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Llegué, grabé, vencí

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Reseña de “Llegar, armar, tocar”, de Jorge Nasser.

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A menos que el lector de esta página sea imberbe o en los 90 haya vivido en una cueva sin radio, no debería ser necesario repasar que Jorge Nasser fue cantante, compositor y líder –junto con el guitarrista argentino Pablo Faragó– de Níquel. Si bien el grupo perteneció a la misma camada del rock posdictadura –tocó en el primer Montevideo Rock, en 1986, y editó su homónimo primer disco hace exactamente 30 años–, fue en la primera mitad de la última década del siglo pasado que conquistó la cumbre del mainstream, a base de hits propios (“Candombe de la Aduana”, “Amo este lugar”) y ajenos (“Palabras para Julia”), recitales llenos en el Teatro de Verano, toques acústicos, con orquestas y afines. Pero, estrictamente, no fue después de la disolución de Níquel (en 2001) que Nasser empezó su carrera solista, ya que en 1984 había grabado Era el mismo, producido nada menos que por Jaime Roos, con una clara influencia de él, estética de candombe-beat y una forma de cantar que nada tuvo que ver con lo que después cultivó en Níquel. De todos modos, fue a partir de Efectos personales (2001) que arrancó más oficialmente su trabajo solista, con un marcado giro hacia la milonga (en esa segunda etapa también parió hits, como “Luchadores en lodo” y “Milonga del querer”).

Llegar, armar, tocar es el nuevo disco de Nasser, que contiene los mejores 37 minutos de su ya extensa carrera. La canción que da nombre al álbum –y lo abre– es una milonga de melodía vocal estirada y relajada que desparrama una sensación de calma que contrarresta con la vorágine de una gira. “Viajar, viajar, viajar, / rodar, rodar, rodar, / girando en espiral, / hay que llegar, armar, tocar”, canta Nasser en este homenaje al ir y venir de los músicos, que no tiene un estribillo formal pero sí un pegadizo y popero coro “oh oh” que sirve para unir los caminos que siempre recorrió el ex Níquel y nos muestra de qué va el disco (también cabe destacar el solo de armónica, que le aporta un timbre más rico al tema).

Las guitarras criollas marcan gran parte del sonido del álbum, comandadas por Eduardo Toto Méndez, vieja junta de Nasser en su etapa solista y milonguera –y que en su extenso currículum ostenta haber tocado junto a aquel cantautor de apellido Zitarrosa–. El sonido de las violas criollas les da otro toque a canciones que tienen raíces más lejanas. Un buen ejemplo es “Plaza de las penas”, una de las mejores canciones del álbum. Rítmicamente, es un reggae de acá a Jamaica, pero como está llevado con guitarras criollas, que marcan presencia, suena auténticamente vernáculo, más espaciado y cálido –si se permite tal sinestesia–, pero además está tocado con un swing irresistible sobre el que Nasser canta con algunos modismos del género que calzan justo. La otra cara de la moneda es el tema “Existencial”, una milonga pura que no arropa ningún otro estilo y, por eso, no sorprende tanto. En cambio, “Linda milonga”, otra milonga de pura cepa (por su letra, técnicamente es una metamilonga: “Puede ser para escuchar, / para amar y ponerse a añorar, / puede ser una milonga”), se destaca gracias a la voz de Malena Muyala y a la melodía un tanto más aguerrida, a la que Nasser le pone todas sus ganas.

Hay dos temas de Llegar, armar, tocar que sobresalen del resto –y por eso, claro está, fueron los dos primeros cortes de difusión del álbum–, porque no tienen nada de milonga y abrazan con mucha fuerza sonidos de puro rock-pop, con destellos de otros estilos anglosajones. En “La enredadera” hay un aire de country fantasmal por la armónica del canal derecho y los punteos eléctricos del izquierdo –por no mencionar el pornográfico riff inicial–, que termina de redondear un sonido estadounidense (en general, a Nasser siempre le atrajo más que el inglés) con el órgano Hammond que tira dibujos en el estribillo, tocado por su hijo Fran, tecladista de No Te Va Gustar.

El otro tema de difusión, “Descartes”, tiene más aires country, gracias, en parte, al uso del dobro, una guitarra resonadora típica para ese estilo, específicamente para la variante conocida como bluegrass. Nasser hace juegos de palabras en honor al filósofo francés que le da nombre al tema (“Descartes descartado / del papel estelar”) y confiesa que ya se cansó de dudar, a tal punto que hasta tiene pensado cuándo va a dudar. Luego del estribillo levantador, en el que mezcla metáfora futbolera y burrera (“ponerme la 7, / picar por la punta, / ser el jinete, / cabalgar las preguntas”), el tema adquiere, justamente, un ritmo de cabalgata, similar al de “Get Back”, de The Beatles; de hecho, el final parece un guiño al famoso quiebre de dos acordes del tema de Let It Be. Pero si se trata de lo instrumental, vale destacar el solo de Gonzalo de Lizarza, el encargado de las guitarras eléctricas del disco: es un vendaval de rockabilly, tratado sonoramente como si hubiese sido grabado en el legendario estudio Sun de Memphis.

En “Duendes del corralón” Nasser vuelve a aquellos sonidos de su primer disco (de 1985), pero con un ritmo más candombe que beat, en un homenaje a los tambores que van por Santiago de Chile, Ejido y Yaguarón, que cuenta con la participación estelar del pianista Gonzalo Gravina y de Wil Negreyra con sus congas, coros y palmas.

Si bien el disco termina con “Parque Saroldi”, una oda metonímica a su querido River Plate, incluida en el documental El camino de siempre (Julio Sonino, 2017), está acreditada como bonus track; por lo tanto, el cierre formal es con “La ley del mar”, una especie de power ballad de introducción acústica –con aires de la pieza tradicional inglesa “Greensleeves”–, con un Nasser cantando en plan balada, pocas veces visto –perdón, escuchado–. Luego arremete la parte power, con un riff eléctrico insistente y adictivo, doblado por el coro Rapsodia, lo que le da una pincelada épica al mejor estilo “You Can’t Always Get What You Want”, de The Rolling Stones –la referencia no es antojadiza, ya que ese coro fue el que acompañó a la banda británica en Montevideo cuando tocó esa canción–.

En definitiva, Nasser llegó, armó, tocó y se mandó un gran disco, en el que incluso hay lugares interesantes en las letras, como, por ejemplo, “Confesiones de Cupido”, en la que hace el interesante giro de cantarle al que flecha y no al flechado, o “Dejala ahí”, en la que nos llama a bajar la pelota en este cibermundo líquido –porque no todo es amor–. “Superadictos a la información / nos van robando la imaginación”. Por eso, mejor dejar esta nota por acá, así no seguimos robando la imaginación de Llegar, armar, tocar.

Llegar, armar, tocar. De Jorge Nasser. Montevideo Music Group, 2018.

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