Día tras día, los ejecutivos de Hollywood deben decidir en qué largometrajes invertir millones de dólares, con la esperanza de que generen ganancias que permitan financiar nuevas películas, además de mantener sus costosos estilos de vida. Estos fulanos, con toda su experiencia, no son infalibles. Y así dan luz verde a gastaderos de dinero como El Rey Arturo: La Leyenda de la Espada, de Guy Ritchie, La Torre Oscura o Dioses de Egipto (porque alguien leyó el guion de Dioses de Egipto y dijo “hagámoslo, y consigan muchos actores blancos”).
Para equilibrar tantas malas decisiones, los ejecutivos apuestan a historias que lleguen a todos los públicos, de todas las edades. Y eso significa evitar, bajo todo punto de vista, la calificación “R”, que en criollo significaría “prohibida para menores de 18 años, excepto si van acompañados de un mayor”. Pero, ¿qué adolescente quiere ver una película de grandes con su madre en el asiento de al lado?
El organismo que decide qué letra llevará la película es tan arbitrario en Estados Unidos como en cualquier otra parte del mundo. Y uno de los elementos que obligan al salto de calificación “PG-13” (donde los menores pueden entrar solos) a “R” es una simple palabrita de cuatro letras, o sus derivados: fuck. Aquí viene lo curioso: las películas “PG-13” pueden utilizar la palabra fuck, pero solamente una vez y nunca en un contexto sexual. La “bomba F”, entonces, es reservada para algún momento memorable del film, como cuando Wolverine se encuentra con Xavier y Magneto en X-Men: Primera generación y cuando intentan reclutarlo contesta “go fuck yourself”.
Las películas de superhéroes (en especial las basadas en personajes de DC Comics y Marvel) eran el ejemplo perfecto de “PG-13”, con la cantidad justa de sangre y violencia, apostando al público menudo que pide a los padres que junto con la entrada compren pop y refresco. Hasta que llegó una película irreverente de un supertipo irreverente que se comercializó en base a su irreverencia: Deadpool.
Creado en 1991 por el guionista nacido en Argentina Fabián Nicieza y por un artista que se hizo millonario sin saber dibujar pies (Rob Liefeld), comenzó siendo otro personaje noventero con muchas armas y muchos bolsillos en los que nadie supo jamás qué guardaba. Este asesino a sueldo desarrolló, con el correr de los años, un sentido del humor absurdo y destrozó la famosa “cuarta pared”, muchos años después de que Ambush Bug lo hiciera en las historietas de la competencia, pero con mayor popularidad.
Ryan Reynolds interpretó a Deadpool en 2009, en la fallida X-Men orígenes: Wolverine. El tratamiento de este personaje fue considerado uno de los peores errores de la cinta y el actor, desde entonces, hizo lobby para volver a ponerse en la piel (putrefacta) de Wade Wilson en una historia que le hiciera honor.
Para ello luchó por el permiso de Fox de filmar una película “R”, que permitiera mostrar la hiperviolencia que en las páginas de una historieta revuelve menos las tripas que en la gran pantalla. Siempre y cuanto esas tripas no estén volando por los aires. Reynolds ganó la pulseada y en 2016 llegaba la primera aventura en solitario del “mercenario bocazas”. Fue un gigantesco éxito económico, recaudando 780 millones de dólares con un presupuesto de 58 millones.
Deadpool entretuvo con su total aniquilación de la cuarta pared y su humor espantaviejas, aunque por momentos se notara que los guionistas, al no verse limitados por el uso de un único fuck, abusaran de la pobre palabra y todos sus derivados posibles. De paso, le dio respiración boca a boca al universo cinematográfico de los X-Men, por más que durante el filme se burlara abiertamente de ellos. En fin, que solamente había que esperar la secuela.
Los ejecutivos no pusieron un solo pero a la producción de Deadpool 2, estrenada solamente dos años después de la primera. La dirección estuvo a cargo de David Leitch, quien tenía experiencia en eso de mostrarnos muertes a granel con John Wick y Atómica. Y el resultado es ligeramente superior al de la anterior en casi todos los frentes.
Ahora con menos nihilismo
Deadpool 2 no comienza de la mejor manera, ya que los guionistas deciden caer en el viejo recurso de utilizar la desgracia de personajes femeninos como motivación de los protagonistas. Esto no solamente se aplica a Wade, sino también a su pareja despareja de esta ocasión, Cable (interpretado por un Josh Brolin cada vez más cómodo en roles de género). Más allá de este ejemplo de “mujeres en heladeras”, como se conoce vulgarmente, el resto de la película entretiene. Vulgarmente.
Atrás quedó el excesivo nihilismo de la película original. Aunque sea por las razones incorrectas (ver párrafo anterior), Deadpool encuentra algo parecido a su alma en esta ocasión, por más de que la violencia gratuita no disminuya y el guion deje pocos títeres con su cabeza intacta.
El guion logra simplificar a uno de los personajes de biografía más entreverada en la historia de los cómics (el Cable de Brolin), e introduce de manera insuperable al grupo de superhéroes conocido como X-Force. Vale destacar la presencia de Rob Delaney, uno de los mejores comediantes de los últimos años, en su papel del tipo común y corriente que no tiene poderes pero que vio el anuncio y se acercó hasta ahí.
Deadpool 2 tiene cameos descostillantes, referencias para los más ñoños y mejores viajes en el tiempo que Harry Potter y su banda. Eso sí, hay que bancarse que los subtítulos incluyan a Chayanne por alguna extraña razón y que la sala esté llena de Deadpooles que comenten en voz alta lo que está ocurriendo. Todo el tiempo.