Derivado de la palabra francesa parcours, que significa “recorrido”, “trayecto”, el parkour es una disciplina física que surgió en la década de 1980 y está centrada en la capacidad motriz de quien la practica. Se trata de una práctica no competitiva, que pone en juego la adaptación de la persona al medio, así como sus capacidades físicas. Si bien consta de una serie de ejercicios pautados, está signada por la libertad, en el sentido de que los recorridos no están trazados de antemano y cada uno puede decidir qué hacer y por dónde ir, basado en la evaluación de sus posibilidades físicas y de la dificultad que entraña el desafío.
Implica, por eso, un diálogo con el entorno, una mirada distinta del espacio, más consciente del vínculo entre la persona y la ciudad: “En el parkour no hay competencia, y esto debe ser tomado en cuenta por todo aquel que practique la disciplina. Se busca la autosuperación y no la superioridad ante el resto: es saber dar lo mejor de uno mismo, sin importar qué tan buenos sean los demás. De esta manera podemos concentrarnos en las necesidades y habilidades para progresar a nuestro ritmo personal. El entrenamiento en grupo resulta muy útil para el desarrollo de la disciplina, generándose un ambiente de coeducación: aprendiendo de los errores y descubrimientos de nuestros compañeros y viceversa. Cuidándose mutuamente, para sentir seguridad en el grupo”, dice la página Parkour para Niños.
Esta disciplina, que muchas veces resulta difícil de describir, surgió en Francia, de la mano de Raymond Belle, que tomó el término de uso militar “parcours de combattant” para definir su entrenamiento personal, que incluía escalar, saltar, correr, hacer equilibrio. El hijo de Raymond, David Belle, continuó con el desarrollo de la disciplina en la década de 1980, junto a su grupo de amigos, los Yamakasi (aunque el nombre suena a japonés, es una palabra del lingala, una lengua bantú que se habla en Congo, y significa “cuerpo fuerte, espíritu fuerte, persona fuerte”). En las décadas siguientes, la disciplina se popularizó como consecuencia de la visibilidad que adquirió este primigenio grupo parisino, que apareció en películas y avisos publicitarios, imágenes que permitieron que la actividad se expandiera por el mundo y, entre otras cosas, llegara a Montevideo. David Belle protagonizó en 2004 la película Banlieue 13, dirigida por Pierre Morel y producida por Luc Besson; antes, en 2001, el grupo había participado en Yamakasi: los samuráis de los tiempos modernos, de Ariel Zeitoun.
Si bien suele asociarse con entornos urbanos, esta no es una característica excluyente: puede hacerse parkour en cualquier ambiente; lo que lo define es la búsqueda de una manera de trasladarse de un punto a otro de la forma más eficiente posible, usando únicamente el cuerpo. Cada persona decide cómo enfocar su entrenamiento, hasta dónde llegar. Esto le da a la disciplina una gran riqueza, porque implica que pueden practicarla personas de diversas edades, intereses y capacidades; lo que los une es un particular vínculo con el entorno, centrado en superar los obstáculos que se presentan y en un uso muy plástico del cuerpo, que para quien observa resulta una experiencia estética.
Concentración, disciplina, conciencia acerca de la dificultad, cuidado del propio cuerpo. Esos son algunos de los conceptos fundamentales con los que el practicante de parkour debe manejarse. La experiencia es un momento de involucramiento particular con el espacio, una manera de apropiárselo, de jugar con el entorno, de retarlo y hacerse uno con él. “Esta práctica hace que cuando vas caminando por ahí imagines qué es lo que podés hacer. Eso te permite, al mismo tiempo, una mayor visualización de la arquitectura y de vos mismo y de las posibilidades de tu cuerpo”, cuenta Alejandro, de Parkour para Niños.
En esta ciudad
En Uruguay hay varios grupos de parkour: en Montevideo, en Paysandú, en Pando, en Piriápolis. “Empezó en 2007 con un grupito que se juntaba para practicar y armó un foro que convocó a más gente, que se juntaba en distintos espacios. Eso llevó a que se acercaran muchos gurises y a que, además de practicar, se empezara a dar clases. Primero, a partir de 2014, en las calles, en distintos espacios”, relata Alejandro. Desde el año pasado, las clases para niños –“centradas en la creatividad y la seguridad, pero orientadas al aprendizaje técnico”, según definen– se dan en el galpón de circo El Nido y eventualmente en espacios abiertos de la ciudad (se informa de las locaciones oportunamente en la página de Facebook del grupo).
Se puede comenzar en cualquier momento del año, y las clases son impartidas por un mínimo de tres docentes que trabajan en simultáneo, lo que les permite atender las diversas necesidades e intereses de un grupo que suele ser heterogéneo en edades y experiencia. Entre las características de esta actividad que la convierten en una buena opción para que la practiquen niños, Alejandro menciona que “no tiene un reglamento fijo y se desarrolla lo que cada uno quiera, dándole mucha importancia a la creatividad”. “Nosotros tiramos sugerencias y cada niño hace lo que quiera hacer, bajo nuestra mirada, que tiene que ser atenta para cuidar que practiquen sin hacerse daño”, explica. El parkour ofrece un abanico muy amplio de posibilidades (saltos, acrobacias, escalada, con mayor o menor dificultad), en el que se puede elegir de acuerdo a las preferencias individuales. Al presenciar una clase de parkour la mirada no descansa, porque son muchas las cosas que pasan aquí y allá. En conclusión: es divertido para todos.
Un aspecto importante es el cuidado del cuerpo: evitar lesionarse. Alejandro explica que se trata de una disciplina progresiva y que, en ese sentido, “se puede hacer todo lo que se quiera hacer, pero no tiene sentido si no se tiene la seguridad para ello, por eso en las clases apuntamos a que los chiquilines estén seguros y a que se apoyen entre ellos, y les damos indicaciones si se proponen hacer algo que implica dominar un paso previo”. De este modo, uno de los roles fundamentales de los profesores es el de observar con atención: hay un acompañamiento más que una dirección. “Lo que nosotros hacemos es dar una guía para que cada uno descubra su estilo”, resume.
Aunque lograr el truco es un desafío individual, así como seguir el propio impulso, uno de los secretos de esta práctica es el trabajo en grupo: para aprender juntos, para compartir habilidades, para cuidarse entre todos. “Incluso tenemos un saludo especial que hacemos al compañero que va a hacer un salto difícil. Es una especie de cábala que significa que tenés ese apoyo, que no lo hacés solo”, cuenta Alejandro.
De esta manera lo define Felipe, un traceur de diez años: “Un camino de obstáculos, con acrobacias, saltos y trucos de impulso. Me gusta porque me siento libre haciéndolo, sobre todo en la calle. Nunca, aunque seas profesional, dejás de aprender”.
Dónde y cuándo | Clases: sábados, de 18.30 a 20.00, en El Nido (Chaná 2240 esquina Juan Paullier), martes, de 19.00 a 20.30, y jueves, de 18.30 a 20.00, en plazas y parques de la ciudad. Costo: $ 100 (martes y jueves) o $ 150 (sábados). Más información en _Parkour para Niños, en Facebook._