Me llama la atención que en las entrevistas siempre estés con lentes de sol. Ahora también, y está nublado. ¿Qué querés reflejar estéticamente? Me da más rock que tango.
Me gusta mucho la estética de Roy Orbison y los pioneros del rock del 50. Me da bastante privacidad y me ayuda a expresarme mejor. Y como tengo esperanza en el futuro, espero un futuro brillante y quiero estar preparado. Al principio, fue una lucha bárbara. A nadie le gustaba y nadie quería que lo hiciera. La gente me decía “te queremos ver los ojos”, y yo quería que me escucharan cantar, nomás. Lo mismo sostengo ahora. A mí me gusta mucho estar escudado en esos lentes, y no es que esté separado, estoy ahí con los demás, pero con la introspección necesaria para poder dar lo mejor de mí.
Si te gusta Orbison, ¿nunca se te dio por interpretar rock & roll?
Sí, el rock viejo es de la música que más me gusta. De hecho, tengo una banda de covers con amigos, con la que nos divertimos y tocamos una o dos veces por mes. Es una experiencia re linda y la mantengo. Lo que pasa es que a la hora de elegir algo con lo que hacer una carrera viable, y que a su vez me gustara mucho y que fuera sincero, la canción criolla era la única opción. En base a esto, haciendo cosas viejas y tratando de mantener ese legado con canciones nuevas, me pareció una buena opción para hacer algo que represente a nuestro lugar en el mundo, porque si bien me gusta mucho el rock, viene de otro lado. Esto es de acá y me gustó para transformarlo en un modo de vida.
¿La influencia de Carlos Gardel la tenés desde el inicio de tu carrera?
En realidad, yo a veces les busco más piques a los contemporáneos de Gardel. Lo que pasa es que la gente lo asocia a Gardel porque en mi repertorio siempre incluyo temas del suyo, pero son canciones que también interpretaban otros en su época. En esa época salía una canción y la grababan todos los cantores. Yo no puedo cantar ni cerca como él, lo que sí puedo es acercarme a la calidad de sus contemporáneos, que son más accesibles, porque la que logró él es casi sobrehumana; sus contemporáneos eran más normales. Y si es por robar timbres de voces y esas cosas, también he sacado de música en inglés para cantar tango y canción criolla. De Orbison, de Paul McCartney, maneras de achicar los agudos. Y obviamente de Robert Johnson. Después, Leadbelly es un cantante de blues que me encanta y a quien también le he robado todo lo que he podido, amistosamente.
En algún lado dijiste que te gustan las voces lindas, los cantantes y no los decidores, que son los que hoy parecen más de moda.
Sí, por eso hay una cantidad de temas que me han pedido que haga, que está un poco de moda cantarlos, pero que a mí no me interesa hacerlos. Por ejemplo, en mi vida cantaría “Garganta con arena”; ni en pedo canto eso. Cacho Castaña no me parece un buen compositor.
Es un terraja.
Para mí también. Sinceramente, me siento muy lejos de esa estética, y a pesar de que sea un campeón en lo suyo, no me gusta nada. Y el tango hablado tampoco me gusta mucho, porque si no, me dedicaría a la oratoria en vez de al canto. A mí me gusta la música cantada, no por algo pretencioso. En el caso de Roberto Goyeneche, creo que llegó a ese punto cuando se quedó sin voz. Hacer una escuela de una persona que ya no podía cantar es medio necio. ¿Por qué no hacemos una escuela del Goyeneche que cantaba con Aníbal Troilo, o el de los años 50, cuando era tremendo cantor? Porque este loco también dijo que el tango se dice y no se canta, eso me parece una pavada brutal. A mí el Polaco me encanta, pero cuando cantaba bien. Después, me parece que encontró una solución espectacular al hecho de no tener más voz, pero a mí no me interesa mucho escuchar esa época de él.
Vivo por el tango, el nuevo disco que vas a presentar, tiene un sello gardeliano en la instrumentación.
Sí, guitarrón y guitarra, es un unplugged. Nosotros veníamos de girar durante un par de años por muchísimos países y habíamos transformado el sonido de los discos, de muchos instrumentos, a guitarrón y guitarra, y en algún momento se sumaba mi guitarra. Y la verdad es que estaba buena esa transformación pero no teníamos manera de plasmarla en ningún lado, porque las grabaciones de la gira no tenían la calidad como para hacer un disco. Así que nos encerramos en dos sesiones maratónicas de 12 horas, lo grabamos todos juntos adentro de la sala, sudando y a pulmón. Mi idea era que se llamara “Unplugged”, pero no pude transar con el sello editor en Argentina, porque es una palabra que no la iban a relacionar con nuestra música. Tenía el berretín de tener un disco unplugged antes de hacer un tercer disco de estudio.
Grabaste el clásico “Enfundá la mandolina”. La versión de Gardel dice: “Qué querés, Cipriano, / ya no das más jugo. / Tus 50 abriles / que encima llevás. / Junto con el pelo / que fugó del mate, / se te fue la pinta / que no vuelve más”. Pero en tu versión cantás “tus 70 abriles”.
Qué atento. Porque gracias a los avances de la farmacología, el hombre puede tardar 20 años más en enfundar la mandolina. Así que bárbaro. Yo espero estar así a los 70, como Cipriano, pispeando para todos lados.
