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Manuel Berriel y Aparicio García.

Foto: Federico Gutiérrez

No es chicharrón de avestruz

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Cuando uno ve a los desgarbados Manuel Berriel y Aparicio García se da cuenta de que podrían ser personajes de La noche que no se repite, película casi enteramente maragata inspirada en el libro homónimo de Pedro Peña que, más allá de crear una historia coral a partir de ladrones de poca monta, da con un compendio de personajes bizarros, slackers canarios y gente de la noche que termina conformando un bestiario tan divertido como enternecedor. En el marco del estreno (se exhibirá en la Sala B del Auditorio Nelly Goitiño y cines del interior) decidimos conversar y desmontar varios de los entretelones de este amplio retrato de San José.

Descubrí que esta película iba a ser algo distinto cuando vi la escena de Olveira [Ernesto Pérez] pasándose un hilo dental hasta que sus encías entran a sangrar.

Manuel Berriel: Queríamos laburar en esa escena –que no está en el libro– una violencia enorme, pero que apareciera como algo contenido, mucho más sutil.

Aparicio García: Aparte, hicimos bastante hincapié en ese diente de oro, que sustituye el que perdió de chico, en la escena inicial, cuando le pegan una patada en la cabeza. ¿Vos te diste cuenta de que ese diente es por el diente que escupe en la escena?

Sí, pero, ¿ese diente es de oro? Por momentos parecía un cartón amarillento.

AG: Bueno, es que no era de oro, le pusimos un esmalte trucho, fue lo que pudimos hacer; capaz que podríamos haber hecho algo mejor, pero era lo que había [risas].

MB: Con Ernesto nos pasó un montón de cosas. Por ejemplo, no sabía manejar. Le dijimos que le dábamos unas clases, pero no quería. Después nos dimos cuenta de que no sólo no quería manejar, sino que tenía una especie de fobia. Así que el primer día de rodaje fue un viernes 13, y a la primera hora arrancamos con algo súper fácil, que era acá en Montevideo, una escena en la que se ve el Cerro, en una calle que está cerrada, súper tranqui. Era sólo ese plano para arrancar con algo fácil, que saliera bien. Sale “acción” y empezamos con una camioneta que cinchaba del auto y el tipo haciendo como que manejaba, y en una empezamos a ver que la camioneta se empieza a ir para el costado y gritamos: “¡Bo, se está yendo para un costado, se está yendo de frente para un cartel!”. Y era apretar el freno, nada más, pero el tipo tenía tanta fobia que terminó desprendiéndose de la camioneta, rompió el coso que habíamos hecho para engancharlo al auto que lo cinchaba y se fue derecho contra un cartel. La camioneta era prestada y, para peor, la otra que cinchaba había llegado con la noticia de que le habían puesto nafta y era diésel, así que imaginate, todo mal arrancamos.

¿Cómo dieron con Olveira? Realmente, es uno de los villanos más peculiares que vi en el cine uruguayo.

MB: Llamamos a un amigo que estaba haciendo teatro y le preguntamos si sabía de alguien que estuviera actuando y nos lo recomendó a él.

AG: Nos dijeron que era el mejor Zoilo que habían visto. Vivía de ser maestro rural.

MB: Hizo toda su vida de teatro en San José; incluso dirige y escribe obras. El año pasado trajo una obra suya acá que es sobre la pedagogía y Clemente Estable.

AG: El otro día vio la nota de la diaria [“San José extremo”, 7/4/2018] sobre la película y cuando leyó eso de que la película es un acto de amor a San José empezó a llorar. El loco es re sensible. Tiene un jardín increíble, les saca fotos a sus flores... Es híper sensible, pero ya en el corto hacía de sorete.

¿En la dirección de actores le dieron rienda suelta? ¿Qué le dijeron que era su personaje?

AG: Los personajes los construimos en un ida y vuelta con los actores. Nosotros nos apropiamos un poco de la novela y ellos se apropian de sus personajes. Trabajamos en improvisación para que no tuvieran los textos marcados del estilo de “te voy a asesinar, maldito bastardo”. Lo que hicimos fue que en vez de aprenderse los diálogos, incorporaran la intención de lo que queríamos. Así, ellos mismos pudieron empezar a trabajar sus líneas.

