hijos en la década de 1980”, una tendencia a tenerlos en casa, supuestamente a resguardo, que “continúa a través de la pandemia de covid-19 hasta el momento actual”.
En La generación ansiosa (Planeta, 2024) este docente no duda en establecer paralelismos con las estrategias de las tabacaleras para diseñar productos adictivos que eluden los controles y atrapan a los consumidores de menor edad. Si bien reconoce que las redes sociales sí presentan un costado valioso, cuando se utilizan con moderación, advierte el riesgo de que su acceso quede librado a la decisión de las nuevas generaciones. Junto a la adicción, se detecta privación social, falta de sueño y fragmentación de la atención, indicios que no sólo se correlacionan con las enfermedades mentales, sino que las causan, escribe Haidt.
El autor dice que su nuevo libro apunta a “recuperar la vida humana” y la libertad. Para eso propone cuatro reformas innegociables: nada de teléfonos inteligentes antes de los 14 años ni de redes sociales antes de los 16, y, por supuesto, erradicar los dispositivos móviles de los colegios. De esos temas que posicionaron su más reciente ensayo como un bestseller de The New York Times conversó telefónicamente con la diaria.
¿Es correcto resumir su investigación como una defensa del valor del juego y el tiempo que pasamos en espacios naturales en tanto antídotos contra el uso abusivo de las pantallas?
Es así. En la infancia es muy importante el juego. Los niños necesitan millones de interacciones cara a cara, y a partir del uso de los teléfonos han perdido la base del juego. Esto ocurrió de manera bastante repentina a partir de 2010. Cuando hablamos de los millennials, que es la generación que nació entre 1981 y 1995, si bien crecieron con internet y con el uso de teléfonos celulares, estos teléfonos eran bastante básicos, no tenían muchas funcionalidades. Podemos decir que entonces la salud mental de esta generación estaba bien. Ahora, aquellos que nacieron después de 1995, que ya comenzaron a usar los teléfonos inteligentes, que empezaron a utilizar redes sociales en esos teléfonos, también con el uso de internet de alta velocidad, atravesaron sus años de pubertad con el uso de esta tecnología, y con el uso del teléfono, ya comenzaron a ver afectada su salud mental.
Usted denomina una “gran reconfiguración”, que ocurrió en muy poco tiempo, y propone que se implementen medidas para revertirla. ¿Cuánto tiempo tomaría? ¿Qué esperanza deposita en la posibilidad de compensar ese daño y retomar la curva de aprendizaje?
El cambio está sucediendo realmente muy rápido. Estimo que necesitamos unos dos o tres años para que los teléfonos realmente puedan quedar fuera de los centros de estudio. También tenemos que cambiar los hábitos o la costumbre en el uso de los teléfonos inteligentes o que los jóvenes tengan acceso a estos. De hecho, en 2024, en el mundo, pero particularmente en Estados Unidos, se han anunciado medidas del gobierno: los teléfonos van a quedar prohibidos durante el horario escolar en los institutos, así que si estas medidas se implementan, el cambio podría ser muy rápido. En un año podríamos ver que los teléfonos ya no están presentes en las escuelas.
Hubo un movimiento durante la Revolución Industrial, los luditas, que resistían el cambio y destruían las máquinas. Más allá de la adicción a los dispositivos electrónicos, ¿existe desde los propios adolescentes o desde la generación Z algún movimiento que se niegue a la utilización de dispositivos o de las redes sociales?
Hay muchos movimientos liderados por la generación Z que abogan por un uso menos prevalente de las redes y por un mayor número de interacciones en la vida real. Déjeme sugerir otra analogía: en lugar de la destrucción de máquinas, yo pensaría en cuando se presentó por primera vez el automóvil. Cuando se introdujeron los autos no tenían ningún tipo de seguridad, no había restricción ni límites a la conducción. La condicionante era si se continuaba manejando o no, porque era algo muy útil, pero al mismo tiempo peligroso, por eso es que no permitiríamos que un niño de nueve años manejara. Ahora, como esto es algo que resultó sumamente útil, también se fueron implementando distintas medidas de seguridad. El mismo tipo de actitud tendríamos que tener con el uso de las redes sociales y los teléfonos: tener más control, tener más restricciones y más medidas de seguridad, sobre todo cuando implique el uso de parte de los niños y los jóvenes.
¿Considera que hay alguna red social que sea más nociva que otra? Y ya que el ensayo refiere a un sesgo de género, ¿podría ahondar en cómo afecta más a las chicas que a los varones?
