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Foto: Pablo La Rosa

Rescate de época: Nueve estaciones para esperar el tren y una para perderlo

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La publicación cuenta un recorrido personal con textos de Silvia Soler y Silvana Tanzi junto a fotografías de Pablo La Rosa.

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La editorial Mar Dulce presenta Nueve estaciones para esperar el tren y una para perderlo, un libro que relata la travesía del fotógrafo Pablo La Rosa y las periodistas Silvia Soler y Silvana Tanzi por un caprichoso itinerario de diez estaciones.

Como señala Soler, el tren tiene la capacidad de estimular los sentidos con esa especie de aullido que lo antecede y el traqueteo que sacude a los pasajeros una vez a bordo. Con sensibilidad y experiencia, el equipo reunido en este proyecto apela al periodismo narrativo para sumergir al lector en una suerte de película de carretera, con una importante carga de subjetividad para registrar una experiencia de la que persisten pocos testigos. A través de impresiones, anécdotas, historias de vida y descripciones de pueblos que sufren la ausencia del ferrocarril, la travesía llega hasta el único tren de pasajeros que aún funciona, uniendo Tacuarembó y Rivera, a la vez que da cuenta del arribo de otro tren, sin ventanillas ni viajeros, que atraviesa los campos, cargado de celulosa.

Si la idea original se remonta a más de cuatro años atrás, inesperadamente el paisaje mutó y, por ende, el relato, el hilo conductor, fue necesariamente reformulado junto con este. El detonante había sido la estación de Villa Felicidad, con la atracción que ejercía ese nombre. “Pasaron muchas cosas durante el proyecto, entre otras, que empezó a funcionar el Ferrocarril Central y muchos de los paisajes cambiaron. Felicidad, en particular, es una localidad de Canelones que tenía apenas una especie de techito donde paraba el tren, pero todo eso se fue y, cuando llegamos, lo que había era algo moderno, una explanada de cemento. La verdad que no inspiraba para las fotos ni para nada. Entonces tuvimos que ir ajustando nuestro proyecto a la realidad”, explica Soler. La autora pone algunos ejemplos de que, pese a la consabida lentitud local, ciertos aspectos se modificaron repentinamente: “El andén central de Colón, que lo tenemos fotografiado, no está más y hay una casilla que ya cuando fuimos estaba destruida”.

Una invitación a explorar otros tiempos

Finalmente, la decena de paradas escogidas fueron Colón, Mal Abrigo, 25 de Agosto, Montecoral, La Cruz, Colonia Suiza, Solís, Parada Esperanza, Piedra Sola y Laureles.

Financiada por un Fondo Concursable del Ministerio de Educación y Cultura, la publicación desarrolla una búsqueda estética para la creación de un libro objeto: si bien las páginas interiores salieron de una imprenta convencional, la tapa fue impresa con tipos móviles en el taller Buena Letra y se usó un cartón rústico que busca evocar los viejos tickets de los trenes, aquellos boletos muchas veces amarillentos o celestes, con dejos de impureza. De formato apaisado, con los referidos requerimientos técnicos y de diseño (a cargo de Alejandro di Candia), es un trabajo en el que el soporte y la fotografía “tienen tanto o más peso que el texto; esa es una característica”, recalca Soler. Al final, el lector encontrará un mapa desplegable que juega entre la ficción y la realidad, ya que propone un trayecto imposible de efectuar actualmente. De hecho, asuntos de logística y presupuesto que se suman a la difícil conectividad entre localidades, obligaron a fotógrafo y cronistas a desplazarse en auto o alternativamente en ómnibus para llegar a los destinos elegidos.

De lo vital a lo afectivo

Hubo distintos criterios para la selección, puesto que las realidades de las situaciones son diversas: la de Mal Abrigo fue declarada Monumento Histórico Nacional y convertida en museo, mientras que otras están arrendadas, es decir, ocupadas, y en otras más el follaje y el tiempo obraron a su voluntad. Sólo en la de Laureles, que funciona y continúa siendo vital para la cotidianidad de los vecinos que necesitan ir a trabajar a otro pueblo, se corre el riesgo de perder el tren, como señala Soler, con gracia; en el resto sólo es posible esperarlo.

“Cuando el ferrocarril estuvo en su apogeo, había más de 3.000 km de vías y creo que más de 100 estaciones. O sea, elegir de todo ese universo no es fácil, porque todo el mundo te dice ‘ay, no fueron a tal o cual’. Hay muchísimas estaciones en circunstancias muy distintas: muchas están ocupadas legalmente, algunas están en ruinas, otras fueron rescatadas por la propia localidad. Hay otras que cumplen una función, por ejemplo, son centros culturales o talleres. Tratamos también de reflejar esa variedad”.