MB: Incluso en el comienzo mismo, cuando Olveira y Sandro [Diego Montesdeoca] están discutiendo el arreglo que tienen entre ellos, todo sale de una premisa que tuvimos apenas para el casting. Pero anduvo tan bien que dijimos: “Vamos a hacer una escena a partir de esto”.

AG: No se trata de que se aprendan ese texto rígido, sino de generar una anarquía y después una dictadura sobre esa anarquía.

Es una película muy curiosa en lo que refiere a actores, no sólo principales, sino secundarios. Pocho [Sosa], que interpreta a Tranquera también es fascinante.

MB: Fue increíble cómo lo conocimos. Nosotros ya teníamos un actor para ese personaje, pero de un momento a otro se nos bajó. No fue que nos llamó y dijo que no quería participar en la película: nos dejó de contestar el teléfono de un día para el otro, rarísimo.

AG: Pocho empezó a darnos “me gusta” en publicaciones sobre la preparación del rodaje. Entonces empezamos a ver sus fotos de Facebook y siempre aparecía él con gente, con tremenda buzarda, whisky y la manita así levantada [hace el gesto del pulgar para arriba]. Le dijimos si quería participar en un casting para la película y él pensó que estábamos diciéndoselo en joda.

MB: El loco tiene una naturalidad increíble.

AG: Y le chupa todo un huevo. “Te podemos bajar los pantalones para que se te vea el culo, Pocho?” “Sí, no pasa nada.”

MB: El tipo fue policía administrativo. Nos decía: “Ustedes saben cómo son las cosas, ¿eh?” Una ficha.

Me llamó la atención que en una ciudad tan pequeña, en la que se conocen tanto todos, hubiera tanta gente dispuesta a actuar para una película de este estilo. Es como si todo el pueblo se hubiese dado permiso para no sentir vergüenza por nada.

MB: Hubo sólo dos que se bajaron, y pudo haber tenido que ver algo de eso.

AG: La gente está aburrida, también. Hay gente presionada por lo social, pero también hay gente que, si la apretás, el dulce de leche salta para todos lados. Pocho es un oxímoron en sí. Ahora estuvo en la película de [Diego] Capusotto [No llores por mí, Inglaterra, todavía no estrenada] y quedó también en la serie de [Pablo] Stoll [Todos detrás de Momo, tampoco estrenada aún], así que imaginate.

Leí por ahí que con Pedro Peña habían coincidido en elegir a Moncho [Licio] como el repartidor.

AG: Conozco desde chico al Moncho; hacía unas cosas que se llamaban “estudiantinas”, que son sketches humorísticos. Tenía grupos con él; el Moncho era niño, dos años más grande que yo, y lo mandaban a hacer cualquier delirio y él, un gordito pecho paloma, se mandaba cualquiera, siempre. Aparte, es un cra perdido. Juega al básquetbol con esa buzarda que tiene y es tremendo, buenísimo. Juega al tenis, ping-pong, fútbol. Una vez lo vi hacer una acrobacia: nos colocamos cinco acostados y el hijo de puta nos saltó a todos, cayó, dio una vuelta carnero y quedó así, como Nadia Comăneci. Es un hijo de puta. Ha hecho de todo: plantado árboles, hijos, escrito libros, va a salir una película de él. Es electricista y trabaja con tomógrafos y esas cosas, y lo mandan a Japón para que se especialice. No sabés lo que es, es un zarpado. Y actuando es un despelote.

MB: Él ha estado en murga, en La Mojigata, y después en Pocas Nueces, haciendo cosas de humor, pero también la rompe dramáticamente.

¿Cómo se sienten ustedes respecto de la ciudad de San Jose?

MB: Yo me siento reconciliado. Me fui de San José casi que huyendo; ahora hace años que lo disfruto cuando voy, la tranquilidad, la gente. La valoro más.

AG: Yo me fui odiándola. Aparte, la gente decía que yo fumaba porro antes de que yo hubiera probado una pitada, porque tenía pelo largo y hay una cosa medio conservadora ahí. Ahora volví del exterior y la gente piensa que soy como un señor, pero cuando salga la película todos esos prejuicios les van a volver. Tenían razón.

