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Lugar en ninguna parte

Utopías y privilegios: Lugar en ninguna parte, de Anthony Fletcher y Guillermo Amato

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Los realizadores son dos: Anthony Fletcher es británico, escribió los textos, dice con su fuerte acento inglés las narraciones en voz over y aparece en cámara haciendo las entrevistas y como personaje-testigo; Guillermo Amato es uruguayo y esencialmente se ocupó de la cámara y el montaje. Durante cinco años ambos frecuentaron, repetidas veces, tres comunidades de la América hispana concebidas en términos utópicos. De esta manera, la narrativa-periplo de este documental tiene cierta analogía con el descubrimiento, por el personaje ficticio Raphael Hythlodaeus, de la isla de Utopía, en la novela moral-política Utopía (1516), de Thomas More (o Tomás Moro). El título Lugar en ninguna parte es una posible explicación del nombre Utopía, inventado por Moro a partir de los términos griegos ou (no) y topos (lugar).

Las tres localidades, desperdigadas por el continente, se encuentran en estadios muy distintos. El pueblo de Santa Fe de la Laguna, en Michoacán (México), tiene casi 5.000 habitantes. Se fundó en 1533 a partir de un núcleo de nativos purépechas y fue uno de varios pueblos-hospitales o repúblicas de indios fundadas por el obispo Vasco de Quiroga, que buscaba seguir expresamente el modelo descrito por Moro en su libro. Esa forma de organización fue evaluada por el obispo como ideal para generar una sociedad pacífica, catequizada y que aportara en forma racionalizada, pero sin sacrificios, a la economía de la sociedad más amplia de Michoacán. Tenía razón: pasados casi 500 años, sus habitantes son muy católicos e insisten en preservar el régimen de tierras comunales y casi sin propiedad privada. El pueblo tiene una calle Tomás Moro y otra calle Utopía. Las muchas similitudes visuales con la película Coco (2017) no son coincidencia, ya que Santa Fe de la Laguna fue el modelo principal para el concepto de esa animación de Pixar.

Ciudad Abierta, en la región de Valparaíso (Chile), es producto de un más reciente brote utópico: fue fundada en 1969 por una cooperativa de artistas, combinando nociones vinculadas con la arquitectura de vanguardia y sus posibilidades transformadoras. Varias de sus construcciones son consideradas obras de referencia arquitectónica. La comunidad se autogobierna sin líderes, en un sistema de ágora (es decir, a partir de consensos obtenidos en discusión, y no por votación).

La Quebrada, en las sierras de Rocha (Uruguay) es una especie de reserva ecológica privada, comprada colectivamente por algunas familias, que se guardaron un espacio reducido dentro del terreno para construir sus viviendas en un marco que sienten como de armonía con la naturaleza.

La película es bastante superficial y acrítica. Fletcher dialoga con distintas personas de las comunidades (curiosamente, todos los que emiten conceptos mínimamente extendidos son varones), y parece que todo lo que pregunta, o los comentarios que aporta, tienden a corroborar la noción de sociedades armoniosas y muy superiores al mundo industrial de donde procede. Ninguna frase o imagen tiende a revelar específicamente algún problema o complejidad, salvo que sea para exponer cómo es que fueron exitosamente superados. Ni siquiera se ponen de relieve las contradicciones que figuran frente a cámara (por ejemplo, el hecho de que La Quebrada sólo es posible a partir de la existencia, en otros lados, de una sociedad compleja con división de trabajo y producción a escala realizada sin consideración por la ecología, donde se originan las piezas metálicas que usan para las herramientas, o los caños de PVC, o el pórtland con que construyen la escuelita, o el combustible para sus motosierras, o las remeras que la gente viste, y que si realmente fueran a extraer directamente todo eso de la “naturaleza”, o si trataran de pasar sin esos elementos, su vida se vería mucho menos agradable, de modo que lo que vemos no es otra cosa que un grupo de personas privilegiadas dentro de la sociedad globalizada, que está en condiciones de hacerse una especie de barrio privado, sólo que uno que no está concebido a partir de una estética y un discurso chetos, sino de unos medio jipi new age, que sin duda es mucho más simpático).

La realización es medio primaria, con varias escenas en las que Fletcher camina por ahí con expresión meditativa (pero con evidente “conciencia de cámara”), una fotografía hecha con una tecnología de no mucha definición y poca latitud, donde las zonas muy claras de la imagen lucen medio quemadas, y una estética que no desentonaría en un registro profesional de casamiento y cumpleaños de 15 (eso de pasarse paneando la imagen de un lado para el otro, y a veces sin conexión alguna con el texto que se lee). Hay algunos encuadres bonitos, hay muchos paisajes hermosos para ver, y un bello episodio poético en el que oímos la voz de Fletcher (¿un fragmento de Utopía?) sobre imágenes de nubes en la noche y el sonido de ranas.

Lo que más me apena es la cantidad de películas que se perdieron de hacer cuando eligieron este formato medio inconsecuente. No se saca provecho alguno de la comparación entre las tres comunidades, y en cambio cada una de ellas tiene aspectos muy curiosos que esta obra ni siquiera araña. Hubiera sido fascinante explorar mejor las realizaciones arquitectónicas de Ciudad Abierta. Y La Quebrada podría ser el objeto de un riquísimo documental observacional.

Lugar en ninguna parte. Dirigida por Anthony Fletcher y Guillermo Amato. Documental. Uruguay, 2019. En Sala B.

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