Si bien hace más de tres décadas participó en un espectáculo infantil con la BCG, esta es la primera vez que Laura Canoura se pone al frente de un show para niños. La obra narra historias de abuelas, mezclando música con teatro y clowns; se titula Barcos de papel y está dirigida por Alberto Coco Rivero. El estreno será el domingo a las 15.00 en el teatro El Galpón. Antes de enfrentarse al público de los más pequeños, Canoura conversó con la diaria.
¿Qué viviste con los niños en el programa Master Class que te llevó a producir este espectáculo?
Fundamentalmente, el vínculo afectivo. Además, constaté algo que durante toda la vida ejercí con mi hija: no hay música para niños y para adultos, sino música para compartir con otros en determinados momentos del día o de la vida. Hay días que tenés ganas de escuchar cosas alegres y divertidas, y bailar, mientras que otros días tenés ganas de estar sentado y que simplemente acompañe una música, y los chiquilines también son así. De hecho, en Master Class la gran mayoría de los temas que han cantado no son específicamente para niños. Es más difícil hacerlos conectar interpretativamente, porque de pronto son canciones con un lenguaje al que no están acostumbrados, pero eso justamente es lo lindo y lo desafiante: saber que hay capas de comprensión, que el de cuatro va a llegar a una y el de 12 a otra.
O sea que no suscribís a la idea de que las canciones para niños tienen que ser medio bobonas y cantarles sobre cómo cepillarse los dientes.
No. Para niños muy chiquitos eso funciona bárbaro. Por ejemplo, estoy pensando en los discos que hizo Villazul, enfocados en niños con ciertas discapacidades. Esa música está perfecta y rinde pila, no digo que esté mal. Se han hecho muchos espectáculos para niños desde Canciones para no dormir la siesta, y alguna cosa tienen. Pero las canciones de María Elena Walsh, por ejemplo, tienen un grado de inteligencia emocional importante; está bueno que los chiquilines vuelvan a escuchar o sigan escuchado cosas que transmitan mensajes.
¿En el espectáculo va a haber alguna canción original de tu autoría o serán todas versiones?
Habrá clásicos de diferentes épocas. La canción más viejita es “Barquito de papel”, de [Joan Manuel] Serrat, y la más nueva probablemente sea “Mi revolución”, de Cuatro Pesos de Propina.
Ecléctico.
Como he sido yo toda mi vida. Recupero un poco el no tener temor de volver a ser ecléctica. Elegí un repertorio que simplemente me ayuda a contar una historia. Va a haber una canción de Jorge Drexler, otra de [Luis Alberto] Spinetta, y una de Bob Dylan, “Para hacerte sentir mi amor” [“Make You Feel My Love”, de 1997, grabada en español por Canoura en 1998], que me gusta mucho cantar. También voy a hacer una mía, “Mujeres como yo”, porque tiene mucho que ver con las abuelas y con la historia que contamos.
La de Dylan tiene una letra fuerte.
El vínculo con las mujeres de la familia, en mi caso –madre, abuela–, tiene mucho que ver con eso, con la capacidad de dar todo por el otro: “No hay nada que no haría yo por ti”.
“Pasaría hambre”.
“Puedo arrastrar mi sombra hasta tus pies”... Siempre sentí que esa canción de Dylan, más que de amor de pareja, es de amor filial. Muy pocas veces en la vida uno siente algo así por una persona, y muchas veces es por un hijo, un nieto o alguien que depende de vos.
¿La experiencia en Master Class te hace pensar que hay futuro en la música? Porque a veces parece que los niños y los jóvenes escuchan cualquier basura.