Es gracioso, porque su respuesta es muy parecida a la que me dieron los de AFC (banda de hip hop de San José, que aparece en el film) cuando les hice esa misma pregunta.

AG: Es que cuando arranca la adolescencia –te lo digo yo, que tengo 37 años y sigo siendo adolescente–, con esa cosa de las hormonas y no sé qué, en un pueblo en que te tirás un pedo y ya saben que te tiraste un pedo, es bravo.

MB: Yo me acuerdo que con 13 años, en primero de liceo, usaba los pantalones bajos y me gustaba el skate, y como yo tengo los ojos medio chinos, era todo el chisme del liceo que yo era un drogadicto. Y ni me había drogado. Después sí. Capaz que me terminaron llevando a eso.

¿La película es una forma de hacer las paces con la ciudad? Porque de algún modo es mostrar y blanquear algo suyo, pero produciendo algo creativo.

MB: Conscientemente no hubo nada de eso, pero la otra vez, en una entrevista en Radio Sarandí, Pedro [Peña] hablaba de la construcción de identidad, y me di cuenta de que eso nos motivó también a nosotros. Era escarbar y revolver todo lo que tiene que ver con nuestra identidad. Funciona como una reconciliación, a su manera.

AG: Es como volver con algo más sólido. Antes eran pedos, ahora es mierda.

Hubo muchas ayudas de San José en muchos rubros, más allá de las actuaciones...

MB: Dos inmobiliarias nos mostraban las casas que tenían y hablaban con los dueños para cedérnoslas como locaciones. Eso fue un gol. La intendencia nos dio la comida del comedor municipal. Como rodábamos de noche, la productora al final del día iba a una panadería que cuando cerraba nos daba todos los bizcochos que no habían vendido. Parece una boludez pero es re importante.

AG: Después está El Amarillo, un bar clásico de San José que queda en el centro, que es re agropecuario.

MB: Vos vas al mediodía y hay toda gente de campo. Son buena onda, la comida es rica, barata, y además era pintoresco para filmar.

AG: Cuando fundaron San José pusieron la plaza, la iglesia y El Amarillo.

Es interesante cómo la película se va poniendo cada vez más existencialista.

MB: La novela tiene muchos más momentos reflexivos, pero eso lo teníamos que traducir. Teníamos que pasar lo que pasaba dentro de la cabeza del protagonista a lo que pasa en los personajes. Podíamos usar una voz en off, pero no es lo más común, y no suele quedar bien. Entonces fue que aparecieron algunos personajes que no están en la novela, pero que servían para exponer conflictos que no podríamos haber puesto salvo con una voz en off.

AG: Ponele que los films noirs al principio eran todos adaptaciones de novelas negras y hacían voz en off constantemente porque tenían que escribir al palo la traducción de ese texto a guiones. Y quedaba buenísimo. Lo que pasa es que después se terrajeó.

MB: Ojo, se puede usar; en Historias extraordinarias [Mariano Llinás, 2008] queda buenísimo.

Salvo en las películas de Manuel Facal, es difícil ver cine uruguayo con una relación tan directa con lo grotesco.

AG: Ah, eso porque no ha habido muchas películas en San José. En San José lo grotesco es el Padre Nuestro.

MB: Tenía que ver mucho con cómo discutíamos y visualizábamos las cosas.

AG: En todo el proceso era así, nos juntábamos y tirábamos divagues. Si el otro la paraba de pecho y te la cabeceaba era porque era buenísimo, y cuando el otro te decía “mmm, no sé”, se dejaba afuera. Hubo mucho ida y vuelta en esas cosas. Pero sí, nos patina para el lado de lo grotesco.

MB: Queríamos que la violencia fuese impactante, que no quedara livianito. Queríamos subirle un poco el tono a lo que venía de la novela.

AG: Es que la violencia tiene repercusiones. Tipo Unforgiven [Clint Eastwood, 1992 ]: si el tipo mata a uno, que lo mate bien. No es chicharrón de avestruz matar a uno. Es transgredir; es la pérdida de la inocencia y lo que queda después de eso.

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