“Es interesante”, observa Soler, “que en algunos pueblos el tren era vital no sólo como una cuestión, si se quiere, afectiva, sino que tenía una función en el transporte para la carga; estamos hablando de que el tren cargaba ovejas y cargaba granos... y cargaba las cartas. La función de comunicación era tan fuerte porque también estaba vinculado al telegrama. Todo eso pasaba por la estación. Es un cambio fundamental: se decía que era tan importante o más que la comisaría, porque por ahí pasaba la vida misma: el comercio, las despedidas y, además, la comunicación cuando falleció alguien, cuando se casaban. En un momento hubo una plaga de langostas y se iban avisando de estación en estación. Ahora irrumpen las nuevas vías, el Ferrocarril Central, y eso es muy loco porque las nuevas vías tienen una pequeña diferencia con las anteriores, entonces de pronto te encontrás con una estación vieja cerrada y unas vías recién hechas, y una plataforma recién hecha y una señalización nueva también”.

Salvo para la introducción, que escribieron a cuatro manos, Soler y Tanzi, que hicieron el relevamiento territorial juntas, acordaron para la redacción del libro un enfoque común y se repartieron las estaciones. Cuentan lo que vieron, entrevistaron pobladores que atesoran recuerdos y anécdotas –aunque no quedan demasiados–, buscaron información y vistieron con acápites y citas los capítulos, en el afán de darle a su viaje una impronta literaria.

En otra línea, quizás más artística, va la fotografía, que “no se pega para nada al relato, no pretende ser un testimonio de lo que se está contando, es independiente”, la describe Soler mientras habla de la presencia de “un tren estático y un tren en movimiento”, en alusión a la inmovilidad de las estaciones y la vorágine del redescubrimiento de un mundo en fuga.

La Rosa habla de un intento de preservar los materiales, de la simbología coexistente de lo viejo y de lo nuevo, de ese legado inglés que perduró hasta hace no tanto, y cómo las imágenes, a través de “su textura e incoherencias, del rescate de colores”, buscan transmitir esa percepción del vacío que dejó toda esa época y la presencia sutil de la gente, “que no podía estar en cuadro, salvo en la estación donde el tren se puede perder todavía”.

Para la presentación de Nueve estaciones para esperar el tren y una para perderlo ($ 950, distribuye Gussi) este jueves 5 de setiembre a las 18.30, en la sala Varela de la Biblioteca Nacional (18 de Julio 1790), se realizó una experiencia de impresión de fotograbado, junto con Fernanda Pallares. Esas dos copias serán exhibidas en la tarde del jueves.


Memorias barriales

Cuenta la ciudad desde tu barrio son instancias orientadas al aporte de testimonios, fotografías, videos y otros materiales por parte de los vecinos, como mecanismo disparador de la reflexión en torno a su historia y su patrimonio.

El ciclo forma parte de las actividades de conmemoración de los 300 años de Montevideo y cuenta con la colaboración de investigadores de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República.

Este jueves y el siguiente el taller será en Flor de Maroñas a las 18.00 en el Complejo Cultural Crece (Manuel Acuña 3061 esquina Del Fuerte). El viernes 13 de setiembre, también a las 18.00, la cita será en Parque Batlle, en lugar a confirmar. Se puede consultar más información sobre el ciclo en https://montevideo300.uy/.

Jornadas de luthería

A partir de este fin de semana y hasta diciembre se desarrollará un encuentro mensual en la Asociación Uruguaya de Músicos (Audem, Maldonado 983) bajo el título Jornadas de Luthería 2024. La idea es generar un espacio periódico en el que el luthier y restaurador de instrumentos de cuerda frotada y pulsada Camilo Abrines, y un grupo de colegas –Virginia Scorza, Marcos Labraga y Gabriel Pérez– difundirán especificaciones del oficio. Los encuentros serán el primer sábado del mes a las 10.00, serán abiertos a todo público y sin costo, pero requieren inscripción previa por los teléfonos 099 541 584 y 092 447 761.

Mercadito efímero en Jacinto Vera

El primer Finde Pop-Up se anuncia para este sábado 7 y domingo 8 de setiembre de 14.00 a 20.00 en Espacio Colorado (Colorado 2214). Esto significa que habrá exposición, venta de indumentaria e impresos, merienda, juegos manuales, cantina y actividades durante los dos días.

Feria de plantas en el Botánico

Con entrada libre, este sábado, de 9.00 a 17.30 en el Jardín Botánico (19 de Abril 1181), habrá más de 30 viveros presentes. Por consultas: 092 316 131 y amigosbotanico.montevideo@gmail.com.

Arranca la Expo Prado

Este viernes se inaugura la 119ª Exposición Internacional de Ganadería Muestra Agroindustrial y Comercial, que organiza la Asociación Rural, la Expo Rural del Prado 2024, que irá hasta el 15 de setiembre, de 9.00 a 21.00, con entrada por Lucas Obes 1011. La venta de entradas (generales de lunes a viernes, $ 320, sábado y domingo, $ 370) es hasta las 20.00 y los menores de hasta diez años ingresan gratis. Para acceder a los shows, de 21.00 a 6.00, en Plaza Prado, únicamente para mayores de 18 años, de $ 250 a $ 900, según el día, e incluye una consumición.

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