Si tomamos como grosera fecha de nacimiento 1977, en 1988 el punk ya había transitado su primera década de vida. En Argentina había aparecido a principios de los 80, cuando Los Violadores y Alerta Roja primero, y Los Laxantes y Los Baraja después, tomaron el testigo que venía muchas veces en valija diplomática desde Londres o Nueva York. Por entonces, la movida punkie de la capital porteña y sus alrededores era tan precaria como efervescente. Decenas de bandas, la mayoría integradas por pibes jovencísimos, las más de las veces adolescentes, intentaban sonar donde pudieran, y esa energía era acompañada por algunos fanzines, como Resistencia, Rebelión Rock y El Pecador, que documentaban el devenir de la tribu.
Por ahí, dos amigos, Chuchu Fasanelli y Walter Kolm, tuvieron la inédita idea de publicar un disco –un long play– para registrar parte de lo que venía ocurriendo. Ambos habían creado años atrás el sello independiente Radio Trípoli, y contaban con la experiencia de publicar los simples debut de Comando Suicida, Massacre Palestina (hoy Massacre) y Sentimiento Incontrolable. Nunca habían probado con un larga duración.
En ese entonces, el punk rock de la vecina orilla circulaba marginalmente en casetes mal grabados de ensayos y shows en vivo. Las excepciones eran los álbumes de Los Violadores, cuyo primer trabajo (Los Violadores, de 1983) es una obra maestra del género; Benditos sean muñecos que pegan, cinta de sorprendente calidad firmada en 1987 por la banda hardcore Soberanía Personal, y el inconseguible Noche agitada en el cementerio, de Todos tus Muertos, lanzado en 1986 por el inquieto Daniel Melero con su sello Catálogo Incierto. En 1988, los Muertos ya preparaban su salto a las Grandes Ligas con un contrato con RCA, que daría sus frutos ese año con un disco homónimo. Del resto, nada.
Fue en ese contexto que Radio Trípoli armó su Invasión 88, un álbum publicado en vinilo transparente, con un arte de tapa emblemático a cargo de Mosquil, a cuatro tintas y con librillo/fanzine incluido, que en su momento tuvo repercusión doméstica y hoy es un objeto de culto, un fetiche caro; basta googlear en busca de algún ejemplar: sus precios son astronómicos. 20 canciones de diez bandas (entre otras, los legendarios y a esa altura disueltos Los Laxantes y Los Baraja; los primeros Flema y Attaque 77, con un sonido punk clásico; Rigidez Kadavérika y Defensa y Justicia, con un toque hardcore; Comando Suicida y su Oi! proletario y ultranacionalista, y Exeroica, las primeras Riot Grrrls del Río de la Plata) que fundieron los parlantes en las dos márgenes del charco y plantaron la semilla de mucho de lo que ocurrió pocos años después. Sí, había futuro.
Luis Hitoshi Díaz, periodista y cineasta argentino con dos largos de ficción en su haber (Hoy, de 2008, y Lexter, de 2015), estrenó en el reciente BAFICI porteño Héroxs del 88, un documental que reúne a varios de los protagonistas de esa epopeya inconsciente, casi con los mismos argumentos que esgrimieron los responsables de Invasión 88 a la hora de llevarlo a cabo: urgencia y necesidad de sacar la foto de un momento para los que vinieran después. Eso y un profundo amor, porque la película está contada desde la mirada y el oído sensible y agradecido del director, obligado como fan, al decir de Alberto Fuguet, a rendir un homenaje al disco y a las bandas que le cambiaron la vida.
Héroes por una vez
“En el 88 yo era un niño de 12 años que escuchaba la Rock & Pop y me llamaba mucho la atención un tándem que era ‘Gente que no’, de Todos tus Muertos y ‘Dale Bo, dale Bo’ [‘Pasión de multitudes’, de Attaque 77]”, dice a la diaria el director de Héroxs del 88. “Pasaban ese bloque de dos canciones, y me gustaban. De alguna manera extraña, ya tenía una fascinación por el punk, había algo que no sé qué era. Estaba en sexto grado y, por las curiosidades de la vida, había un punk –año 85, 86– que pasaba por el barrio, al que yo le temía y cruzaba de vereda. Mi madre decía: ‘Se pudrió todo en esta sociedad porque llegaron los punks a la Argentina’. Ese punk era Luis Alacrán, dueño del puesto Rebelión [del Parque Centenario] y de la revista Rebelión Rock. Después me enteré de que vivía a tres cuadras de mi casa, cuando leía la revista y vi la dirección postal”. Es Alacrán quien pinta sin ambages en el documental la realidad de la movida en los 80: “El punk era un descontrol total”.
