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Los amos de la noche

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Reseña de “Averno”, de Marco Loayza.

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Luego de su estreno en el último festival de cine de Punta del Este, y de haber recibido el premio a mejor película latinoamericana en el Bafici (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente), hoy en la Sala B se estrena Averno, la primera coproducción entre Bolivia y Uruguay, dirigida por Marco Loayza (conocido por Cuestión de fe, su premiada película de 1995), lo que posibilita el acceso a una particular obra andina, cuando aún sigue siendo tan complejo acceder a producciones regionales.

Con un sostenido ritmo narrativo, esta road movie de aventuras acumula una sucesión de peligros imprevistos. En los empinados callejones de La Paz conviven matones en pie de guerra, y un mundo subterráneo y alterno que coquetea con los vivos y los muertos. En su noche incierta, el joven lustrabotas Tupah deberá encontrar a su tío, e internarse en el Averno, un bar temido y desconocido que decidirá su destino. Estructurada a partir de una logradísima fotografía (a cargo del uruguayo Nelson Wainstein), que desde sus tonos ocres recorta un imaginario barroco y plebeyo, y propone un sugerente juego cromático, Averno presenta un universo fantástico, cargado de misticismo y mitología andina, que habilita un permanente juego e impide que el espectador se desprenda de esas tensiones y contrastes.

Desde el comienzo, este viaje de Tupah se convierte en un proceso iniciático, con múltiples inquietudes que se articulan a lo largo del film, presentando una historia de búsqueda, rivalidades y encuentros, pero también de seres, objetos y circunstancias, que mantienen la dilación dramática a lo largo del film. En este recorrido onírico, Tupah deberá franquear obstáculos, apariciones que intentarán manipularlo y sorpresas quiméricas, como parte de una odisea dantesca: en Averno el protagonista debe intentar llegar al infierno, y aunque se enfrente a sus mayores miedos, no oculta su fragilidad. Tupah habla muy poco y gesticula menos, pero su rostro impasible contribuye a pautar una particular potencia narrativa y a ubicarse en un espacio análogo al espectador rioplatense, que en general desconoce ese submundo mágico, enmarcado en la fiesta de Todos los Santos y en el Manqha Pacha, el inframundo aymara en el que conviven la Pachamama, los muertos y el diablo. Así es como esta película alucina la realidad para despertar a sus fantasmas, y la mirada ingenua de Tupah retiene los secretos y las tensiones de una inquietante y ominosa ciudad, que, desde su propia geografía, contribuye con el clima asfixiante de una noche que se impone. Entre perseguidores que intentan matarlo, vecinos sospechosos y extraños amigos, Averno sugiere posibles indicios de un punto de vista sustentado por el sonido, los encuadres, los planos cerrados y las fugas, en el que lo central es la transición, el camino. La cámara suele ir en panorámica de un rostro a otro, no en busca de una verdad oculta, sino más bien de una visible, que sólo tiene sentido dentro de este mundo.

En varias entrevistas, Loayza cuenta que trabajó en Averno durante diez años y que, además de investigar diversas fuentes bibliográficas, se nutrió de la prolífica tradición oral para registrar el inconsciente andino. Por eso, para escribir el guion entrevistó a “líderes guaraníes, esejas, guanayecs, además de quechuas y aymaras”. Dice que cuando la gente habla de la cosmovisión andina sólo lo hace en referencia a lo antropológico o político, y que los bolivianos, “sin saberlo”, también responden a esto. Y así fue como se propuso ayudar a comprender este universo habitado por personajes locales.

Antes de la primera escena, Averno incluye un recordado epígrafe de Marcel Proust: “La travesía real del descubrimiento no consiste en buscar paisajes nuevos sino en poseer nuevos ojos”. Así, Loayza contribuyó a pensar la ciudad como una construcción histórica y social que se transforma y que evidencia relaciones de poder en disputa. En Averno, La Paz no sólo es el escenario donde conviven mundos absurdos; también es definida por ellos.

Averno, de Marco Loayza. Con Paolo Vargas y Leonel Fransezze. Bolivia/Uruguay, 2018. En la Sala B del Auditorio Nelly Goitiño.

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