Eso depende mucho de los adultos. En mi casa, cuando mi hija era chica, una época en la que era todo mucho más acotado –no había celulares, ni Spotify o Youtube–, teníamos un acuerdo: en el equipo de audio se escuchaba música que nos gustara a las dos, y si alguna quería escuchar algo que a la otra no le gustaba, estaban los auriculares. Para mí fue un sistema súper útil, porque en una especie de acto democrático, lograba que ella escuchara cosas que de otra manera no habría escuchado. Yo le pedía permiso, le mostraba un disco, y le preguntaba: “¿Te parece que te puede gustar?”. “Vamos a ver”, me contestaba. Así le hice escuchar música brasileña, tango, rock, etcétera. Por eso creo que lo que los niños escuchen depende mucho de los adultos. De hecho, en Master Class nos pasa: piden cantar cosas que de repente nosotros nunca les enseñaríamos; entonces, vamos negociando un poco. La educación en cultura es importante. Los niños no solamente tienen que aprender matemática, geografía e historia.
Hablando de Spotify: en ese servicio de música está disponible Esa tristeza, tu primer disco solista, de 1985. ¿Cómo lo percibís después de más de tres décadas?
Lo volví a escuchar entero ahora, que lo remasterizaron para Spotify. Lo amo, no solamente por lo que significa –fue mi primer disco solista–, sino también por todo lo que aprendí y porque tiene un sonido y una cosa creativa de estructura, como disco, que todavía está vigente. Yo ya no canto así, por supuesto, y ya no canto ese tipo de repertorio, aunque de pronto algunas cosas sí.
“Detrás del miedo” la cantás.
No mucho; casi nunca. Me cuesta...
¿Te saturó?
Sí, la canté en diciembre en el [Auditorio del] SODRE porque estaba Fernando Cabrera [cocreador de la canción] de invitado, y hemos inventado una versión en dúo que nos encanta y nos permite improvisar, moverla y sacarla un poco de eso que sonaba hace tantos años.
En todos lados.
Sí, es muy popular, la gente la tiene muy presente.
Cuando sacaste tu primer disco no era muy común que mujeres editaran álbumes solistas.
Éramos muy poquitas, sin lugar a dudas, pero ya había una semilla importante con Cristina Fernández, Vera Sienra y Travesía [grupo integrado por Estela Magnone, Mayra Hugo y Mariana Ingold]. En mi proceso de los primeros años como solista había mucha soledad, pero por suerte estuve vinculada. Y también estaba el caso del Las Tres, que éramos tres mujeres [junto con Estela Magnone y Flavia Ripa] haciendo un espectáculo juntas y compartiendo todo lo que tenía que ver con la producción, la difusión y la promoción. Solamente nos faltó salir a pegar los afiches. Los programitas que repartíamos en La Barraca los escribía con mi mano alzada de arquitecta y Estela los llevaba a fotocopiar al trabajo. A mí me ayudó muchísimo para aprender. Todo lo que sé de producción lo aprendí en esa época, gracias a Jaime [Roos] también, que estuvo mucho al lado nuestro en todo ese proceso. Fue un momento muy privilegiado, porque había mucha necesidad de eso por parte de las mujeres en general. Teníamos un público femenino, sobre todo, que nos iba a ver pila, y nosotras vinimos a ocupar un lugar necesario. Ahora hay muchas mujeres haciendo música.
Vos fuiste una de las pioneras con el tango, en 1994, cuando grabaste Locas pasiones, aquel disco en vivo con Hugo Fattoruso. Hoy hay muchas cantantes de tango, y, paradójicamente, es un género bastante machista.
Si lo será... Y si será difícil encontrar, hasta el día de hoy, un repertorio que puedas cantar... Lo que pasa es que ese espectáculo [con Fattoruso] fue una sucesión de cosas. Yo tenía una banda muy numerosa en ese momento; me costaba mucho moverla y no había lugares donde tocar. Nunca podía cobrar lo que se tenía que cobrar para poder pagarle a todo el mundo dignamente, entonces, fue una especie de gesto de rebeldía. Todo el mundo me decía: “Tenés que hacer algo más chiquito”. “Bueno, ¿quieren que haga algo más chiquito? Lo voy a hacer en el [teatro] Solís y voy a conseguir que Hugo Fattoruso toque conmigo”; fue como un capricho. Conseguí que Hugo me diera bola –estaba en plena gira con Jaime– y conseguimos el Solís, que no era fácil en ese momento. ¿Quién era yo para que me dieran el Solís? En esa época estaba muy de moda la frase “dejate de locas pasiones”, y eso inspiró la motivación del espectáculo. ¿Qué géneros más vinculados por la pasión que el tango y el bolero? Ahí me di cuenta de que me gustaba cantar tango y boleros, y hasta el día de hoy me encanta.