Díaz explica que Invasión 88 le llegó en una copia en casete, con el librillo fotocopiado, tres años después, y ese gesto lo volvió una persona diferente. Por entonces, “salvo Attaque, el resto de las bandas casi había desaparecido. Flema estaba como volviendo, Rigidez Kadavérika se estaba terminando, Comando tocaba una vez por año. Y yo dije: ‘Puta, me perdí todo esto’, y lo único que hacía era releer el librito de Invasión, ir al Parque Centenario, a [la calle] Cabildo, a la galería Bond Street, a buscar fanzines. Siempre con eso de haberme perdido esa parte. Me volví un fanático del punk 85-90 de Argentina, y cada cosa que había me la compraba o me la copiaba. Cuando me dediqué a los medios dije: ‘En algún momento tengo que rendirle homenaje a todo eso’. La peli arranca con una frase de Fuguet, el escritor chileno, que dice que los que somos fans de algo y tenemos la posibilidad de agradecérselo escribiendo o haciendo una película tenemos la obligación moral de hacerlo. Y tenía que pasar, tenía que agradecerles que me cambiaran la vida. Para bien o para mal, no sé, pero lo hicieron”.
El documental comienza con un video de un concierto reciente de Attaque 77, en el que Mariano Martínez, guitarrista de la banda, niega, como Pedro, la piedra fundacional. Allí, el músico dice al público: “Nadie se acuerda de Invasión 88”. “Sentí que la película tenía que arrancar con la negación misma del hecho”, dice Díaz: “¿Cómo vos, que estuviste ahí, vas a decir eso, y yo estoy haciendo un documental?”.
La película es elocuente, sincera y gratificante aun para el público que no sea afín al género. Armada como un collage de anécdotas, registros y contradicciones, siguiendo la escuela que el situacionista Jamie Reid inoculó al punk en los 70, continúa el espíritu de Invasión 88 en cuanto a su concepción. “Entendí que el disco también había sido un poco así, que tenía cierta urgencia creativa y necesidad de salir. Y en el documental pasó eso: no me quería quedar a vivir cinco años en la película. Tenía que ser urgente. Y volviendo a ver documentales, como Botinada [sobre el punk brasileño] o American Hardcore, que es medio como la Biblia de todos estos documentales punks, me di cuenta de que también eran austeros. El género lo permitía, y sentí que le tenía que poner el cuerpo, hacerme cargo de lo que me había pasado a mí con el disco; de ahí la decisión de narrarlo con voz en off”.
Que quede claro: no hay una pretendida objetividad, ni mucho menos. “Yo quería contar de este disco que me cambió la vida, y quería contarlo yo. Les cuento por qué y cómo se hizo, y que pase lo que pase. Le pongo el alma a algo que nos movilizó, para que lo pueda ver la mayor cantidad de gente posible. Está hecho netamente desde el corazón de un pibe que escuchó ese disco y no pudo hacer otra cosa más que embarcarse en la autogestión y el punk, para siempre”.
Los “héroes del 88” eran, en gran medida, “pendejos jugando a ser grandes”, como apunta en la película Ciro Pertusi, de Attaque 77. Sonaban mal, muchos quizá apenas podían empuñar sus instrumentos con un mínimo decoro. Sin embargo, 30 años después, la escuela sigue abierta.
¿Dónde estabas tú en el 88?
Invasión 88 tuvo su impacto también de este lado del Plata. La cinta ya circulaba en el verano de 1989, y fue un descubrimiento y una inspiración para muchos de los jóvenes que se metían en el punk oriental con poco más que el Santo Grial de Traidores, Estómagos y Guerrilla Urbana en sus caseteros.
