Nick Cave impregnó el desenlace de la orden de prisión de Lula. Así de inconexo. Así de mustio. Así, para mí. El australiano del sur, trasplantado inglés, con estadía paulista en los 90, tiñó los días de oraciones a un dios implacable y odas al cuerpo en deseo. Acusaciones descabelladas. Defensas cuesta arriba. Las cámaras seguían de cerca una sucesión de hechos irreales hasta coincidir el sábado, día de contener la respiración. Hasta el fin de la misa, la entrega, la renovada incertidumbre.
Cave. Hay una foto de su torso huesudo con los edificios paulistas atrás. Una aureola de luz envuelve la cabeza de perfil, con el mismo exacto corte de pelo de siempre. En otra, toma una Antárctica y larga una bocanada de humo a la cámara. No sé si es de la misma época, pero seguro es de hace tiempo. De cuando la cerveza en Brasil era buena. De cuando Lula había perdido el debate con Fernando Collor de Mello en la Globo y en su Jornal Nacional. De cuando todo esto, contado, sería una gran e imposible ironía. Vinieron las canciones completas de Cave en libro y la compulsión de escucharlas de nuevo, en paralelo a la lectura y a un sistema en extinción. La muerte en cada verso. El pedido de clemencia a esto que se llama vida y nos sumerge lento en el caldo de la historia.
“We’ve split the wood and stoked the fires We’ve lit our town so there is no Place for crime to hide” “God is in the house”, del disco No More Shall We Part, 2001.
[Cortamos la madera y alimentamos las hogueras Incendiamos el pueblo así que no hay Lugar para que el crimen se esconda]
El lunes amaneció soleado, después de un eterno diluvio. Horas antes, cayó un meteorito en la Tierra. En ese sueño, yo estaba de viaje: había ido a buscar a mi perro abandonado. Manejaba una vecina que odia a los perros. El cielo era verde petróleo, de un azul casi ennegrecido. Las montañas llenas de vegetación se dibujaban cercanas, imponentes. Justo por ahí arriba pasaba el meteorito rumbo al este, en cámara lenta, como siempre han pasado los meteoritos en mi vida. La nube oscura que se levantó enseguida desde esa porción del universo fue cubriendo el cielo como una mancha a través de una servilleta. El auto seguía por la ruta, pero por alguna razón se veía todo desde las alturas. Armaron un circo para la votación del hábeas corpus el 4 de abril. Un grotesco supremo, supremo. Las redes explotaban con formulaciones antidemocráticas. Cave supo cantar en portugués. “Foi na cruz”, dice en la canción homónima, sin esconder su acento gringo. Luego tuvo un hijo en estas tierras. Hay otra foto de eso. Sostiene a la criatura endeble contra un muro manchado de humedad.
“Heaven has denied us its kingdom The saints are drunk and howling at the moon”. “Straight to you”, del disco Henry’s Dream, 1992.
[El Cielo nos negó su reino Los santos están borrachos y aúllan a la luna]
Con la gravedad de lo específico y lo mundano, el jueves el basurero empezó a pasar de madrugada, cuando se escuchan las ranas del otro lado de la calle y la isla parece vivir una tregua. Tregua de autos y motos y camiones que pasan tenazmente frente a esta casa; o tregua de la luz enceguecedora de este abril veraniego; o de las noticias, que llegan y martillan, y cuando parece que es el límite de lo imaginable, la realidad aplica otra patada rastrera. Entonces, en plena tregua, el basurero es un estruendo. Se siente como una nave espacial operando en plena avenida Boiteux Piazza. Una máquina de tecnología ruidosa decidida a llevarse todos los pecados contemporáneos. De madrugada también terminaron de votar los ministros. Le negaron el recurso a Luiz Inácio Lula da Silva. Por cierto, Vladimir Safatle ya había dudado de que haya elecciones en octubre. “Y si no hay elecciones, ¿qué?”, preguntó alguien del auditorio, de esos que todavía creen en el orden de las cosas. Safatle levantó las cejas y se deformó en una sonrisa sobreentendida. En las manifestaciones se lee: “Lula es mi amigo. Te metés con él, te metés conmigo”. Otros, rabiosos, defienden la legalidad de esta ley esquizofrénica.
“If you ever catch me sleepin’, just see the price flashin’ ’bove my head, Well take look again my friend, that’s a gun pointed at your head”. “Wanted man”, del disco The First-Born is Dead, 1985.
[Si alguna vez me agarrás dormido, Fijate en el precio brillando arriba de mi cabeza Bueno, mirá de nuevo amigo, que es una pistola apuntando a tu cabeza]
Sábado. Lula se entregó hace poco, con transmisión en vivo desde San Pablo. De nuevo, otra ruta. La pareja en moto, una máquina a más de 100 por hora. Los brazos de la mujer abrazan distraídos al hombre que maneja. Ella, de blazer y zapatos verdes con una gran moña. Sostiene dos bolsas. Tobillo al aire de la ruta, en oleadas cálidas mientras aceleran. Se cuelan entre los autos. Ahora, una camioneta monumental les pasa zumbando. La moto se tambalea. Él sostiene el manubrio, desesperado. Ella renueva el voto de amor y se abraza con precipitada fuerza a ese otro cuerpo que la lleva a destino. Si cayeran, serían otra moto más en el pavimento. Habría un embotellamiento. Pero no caen y se pierden allá adelante. “Lula, guerrero del pueblo brasileño”, gritaban las almas alrededor del hombre, formando una masa compacta que no se resignaba a dejarlo ir.
“I don’t believe in an interventionist God But I know, darling, that you do”. “Into my Arms”, del disco The Boatman’s Call, 1997.
[No creo en un Dios intervencionista Pero sé que vos sí, querida]