Sí, diría que una de las peores en términos de género es Instagram, porque en Instagram básicamente uno está comparándose todo el tiempo. Está comparando las fotos de los rostros, de los cuerpos, de la vida de los otros con la propia, y esta plataforma en particular causa mayor efecto o es mucho más nociva para las niñas y jóvenes que para los varones. Y diría que la peor plataforma de todas en este momento es Tik Tok, no sólo porque, bueno, es la plataforma más dominante actualmente, se sabe que los niños destinan muchísimas horas al día a su uso y se estima que un tercio de los jóvenes en Estados Unidos le dedican entre cinco y diez horas al día a esta plataforma. No solamente estamos hablando de que Tik Tok representa una pérdida de tiempo, ya que le destinan esta cantidad de horas, sino que también implica una reconfiguración de la función cerebral en los jóvenes. ¿Por qué? Si nosotros decimos que los chicos están, por ejemplo, mirando películas o escuchando historias, esto es bueno, pero Tik Tok lo que genera es un estímulo y una cierta respuesta que hace que se modifique el funcionamiento cerebral de los jóvenes, al igual que si yo estuviera entrenando a perros, por ejemplo, y esto causa una reconfiguración en cómo funciona su cerebro; Tik Tok estaría haciendo lo mismo con los jóvenes. En estos momentos es la peor plataforma.
Está estudiado también que el deporte, la actividad física en general, combate la ansiedad y la depresión. ¿En qué medida podemos decir que la generación que pone en foco ha sido afectada también porque es más pasiva?
Los niños necesitan correr, necesitan hacerse amigos o jugar con sus pares en el mundo real. Tienen que tener instancias en las que puedan interactuar, para cooperar entre sí. Entonces, aquellos niños que dedican mucho tiempo a las actividades deportivas, o, por ejemplo, a ser parte de grupos religiosos, van a ser niños mucho más sanos. Aquellos que dediquen menos tiempo a esas actividades van a ser los niños que van a sufrir de mayor ansiedad. Yo soy un gran defensor del deporte, especialmente de los deportes y las actividades que no estén controladas por adultos, sino que les permitan a los niños desarrollar o inventar, incluso, los juegos entre ellos. Ahora, si la opción a no estar únicamente mirando un teléfono es participar en ligas deportivas que estén dirigidas por adultos, por supuesto que igual voy a seleccionar esa opción.
El filósofo surcoreano Byug-Chul Han consigna la actual pérdida de los rituales. En su área de estudio, ¿qué rituales o transiciones detecta a partir del uso de estas tecnologías y estos dispositivos?
Leí a ese filósofo y lo encuentro muy lúcido. En mi libro hablo de la pérdida de sentido comunitario. Siempre hubo un sentido del tiempo y el espacio, nos hemos regido por un calendario que nos marcaba, entre otras cosas, las fechas de celebración o ciertos momentos especiales que nos permitían acercarnos a nuestras familias y vivir en proximidad unos con otros. Ahora cada uno tiene una pantalla individual, ya no existe necesariamente ese concepto del tiempo y del espacio. Internet está disponible permanentemente. Estamos solos frente a una pantalla, entonces no tenemos estos rituales en los que pasamos tiempo juntos. En Estados Unidos, por ejemplo, las personas van a la iglesia mucho menos de lo que lo hacían en 2010. Y sabemos que las familias religiosas arrojan mayores niveles de felicidad que las familias laicas, que tienen que crear una estructura de comunicación, otro contexto, para sus niños.
En la introducción de su nuevo libro utiliza la metáfora de Marte para indicar que están llevando a los niños, a esta nueva generación, a un entorno desconocido, y que no tomamos recaudos. Pero a la vez los adultos de la generación X sentimos que fuimos abducidos, de algún modo, porque incluso concentrarnos en un libro sin chequear el celular resulta una tarea compleja. ¿Qué podemos hacer los mayores, entonces, para “encontrar agua en Marte”?
Todos nos vemos afectados, justamente, por tener internet a disposición en nuestros bolsillos todo el tiempo; estas compañías son las que están buscando atraer nuestra atención. Yo insto a todos los adultos cuya atención realmente se ve fragmentada, porque no podemos estar concentrados en algo demasiado tiempo, a que podamos recuperar el control. Apaguemos todas las notificaciones del teléfono para que no permitamos que estas empresas que quieren nuestra atención nos interrumpan en nuestras tareas y empecemos a utilizar los teléfonos realmente como las herramientas que son. Son necesarias, son útiles para cuando las necesitemos usar, y no deben ser herramientas de las que dependamos cuando alguien más necesita de nosotros.
La generación ansiosa (Planeta, 2024). 378 páginas. $ 990.