Muchas de las letras de los tangos cantados por Gardel, vistas desde la perspectiva actual, están bastante bravas, sobre todo las que refieren a la violencia contra la mujer. ¿Cuando armás el repertorio lo tenés en cuenta?
Sí; de hecho, hace bastante que no canto “Tomo y obligo”, que siempre me lo piden. Porque el personaje se pregunta por qué en tal situación horrible no la terminó matando. Cada vez tengo menos temas de Gardel o de esa época en el repertorio, pero los elijo porque las letras tienen que ver con el desamor, la sensación de muerte que trae el desengaño amoroso, que creo que son los sentimientos universales. También la no perpetuidad, lo rápido que pasa el tiempo, los años que tardamos en aprender a vivir –si es que alguna vez aprendemos–; todo ese tipo de cosas me interesan mucho más que, por ejemplo, las letras que llaman a cosas colectivas, que hay mucho en el folclore. Me parece que no es algo que tenga que hacer yo. Me interesa más abordar los temas del ser humano en su interior.
De las que cantó Gardel, para mí la más brava es la letra de “Tortazos”: “Si cuando lucís tu talle, / con ese coso del brazo, / no te rompo de un tortazo, / por no pegarte en la calle”.
Sí, por esa frase no la puedo cantar. Me encanta ese tema –no esa frase, que no la cantaría jamás– por la llevada. Debe ser la mejor milonga que tiene Gardel. Elegí cantar “Soy una fiera”, que es más leve y no tiene una frase tan agresiva. Además, estoy criado entre mujeres, les debo mucho. Considero que es una debilidad total del hombre y una inseguridad absoluta no saber perder. Habiendo tantas mujeres hermosas en el mundo, volverse tan loco por una y llegar a esas cosas es realmente lamentable. Así que no me siento representado para nada por ese tipo de textos.
Hablando de estar entre mujeres: ¿por qué creés que hace tiempo que acá hay más mujeres que hombres cantando tangos?
Quizás porque las mujeres lo abordan con una sensibilidad de la que los hombres carecemos, porque el tango se paró mucho sobre la masculinidad, desde que apareció el desgraciado relato en “La Cumparsita”, en la que Julio Sosa decía “el tango es macho”. Para mí, ese es un verso bastante triste. Yo sé que hay gente que ama ese recitado, pero me parece de lo peor que se ha hecho, por más que lo diga bien, porque para al hombre en un lugar forzado. Porque los hombres también lloran, se angustian, les pasa de todo y, sin embargo, a partir de eso, el hombre en el tango se para en un lugar donde es invulnerable, se las banca todas y es el que aguanta la parada, pero no lo veo así. Por lo tanto, me parece que lo de las mujeres va por ese lado, tienen otra sensibilidad y aparte les llegó la hora. El tango y el folclore en general las relegó durante tanto tiempo que está buenísimo que suceda esto. Fijate que en Uruguay tenemos a la mejor cantante de folclore de toda la historia, Amalia de la Vega, y nadie le da bola a esa maravilla; capaz que si fuera hombre, se le daría. La música criolla en general siempre ha sido bastante machista, y me encanta esto, porque que las mujeres se lo hayan apropiado es como una revolución, una muy buena señal.
¿Qué te dejaron tus primeras presentaciones en el bar Fun Fun?
Me fogueé, porque aprendí a cantar bajo cualquier circunstancia: el mozo que te corre con el codo, el borracho que está al lado que grita cuando vos cantás y que te pide tres veces la misma canción aunque ya le dijiste que no la tenés. Pobre, la gente de Fun Fun se tuvo que fumar mis diferentes estados de ánimo, porque en esa época, cuando tenía una mala noche, me iba muy deprimido. Después aprendí a superar ese tipo de cosas, pero la verdad es que fue un lugar que me permitió, cuando empecé a hacer teatros, no estar aterrorizado ante esa situación de estar parado en el medio de un escenario, que no es lo mismo que cantar en un bar donde los errores que cometés ni se notan. Si te olvidabas de la letra, nadie se daba cuenta.
Hoy vivís del tango, ¿a qué te dedicabas antes?
Limpiaba piscinas en casas de familia en Carrasco. Si ven que me estoy masajeando el hombro derecho dos por tres, es porque todavía me quedan los dolores de esa época.
¿Qué recordás de ese trabajo?
Me sirvió mucho para esto también, porque como es un trabajo solitario, iba casa por casa, hacía todo lo relativo al mantenimiento de la piscina y escuchaba mucha música. Recuerdo que escuchaba a Sui Generis, pasaba el disco y de repente cantaba todo Nito Mestre; después lo pasaba de nuevo y cantaba la de Charly García. También escuchaba radio Clarín o discos de dúos de tango. Escuchaba a Los Olimareños y cantaba la voz de Pepe Guerra, y después la otra. Así también se aprende, cantando arriba de los discos.
¿Los dueños de las casas no te decían nada?
A algunos les gustaba. Recuerdo que había una empleada de un lugar que no era nada instruida, porque creo que no había terminado ni la primaria, pero era muy inteligente, y me comentó que los cantores de folclore y de tango eran los que más cambios hacían. Así lo describía, se refería a los saltos de las tonalidades. Pero había gente que salía y me hacía callar.
Capaz que alguno de esos ahora paga para ir a verte.
Ojalá, porque si tenían piscina, para una entradita van a tener.