Hugo Gutiérrez, baterista desde hace tres décadas de La Sangre de Verónika, recuerda esos tiempos como “muy tristes” porque eran “el punto de inflexión” entre la desaparición de las bandas de la “generación Graffiti” y el nacimiento de una nueva camada de grupos que, con menos recursos y sin apoyo mediático, comenzaban a generar “una red alternativa muy importante”.
“Recuerdo el momento exacto en que Invasión 88 llegó a mis manos vía un TDK de 60 minutos. Fue una enorme bocanada de aire fresco para la escena local. Era un compilado atípico, porque participaban bandas emergentes sumadas a ‘ignotos’ grupos pioneros del punk argento, por ese entonces ya disueltos. Ese detalle lo hacía único en su especie. Invasión era un disco que compartía mi mesa de luz con todo el rock nacional, sumado a los clásicos del punk vieja escuela”.
Para Juan Pablo Ramilo, bajista y vocalista de La Vergüenza de la Familia, banda que transitó la década de 1990 y vivió para contarlo, por entonces se vivían en Uruguay “épocas de muchas cosas mezcladas: militancia estudiantil, antirazias”. “La represión visible en los recitales y las movidas que había por todos lados generaban que la gente se involucrara porque las sentía en carne propia. Se hacía un rock distorsionado y sucio, a veces sonando mal, a veces sonando bien, pero siempre muy visceral. Y el punk estaba mezclado en todo eso”, recuerda.
Invasión 88, dice, era “un casete que solía escuchar seguido” y que llegó a sus manos en una cinta copiada, algunos años después de su aparición. “Fue un lindo descubrimiento. No te digo que flasheé con el disco, pero había un montón de bandas que descubrimos: Los Laxantes, Los Baraja, algunas que fueron muy efímeras, que estaban buenas pero no me volaban la chaveta. En sí, creo que lo que quedó [del disco] es eso de juntar un montón de gente y editar algo de manera independiente. Es una de las cosas que más valor tienen, la iniciativa de un sello independiente que logró editar eso, que hoy en día es un material icónico”.
Sombra, editor de innumerables fanzines en los 90 y responsable del Puesto del Fanzine, dice que, a fines de los 80, en Montevideo “era todo más salvaje”. Conoció Invasión 88 porque, por 1991, le “piratearon una copia de una copia en una disquería de Buenos Aires. Lo escuché tarde, pero sé que al mismo tiempo los doblecaseteros hacían horas extras regrabando más copias de ese compilado. ¡Fue todo un fenómeno!”.
De todos modos, cree que el disco no tuvo demasiada influencia en lo que vendría después en Uruguay. “Entre los punkies escuchábamos otras bandas, como Todos tus Muertos, Sin Ley, Soberanía Personal”, que no estaban en el compilado. “Aparte, para cuando todos tuvieron su copia, llegó a Uruguay Mentes abiertas [compilado de bandas argentinas que catapultó a 2 Minutos y dio impulso al Buenos Aires Hardcore], de 1992, y este eclipsó y mucho al Invasión 88. Porque 2 Minutos, DAJ, IDS y NDI fueron la ‘verdadera invasión’, como se predijo en su misma portada”.
Cine radio actualidad
Héroxs del 88 se estrenó en Buenos Aires durante la primera semana de marzo, y comenzará a recorrer salas durante la segunda mitad del año, cuando probablemente llegue a Uruguay.
El documental viene a sumarse a una ya extensa lista de películas sobre el punk rock y el hardcore argentino aparecidas en los últimos años: Buenos Aires Hardcore (Tomás Makaji, 2009); Ellos son, Los Violadores (Juan Rigirozzi, 2009); Desacato a la autoridad. Relato de punks en Argentina 1983-1988 (Tomás Makaji y Patricia Pietrafesa, 2014); Ricky Espinosa: el documental (Juan Pablo Duarte, 2015), y Grita (Yago Blanco, 2018). La mayoría de ellas puede verse en Youtube.
Pero en Uruguay también se grita “¡Acción!”, y en octubre se estrenará La Sangre de Verónika 30 años, una biografía “nunca contada” de los decanos del punk local. Habrá que ver.