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La llamada de lo salvaje: “Hold the Dark”, una obra autoral y cargada de simbolismo en la oferta cinematográfica de Netflix

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Un niño es asesinado por lobos en un pueblo perdido de Alaska. El experto Russell Core (Jeffrey Wright) recibe una carta de la madre del chico, Medora Slone (Riley Keough), rogando por su ayuda para encontrar y castigar al animal responsable. La cacería comienza, pero ya desde los primeros minutos se percibe que en ese helado rincón del mundo los habitantes ocultan más de lo que dicen. Tras un drástico giro, la película toma la forma de un thriller con tintes de folk-horror, marcada por la aparición en escena de Vernon Slone (Alexander Skarsgård), padre de la criatura desaparecida.

El director Jeremy Saulnier ya es un nombre conocido en el mercado del cine independiente norteamericano, con títulos aclamados por la crítica como Blue Ruin (2013) y Green Room (2015). En Hold the Dark trabaja por primera vez con un guion ajeno: la adaptación que realizó Macon Blair ‒su actor fetiche‒ de la novela homónima escrita por William Giraldi. Si bien se repiten algunos tópicos de su obra, como la venganza, el in crescendo de la violencia hasta llegar a escenas de puro gore, el peligro de las armas en manos de civiles y el vínculo entre padres e hijos, aquí el realizador se desmarca totalmente de la narrativa clásica, con un desarrollo que puede parecer errático. A su vez, hay un trabajo mucho mayor con la sugerencia que en sus propuestas anteriores.

La historia del forastero que llega a una localidad remota en donde ocurren hechos extraños no es una novedad, principalmente dentro del cine de terror. Sin embargo, el delicado trabajo en los detalles y el ambiente opresivo que se maneja hacen de la película una rareza dentro del género. La atmósfera oscura se elabora con maestría desde la fotografía, con una cámara que se desplaza lentamente y con precisión, como si flotara sobre los espacios. El sonido de cada rama quebrada y cada paso sobre la nieve están magnificados, alimentando la percepción de constante amenaza y de debilidad del hombre frente a la naturaleza. Por su parte, la banda sonora acompaña el tono sofocante con timbres graves y percusivos cercanos a la música tribal.

Cuando el visitante llega al pueblo confunde la hora: piensa que es medianoche cuando el reloj marca las 6.00. El jefe de Policía le explica pacientemente que allí oscurece sobre las 3.00; “Aún no se ha aclimatado”, asevera. Esa oscuridad a la que los habitantes del pueblo están tan acostumbrados parece atravesar las ventanas y habitar en el interior de cada uno de ellos. Abundan los planos con escasas zonas iluminadas, casi como si la luz fuera una excepción a la regla. A veces los sujetos aparecen como siluetas y muchas otras son sus caras las que están en penumbras, lo que les otorga un aura de misterio insondable. Esta aproximación va en consonancia con una idea clave en el desarrollo de la historia: no sólo hay algo que los personajes ocultan, es más lo que no llegamos a comprender porque difiere de nuestras creencias.

Terror sin golpes bajos

Es en la ambigüedad que la película encuentra uno de sus puntos fuertes. No hay explicaciones definitivas ni intenciones evidentes. El espectador puede tejer la trama considerando algunos detalles en los diálogos, ciertas acciones aparentemente inexplicables, objetos que parecen dejados al descuido. En ese sentido es significativa la identificación con Russell Core, que es más un observador que un partícipe, quien intenta hurgar en las causas detrás del comportamiento de los Slone. Hay también una eficaz construcción de lo terrorífico sin apelar al golpe de efecto y sin necesidad de que exista una entidad específica en la que depositar el miedo: lo que hiela la sangre es la crueldad de la que son capaces los hombres.

Si en Blue Ruin Saulnier comparaba la violencia desatada con el poder destructivo de un huracán, aquí se exhibe como una demostración de lo bestial que hay en el interior de los humanos, presentados como lobos en busca de su presa. Las referencias a la naturaleza salvaje del hombre se manifiestan en la brutalidad de los soldados durante la guerra, el asesinato, la caza indiscriminada y las sangrientas escenas de acción que se suceden desde la llegada del padre del niño. La convergencia entre lo humano y lo animal se insinúa muy bien en algunos detalles del arte y la vestimenta, como las primitivas máscaras que llevan los personajes y las botas de piel que le ofrecen al recién llegado para que pueda hacer frente al clima hostil.

En este aspecto el largometraje presenta un estrecho vínculo con la obra del novelista Jack London (1876-1916), ya desde el gélido paisaje en donde se sitúa. El visitante que se congela paso a paso mientras hunde sus piernas en la nieve remite a aquel viajero de Encender una hoguera, mientras que los lobos con hocicos ensangrentados recuerdan a La llamada de lo salvaje y Colmillo Blanco. Varios de los tópicos que maneja el escritor estadounidense encuentran lugar en la película: la lucha entre el individuo y la naturaleza, el poder del instinto, lo que queda de animal en el hombre civilizado.

Cabe destacar el manejo de las escenas de acción, exquisitamente coreografiadas y con un despliegue técnico formidable. Sobre la mitad de la película un feroz tiroteo en el que una ametralladora liquida todo a su paso logra sostener la tensión durante sus diez minutos de duración. La destreza fílmica y la originalidad en la forma de representar la violencia, sumadas a la trama policial que transcurre en un pueblo castigado por la nieve, pueden tender un paralelismo con el cine de los hermanos Coen, aunque el tono sombrío y enrarecido, la sequedad y escasez de los diálogos y la ausencia de humor marcan hondas distancias.

En algunos casos puede resultar chocante la forma en la que el guion se retuerce y toma giros inesperados. No debería sorprender si se está familiarizado con la obra del director: ya en Green Room la historia de una banda de punk-rock que viajaba a una ciudad lejana para brindar un concierto se transformaba repentinamente en un baño de sangre. El tono cambiante no actúa en detrimento de la narrativa, que logra mantener el interés del espectador, a excepción del anticlimático giro final en donde la historia pierde algo de fuerza. A pesar de esta y algunas otras fallas, los excelentes trabajos actorales de Jeffrey Wright y Alexander Skarsgård, el manejo inteligente de la dosificación de la información, la delicada labor en la creación de un clima siniestro y un acercamiento singular que toca el existencialismo consolidan la obra de un director al que no se debe pasar por alto.

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