Hace pocas semanas entrevisté a Mauricio Ubal y hablamos de que cuando arrancaron con Rumbo era un proyecto con compromiso político y social.
Él dice eso porque era compositor...
¿Cómo lo ves a la distancia?
A la distancia, y en ese momento también lo veía así... Creo que la vida está llena de circunstancias causales y casuales. En ese momento fue muy necesario que hubiera gente haciendo canciones, como Rumbo, Los que iban cantando, Cabrera, Rubén Olivera, etcétera. Fue un momento en que existimos todos nosotros porque había un espacio para que existiéramos. Con Rumbo, en un año, pasamos de tocar en salitas para 150 personas a tocar en estadios, sin saber ni siquiera cómo afinar una guitarra. Creo que cada uno de nosotros estaba inmerso en el momento de la historia que le había tocado vivir, pero cada uno desde su ámbito. Yo tenía mi propia realidad, Mauricio la suya y Gonzalo [Moreira] la suya. Y como Mauricio era el creador de la mayoría de las canciones que hacíamos, ni que hablar, lo que escribía era lo que sentía en ese momento. Pero estando en Rumbo yo nunca sentí que tuviera un papel social o político. Lo hacía porque me gustaba mucho, y me divertía como loca. En ese momento estudiaba arquitectura y militaba, tenía una hermana presa y una hermana exiliada, pero mi vida era otra cosa. Con Rumbo fui muy feliz, pero nunca sentí presión social ni política, ni que fuera más importante que otra gente que hacía otras cosas.
Pero te diste cuenta del impacto que tuvo “A redoblar”.
Sin lugar a dudas. Pero es que para mí fue todo una casualidad. Esa misma canción, si se hubiera creado dos años después o cinco años antes, o no hubiera sido creada por uno de los integrantes de Rumbo... Me parece maravilloso y genial, es una canción increíble, que fue la banda sonora de esa época, sin lugar a dudas, pero la banda sonora de esa época también fue la de las ventanas [“Balada de hoy mismo”, de Rumbo], que cantaba yo, o “Lugar de mí”, que es una canción de amor increíble, que todavía perdura. Para mí es una de las canciones de amor más bellas que me tocó cantar, y la compuso Mauricio Ubal en la misma época que compuso “A redoblar”.
O sea que no tenés una visión tan idealista de la canción.
No. Creo que esas cosas no tienen gobierno. Me pasa con “Detrás del miedo”. Yo miro esa canción como una cosa ajena a mí. Cuando escribí esa letra no pensé que iba a pasar lo que pasó, y tiene que ver con una cantidad de cosas: una mujer cantando, una linda letra de amor, inteligente, tiene una música preciosa y recordable, y un arreglo poderoso, folclórico pero pop. También tiene a Jaime, que aparecía tocando el bombo, y una cantidad de cosas que fueron apareciendo casualmente una atrás de la otra. No hubo nadie que dijera: “Vamos a hacer una canción en la que cante una mujer y que en el minuto tanto aparezca...”. Lo mismo pasó con “A redoblar”. Hay muchas cosas que ayudaron para que esa canción fuera un éxito, no solamente el momento político del país.
Ubal también me dijo, cuando hablamos de “Al fondo de la red”, que en Rumbo todos eran futboleros menos vos. Supongo que estos días estás sufriendo.
Y, un poquito. Me divierto, me río y me encanta jugar ese papel de “Al fondo de la red”: “¿Qué están haciendo? Están todos embarrados”. Después, cuando se prende la tele y juega Uruguay, me encanta y me siento con un mate y disfruto, pero cuando participo en chats de Whatsapp en los que se mandan chistes de fútbol todo el tiempo, lo miro por afuera, como si de golpe fueran todos fanáticos de la jardinería y hablaran solamente de plantas. No entiendo la mitad de las cosas.